martes, 31 de marzo de 2009

Coplas de vino

Coplas de vino y tiento
este dulce sabor amargo,
el colmo de ir creciendo
quebrado ante tus encantos.

Coplas de vino y tiento
sin sufrir de mis pecados.
Pormenores que no trato,
que no calzo ni padezco.

Ante la duda, avanzo.
Tantos rumbos tan inciertos.
Con un corazón descalzo,
con un manantial sediento.

En el filo de la luna
al toro por los cuernos
que no sabe lo que dice hasta que lo escucha,
es un sordo al que sólo le queda una lucha.

Flamante diluvio entre tanta gala
debajo de una herida que no se acuerda..
Lagunas mentales en un oasis,
divinas razones que nunca aciertan.
Descanso.
Entre la paz y la nada, me aburro.
Desierto.
Es un misterio que aterriza sin conjuro,
es un insulto para no descifrar,
es quien debe llegar sin anuncio;
es quien quiere que me tome de su mano,
que cierre los ojos y me ponga a caminar.


Coplas de vino a ciegas,
las que se toman sin molestia,
las que se sirven con disimulo,
las que se pasan sin dar las gracias.
La trampa va detrás del saludo,
si no llega solo, se delata.
Entre todo el ruido puede tomar siestas.

Coplas guardadas para las bodas
de sangre, no queda de otra.
Coplas de sangre en copas de vino:
odas de arrastre.
El timonel, una dulce memoria.
Primera obra, ópera prima.
Tan escondida que fue post-mortem,
tan halagada como un buen escote,
tanta palabra para una idea tan pobre.

viernes, 27 de marzo de 2009

María me salvó aquel día

Hubo una ocasión, en una fiesta de quién sabe quién, en quién sabe dónde, que una chica me estaba acosando, bueno, no tanto, pero ya andaba en ese cotorreo de la coquetería borracha donde “sin querer” te embarran las bubs y se arriman a tus partes nobles y se te acerca mucho a la boca y te susurra al oído y te mira con esos ojos y te otorga esa sonrisa, o bueno, al menos eso era lo que creía ella, porque muy a menudo eructaba en toda mi jetota y me echaba el humo del cigarro y ps la onda no se ponía nada chida, aparte de que la chica esta no me latia ni un poquito.
La verdad no recuerdo cómo fue que me puse a platicar con ella, cómo había empezado esa tediosa conversación, pero sí recuerdo que tuve que aplicar dos tres técnicas para rechazarla sin que se sintiera rechazada... ¡menuda faena! Porque, a pesar de que ya estaba harto de esta chica, no podía portarme mamón, digo, no está chido y no tenía ganas.
Total, que mi primer intento consistió en fingir ser todo un fanfarrón peleonero, de esos que las pueden de todas, todas; que se dan mucho al Mandrake; que sólo sus chicharrones truenan, que qué pancho pistolas ni qué mis tanates... cosas así. Le conté que en una ocasión diez güeyes se la hicieron de pedo a un amigo mío por andar muy ebrio. Que yo me encabroné y fui a hacérselas de tos (cosa que nunca haría por las muy obvias razones de que me caga darme de trompadas y más aún si ellos son diez y nosotros dos, aunque mi amigo no contaba porque más que caminar, se arrastraba).
Ps le ando contando esa situación peculiar, pensando que la chica esta iba a darme por un fanfarrón peleonero y que, por lógica, eso no es lo que quieren las mujeres (¿quién me dio permiso de imaginarme la lógica de las mujeres?... pobre iluso), ah, porque la cosa no acaba en que fui a hacérselas de tos. Todavía, para hacerla más panchosa, le dije que llegué bien campante, casi, casi dando tiros al aire y que con mi pura presencia los güeyes casi acaban por pedirle perdón a mi amigo.
No maaaaaaaaaanchs, si alguien me cuenta una de esas, primero veo su tamaño y si no es una bestia sobrehumana, le digo: disculpa, amigo, voy a cagar. Y no regreso, a menos que quiera que me cuenten otra de vaqueros.
Ps íngale, que acabo mi historia fanfarrona y mamona, hasta adopté una postura impregnada en soberbia arrogante, todo para que esta chica pensara que soy un pendejo y ahí nos vemos... pero cuáaaaaal. Los ojitos le brillaban como nunca antes los vi brillar. ¡Qué valiente!, decía. Esos son hombres y no chingaderas.
Puuuuuta madre, a esta morra le gusta que la toreen y que le vean cara de pendeja. Chingada, pero bueno, mi cabeza trabajó al máximo para zafármela de encima y dije: okei, le gustan los hombrezotes, ps deja salgo con esta otra historia, y que empiezo a contarle que lo que yo quiero es hacer música y me vale madre todo lo demás y la fregada y la tostada. Estaba creando el ambiente para llegar a la parte cúspide, al bum que definitivamente debería alejar a esta chica de mi, que ya casi casi andaba babeándome mi chaleco rocanrolero del Tri y toqueteándome las nachas.
Tenía que actuar rápido porque ya me andaban oliendo el cuello y creo que se había quitado el brasierre por debajo de la blusa y las cosas se iban a tornar a un punto que me daría mucha pena ajena con esa chica, aparte, yo he estado en una posición con el corazón bien abierto pa que me rechacen, tons puedo agarrar la onda, así que había que tronar por otros medios más sutiles.
Sí, y como te decía, yo lo que quiero es la música y bla bla bla... es más, si algún día llega un productor y me dice que me da un contrato a cambio de mis nalgas, ps chíngue su madre, se las doy.
Yo pensaba que con ese comentario la chava iba a pensar que había algo de homosexual en mí y que ya no iba a querer nada. En un principio se quedó callada, perpleja. Me miró fijamente con sus ojos que ya decían: de esto no me acuerdo mañana; y dijo algo así como “me encantas porque harías hasta lo imposible por seguir tus sueños”, se inclinó hacia mí y apunto estuvo de besarme de no ser porque le vino una flema asquerosa, tal vez era vomitada, pero se la aguantó. Cerró la boca y eructó girando un poco. Pta, yo no me aguantaba el asco. Una sonrisa asomó a mi boca, sonrisa nerviosa, qué chingaos. Ya nada iba a funcionar para quitarme a esa morra de encima de una forma no tan directa y culera...
Se recuperó de su eructo y volvió a la carga ¡¡¡Qué descaro!!! Reaxiona, cabrón, reaxiona, di algo, CORRE. No, espera, le dije, interponiendo mi mano en su boca. Tengo novia. Ella retrocedió... casi se le salen las lágrimas. Ya, cabrón, lo lograste, heriste su corazón... justamente lo que no quería hacer, pero, de nueva cuenta me equivocaba. Yo pensaba que eran lágrimas de tristeza o algo por el estilo, de frustración, pero no, era de la pura emoción.
Entonces eres prohibido... mmmmmm, lo prohibido sabe más rico. No maaaaaaaaames, ora sí que no mames. Esta vieja estaba loca, loca y pedisisísima. Pero... las buenas manos de María acudieron a mi salvación.
¡Eh, Ñero!, ¿quieres? Me llamó un cuate mostrando un cigarrillo en su mano. ¿Qué es?, le pregunté. ¿Cómo que qué es buey? Contestó poniendo cara como si mi pregunta hubiera sido de las más torpes y necias. ¡Ps aguelita de batman, carnal!, ahorita voy, respondí. Que volteo con la chica y me mira con su jetota de enojada. ¿Le haces a ese pedo? me preguntó. Uuuuuuuu, dije, de aquí soy. Ps claaaaaro que le hago, soy bieeeeeeen locototote. ¿qué tú no? No, yo no, respondió ella.
María me salvó aquel día.

martes, 17 de marzo de 2009

De cuando me mandaron matar a un dios

De la serie “A más mamón no poder”.

De cuando me mandaron matar a un dios

La gigantesca puerta de la antesala se abrió. Todos sabían de quien se trataba la llegada por el lento rotar de la puerta metálica. El crujir de la madera mientras la puerta la pisaba era un sonido al que ya estaban acostumbrados los monjes genéricos que tomaban apuntes de todo cuanto sucedía en esa sala. Pobres cuates, pensé, pa´ mí que sufren más que la banda que viene a sufrir. Qué hueva ser un contador numérico. Sumar, restar, siempre apurados porque las cuentas “no dan”. Pero bueno, si a ellos les gustaba, presentare esos prolongadísimos aburridísimos reportes al patrón, el que pos su gusto es buey... No como los periodistas, ellos no estaban tan cerrados, tenían más libertad que los otros. Las palabras siempre han sido menos opresoras que los números.
Pero bueno, el caso es que aquellos diminutos seres sabían que yo iba a pasar por aquella puerta, no porque el patrón les hubiera avisado, sino por la forma en que la gigantesca puerta metálica se abría. Al patrón le gustaban las sorpresas, hacerla de emoción. Apenas iba cruzando el umbral y ya escuchaba los golpes, aleteos y zumbidos tanto de contadores como periodistas quienes se peleaban para acompañarme a mi chamba. Cuando puse pie en la sala la contemplé. Un largo y angosto pasillo empedrado; en ambos costados, los mismos ríos de agua negra, petróleo, le llaman los humanos. A los costados de los ríos de agua negra estaban las butacas donde reposaban contadores y periodistas, al fondo, en un trono de barro, adornado con flores de loto, garigoleados y otra tanta chuchería barroca, estaba el patrón. Bien derechito, sombrero de copa, una mano postrada en el muslo de su pierna y la otra mano descansando en su bastón. En esta ocasión, la cabeza del bastón tenía la forma de una guitarra de caja grande, estilo texana, dorado, el color.
El patrón estaba atento, inamovible, sereno como estatua. Yo me quise poner a su nivel y di un paso, bien derechito, haciendo sonar mis botas. Cuando escuché el gorgoteo supe que no la iba a pasar bien.
Guru-guru-glo-glo-glo... ¡Splash! Dos bolas de fuego salieron por ambos costados del pasillo, de entre el agua negra. Se levantaron haciendo un arco por encima de mí y al llegar al punto álgido, descendieron como proyectiles queriendo quemarme. Me eché un clavado al frente y salvé mi hermoso trasero de ser calcinado.
Los diminutos contadores y periodistas dejaron de pelear. Uno que otro cayó al agua negra. Se quedaron mudos ante el espectáculo que el patrón nos había preparado. Me incorporé sacudiendo pecho y pantalones por la mugre que se me había pegado. El patrón se carcajeaba. Aquello había sido una sorpresa, pero me impactó más el encargo que me dejaba.

- No. – reclamé. - ¿Por qué a él? Ni máis-palomas. Es más, no se puede, es inmortal, hizo un pacto.
- ¿Y qué?
- ¿Cómo que y qué? Hizo un pacto, no puede morir, no puedo matarlo.
- Claro que puedes. Si tienes mi consentimiento, puedes.
- ¿Entonces no es inmortal?
- El pacto no te vuelve inmortal, - explicó el patrón, acomodándose en su trono – el pacto simplemente te pone bajo mi protección. Protección de la cual tu nuevo encargo ya no goza.
Creo que me quedé boquiabierto. No sabía qué decir. Clamar injusticia sería ridículo ante el patrón. No quería mirarlo directo a los ojos, intimidarlo estaba fuera de mis posibilidades, y tampoco quería hacerme notar indignado cual estaba ya de sobra.
Decidí darme vuelta y retirarme, antes de que me jugara otra gacha.
- Espera.
¡Diantres! Aquí vamos...
- ¿No quieres saber por qué te elegí a ti para esta encomienda tan delicada?
Me di vuelta para encararlo. Puse la sonrisa más esplendorosa que me fue posible.
- La verdad, siendo tan sincero como puedo serlo, no quisiera saber, pero como tú eres el patrón y me lo quieres decir, adelante.
- No, en serio, si no quieres saberlo, puedes irte.
- Claro, ¿para que un monstruo marino salga por esas aguas e intente decapitarme? No, yo paso. Suficiente tengo con matar humanos.
- Sin trucos, Tiroliro. Es más – extendió su bastón ofreciéndolo – ten, pa´ que veas que mi palabra es ley.
- Tu bastón es ley, no tu palabra.
- ¡Bueno, pues ya, ¿no?! – explotó. – Deja de hacerla tanto de tos.
- ¿Cómo no hacerla de tos después de que me mandas matar a Keith Richards?
- ¿Cuál es el problema?
- Que Keith no debe morir, al menos, no ahora.
- Ah, mira qué canijo me saliste. – fingió indignación – Ahora resulta que tú dices quién se queda, quién se va y quién se viene.
Bien predije que lo que me deparaba entonces sería lamentable
- Ya parece que me quieres tumbar la chamba, Tiroliro. ¿Ps qué pasó, mano? Si yo siempre te he tratado a todísimo dar.
Por la cara que puse, anticipó mi comentario.
- Bueno... al menos puedes presumir que eres de mis consentidos. ¿Tons qué, me quieres tumbar la chamba?
- Claro que no.
- Eso es justamente lo que diría un culpable.
Lo siguiente fue pura rutina. El techo se prendió en llamas. Los guarros orangutanes del patrón bajaron en sus cuerdas. Pude haber puesto resistencia, matar a uno que otro, hacer que los contadores y periodistas tuvieran algo interesante qué contar, pero qué hueva. Era una pelea que no podría ganar.
Los guarros me sometieron y comenzaron a arrastrarme afuera, ya ni ganas de caminar tenía.
- ¡Alto! – gritó el patrón. – Ustedes, insectos, escriban: he encontrado al conspirador que quiere destronarme. Lo sentencio a la tortura de siempre. A ver si después se decide a obedecer mi mandato.
Un milenio de tortura y el patrón me volvió a llamar. Directito del agujero, me presenté en la misma sala, con los mismos periodistas y contadores genéricos, el mismo pasillo de piedra, las mismas aguas negras. El tiempo no pasó para ellos, sólo para mí. Ni oportunidad de darme una lavadita, ni de checar qué tal iban las cosas en la Tierra.

- ¿Cómo te fue, Tiroliro? – preguntó el patrón, poniendo su cara de chistocito.
Lo pude haber mandado por un tubo, pero qué mala onda sería otro milenio de tortura, no era que no aguantara, era que ya quería moverme, tener algo de acción, despertar.
- Con un milenio basta, patrón.
- Bien, así me gusta, Tiroliro. Por eso me caes re-bien, fíjate. Sabes qué es lo que te conviene.
- Me esfuerzo bastante. – seguí con su juego, aunque, más bien, los dos sabíamos que aquello era un juego para resaltar mi torpeza.
- Sí, el esfuerzo, te lo admito, Tiroliro.
Hubo un silencio prolongado, hasta las aguas negras cesaron su movimiento de remolino para escuchar. Como el patrón no decía nada, apuré mi retirada.
- Espera, Tiroliro, ahora debo decirte por qué vas a ir a matar a Keith Richards después de toda su vida y tras ese milenio que le regalaste.
Extrañamente me estremecí y sentí un verdadero orgullo por eso último. El patrón continuó hablando.
- En todo este tiempo, ¿pensaste en alguna razón para que te mandara a ti en esta encomienda, Tiroliro?
- Porque soy el mero-mero petatero de los matones.
El patrón se carcajeó, seguido por los monjes genéricos. Los periodistas reían para sus adentros.
- Buen sentido del humor, pero esa no es la razón. Tampoco es razón eso de que eres el mero-mero petatero. Hay de dos a cinco mejores matones que tú.
- en gustos se rompen géneros. – me defendí.
- “Tuché” – admitió el patrón. – Esa te la doy. Pero bueno, ya para no regalarle más tiempo de vida al señor Richards, te elegí a ti porque sabía que serías a quien más le disgustaría la idea.
- Gracias. Me largo. Permiso. – solicité mediante una reverencia.
- Propio.

* Primer paso: tomar la combi.
Ya en la Tierra, mandé al periodista a investigar a Keith para que me trajera un reporte de sus quehaceres, así yo supiera por dónde y cómo atacar. Al contador lo mandé a la morgue, a la estación de policía, y a un periódico local, para darme una idea de cómo se cometían los asesinatos en esa época, qué accidentes eran los más mortales y conocer una que otra actividad para envolverme en el medio social.
En lo que ellos hicieron aquello, yo no me quedé esperando en el hotelucho como en todas las asignaturas se hacía. Tenía que matar a alguien antes de matar a Keith. Una estúpida apuesta que hice con Tiroloco, otro matón del patrón. No había objeto como premio, ni deuda para el que perdiera la apuesta, simplemente era un juego para mantenernos entretenidos. Mi gallo era Keith, el de Tiroloco era Madonna. La eternamente joven reina del poco contra el viejo pirata del rock.
Ese tipo de agencias se hacían a menudo en la agencia. Un matón ponía su gallo contra el gallo de otro matón. No era considerado trampa matar al gallo del contrincante. La bronca se sucitaba en que al ser enviado a matar a alguien, había que formular un plan, ese plan se entregaba al patrón y había que seguirlo al pie de la letra, así que uno tenía que ingeniárselas para matar al gallo del contrincante como un medio necesario o encaminado a matar a quien te habían enviado a matar.
La pelota estaba en el aire. Descubrí, no sólo que Madonna seguía con vida, sino que era la cabecilla de una organización muy poderosa, era algo así como la reina de Maragaracay. Keith seguía tocando con sus satánicas majestades, los Rolling Stones.
Para colmo de males, aunque podía servirme, la organización de Madonna era amo y señor de todas las disqueras, se habían proclamado los Dioses del Rock y cualquier grupo que tocara blues, folk o el rock de antaño y sus principales ramificaciones era considerado un criminal. Así que Keith y los otros Rolling Stones eran unos forajidos, los últimos forajidos, según había descubierto, eran los últimos rucos que se atrevían a tocar los géneros prohibidos.
El monje periodista me llevó el reporte de Keith, para llegar a él, había que tomar la combi.

* Segundo paso: someter al chofer.
- Hazme el favor de pasar atrás y dejarme el volante.
Había hablado con toda decencia y educación, ni siquiera había sacado una pistola. El chofer dudó lo que su mente había escuchado. No daba crédito a sus oídos.
- ¿Quieres secuestrar este camión? – preguntó dubitativo, en tono de broma.
Algo no estaba bien.
- ¿Sabes quienes vienen en este camión? – volvió a preguntar, sin dejar de mirar la calle.
- Sólo me interesa un pasajero.
Entonces sentí que una enorme mano rodeaba mi cuello y apretaba para sofocarme.
- ¿Acaso seré yo, señor? – dijo el monigote mientras me levantaba del suelo.
Obviamente, los monjes que me acompañaban nada tenían qué hacer. Uno había adoptado forma de mosca y el otro e grillo, así los vería toda la misión. Siempre me han desagradado los hombres bestiales como aquel, son torpes y lentos, pero si logran pescarte como aquel bruto me tenía, podía darme por triturado.
Ya había comenzado con los siete pasos, así que debía tomar control de esa combi a como diera lugar. La cosa es que esa no era una combi ordinaria, era un camión de pasajeros donde viajaba un equipo de gladiadores. Keith iba como polizón, haciéndose el dormido en el maletero.
Después de la tremendísima madrina que me recetaron los gladiadores, me mandaron al maletero, donde, para seguirla fregando, descubrieron a Keith. Estaban dispuestos a darle una golpiza semejante a la que me dieron a mí, pero, sin los favores del patrón, Keith no acabaría sin un ojo, tres costillas rotas, boca totalmente floreada, un brazo completamente disclocado, tres dedos arrancados a mordidas y un pie chueco; como me dejaron a mí. Keith acabaría muerto. No era tanto porque iba a perder la apuesta, sino porque no podía dejar que le hicieran eso a Keith Richards, el viejo pirata del rock, su satánica majestad, ¡Keith Richards!, con un demonio.
No tengo que decir que Keith se iba a dejar matar así como así, pero sus desesperados intentos por derribar a uno de esos monigotes eran más probables de llevarlo a un paro cardiaco que a su salvación, así que, herido como estaba, tuve que entrar en acción. Para cuando acabé con todos, Keith ya se había desplomado por el cansancio.

* Tercer paso: estrellarme contra el edificio de Madonna
Tenía el control de la combi y a Keith dormido en los asientos de atrás, las cosas iban saliendo bien. Después de reforzar y blindar la combi con unos ingeniebrios mecánicos chuecos, pasamos como bólidos, hechos la raya por la reja que daba al estacionamiento del magno edificio. Los de seguridad de la caseta se enojaron por nuestra maniobra y dieron la alarma. Comenzó a llover balas.
El blindaje estaba funcionando, la reforzada logró pasar la reja, pero el motor ya era viejo y ante tanto alboroto comenzó a despedir humo negro u tronó. Los de seguridad no se cansaban de disparadnos, pero los del blindaje se la habían rifado a todo dar y las balas parecían gotas de agua. El asunto se complicaría cuando sacaran bazukas y explosivos.

- Muy bien, Keith, es hora de actuar.
Lo sacudí para que despertara y lo logré, pero andaba tan ido que decir amodorrado es minúsculamente poco.
- Yeshei amol irnasco beeelez.
No entendí palabra de lo que dijo, apenas y abría la boca. Creo que ni movía la lengua.
- Noc fiiiilllln fan.
Parecía que le costaba mucho trabajo hablar y que hacía un extraordinario esfuerzo para levantar su rostro. Sus ojos dementes estaban muy cerrados y su boca no dejaba de sonreir. No sufría, se la estaba pasando bien. ¡Bum! Nos echaron un proyectil. De buenas que el artillero tenía pésimo tino y no nos pegó directamente. El impacto pegó en el suelo donde la combi creía haber encontrado su último descanso. Salimos catapultados a una altura y velocidad increíbles, y, parece broma, con dirección al quinto piso del edificio. Woa, que montaña rusa ni qué ocho cuartos.
Aterrizamos dentro del edificio. Me encomendé a Lord Minols, héroe de la clase trabajdora de Tepenmequelmaquenpaque, quien me había enseñado a usar el látigo láser (cual ya tenía en mi mano). Grité mi famoso alarido de guerra y salí rumbo al último piso, donde, según mis poco confiables fuentes, estaba Madonna.

* Cuarto paso: la “mediconcentración”
A pesar de tener mi arma en mano, haber sido agredido, haber soltado el alarido de guerra y estar en territorio enemigo, rodeado de matones con ganas de despedazarme, no me podía lanzar al zafarrancho todavía. Encomendarme a Lord Minols, mi más acérrimo rival en alguna época era obra tardada.
Me escondí debajo de un escritorio, junto con Keith. Me coloqué en posición sentada-flor de loto y salí de mi cuerpo. Pasé por las montañas más picudas para llegar al océano donde nació Lord Minols, o más bien, donde Finolis Mulins se convirtió en Lord Minols. Encontré la ballena que usó como medio de transporte y di picada. Me mezclé entre sus jugos gástricos que me brindarían protección y ahí me estuve un rato, en calma.
Había llevado a Keith Richards a una muerte casi segura, pero tenía que volver para matar a Madonna. Viajé de regreso a mi cuerpo, listo para el zafarrancho.
Abrí los ojos, esperando estar rodeado de enemigos a quienes destruiría sin problemas, pero no, nada de ello. El lugar estaba vacío. No había gritos, explosiones ni nada por el estilo.

* Quinto paso: Encontrar a Madonna
... y a Keith, o lo que quedaba de él. Cuando salí de mi escondite vi una calidad de desmadre... ¿cómo ponerlo? Puro, absoluto, épico, caótico, indescriptible. Era como si una ola de Keith Richards en plan carnavalero hubiera pasado por ahí, pero sin señales de su satánica majestad.
Recorrí los pisos superiores uno a uno. Todos presentaban la misma apariencia, como si despertando junto con el alba, después de una noche donde nadie quedó en pie. Qué calidad de desmadre. Seguí escalando pisos hasta llegar a la azotea. Ahí se rompía el silencio. Si Keith, Madonna y todos los demás no estaban ahí, me podía dar por perdido. Tenía ante mi la puerta que daba al aire libre. La puerta donde se leía el número cien. Noventa y nueve pisos abajo y todo hecho un tiradero vacío, pasando esa puerta estaba la clave del asunto.
Estiré mi brazo para abrir la puerta y justo en ese instante sentí el resonar de una guitarra. Las ondas sonoras eran tan fuertes y sólidas que me pegaron con su magno poder y caí rodando, piso tras piso, hasta la planta baja. Qué, mala, onda. Ahora a subir de nuevo. Afortunadamente, escuché el sonido del elevador y me introduje en él para evitar los mil cuatrocientos ochenta y cinco escalones.

* Sexto paso: perder el control
Al abrirse la puerta del asensor directo en la azotea, vi que se había armado un escenario enorme. La gente estaba congregada alrededor y en unas gradas improvisadas. En el escenario, Keith afinaba su guitarra, Madonna estaba ahí también. Encadenada como si se le fuera a ofrecer como tributo a King Kong.
Cuando Keith estuvo listo comenzó a tocar. Madonna se retorcía, el público gritaba, yo fui afectado por todo ello y, vuelto un demente poseído por la música, entré al gentío brincando, gritando y buscando llegar hasta adelante. El “eslam” era sofocante, el cansancio agobiante, una tormenta eléctrica comenzó a armarse en el cielo y descendía con furia sobre la tierra. Nadie en la azotea buscó refugio. Tener tanto aparato electrónico en medio de una tormenta eléctrica era pésima idea, y más siendo que todos estábamos empapados de lluvia y sudor, y el agua que caía se había encharcado debajo de nosotros. Un rayo bastaba para freírnos a todos.

* Séptimo y último paso: Hacer sonar la guitarra de Keith
Como espectáculo de intermedio, Keith metió a una enloquecida Madonna a un amplificador grandísimo, de paredes transparente para poder ver su interior. Keith se acercó y bajó el volumen del ampli. ¿Quién nos iba a hacer los honores de hacer sonar la guitarra para explotar a Madonna?
Keith estiró su mano con el dedo índice en alto para señalar a alguien. Me eligió a mi. Subí al escenario. Cuando Keith me pasó su guitarra me sentí más poderoso que nunca. Tan poderoso como para encarar al patrón. Keith subió el volumen a todo lo que daba. Con mi mano izquierda puse el acorde de Sol, tomando cuidado de no hacer sonar la guitarra. Levanté mi brazo derecho, púa en mano. Pegué un brinco y al aterrizar rasgué la guitarra con todas mis fuerzas.
Para cuando salí de mi éxtasis, Madonna se había convertido en miles de manchas espesas, rojizas, embarradas en las paredes de dentro de un amplificador.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Begoño Naleri

Mi historia empieza con el crack de mi guitarra texana desmadrándose en la cabeza de un albañil gandalla. Mi guitarra texana, mi más preciado tesoro, mi único tesoro, de hecho, aunque a partir de ese momento, mi tesoro pasó a ser otra cosa. Una prenda de vestir, ¿quién iba a pensarlo? Yo, el último en ponerse a la moda, el extraño que vestía que parecía que quería verse raro, ridículo o incluso mal. Pero bueno, les cuento de eso luego, primero mi guitarra.
Pinche albañil mamón, yo sólo iba pasando. No quise darme toda la vuelta a la cuadra y por eso entré en la obra negra de una que sería casona de esas chingonas chingonas. Digo, ¿qué de malo tenía eso?, cruzar por dentro de la obra en construcción. Pero el albañil se la tomó muy mal, igual y andaba crudo, o despechado, o algo traía, o tal vez nomás se quiso pasar de lanza conmigo, como me vio flaquito y de su vuelo, se quiso desquitar de algo que le había pasado en su vida y de lo cual yo no tenía ninguna chingada culpa. Pero bueno, que se me deja venir armándola de tos como todo un gallito de pelea. Sólo le faltó cacarear.
Ahora, mi respuesta en cualquier otro día hubiera sido correr, hacerme a un lado y esquivarlo para luego correr, o poner la guitarra a un lado y agarrarme a trompadas con el albañil, lo que hubiera acabado en una derrota mía por lo que hubiera aplicado las técnicas prohibidas de arañar, morder, jalar pelo y ps chíngue su madre, retorcer testículos, contra esa ni el más macho. Pero no, ese día andaba yo con mi aire de buena onda, con mi escudo protector del: nada malo te va a pasar y hasta cuando te vaya mal te irá bien. No era que hubiera fumado hierba o anduviera en esas crudas tempraneras, cuando la cruda no molesta sino es una especie de energía ahorrada de la noche anterior y uno despierta con tanta pila que no se puede quedar quieto. Nada de eso, era que llevaba el saco, mi otro recuerdo material que me había dejado mi cuatazo de pantalones bien puestos, aquel desgraciado que su más grande bendición había sido tenerme por amigo, me cae recontrascae de a madre que sí.
En cuanto a mi reacción. Sabía que mi único medio para ganarme la vida y seguir con mi sueño era por medio de la guitarra, de esa texana negra que me había dejado aquel wey, de esa guitarra que puso en una casa de empeño y que yo a escondidas compré, de esa guitarra que con todas mis fuerzas reventaba en la cabeza del albañil que me atacaba. Santo ranazo que se ha de haber llevado. No me importó romper la guitarra, como andaba dentro de mi capa de protección de la buena onda, sabía que otra guitarra conseguiría, o que de alguna otra forma iba a seguir tocando música, no había problema con eso.
No había problema porque traía mi saco de pana, ahora sí, mi único recuerdo de mi cuatazo de pantalones bien puestos, ese caballero andante cobarde que sacó lo valiente en aquella ocasión que no la debió de haber sacado, cuando yo no andaba ahí para defenderlo, cuando nadie andaba ahí para defenderlo, ni para hacer bola, siquiera, pero había que defender a su chica, y le salió lo valiente, y por valiente le dieron en su madre y por eso se largó del país.
Claro que si le preguntábamos por qué se quería ir, no nos iba a decir que fue por eso, sino que nos sacaba una de sus historias de que él era como Syd Barret, que nos había puesto el camino musical para que nosotros le siguiéramos y nos hiciéramos ricos y famosos ya sin él, que ya le tocaba salir del escenario que nunca llegamos a compartir para llevar una vida más relajada, viviendo como rey en tierra de campesinos, una vida de campo lejos del ajetreo coloquial, de las noches bohemias de visitar todos los bares del centro y entrar a algunos con la única meta de que nos sacaran por desmadrosos, por aferrarnos a tocar alguna rola, por querer brindar y declamar poesía parado sobre la barra o sobre una mesa, o por agarrarles las nalgas a la chica más chichona, y las chichis a la más nalgona, o por quedarnos dormidos. El caso es que se fue.
Yo me había quedado con su saco gris de pana, o algún material que se le parecía, yo no sé de telas. Cuándo él se lo ponía, se veía galán, cuando yo me lo ponía, en cambio, me veía teporocho… qué cosas más raras, ¿no?
Ese cabrón, aunque se oiga muy afeminado de mi parte (que no lo es), pero es la puritita verdad de la pura percepción mía, le daba color a mi vida. Ocurrente y muy divertido, ya al final, hasta regañarlo me divertía, aunque en el momento me sentía decepcionado y frustrado, pinche, incluso, pero pasaba un día y yo no podía seguir con el mismo encabronamiento que traía, lo que pasa, pasa y sólo queda seguir adelante. El wey siempre dijo que se iba a dar un rol por el mundo con su guitarra a cuestas, que ese iba a ser el viaje de su vida, quizás el último de su vida, quizás porque no lo quería sobrevivir, o porque no pensaba acabarlo nunca, ni en el día de su muerte. Eh ahí una más de esas ocasiones tantísimas en las que hablamos y hablamos de más, que decimos puritita pendejada, a veces ni nosotros nos la creemos, pero bueno, hay gente que se nutre de sus propias chaquetas mentales, nosotros somos de esos, por eso a veces no se nos cierra el pico.
Yo sentía cierta culpa. No lo debí de haber dejado salir sólo, no en esos días en que la banda en general andaba bien tensa, que en todos lados se agarraban a golpes, que todos se querían pasar de lanza con todos. Aunque era una cita entre él y su novia y ps yo no tenía pareja para acompañarlos así que yo me fui por otro lado. Igual y puedo pensar en eso para no culparme, pero como quiera me culpo, ni modo, así soy y por más que me repita que yo no tuve nada que ver, que igual y si yo hubiera andado ahí nos hubiera ido peor… total.
Total que como sentía cierta culpa decidí hacer ese viaje que él haría para su bien morir, aunque yo no lo iba a hacer con esa intención, yo quería hacer el viaje para vivir de verdad y ya luego seguir muriendo, por eso no me preocupaba romperle la guitarra al albañil, ni me preocupaba que salieran otros y que me rompieran mi madre, no me preocupaba no tener dónde dormir ni qué comer, ya se presentaría algo o alguien. Mis recursos eran amplios y había muchas cosas que yo podía hacer por dinero, por una supervivencia digna de un viajero con su guitarra a cuestas que acaba de tronar la guitarra en la cabeza del hostil y feo albañil ese.
Salí corriendo carcajeándome. No tenía miedo. No salí corriendo por temor a que alguien me persiguiera y alcanzara, no salí corriendo porque temía ver cómo había dejado a ese albañil después de reventarle la guitarra y darle dos que tres patadas mientras caía al suelo. Corría a toda velocidad, no queriendo escapar de algo, sino persiguiendo algo, persiguiendo mi sueño. No me iba a pasar nada, y lo malo que me pasara no era malo en verdad, era bueno con un disfraz. No era un engaño como los que yo solía aplicar para que la gente pensara, no era una mala jugada del destino, era una pequeña broma, así nada más.
Salí corriendo carcajeándome, entre más corría y más reía, menos aire sostenía en mis pulmones, más trabajo me costaba respirar y tuve que detenerme, pero al detenerme salía corriendo todavía más. Aquello se había convertido en una carrera de mí contra mí. Mi cuerpo que decía pérate mano, y mi terquedad que decía no, ni madres. A descansar cuando me muera o los domingos, decían las filosofías del rocanrol, primer proyecto de tantos que dejamos inconclusos.
Las filosofías del rocanrol. Esas filosofías incluían la buena onda que yo sentía, que me protegía, que emanaba de mi saco que había pertenecido a mi cuatazo de pantalones bien puestos. Así de pegaditos éramos. Podíamos dormir en la misma cama, pero con los pantalones bien puestos, lo nuestro sólo era cuestión de practicidad para combatir el frío. Cada quien en su ladito y cuidadito si te pasabas de la raya, pero como sabíamos a qué nos exponíamos en esas noches, ni nos movíamos, me cae. Cada quien en su lado, bajo las sábanas, inmóvil, acurrucado, con los pantalones bien puestos.
Salí corriendo y salí de la futura casa como un loco desesperado, alcanzando nubes, subiéndome en el aire para flotar alto, alto, a lo inalcanzable, igual y desde las alturas podía ver a mi cuatazo de pantalones bien puestos, igual y le mandaba un saludo desde ahí arriba, pero para poder subir había que correr a toda velocidad, gritar como desesperado, aletear con los brazos y dar brazadas con las alas que poco a poco salían a relucir, un par de hermosas y resplandecientes alas de humo anaranjado, morado y verde. Los ojos bien cerrados, mis pies eran suficientemente hábiles para no tirarme al piso, mi equilibrio andaba intachable, ni por dónde verle fallas hasta entonces. Ni tropezones ni pasos falsos. Parecía que patinaba, hasta el tiempo se detenía para observar. Sentí que el suelo cambiaba de elemento, abrí los ojos. Estaba en el negro río de asfalto. Un ruido ensordecedor acompañado de otro chillante taladraron mis oídos. Abrí los ojos para ver lo inconcluso, lo borroso de las sepa cuántas vueltas y vueltas, la pérdida de la vertical por una línea que fluye como el humo que el corazón de la tierra fuma escapando por entre sus poros, sus diminutos agujeros por donde sale la magia que la gente con prisa ha olvidado, ha perdido, ha matado.
No me iba a dejar llevar por la fuerza del impacto, era necesario mantener despiertos y prestos los sentimientos que pudiera para luego contar la historia con lujo de detalle, y en especial, lo que hacía de mis historias más interesantes y únicas: mi percepción de lo que iba pasando conmigo. Pude oler el miedo de la viejita cuanto se bajaba del auto. Ni se paró a ver cómo había quedado su Mustang, fue directito conmigo. No sé por qué comencé a reír. Sabía que la muerte no andaba cerca, así que no había por qué ponernos solemnes. Sentía todas las partes de mi cuerpo, pasé un escanner sensorial y luego me toqué para asegurarme.
Para cuando llegó la ambulancia, yo estaba dejando de escuchar ese zumbido intenso dentro de mi cabeza, estaba perfectamente bien excepto por una mugrosa herida que tenía en la cabeza. Lo primero que hice al notar la sangre fue quitarme el saco de pana gris para que no se manchara. ¿Qué pasó?, preguntaron los paramédicos. Ayúdenla a ella, creo que le dio un paro cardiaco. Me atropelló y se desmayó, igual y fue por ver tanta sangre. ¿Esa es tu sangre? Supongo. Es demasiada, deberías estar recostado, no te vayas a desmayar también. No, les digo que yo estoy bien, me levanté para insistir en que ayudaran a la ancianita. Ayuden a la anciana, miren, yo estoy bien, ella…
Desperté en la ambulancia, compartiéndola con la ancianita rumbo al hospital.

martes, 3 de marzo de 2009

Golpe de suerte

Esa pereza que envuelve hasta al más osado
Esa movida que atrae al afortunado
Esa ráfaga que escapa a la racha de suerte
Esa balada que baja la luz del ambiente.

Ese tiro que falló, aunque siempre dio en el clavo
Esa güera heredera de un imperio lejano
Esa ausencia desviada que aclama un presente.
Ese ímpetu joven que quiere ser rebelde

Ese golpe de suerte,
ese tiro de gracia
Ese presta y no alcanza a inclinar la balanza

Ese tramo pendiente
Esa brecha mojada
El sudor te delata

Esa carta que nunca dejaste de leer
Ese ídolo inmortal que cuelga de tu pared
Ese mandatario que ha quedado sin tropa
Ese beso que manda a volar a la ropa

Esa huida de siempre y siempre acabó ayer.
Ese tesoro que se guarda a tu merced.
Ese avión de papel que vive en ciudad airosa.
Esa cava de vino que aguarda gota a gota.

Pequeñeces que dan gran vida a lo inerte
Enfoques de un lado que dan ritmo a otro
El cierre de campaña en guerra de lodo
Es rico aquel que, sobre todo, divierte.

Ese golpe de suerte,
ese tiro de gracia
Ese presta y no alcanza a inclinar la balanza

Ese tramo pendiente
Esa brecha mojada
El sudor te delata

martes, 24 de febrero de 2009

Los malandrines que me quisieron apañar

Mi jefecita santa cumplió años un domingo. Bendita maldita suerte de que haya cumplido precisamente ese domingo. Ese domingo para cuyo sábado no me desvelé tanto. Ese domingo en que me desperté muy temprano con mucha energía. Ese domingo, pues.
Bien temprano, por la mañana, desperté con muchas ganas de hacer algo, como si los sueños fueran un mundo turbio que había que dejar atrás para comenzar las actividades del día. En toda la semana no había ido a entrenar que por la gripe, que por la graduación, que por la cruda, en fin, no fui, me faltaba hacer algo de ejercicio. Pero no tan temprano que da hueva.
A eso de las 7:45 am, (sí, las 7:45 am) me puse a tocar la guitarra a un volumen muy bajo pa no despertar a mi madre. Ya saben, que sacando arreglos para esta rola, que practicando cual, que redescubriendo una que no recordaba había escrito, bla bla bla. Cuando de pronto recordé que ese día cumplía años mi jefa. ¡Ingas pilingas!
Su regalo ya se lo había dado, un título en licenciatura en ciencias de la comunicación (¿qué más puede pedir que cuatro años y medio jodiendome la cabeza y frustrando mis actividades por estudiar una carrera “seria”?), pero había que felicitarla, ¿qué mejor que una serenata a medias e improvisada? Toqué a su puerta, entré, me puse a brincar en su cama y entoné “las mañanitas” con mi armónica, o bueno, medio entoné.
Le di su abrazo y le pregunté qué íbamos a hacer. Ir a misa y comer en casa de tu tía, acompáñame a misa, no seas gacho. ¡Chingas! No siempre es justo poner a una persona en posiciones como aquella en la que yo estaba. Misa... ir a misa... pero, mi jefa. Pta madre (en sentido de la expresión, no el sentido literal).
Le dije que aguantara, que iba a salir a correr hasta casa de un cuate donde había dejado mi bici pa recogerla de una vez.
Total, que salí a correr con mis mancuernas, haciendo uno que otro ejercicio con ellas, bla bla bla, pasos por aquí y allá, la carretera, casa de mi cuate, recogí mi bici, a pedalear, las mancuernas se me encajaban en la espalda porque las traía en la mochila, pasé a casa de mi novia a entregarle un poema el cual dejé con mi suegra porque mi querida estaba dormida (tenía migraña) y a pedalear otro rato y al fin llego a mi casa.
Ps va, jefa, te acompaño a misa, pero yo no voy a ir a misa, yo me llevo mi guitarra y me pongo a tocar en la plaza. Ps va.
Y ahí estoy, tocando en la plaza de un pueblucho de rancheros sombrerrudos al que les gusta ir a mi madre y mi tía que porque el padre disque da misas bien padres, válgame la redundancia.
Todo iba bien, ya llevaba como 23 varos, ya me había puesto en contacto con los dioses risueños y de la buena onda y me estaba gustando mucho el sonido de la guitarra, el calorcito dominguero, el ambiente de plaza, de tianguis, de cruda y de hueva. Yo apostando por el rocanrol.
Cuando de repente, pinche juventud de ahora, pinches lepes sin quehacer, ¡¡¡pinche humanidad jodida de mierda!!! Unos malandrines me quisieron apañar.
Chingas, una piedra cae en el suelo. Chingas, otra me da en la cabeza. Para entonces ya sabía que me estaban atacando. Primera reacción: proteger la guitarra. Valían madre las punzadas y a sangre que escurría por mi cabeza... ¡la guitarra! ¡que nadie toque mi guitarra!
¡Nches, ojaldras! ¡No sean culeros!, gritaba yo mientras abrazaba a la Cascanueces (la guitarra) protegiéndola de todo mal. Las pedradas cesaron. Los chamacos se reían imponentes. No pasarían de 17 años, igual y alguno había de 14, no me importó, corrí tras ellos para ponerles en su madre. Escuincles de mierda, ¿quiénes se han creído? Intentando apañar a un “rocanrolero” con su guitarra. No, no manches, no se podía quedar así.
Y que me lanzó al zafarrancho. No sé cuántos pasos di y que volteo a ver a la Cascanueces... quien sabe de dónde diantres salieron otros malandrines y se acercaban amenazadoramente a la Casca.
Sepa cuántas imágenes se presentaron en mi cabeza de uno de los chavos reventando a la pobre e indefensa Casca en el suelo. Los gemidos de dolor de mi querida siendo destrozada taladraron mi cabeza. La sangre subió demasiado aprisa que perdí el control. ¡¡¡Nooooooo!!!, grité con todas mis fuerzas. Di dos saltos olímpicos para no flanquear otra banca y unos matorrales. Casi casi me teletransporté, la integridad física de la Casca estaba en juego.
Con todas mis fuerzas, estoy casi seguro de que me pasé de lanza, solté tremendo patín al costado del chavo que estaba reclinado en mi estuche, agarrando las monedas. El pobre soltó un gemido junto con el cual salió todo el aire de sus pulmones. Sofocado, se quedó en el suelo en posición fetal, batallando para respirar.
Yo estaba por pedirle disculpas, porque en verdad me sentía mal por haberlo pateado tan, pero tan macizo, pero no pude acabarme de sentir mal porque otros tres malandrines salieron de la nada y me apañaron.
Sumido en un baño de golpes y patadas, yo no sabía ni por dónde me daban hasta que agarré a uno y lo abracé. Intenté ponerlo como escudo y la técnica pareció funcionar porque los otros dos dejaron de golpear.
Aplicando una de mis técnicas más mortíferas de defensa personal, metí pata y usándola como palanca empujé en el pecho mi escudo humano que cayó como tabla, también, sofocado.
Ya nomás quedaban dos. Yo retrocedí sacadísimo de onda. Estaba bien mareado, bien madreado y la mera verdad ya nomás quería paz. La furia de mi cabeza desapareció al ver que los chavos no tenían intención de destruir mi guitarra, nomás iban por el dinero, el maldito dinero...
Uno de los dos que quedaban de pie ayudó a incorporarse al que había tumbado y el otro fue a auxiliar al que había pateado. Parecía que la bronca había llegado a su fin, o al menos eso era lo que yo más deseaba.
Me duele, me duele, decía al que había pateado mientras lo ayudaban a levantarse. Las lágrimas le resbalaban por sus mejillas rojas como tomates. Era el más pequeño de los cuatro, al que más duro me tupí. Una sensación tan desagradable pasó por mi estómago. Bajé mi guardia. Perdón, le dije, pensé que querías romper mi guitarra.
De sentirme mal conmigo mismo pasé a sentirme tan, pero tan pendejo. ¿Cómo que le pedía perdón a los que me quisieron apañar? Me agarraron a pedradas, me quisieron robar y ¿yo les pedía perdón? No, no manches, ¿en qué mundo vives, caon?
Los chavos se fueron. No pude ponerme a pensar si el intento de atraco había sido porque eran niños de la calle, de esos que le hacen al resistol para no sentir el hambre; o simplemente unos culeros sin quehacer, porque sucedió lo más insólito que jamás me ha sucedido. La gente alrededor me aplaudió. No, ya ni la chingan, me cae.
Un señor se me acercó. Muy bien, chavo, ya hacía falta que alguien los pusiera en su lugar a esos escuincles, siempre andan molestando a la gente. Pta madre, contesté, ¿¡si tanto les cagan, por qué nadie me ayudó?!
Recogí mis cosas y me fui.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Esperando a que salieras de clase

No son más que palabras
y nada más que eso,
o al menos a primera apariencia.
Curvas y rectas,
signos derechos,
hechos que escapan a la conciencia,
pues si no dejara que esta pluma
resbale a su placer en una
ausencia mental.
¿Cuántas cosas se me pasarían
para descubrir las que valen la pena?

Sentado, me he vuelto asesino,
espero, matando las horas.
Las letras sirven de cuchillo.
El crimen nadie me lo cobra.
¿Y ahora?
hasta no verte salir por esa puerta
hasta no mirar con pausa, tus ojos,
hasta no besar tu despedida
hasta no salir de este trance
admirando tu sincera sonrisa,
este trance del que escribe sin prisa.
Fin.

Fin, qué bonita palabra
siempre y cuando no hable de ti.

lunes, 16 de febrero de 2009

Baila conmigo, flama de vela...

Baila conmigo, flama de vela
llévame al son de tu compás.
Saca a tu amiga, flema de la tierra,
desdóblate al borde del océano.

Contemplas tu último respiro
y antes de que el grácil olvido
te deje atrás...

Vuelve al danzón tiritante,
luna en cuarto menguante,
la música in crechendo.

El decreto de paz acecha.
La ventana tiembla en colmenas de auxilio.
Desde el manicomnio un genio delira respuestas.
Lentamente, la colcha a cuestas
renace en un par de suspiros.

Despiertas, y una vena seca
pide un baño de miel.
Digna faena.
Pieza brillante.
Y sigue un sonido capaz de resistir.
Frío. Vino. Tuerto. Hueco.

El no entender ni madres y como quiera seguir.
El cambio de lugar para pretender asistir.
¿De vuelta en clase?
Antes retirado sin comenzar
que un pobre y ojeroso estudiante cansado.
Las palabras tornadas graznidos
las agallas de vuelta al nacer.

Fétido aroma de alegre resaca.
Todo es lo mismo pero nada es igual.
Todo es lo mismo pero nada es igual.

viernes, 13 de febrero de 2009

Qué importa

Sí, caon. Órale, aquí te espero.
Puf... no manches, ¿qué se traerá este güey? Espero y no haya hablado en serio. Na, de seguro ha de ser otra de sus historias que intenta llevar a su vida para darle disque más realismo viendo cómo reaccionarían las otras personas.
Pta, pero... no, no manches. ¿Y si hablaba en serio? Me cae que sí es capaz de hacer una de esas locuras. Ay güey... y me habló luego-luego pa´ que le tirara un paro. Es bien chido ese cuate, carnalazo de los que no dejan morir solos aún sabiendo que a él también le va a tocar una joda si se queda, pero se queda. Cuando uno de esos carnales te pide una mano, te contempla en esta clase de locuras que sabe uno que no tienen vuelta pa´tras... debe de confiar un chingo en mí, un chingo.
No lo puedo defraudar. Y ni que pidiera mucho, el güey, no por las acciones por hacer, sino por el énfasis que pones al hacerlo. Con que le pongas huevos, suele decir, no importa si no la hacemos y si perdemos si sabemos que le pusimos todo lo que pudimos. No lo puedo defraudar. Aunque, tal vez, en esta ocasión sí se haya pasado de lanza.
Chale, no es que sea culo, pero, estas cosas se hacen con un plan, no a lo pendejo y al chíngue su madre. Nos van a agarrar, estoy casi seguro de que nos van a agarrar. No hace falta que uno sepa moverse o mantenga la calma, hace falta conocer gente, ese tipo de gente, gente que se encarga de situaciones como ésta, y no tenemos esos contactos.
Pta, qué chingón está éste solo de guitarra. Sí, a huevo, no manches, hay que largarnos. Es la oportunidad que esperaba. Igual y es una oportunidad bien, pero bien locochona y arriesgada, pero si así se presentan las cosas, ¡tómala y dale! A huevo... uuuuu, qué buen sólo. ¿De quién es la canción? A huevo, Pink Floyd. Bueno, voy a alistar todo pa cuando llegue este güey y no perder tiempo.

- ¿Qué pedo, va en serio ésta onda?
- Tan en serio como que no puedo quedarme quieto. Órale, órale.
- ¿Te vienen siguiendo?
- No sé, espero que no o habrá que darnos un buen tiro, porque si nos agarran ya valimos madres.
- No mames, cabrón, ps qué hiciste.
- Ya te dije güey, fue algo impulsivo y que no pude controlar. Movidito, cabrón, movidito.

Nos subimos al coche, arranqué y nos largamos a toda velocidad.
Mira, caon, chécate esto. Abrió su mochila...
- No mames, es... nunca había visto una. ¿Cómo sabes que sí es?
- ¿Qué no la sientes? Hasta se puede respirar. Es otra onda este pedo.
- A ver, cuéntame bien, pues, ¿cómo le hiciste para atraparla?
Se quitó los lentes oscuros...
- Güeeeeey, estás bien pálido. Te ves bien demacrado, como si naufrago en alta mar.
- Ps es esta onda que me absorbe. Hay que canjearla de volón pimpón.
- Estás de buenas, ¿verdad?
- Pues claro, güey. Este tipo de cosas no se hacen todos los días, y no se puede hacer estando de malas. O te avientas de lleno o mejor ni le hagas al loco, porque no la haces, no la cuentas. Imagínate si la libramos... pta, ¡vamos a ser leyendas!

Chin, no había pensado en qué sucedería si no la libramos... olvidados de la faz de la tierra, de todo recuerdo y de todo momento. Desterrados al vacío sin desaparecer por completo. Ya no nos volveríamos estrellas, no brillaríamos en el firmamento, no reviviríamos cada que alguien nos recordase porque dejaríamos de tener un sentido. Nos convertiríamos en una nada privada. En nada. No somos nadie.
- ¡Eh! Al tiro, mano, andas en el avión. Te necesito concentrado. No te azotes con malas ideas. El momento, caon, el momento es el que vale.
Dos chasquidos de dedos y un aplauso me hicieron regresar de ese terreno turbio y fangoso de las ideas oscuras. Era verdad, se podía sentir. Aquello ya me estaba queriendo manipular y yo ni siquiera había estado en contacto con ella. ¿Cómo estaría mi cuate, quien la atrapó?
No manches... qué chingón y qué miedo tener ese alumbramiento para poder ver una y sin pensarlo ir tras ella. El alma de una estrella en su eterno resplandor.
- Perdón, caon. Ps es que... ya sabes, está cañón este pedo.
- Ps claro que sé, por eso te hablé a ti, no a cualquier pendejo.
- A huevo, maestro.
No pude ocultar una sonrisota de oreja a oreja. Me estremecí, creo que hasta suspiré. Qué chingón que te contemplen. Qué chingón que te contemplen para algo tan cabrón. Qué chingón que ni chistéen para contemplarte en algo tan cabrón, como si fuera una reacción, un instinto; sin pensarlo, sin dudarlo, confianza plena y total, mente en blanco excepto la idea principal. Qué chingón formar parte de la mente en blanco de alguien. Te conviertes en una huella indeleble... bueno, a menos que fracasemos, entonces no seremos nada... no seremos nadie... no tendremos sentido... el vacío, tan largo, tengo frío, me rompo, tan nunca. ¡Ya, cabrón!, agarra la onda.

- Tenemos que llegar a un santuario para dejar esto, y rápido, que me desfallezco.
- No, no mames, no te duermas, que te vas y nunca vuelves.
- Y desaparezco.
- ¡Está brillando ese pedo!

Llegué de rodillas al santuario, con mi amigo en brazos, desfallecido de hacía un buen rato. Yo comenzaba a sufrir de escalofríos prolongados que no cesaban, no cesaban en su empeño. No hacía falta demostrar que yo no soy más que un humano, un simple ser humano. No hacía falta comprobarme que hay poderes más allá de mi entendimiento y comprensión, y que me estaba metiendo con uno de esos poderes. Faltándole al respeto que un subyugado tiene ante un superior. No hacía falta que me lo comprobara, pero como quiera lo hacía.
¡Santuario!
Se abrieron las puertas y ya no supe ni qué pasó. Todo fue tan confuso. Comenzaba a perder mis sentidos. Me desfallecí. Qué si lo logramos o no, ¿qué importa?

martes, 10 de febrero de 2009

El concierto de Kutuc

1. Carretera, exterior, día.
El vochito blanco de CLEMENTE va por la carretera, a cierta lejanía se encuentra la ciudad.
CLEMENTE:
Mira, ahí están los edificios, ya vamos a llegar.
RIGO:
¡A huevo!

2. Vochito de CLEMENTE, interior, día.
CLEMENTE, el Malamen de Souza, va al volante. Pelón, prieto y con su piocha de bolchevique; no puede haber personificación con más maldad. Chamarra ligera de piel, negra; pantalón de mezclilla roto en las rodillas y pisoteado en la bastilla; botines de seguridad café despintado.
RIGO de copiloto. Bandana roja en la cabeza, pelo café, despeinado con partido de lado; bermudas amarillas; chalequito hippioso muy colorido sobre una playera interior blanca sin mangas; zapatos negros estilo niño de primaria.
RIGO (con amplia sonrisa):
¿Estás contento, mano?
CLEMENTE:
Así es, chiquitín... ¡Wuuuu!

3. Calle, exterior, día
Plano general. El parque recreativo “Chinchampú”. Se ve mucha ente formada en taquillas, otros formados para entrar al parque. Se distingue un escenario a lo lejos, hay una manta gigantesca que dice “Kutuc en concierto”.

4. Parque recreativo Chinchampú, exterior, día.
CLEMENTE y RIGO van entrando al parque.
RIGO:
Todavía falta un buen rato pal concierto, vamos por unas chelas.
CLEMENTE:
Vamos.

5. P.R.C., exterior, día.
RIGO y CLEMENTE están parados, cotorreando y viendo chicas. Se distingue un individuo “reiver”. Pelo alborotado de corte muy raro, patilludo; lentes oscuros, grandes, cuadrados; una playera café caca, opaca, cortita.
RIGO (a CLEMENTE): Ese güey viene a ver a Zhoer.

6. P.R.C. exterior, día.
El individuo de pinta “reiver” llega con RIGO y CLEMENTE
REIVER:
Eh, amigo, ¿traes un toque?

7. P.R.C., exterior, día.
RIGO se ríe ante la pregunta. CLEMENTE se encoge de hombros.
RIGO:
Jaja. No, maestro, yo no traigo.
REIVER:
Uuuu, mal rock. ¿Sabes con quién pueda conseguir? Es que ya va a tocar Zhoer y quiero verlos bien acá.
RIGO:
No, maestrín, ps te hubieras venido preparado, si tanto te urge.
REIVER:
Si trajimos, nomás que nos la quitaron los guardias de la entrada.
RIGO (pensando):
Qué pendejos
RIGO (al REIVER)
No, ps que mal pedo, menos mal que los dejaron entrar.

8. P.R.C., exterior, día.
El Reiver se da la vuelta y camina rumbo a sus amigos, levanta una mano despidiéndose.
REIVER:
Ps ahí vamos a estar mero adelante, si consigues, ps te mochas, ¿no?
RIGO levanta su vaso de cerveza en señal de despedida.
RIGO:
¡Orale!
RIGO a CLEMENTE:
¿Qué te dije?
CLEMENTE:
Pues sí, tu le viste la pintota de Zhoer y él te vio la pintota de marihuano.

9. P.R.C., exterior, día.
Plano general de RIGO, donde se le ve la pintota de marihuano.
RIGO:
Naaaaaa, ¿apoco tengo pinta de marihuano?
CLEMENTE (V.O):
Un poquito, sí.

10. P.R.C., exterior, día.
RIGO y CLEMENTE están ahí nomás, parados.
RIGO:
Ps le atinó, tonses.
CLEMENTE:
¿Y por qué no le diste?
RIGO:
Ps más pal rato, maestro, más pal rato. No quiero desperdiciar con Zhoer, aparte, hay que esperar alguna señal.
CLEMENTE:
¿Qué señal es esa, eh?
RIGO:
PS la señal... tu sabes, la señal de antojo, ¿qué sé yo?
CLEMENTE:
Bueno...
VOZ (V.O.)
¡Eseeeeeeeee!

11. P.R.C. exterior, día.
Un chavo llega y saluda a CLEMENTE con un efusivo abrazo.
RIGO:
¡O eseeeeeee! Quihúbole, maestrín.

12. P.R.C., exterior anocheciendo.
Se ve un atardecer muy bonito. Los tres jóvenes se le quedan viendo.
CHAVO (entre RIGO y CLEMENTE, abrazándolos)
Ta de pelos el atardecer, ¿traen un toque?
RIGO:
Es la señal.

13. P.R.C., exterior, atardecer.
El CHAVO dirige el camino hacia el tumulto de gente, rumbo al escenario.
CHAVO:
Hay que meternos entre la gente pa que los de seguridad no nos apañen.

14. P.R.C., exterior, noche.
NARRADOR:
Después de fumarse un porro, RIGO y CLEMENTE se quedaron escuchando Zhoer para darles una oportunidad de entrar a sus gustos musicales.
Primera canción.- cara de aburridos.
Segunda canción.- Clemente papando moscas y RIGO sacándose un moco.
Tercera canción.-
RIGO:
¡Suficiente!, no aprovecharon su oportunidad, siguen tocando la misma mierda.
CLEMENTE:
Vamos a comer.

15. P.R.C., exterior noche.
RIGO y CLEMENTE están mirando un gran cartelón que dice “MONCHIS”, que da la entrada al área de comidas.

16. P.R.C., exterior, noche, zona de comida, mesa.
En una mesa con muchos platos vacíos, RIGO y CLEMENTE reposan la comida.
CLEMENTE:
No manches, qué rico.
RIGO:
Vámonos ya, para agarrar buen lugar para Kutuc.
CLEMENTE:
A huevo.

17. P.R.C., exterior, noche, afuera de los baños.
RIGO y CLEMENTE pasaron a un lado de los baños. Era una zona rodeada por arbustos, dentro, muchos baños portátiles.
RIGO:
Cámara, tengo que ir al baño.
CLEMENTE:
Mejor ahora que a mitad del concierto.

18. P.R.C., exterior, noche, zona de baños.
Entraron en la zona de baños. Mucha gente “cazando” puertas que se abrieran para apañar casetita.
RIGO:
Pta, huele a zona de desastre.
CLEMENTE:
Espero no pisar un charco...

19. P.R.C., exterior, noche, afuera de los baños.
RIGO esperaba a Clemente afuera de la zona de baños.
CLEMENTE:
¿Todo bien?
RIGO:
¡No! Por poco me muero. No puedo estar sin respirar tanto tiempo, tuve que hacer en un arbolito de por allá a la sorda.

20. P.R.C., exterior, noche, frente al escenario.
RIGO y CLEMENTE intentan llegar lo más adelante posible entre todo el gentío. CLEMENTE va adelante y se detiene, está buscando algo, alzando su cabeza.
RIGO:
¿Por qué te detienes?, sigue avanzando.
CLEMENTE:
ABÚ ya se nos perdió.
RIGO:
N´ombre. En un concierto nadie se pierde. Todos estamos donde debemos estar, en su debido momento.

21. P.R.C., exterior, noche, frente al escenario.
Plano general del escenario grande. Los instrumentos puestos, las bocinitas listas, una multitud de gente, una pantalla gigante, una grúa con cámara. Entre la gente salen dos globitos de diálogo.
1:
Hasta aquí llegamos.
2:
Ps ta bien.

22. P.R.C., exterior, noche, frente al escenario.
NARRADOR:
Quince minutos después. Rigo y Clemente entre la gente.
RIGO:
No manchs, ya me dieron las de mear otra vez y estos canijos que no salen.
CLEMENTE:
Aguántate, men, si te vas, ya no regresas.
RIGO:
Ya sé, chinga, pero si me quedo, me mojo.

23. P.R.C. exterior, noche, frente al escenario.
RIGO ha desaparecido hacia abajo, Clemente permanece a la vista.
CLEMENTE:
¿Tons qué piensas hacer?
RIGO (desde abajo, V.O.):
En eso ando.

24. P.R.C., exterior, noche, frente al escenario.
RIGO emerge de entre el gentío sosteniendo un vaso.
RIGO:
Mi salvación.
CLEMENTE:
No manches.
RIGO:
¿No? ¡Mangos! Precisamente para no manchar.
(de por la bragueta se oye un ziip).

25. P.R.C., exterior, noche.
RIGO:
Has ruido para sordearla.
CLEMENTE:
¡¡¡Oleee, oleee, oleee, oleee Kutuuuuc, Kutuuuc!!!

26. P.R.C. exterior, noche.
Plano general de toda la gente gritando ole ole Kutuc. En la mega pantalla, se ve a RIGO orinando.

27. P.R.C., exterior, noche.
CLEMENTE señala a la cámara colocada arriba, a unos cuantos metros de RIGO, éste orina con cara de placer y alivio.
CLEMENTE:
¡La cámara te está grabando orinar!

28. P.R.C., exterior, noche.
Toma de primera persona de la cámara. Se ve a Rigo volteando sorprendido y enojado, la gente a su alrededor algo asqueada y molesta.
RIGO:
¡Mierda!

29. P.R.C. exterior, noche.
Primera persona de la cámara. Ahora RIGO está aventando sus orines a la cámara.
RIGO:
¡Toma esto!

30. P.R.C., exterior noche.
Cuando los orines caen en la cámara, ésta saca chispas y pequeñas explosiones que darán a un apagón general en el siguiente cuadro.

31. P.R.C., exterior, noche.
Plano general del escenario y la gente. No hay luz, muy apenas se puede ver. De entre la gente salen globitos de diálogo.
- ¡Apañen al orines!
- ¡Línchenlo!
- ¡Vejiga de anciano!
- ¡Pártanle su madre!
RIGO:
Hora de pelarse.

32. P.R.C. exterior, noche.
En medio de la oscuridad y confusión, RIGO y CLEMENTE logran escapar el violento tumulto de personas. Salen a la calle y ven el vocho. Corren a él.
CLEMENTE:
¡Nos salvamos!

33. Vocho de CLEMENTE, interior, noche.
CLEMENTE:
¿Y ahora qué hacemos?
Riiiiiiiiing riiiiiiing (suena el teléfono de RIGO)

34. Vocho de CLEMENTE, interior, noche.
RIGO:
Era mi primo preguntando si ya había acabado el concierto para ir al bar Desmadre. Dice que nos tiene una sorpresita.
CLEMENTE:
Ps bueno...

35. Bar Desmadre, exterior, noche.
RIGO y CLEMENTE llegan al bar. El primo los recibe afuera.
CLEMENTE:
¿Cómo estás, men?
PRIMO:
De lujo, me cae. ¿Cómo les fue en el concierto?
RIGO:
Puts, de la cola, ahorita te contamos. ¿Cuál es la sorpresa?

36. Bar, interior, noche.
RIGO y CLEMENTE siguen al PRIMO en el bar. El primo estira su brazo señalando al escenario donde una banda se prepara para tocar.
VOCALISTA:
Buenas noches, banda...
PRIMO:
¡Miren!
RIGO y CLEMENTE:
¡Es Kutuc!
PRIMO:
¡Y yo no pagué ni un centavo!

jueves, 29 de enero de 2009

En la primera línea de fuego

En la primera línea de fuego
la tierra no se colma de sangre,
las suelas bien teñidas de rojo
echan raíces con cada paso.

En la primera línea de fuego
la tierra no se ablanda, es tan dura
como duro fue este corazón
para no llorar al despedirme.

Antes de la última marcha a carga,
antes de valerme como bestia,
antes de ser cazador y presa;
tus ojos parpadearon sonatas.

Antes fusilado y dado por muerto
que muerto por olvido enfundado.

Mirada tras cascada de amatista.
Tu sonrisa, un son en la marimba.
Mi pecho aprieta morada historia
de amor, de muerte, de libertad,
... nunca hubo lugar para la gloria.

Escribe y sella tus cartas con besos.
Mándalas aunque no llegue a leerlas.
Que se quemen, junto a todos los cuerpos,
junto a todos los cuerpos que cayeron
en la primera línea de fuego.

martes, 27 de enero de 2009

A lo pendejo

Los aspirantes al trabajo estaban ansiosos, sentados en los pupitres de un salón acomodado para presentar su examen de ingreso a la compañía. Era un sueldazo, no se lo podían perder. A juzgar por las apariencias de las personas, se les veía preparados, lógicamente habían varios que hablaban de más y presumían de sus mocos dorados y que no sé qué más patrañería.
Se abrió la puerta y entró el responsable de las entrevistas y su ayudante. El responsable, típico fanfarrón que parece que le ha ido de lujo en la vida. Corte de pelo bien moderno, su fragancia masculina cautivadora para mujeres que se fijan en eso, dos tres pulseras y adornos bien a la moda, traje impecable y cara de “yo me las sé de todas todas”. Se paró enfrente de los pupitres mientras el ayudante, el típico muchacho tímido jorobado y narizón de oficina, repartía, uno por uno, los papeles del examen.

- Hay tres formas de contestar este examen. – aclamó el fanfarrón. - Una. Lo más honestamente posible, eligiendo la respuesta sin tener que analizarla a fondo. Dos. Considerando qué es lo que la empresa espera de ustedes para entonces contestar eso que ustedes creen que nosotros queremos ver en sus exámenes. Y tres. Habiéndome escuchado, considerando las dos primeras formas y entonces eligiendo qué es lo más próspero para ustedes.
“Ahora, por favor, comiencen.”

No habían pasado ni cinco minutos cuando un joven se levantó de su asiento y se dirigió al responsable.

- No contesto dudas.
- Ya acabé. – contestó el muchacho, entregando su examen. – Te faltó una forma de cómo contestar el examen...
Después de entregar sus papeles, el joven se dirigió a la puerta, se puso sus lentes oscuros, echó una rapidísima mirada a los otros aspirantes, se volteó y encaminó afuera.
- ...a lo pendejo.
Y cerró la puerta a sus espaldas.

Como este es un cuento pendejísimo y mamón, debe tener un típico desenlace que puede arruinar todo el cuento, o por otro lado, darle un sentido bastante estúpido y pedante. El caso es que el joven que contestó su examen a lo pendejo obtuvo el trabajo. ¿Pero cómo? Pues sí, el chiste era contratar a alguien difícil de manipular. Háganme el mentado favor. Que disque para ser representante y vocero de la compañía en ciertos rubros de la política y comunicación.

lunes, 26 de enero de 2009

Surgirá un plan maestro

Ya no existen los míos conmigo
Yo no sé a dónde se han ido
Los desaparecieron del mapa
Yo no sé...
Yo no sé...
Yo no sé qué será de mi.

Ya no existen anhelos conmigo
¿dónde diablos se habrán metido?
Seguir, ¿qué chiste tiene?
¿para qué...
¿para qué...
¿para qué vivir así?

¡¡¡Nooooooooooo!!! No tesuicides.
Dios te tiene una misión – muy importante
Debes ir al cine – y ver la función de hoy
Surgirá un plan maestro
Surgirá un plan maestro.

Dios le dijo algo así, o al menos trataba de algo como esto:
- Ya estoy harto. Harto, harto. Pnchs humanos pendejs, caon. Está bien que me idolatren, digo, aunque no me hace falta. Yo ni se los pedí. Pero que se pongan de acuerdo, al menos. Tengo demasiadas formas con ellos, formas que ellos me inventan, pero en sí, en mí, soy uniforme. Aparte, qué flojera, hacen cada cosa en mi nombre... mi nombre por bandera. ¿Ps de qué se trata, me quieren echar la culpa su no les sale como querían que les saliera? Caray, eso no es correcto. Y si no hacen sus pendejadas, hacen cosas ridículas y que, francamente, me dan hueva, ¿a ti no? Y ps tampoco se trata de eso.
“ Tonses, mi amigo, quiero que vayas al mundo, hagas una revolución en mi nombre (te firmo lo que sea necesario, no pongas esa cara), y que esa revolución acabe, internamente (no quiero que usen su fuerza bruta), con todas las organizaciones y agrupamientos que creen que yo los respaldo, los castigo y agradezco sus alabanzas, porque no lo hago. Quiero que la revolución acabe con su falsa fé.
“Pierden su tiempo, así nunca van a llegar a mí. Eso es uno. Y dos, ya me tienen harto.
“Tonses, ¿estamos?”

martes, 20 de enero de 2009

El goce de un metalero

Ringo y Esthar se tomaban unas chelas en el Confesionario, platicaban de que no eran muy exigentes con las chicas, desde cierto punto e vista. Sólo quiero que pueda venir conmigo aquí, y pasársela bien. Eso es todo. Bla bla bla bla. Sí cómo no. Pobres incomprendidos. Lo que querían era una chica alivianada, de otra ciudad, según ellos. No me molestan las vaqueritas, decía Rigo, de hecho, me atraen y me antojan bastante. Es el medio del vaquerismo que no me late. Siempre se pelean, caon, siempre, y se pelean retegacho. No es que sea un cobarde gallina, que lo soy, pero qué hueva tener que andar siempre presto porque un cabrón te quiere pegar por cualquier pendejada. Pobre banda reprimida. Tienen demasiado coraje reprimido. ¿De dónde vendrá? Ps quien sabe, ¿qué me importa? Ps total...

Total que en esas andaban. Tomando chelas, pensando en la mujer que quisieran tener a su lado, pensando en la bebida que estaría tomando, pensando en qué estaría pensando, pensando en cómo sería besarla, pensando en cómo sería tocarla, pensando en cómo sería abrazarla, pensando en cómo sería acariciarla, pensando en cómo sería despedirse de ella, pensando en qué estarían platicando, pensando en cómo estaría vestida, pensando en qué contestaría a tal comentario.
Entre que se hacían sus chaquetas mentales, no evitaban voltear a ver el televisor. Videos de metaleros, claro. Conciertos masivos donde greñudos tocaban en el escenario y prendían a la banda de tal manera. Ringo se perdió en esa cadena de ideas. Ringo, el metalero frustrado porque tocar metal en la guitarra era demasiado rápido y él no alcanzaba, y cantarlo era muy agudo. Pero en la prepa bien que era metalero. Disfrutaba de las rolas, de la energía de la distorsión, de mover parriba y pabajo el greñerío abundante.

- De entre todas las tribus urbanas que existen, creo que nadie goza tanto y con tanta energía como un metalero en un concierto. – comentó Ringo, como si sus palabras fueran perlas de sabiduría.
- ¿Tu crees?
- Sí, güey, me cae. Fíjate. Un fresa no disfruta tanto en un antro, tomando Bacardí. Un vaquero no disfruta tanto cuando monta un toro o caballo. Un futbolista no disfruta tanto cuando mete un gol, por más chingón que sea el gol. Es más, no creo que un marihuano disfrute tanto cuando fuma mota.
- Aaaaaaa, ¿te cae?
- Me cae, caon. Se disfruta bastante, pero no tanto como los metaleros en un concierto, ese desmadre es de otro nivel.
- No ps ta cabrón.
- Ta cabrón. Es más, caon, así te la pongo. Un metalero disfruta más en un concierto que un satánico sacándole el corazón a una persona en uno de sus ritos oscuros.
- ¡No mames! Eso está cabrón.
- No me imagino nada más cabrón... o bueno, ¡cámara! Esta se la mata a todas. Un metalero disfruta más un concierto que un padrecito violándose a un niño.
- No mames, güey, eso está cabronsísimo.
- Fuerte, ¿no?
- Pasado de lanza. Están cabrones los metaleros.

Ringo y Esthar patean traseros

Esthar pasó por Ringo, a casa de éste para salir de reventón el primer jueves después de la graduación. El jueves es sagrado. El jueves tiene nombre de rock. El jueves brindo por la cruda del mañana y pido otra cerveza más, ps chinque su madre, ¿qué más da?
El jueves que presenta promociones de licor por todos lados y que aloja grupos en vivo por doquier. Sagrada y digna debe ser siempre la cruda del viernes. Los deambulares de un zombie fumigado que vaga buscando calor, la estela del reventón que se difumina en una ola de responsabilidades y vida madura. El que la hace, la paga, no hay de otra. Lo que queda es reventarse de lo lindo para que a la hora de cobrar, cobren bien.

- Espera. – alertó Esthar. – No enciendas. Hay una patrulla detrás de nosotros.
- Yo ya estoy bien. – dijo Ringo.
La patrulla los rebasó sin pos de conflicto. Ringo y Esthar se relajaron.
- No hay lugar más seguro que detrás de una patrulla.
- Bueno, pues, uno más y quedo bienavenvionado.

Los tacos que masticaban eran deliciosos. Tortillas de maíz, así se sentían más chavos banda, como que las prietitas de maíz se la cotorreaban mejor que las paliduchas (también deliciosas) de harina. Las de maíz representaban su pasado, su lugar, esa popularidad que los intermezclaba con el medio al que querían pertenecer, al menos esa noche. Las de harina eran más exclusivas, menos aceite y menos resbalosas.
El queso era una añadidura especial. Duplicaba el tamaño del taco, evitaba que la tortilla cerrara. Era el oro blanco para el paladar hambriento y antojado. El limbo del pecado sagrado. ¡Benditas sean mis ofensas!
Las salsas los miraban en su apacible estado licuoso. Verde, guacamole, chipotle y de árbol. Había que probarlas todas. ¡Una orden de tacos por cada salsa! Cinco tacos la orden. Veinte tacos a tragar.
Las barrigas se desplomaban. Veinte tacos y un chesco. ¡Qué delicia! La cuenta, por favor, para alcanzar el horario del dos por uno en chelas en el Confesionario, la embajada del metal en el centro.

- ´Nche cena bastarda, caon.
- ¿Bastarda!
- No tuvo madre. – dijo Ringo sobándose su crecidita barriga. – Tes güinápuri, mano.
- Bueno, pues salgamos de este changarro o se nos va a pegar la onda de la plaza esta de los viejitos... – Esthar volteó hacia ambos lados, como si precaviendo no revelar un misterio. - ...huevones.
- ¿Y por qué tanto misterio?
- Porque a los viejitos no les gusta que les digan huevones.
- Ahh chinga chinga. Pus que demuestren lo contrario.

Justo iban saliendo del changarro cuando se topan con una espesa fila de millares de viejitos que les impedían el paso. Se veían como en cualquier otro día, con sus sombreros, bastones, lentes, calvas, dentaduras postizas, ropa de pana, sudadera de campesino, jorongos, cocoles, camisas de cuadros, suéteres de rombos... etc, etc, etc. Sólo que en esta ocasión, todos los viejitos habían tomado sus posturas de pelea.
Los había de todas las clases. Karate, Judo, Taekwondo, Kung-Fu, Samuráis, Esgrimistas, Caballeros medievales, Bárbaros medievales, Guerreros Águila, Guerreros Jaguar, peleadores callejeros, de Capoeira haciendo sus danzas y brincos extravagantes; cargaban espadas largas y cortas, katanas, cuchillos, chacos, bastones, escudos, mazos de obsidiana, cimitarras, cadenas, bates, navajas y mucho tanto otro tipo de armas blancas.
Había viejitos haciendo formas de combate, tirando patadas voladoras imposibles, quebrando bloques de cemento con la cabeza (ese viejito murió en el intento, al momento de que su cabeza tocó el bloque), incluso, había un viejito sentado en posición de flor de loto, como si meditara, ¡levitando a un metro del suelo!
Ringo y Esthar se miraron mutuamente. Se encogieron de hombros como si no les quedara de otra pues así era. Los viejitos no otorgaban cuartel, no tomaban prisioneros y vomitaban la clemencia. ¡En guardia y al ataque!
Ambos bandos brincaron hacia sus contrincantes, dando como resultado un choque de fuerzas en pleno aire. Una nube de golpes rodeó la trifulca por lo cual lo único que podía verse era cuando los viejitos salía disparados de la nube. Unos salían y otros entraban, como haciendo relevos.
Los viejitos se fueron acabando y la nube de golpes disminuía su dimensión gradualmente hasta que sólo quedaron Ringo y Esthar. Aterrizaron agitados, pero airosos. Habían vencido a la horda de viejitos... o al menos eso habían creído hasta que uno les saltó encima, luego otro, y otro, y otro más.
Miles de viejitos habían llegado de todas partes del mundo para defender su honra y su nombre. Ringo y Esthar quedaron sepultados bajo una montaña de viejitos. Medía por lo menos tres metros. Pesaba alrededor de quinientos kilos entre tanto hueso y cartílago. El hedor era insoportable. Menuda tumba. Los encabezados de los diarios dirían: mueren chavos sepultados bajo viejitos revoltosos.
Afortunadamente para fanáticos, amantes y simpatizantes de Ringo y Esthar, ese no sería su fatídico final. No. La montaña de viejitos comenzó a temblar y ¡puf! Todos los viejitos salieron disparados.
Todos los metiches que observaban los hechos se quedaron maravillados y cuando se acercaron a Ringo y Esthar, lo único que éstos dijeron fue: es que comimos en “El pastor tacos”.

Ondas desas

Ondas desas arrancaron
en fulgor de medio tiempo.
Ondas desas acamparon
sobre la luna, en el mar.
Ondas desas, claro clero.
Sus túnicas desnudaron.
Sus fármacos recetaron
al ya dormido pueblo.
Ondas desas las quemamos
y la mala energía se va.

Ondas desas no me ocultas
pues pequeño ya no soy.
Ondas desas, las excusas
los misterios del amor.
Ondas desas, tu perfume
calidad que me escruta.
Me llama a la gruta,
me llama y me huye.
Ondas desas que malusas
como dormido fulgor.

viernes, 16 de enero de 2009

Credo

Creo en el amor (soy un idiota romántico) y en la carcajada de la inocencia, en el mágico poder curativo de la risa.
Creo en el valemadrismo como medio de vida de los privilegiados, que la riqueza no se mide en bienes, ni en poder, ni en años.
Creo en mí tanto como en todo lo que me lastima, y lo que me levanta que me tiende a mirar más allá, más adentro.
Creo en la fantasía y en el mundo de los cuentos, aunque la realidad prefiera no contarlos, aunque la madurez progresista considere óptimo olvidarlos.
Creo en las palabras de los libros quemados cuyas cenizas carga el viento en susurros.
Creo en el atractivo descomunal por descubrir un secreto y en el impasible afán por inventarlos. Creo en las consecuencias como obra de las causas y en su interminable red de efectos.
Creo en los pasos que acompasan mis latidos y en la mirada imperante de quien aterriza y se apropia de mi corazón.
Creo en el amor y en su confusión por los restos que quedan. Melancólica tristeza en música suave y chillante.
Creo en las pautas y en las señales, en la majestuosidad de las mujeres y sus deliciosas curvas.
Creo en el olvido y en sus lagunas espirales donde se pierden los recuerdos para quedar rezagados en una vieja montaña de memoria.
Creo que mucho de lo que creo puede dejar de ser creencia mañana, y que mañana creeré en cosas nuevas.
Creo que los nuncas no son para siempre, sino fuertes arranques de ocasión.

Los recuerdos más vívidos

El recuerdo más vívido que tengo de mi abuelo, que, por cierto, es de mis pocos recuerdos que tengo de él ya que murió cuando yo era niño y no tengo muchas memorias de mi niñez, era en esas ocasiones, los domingos, allá en el defe, en el departamento de la Colonia Estandón, que se ponía a ver el box.
Se sentaba en un sillón, se servía un caballito de tequila, en un plato ponía un limón partido y un salero. A tomárselo rico mientras veía cómo se daban de moquetazos dos chavos. Esa era una de sus tradiciones. Tranquila y agradable, se la llevaba.
Pues resulta que nazco yo, el primero de los nietos, y pues era toda una sensación y un consentido, por supuesto. El abuelo me llamaba a con él cuando se ponía a ver el box, yo tendría unos cuatro o cinco años. Me sentaba en su regazo y me ponía a ver el box con él mientras me explicaba que esto o aquello.
Bueno, pues en esas andábamos, el abuelo y yo, y me daba permiso de meter mi dedo en el caballito de tequila y luego sacarlo y chuparlo. Me sabía agradable, en verdad, lo afirmo porque es un recuerdo muy vívido que tengo. Tons ahí nos tenían, a mi abuelo y a mi, pisteando tequila viendo el box de los domingos, en el departamento de la colonia Escandón.

Yo tengo una abuela que siempre me ofrecía de comer. Pero siempre, y de todo tipo de comida. Que si no quería de esto, tenía de esto otro, o de esto, o del otro, o de aquello. Siempre me ofrecía mucha variedad de comida y pues al final acababa por acceder para darle gusto. A veces, después de haberme acabado el plato, pues ya es vieja, mi abuela, se le va la onda, entonces después de haberme comido ya un plato sólo por complacerla, me ofrecía más y más, olvidando que ya me había dado de comer.

¡Mi abuelo, siempre nos decía que nos iba a tronar los dedos, y para hacerlo nos los estiraba y les daba de karatazos!

Otro abuelo nos saludaba diciéndonos: véngase mijito prieto. Nos abrazaba y luego nos decía, ahora vete antes de que se me pegue lo feo.

jueves, 15 de enero de 2009

lapsus brotus (segunda, y última, parte)

Rigo. Rigo. ¿Qué pedo, caon? Con un chasquido de los dedos de Leo, Rigo despertó de su trance.
- ¿Qué tranza, dónde estamos? ¿Dónde está la morra?
- ¿Qué morra?
- Precisamente, ¿qué morra? ¿Quién era esa que me salvó?
Leo asintió como si entendiera la situación a la perfección.
- ¿Otro de tus trances?
- Me temo que sí. – dijo Rigo, volteando hacia Leo con la mirada más seria.
- Bueno, ya llegamos, bájate.

Salieron del vehículo y se encaminaron al bar donde las chicas, amigas de Leo, los esperaban.
Llegaron al bar después de pasarse por otro lugar donde estaban tocando una muy buena rola de Stevie Ray Vaughn. A pesar de la insistencia de Leo de ir con las chicas ya que los estaban esperando y... eran chicas, no pudo negarle a Rigo quedarse a escuchar la rola.
Hubiera sido como quitarle un dulce a un niño y mirar esos ojitos llorosos que no comprenden por qué se les quitan las cosas que más desean en la vida, al menos en ese momento. Con todo y que Leo sabía que Rigo callaría estoicamente y que lo acompañaría al bar con las chicas, se quedaron a escuchar la canción. Digo, ¿qué más da una canción? Aparte ya se está acabando, decía Rigo en pos de su defensa. Y el bar está aquí a la vuelta, culminaba.
La rola acabó como en quince segundos y, ahora sí, procedieron a su cita con las chicas. Estas estaban ubicadas en la esquina de un bar tranquilo del centro de la ciudad, a donde acudían a menudo los “intelectuales” y los pousers” que se la pasaban hablando de la nueva novela de Gabriel García Márquez y de lo grande que era tal filosofía de Nietzche, cosa que en este relato no importa pa pura madre.
Eran suficientes como para tener que juntar tres mesas para caber todas en un solo sitio y poder convivir juntas sin sentir esa separación que proponen las mesas alejadas. Rigo pasó a saludar a las chicas, presentarse y tomó asiento en un extremo de la mesa. Leo hizo lo propio y se sentó en el otro extremo de la mesa.
Ahora sí, los amigos separados por las mujeres tenían sólo su elocuencia y galantería para sobrevivir en ese salvaje, incongruente (para millares de hombres) y maravilloso mundo de las mujeres saliendo a parrandear.
Después de comenzar a platicar con una chica, otras dos llegaron a sentarse.
- Pues mira, Rigo, Ofelia también es escritora, ustedes se llevarían bien. – presentó una de las chicas a la recién llegada.
Rigo, presentando su mejor sonrisa se levantó y estrechó la mano de Ofelia.
- Tanto gusto, yo soy Rigoberto.
- Ofelia.
- Ya me dijeron que te gusta escribir. ¿Qué escribes?
- Bueno... tú sabes, pendejadas. – contestó, haciéndose la importante.
- Claro. ¿Qué no lo hacemos todos?
- No soy tanto escritora, pero me vivo entre un círculo de escritores, poetas, músicos, artistas, tú sabes...
- Órale, ¡qué chido! Pues puedes añadir a una persona más a tu círculo de músicos poetas y locos.
- ¿A quién?
Oh, rayos, pensó Rigo, aquí espero y no sea una de “estas”. De estas que se toman todo este rollo de la artisteada tan en serio, exclusivo y pomposo que acaban por darme tanta, pero tanta hueva, que ni pa´ qué hablaba, caray. Pero bueno, aquí vamos.
- Pues a mí, claro.
- Tú no eres un artista.
Chingas, pensó Rigo. Sí es de esas.
- Un artista no diría que lo es. Simplemente lo sería.
- Claro.
- Aparte, no puedo añadirte en mi círculo de amigos artistas hasta que vea alguna de tus obras. ¿Qué haces, escribes?
- Escribo. - contestó asintiendo, haciendo esmero por no poner la cola entre las patas.
- Bueno, pues hasta no ver lo que escribes es que podré decir si eres escritor o no.
- Mira nomás. Suena lógico. Nunca me habían pedido que escribiera algo para poder darme ese, tan anhelado, título.
- No todas somos unas facilotas, querido. – dijo, con la más arrogante de las expresiones.
- Afortunadamente existen mujeres como tú que nos hacen la vida imposible a pendejos como yo que creemos que con dos tres palabruchas y versos baratos podemos encandilar a cualquier chica.
- Ándale.

Por consiguiente, para no seguir con la sosa conversación, Rigo se levantó, se paró en su silla y declamó una fracción de “La vida es Sueño”, esa misma fracción que siempre declamaba en cotorreos, por lo que Leo ya casi se la sabía de memoria, así como muchos otros de sus amigos.

- ... y los sueños, sueños son.
Rigo se bajó y alzó su copa al llamado de Leo, quien desde el otro lado de la mesa seguía la declamación. ¡Salud!
- Eso no es tuyo. – recriminó Ofelia.
- Claro que no, pero ¿apoco no me salió bien chido?
- Pues... te diré.
- No hace falta, soy consciente de mi grandeza. – dijo y prosiguió a pellizcar del plato con aceitunas.
- No, pues eres todo un artista. – siguió Ofelia, como para tener la última palabra. – Como si el mundo fuera un espejo y tú fueras lo único que existe, y haces todo para ti. Narcisistas hasta la muerte.
Rigo estuvo a punto de entablar la plática de que Narciso no hubiera sido Narciso de no haber sido por su peculiar muerte, y que Narciso, de pobre o jodido no tiene nada. Murió mirando lo más hermoso que pudo haber mirado en el mundo, ¿qué hay de malo en eso?. Prudentemente, Rigo prefirió no seguir con esa conversación, encontró que las aceitunas eran más deleite.

- Hola. – saludó cortésmente una morenita de sonrisa sincera y permanente; cabello negro, quebrado y extendido hasta la mitad de su espalda; ojos de azabache con mirada inquieta; de finos rasgos, la mujer, aparentando menos de sus 22 años.
Rigo estaba empinándose su botella de cerveza. Miró a la recién llegada y sin dejar de tomar, levantó su mano derecha y agitola, contestando el saludo. Tras acabar el último trago, bajó la botella y suspiró, su mirada se perdió idolatrando a esa divina creación de la refrescante bebida de cebada.
- Hola. – ahora sí. – Yo soy un pendejo.
- ¿Un pendejo? – se sacó de onda.
- Según tu amiga. No me presentaría como tal, pero según ella, eso me hace ver más noble.
- Yo no dije eso. – interrumpió Ofelia.
- No hizo falta.
- Ash... como quieras – exclamó, pensando en lo pendejo que era Rigo.
- Gracias, entonces... – dirigiéndose a la morenita. - ¿Me veo más noble o más pendejo, todavía?
Ella sonrió. Buena señal, pensó Rigo.
- No te llames así, yo no creo que seas un pendejo.
- Gracias, - contestó, haciendo reverencia, según él muy galante. – pero no me conoces, y sólo estoy cotorreando, no es cosa seria.
- Bueno. – ella sonrió para pasar a otro tema. – Yo soy Lucille.
- Órale, ¡qué chido! ¿Es por...?
- Por la guitarra de B.B. King, mis padres son muy fans.
- ¿Y qué tal tú?
- Pues... me gusta, y me gusta su guitarra.
- Si, ps cómo no. Yo me llamo Rigoberto.
- Mucho gusto, Rigoberto.
- Igualmente, Lucille, - sonrió ampliamente. – me gusta tu nombre.
- Gracias, a mí también. ¿Quieres tomarte mi cerveza? Es que ya me está durmiendo.
- Bueno... pues... me sacas de onda. Se supone que yo soy el que tiene que invitarte un trago, pero bueno, claro que me la tomo. ¿Estás desvelada, o qué?
- No, es que la cerveza me duerme.
- Será que sólo tomas una, que no es ninguna. ¿Dos?, para la tos. ¿Tres?, de una vez y ya vas entrando en calor... diría Alex Lora.
- Pues si con una me ando durmiendo... imagínate con dos.
- Hasta que no te las tomes, seremos ignorantes en el asunto.
- Prefiero un tequila preparado, o vodka.
- Naturalmente.
Ella hizo otra sonrisa que Rigo ya identificaba como la pauta para otro tema.
- Está muy bonito el poema que declamaste.
- Sí, Calderón de la Barca era muy bueno.
- ¿Y tú, no escribes nada?
- Por ahora, nada, tengo la maldición del escritor bloqueado y la hoja prolongadamente blanca.
Se guardó un silencio contemplativo. Ella intentando descifrar algo de él mientras que él pensaba qué decir. Cada vez que Rigo pensaba en qué decir era porque la chica le intimidaba como le atraía. Desde cierta torcida sensiblería, le gustaban esos silencios que ellas se tomaban.

- Te voy a descubrir, ¿sabes? – rompió ella.
- No sabía que me ocultaba.
- Precisamente, voy a descubrir eso que hay detrás de esta apariencia que nos presentas.
- ¿Estas diciendo que no soy auténtico? – sonrió desafiante.
- No. Todos guardamos algo, y yo voy a descubrir lo tuyo.
- Suena... interesante – replicó sin saber lo que decía. - ¿Alguna razón en particular?
Su pregunta era similar a la confesión de quien se siente acorralado.
- Mera curiosidad.
- Órale. – dijo, desviando la mirada y asintiendo como si comprendiera una lección. Luego la volvió a mirar.
- ¿Qué? – preguntó ella.
- ¿Qué de qué?
- Me miraste como si me quisieras decir algo.
- Oh, querida Lucille, vaya que lo hice. Tendrás que aprender a interpretar mi mirada si quieres descubrirme.

lunes, 12 de enero de 2009

Existe un sentimiento

Existe un sentimiento que escapa de mi razón,
diluido en facetas espirales.
No me preguntes lo que ni siquiera entiendo yo.
Yo, que abrazo deseos irreales.
Sin pintura soy tan capaz de colorear tus ojos,
y a un todo añadirle algo más.
Sin tu ternura, en cambio,
un cerrojo está de sobra.
Las más finas memorias me mandan a volar.
Las memorias, que son más como grilletes
de una vida que añora libertad.

Existe un sentimiento que no va por mi cuenta.
Remolino inhóspito para un mandato.
Te arrasa y te abarca, te deserta y te completa.
Sólo carece de fin, el relato.
Una carencia que no requiere de socorros.
Sin pros ni contras navega y cabalga,
sin rumbo ni gloria,
sin pena ni camino.
Dice con miradas lo que las palabras callan.
Habla con silencios cuando las palabras sobran.
Ni por ti ni por mi, por nosotros sin mañana.

viernes, 9 de enero de 2009

Lapsus brutus (primera parte)

Querida, ¿me prestas tu baño? Pidió Rigo después de saludar a la anfitriona de la fiesta.
- Claro, está por allá.
Excelente. Medio retiradón de la gente, y no precisamente para que no escucharan el concierto del pedorreo o el chorrito indiscreto, sino por el distinguido aroma que dejaría después de hacer su ritual herbáceo.
Vientos, hasta velas aromáticas, pensó, y después de hacer lo suyo, prendió las velas y salió del baño, ahora sí, envuelto en todos los aires de la buena onda, a la pachanga.
¿Hacía cuánto tiempo que no tenía que esconderse en el baño para darse un toque? Desde la prepa, me cae, y ahora, recién graduado de la universidad donde las responsabilidades se hacían más pesadas y paulatinamente, al tanto de cumplir con ellas, su descaro por el consumo de estupefacientes era más vivaz, volvía a reservar uno que otro comentario, actitudes y acciones. Aunque todos supieran qué se traía, o al menos lo sospecharan, no tenían problemas con ello o eran buenos disimulándolo, o ya de plano cayendo en ese típico y divertidísimo juego de hacerse pendejos. Ah, de lo lindo.
Al salir del baño se topó con una mesa de futbolito y los recuerdos salieron a flote. ¿Cuántas veces no se iban de pinta de la escuela y llegaban al estanquillo de tacos y chescos de Don Mario, donde las retas de futbolito eran casi obligatorias? Dos contra dos, hombre y mujer por equipo, no valía equipo de un solo sexo, el chiste era la pareja para que, al meter gol, el hombre se ganaba un beso, al recibir gol, la mujer le daba una nalgada. Qué lindos días aquellos...
No faltaron las retas en el futbolito, aunque la regla del beso y la nalgada no se la aceptaron a Rigo. Alcanzó a rescatar un beso en la mejilla y evitar cachetada por castigo.
Después de un rato el futbolito cansó. Rigo y Leo procedieron a la fiesta. Platicaditas por aquí, platicaditas por allá. Contar chistes, hacer pendejadas, hablarle como diosas a las damas nomás para hacerlas sentir bien, no por que lo sean en verdad, lo cual le da más mérito a uno. Cenar tamales, partir rosca y pum. Leo tenía otro compromiso y así acabó aquello.
El compromiso era con unas chicas guapetonas, amigas de Leo que lo habían citado en el centro, en algún bar. Para allá dirigieron la nave. Rigo iba en su propio viaje, intentando afinar la nueva y reluciente guitarra de Leo, hecha a mano por el tío de éste último, nada más y nasa menos que en Paracho Michoacán.
Bonita, ligera y de buena acústica, había juzgado Rigo con su limitado conocimiento de guitarras. Estaba teniendo problemas para afinarla, otra de sus tantas maldiciones. Ahora ya contaba activas: la maldición de la afinada, el bloqueo de escritor y la siempre presente, víctima de sus emociones y sentimientos.
Pues en esas andaba el buen Rigo, aflojando y tensando cuerdas, afinando su oído y poniendo por excusa que era guitarra nueva y no acababa de afinar las primeras cuerdas cuando ya se habían desafinado las últimas. Cuando de pronto y con tono de alarma...
- ¡La poli! – dice Leo.
- No mames. – exclama Rigo dándose un topetón en el techo por el susto. – ¿Qué vamos a hacer? – preguntó sobándose la choya.
- Usar nuestros poderes para que no nos detengan.
- No mames.
- Tu estate quiero y no hagas nada estúpido.
- Pta madre... ta cabrón, pero lo intentaré.
Leo estiró su mano hacia la patrulla que tenían por delante. Aléjate, dijo, aléjate de nosotros. Rigo, en su intento sobrehumano por no entrar en pánico ya sudaba frío y comenzaba a temblar.
Aléjate, aléjate, repetía Leo en su afán por repeler la patrulla sin ningún resultado aparente.
- Ya valió madre. – sentenció Rigo.
- Estate quieto. – ordenaba Leo.
La tensión aumentaba segundo a segundo. Rigo estaba perdiendo los estribos. No lograba contenerse. No podía quedarse así nomás, sentado sin hacer nada más que esperar. No podía resignarse a la contemplación de su vida. No en ese cenit de emociones que tenía. No en ese estado. No así. No, señor. No, ni madres.
- ¡Da vuelta aquí! – gritó.
Agarrando el volante, tiró de él para que el coche girara a la derecha. Leo perdió el control y antes de poder frenar ya se habían estampado con un poste de luz.
- ¡Eres un pendejo! – gritó.
Las cosas se salieron de control, la tensión salió disparada e inundó la cabina. El vértigo hizo acto de presencia y avisó su llegada con un escalofrío que recorrió la columna de arriba abajo concentrándose en el estómago. Era hora de la acción.
Los polis, al oir el choque, se bajaron de la patrulla y apuraron hacia el coche de Leo.
- Luego me pendejeas. – indicó Rigo quitándose el cinturón de seguridad. – Ahora hay que huir, ¡vamos! – y salió disparado del coche, corriendo a toda velocidad por la avenida.
- Me lleva la mierda. – exclamó Leo y salió corriendo a su vez.
Después de cinco pasos, Rigo volteó para esperar a Leo. ¡Ya no estaba! No lo habían agarrado porque los dos polis que ya corrían a por él estaban aun lejos y además, de haberlo agarrado, Rigo se hubiera dado cuenta. Había desaparecido sin dejar rastro alguno.
No había tiempo para hacer más averiguaciones, los polis se acercaban. Bueno, mi Leo, pensó Rigo, cada quien para su santo, caon, y echó a correr de nueva cuenta.
Era imprescindible salir de la calle de Allende, era grande y bien iluminada, territorio enemigo, la idea era agarrar callecitas para perderse entre la oscuridad y las vueltas y esperar no toparse con un callejón sin salida. ¡Mierda!, pensó Rigo jadeando, un callejón sin salida. Echó un fugaz vistazo para cerciorarse si podía saltarse alguna barda o escapar por algún agujero. Nada. Dio vuelta para salir del callejón esperando que los polis no lo hubieran alcanzado, apenas emprendió su carrera cuando una puerta se abrió de súbito y se estrelló con ella, cayendo al piso y quedando medio noqueado.
Intentó incorporarse y seguir corriendo pero el mundo daba vueltas. No podía dar más de tres pasos sin tropezar consigo mismo o tambalearse.
- Por aquí. – dijo una voz extrañamente familiar.
Rigo volteó en dirección de donde venía el sonido de la voz, el calor de un escondite o resguardo. Su vista estaba muy nublada y no pudo distinguir a quien le pertenecía esa silueta con voz.
- ¿Quién eres? – balbuceó, y se fue de bruces a caer en los brazos de su salvación.
Dedujo que era una mujer por su cálido tacto naturalmente maternal que todas las mujeres poseen, o deberían poseer. Por eso y por su perfume. La mujer lo encaminó a una recámara y lo sentó en un sillón. Lo examinó de arriba abajo prestando atención a su cabeza verificando si tenía heridas de gravedad. Nada, sólo había sido el golpe.
- Te voy a dar un masaje, para que te relajes. Descuida, aquí estás a salvo.
- ¿Quién eres? ¿Qué pasó con Leo?
- tu amigo está bien, al cuidado de una de mis amigas.
A Rigo ya se le pandeaba la cabeza por el delicioso masaje que le estaban dando. Cerró los ojos para dejarse llevar. ¿Acaso importaba saber qué pasaba o quién era ella si la estaba pasando tan bien? ¿Acaso es necesario interrogar las delicias, o es mejor aceptarlas como vengan? Estaba a punto de quedarse dormido.
- ¿Quién eres? – balbuceó... bendita-maldita curiosidad.
Ella se acercó sin dejar de relajarle hombros y brazos. Rigo pudo sentir su aliento y calor corporal en la nuca. Le corrió un placentero escalofrío por la espalda.
- Ya lo verás. – le susurró ella a su oído. – Nos vemos pronto.

jueves, 8 de enero de 2009

El cuento que nunca dejaría de leer

La primera impresión que él tuvo de ella fue un “qué buenas tetas”, y la de ella, “qué mirada tan profunda”. Si supiera tan sólo en lo que él profundizaba...
La primera reacción de él fue “ya sé en quién voy a pensar cuando me haga una chaqueta”, y la de ella, “desnuda mi alma con esa mirada”. Si supiera tan sólo que más que el alma, quería desnudar su cuerpo.
Se conocieron. Él, joven e ingenuo en espíritu, aun anhelaba en cambiar el mundo, hacerlo un lugar mejor. Tirar las máscaras y ser unos mismos, dejar de actuar.
Ella era actriz, de “buenos modales”, aunque más que modales, según él fue descubriendo, eran principios arraigados, arrastrados generación tras generación. No podía ocultarlo, a pesar de su apariencia de chica liberal y moderna, mujer del siglo XXI que trae con correa corta a todos los hombres de su vida, ella anhelaba estar abajo, anhelaba sucumbir, claudicar ante esas “miradas masculinas”, ante esos toques bruscos, voces graves.
Él era poeta, de la vieja guardia, según esto. A pesar de portar la bandera de la firmeza, de la rebeldía, de la torre que se para frente a la oleada de un mar alocado y por nada del mundo ceder terreno, era demasiado sensible. Ella, según lo fue conociendo, notó cuánto trabajo le costaba ocultar esa sensibilidad, todo a favor de la causa. Eso lo hace aún más fuerte de lo que aparenta ser, pensaba mientras se dormía, abrazando fuertemente su almohada, soplándole a la vela aromática, de esas que él vendía. Mientras que él, dejando la pluma y quitándose la ropa para dormir, pensaba que el deseo oculto de ella queriendo sentirse mujer de hombre lo traía como loco.
La química sexual era tremenda. No había discusión abierta en clase de la cual alguno no diera su punto de vista y el otro alzara la voz para debatirlo. Discutían acaloradamente. Sus miradas sacaban chispas cuando se encontraban, él optando por la postura pasiva y ella actuando como si fuera una fiera salvaje, indomable.
Fingían así porque era lo que les había funcionado a lo largo de sus cortas vidas. Era a lo que tenían acostumbrada a la gente. Era lo que tenían que hacer para llegar a ser lo que pensaban era lo predilecto para ellos. Cada uno por su lado.
Así fingían también cuando uno u otro estaba saliendo con alguna pareja. Él fingía no importarle, ella fingía que le importaba demasiado. Él se marchaba y por las noches se embriagaba con sus amigos, reía para no llorar. Ella lo seguía y frente a aquella chica usurpadora ante sus ojos, actuaba como si por su lado estuviera mejor que nunca.
A ninguno de los dos les funcionaba el disfraz. Cada uno, por su parte, sabía que el otro fingía. Primero fue un: así como yo finjo, él/ ella finge, pero luego cambió a un: finge porque le duele, y le duele porque me quiere.
Nunca fueron para hablar de aquello. Puras indirectas para dar pie, pero nadie se echaba el clavado. Querían creer que eran demasiado diferentes, querían creer que no podrían tolerar rendir cierta parte de sus personas para acoplarse y amoldarse al otro. Querían creer que así sería más duradero, menos frecuente, pero eterno. Amarse en secreto y memorarlo por siempre como el poeta que le escribió un cuento que nunca dejaría de leer, y él, memorarla por siempre como la actriz que las únicas veces que no actuaba era cuando le coqueteaba.
Se graduaron de la escuela y dejaron de verse. Cabe resaltar, que después de un tiempo, ninguno se recordaba o se contemplaba presente en la memoria del otro hasta que él admiraba y contemplaba hermosos senos, y ella, a su vez, se sentía desnuda ante alguna obra o alguna mirada. El tiempo pasó y ella obtuvo un papel como conductora de un programa de televisión. Programa de revista: reportajes y notas del medio artístico, artistas invitados, recetas de cocina, temas del mundo cotidiano.
Sucede la ocasión que un día, el artista invitado resulta ser ese chico poeta a quien recordaba de cuando en cuando, ese chico poeta que nunca fue a los reencuentros de generación. Nunca quiso preguntar a sus amigos por él, aunque no temía a la carrilla, no quería verse muy obvia, ¿pues cómo? Las chicas como ella eran objeto de las preguntas de los galanes. Pues resulta que este chico se fue del país, viajando sin rumbo, a ver hasta dónde llegaba. Vivía escribiendo cuentos y poemas, tocando canciones de bar en bar, de puerto en puerto. La suerte le sonrió cuando pensaba en regresarse con su gente, a sentirse entre los suyos. Justamente antes de partir, en la estación de camiones había conocido a una mujer, ya vieja, adinerada. Una mujer que tuvo fe en él, que tenía dinero y conocidos. Ella le pidió matrimonio sabiendo que tenía una enfermedad terminal y que no le quedaba más de un mes de vida. Estaba sola y quería morir así, hasta que un lluvioso día lo escuchó cantar una canción que la enterneció. Él aceptó. Se casaron y ella murió un mes después, como tenía planeado. Murió contenta y satisfecha, escuchando esa canción, en vivo y directo, a un costado de su lecho de muerte.
Murió no sin antes introducir a su compañero, o guía (como ella lo llamaba) de sus últimos días, al medio artístico y dejarle su fortuna. Él fructificó, sacó buen provecho y comenzó a escalar peldaños.

- Así que eres viudo.
- Preferiría que no sacaras ese tema en el aire.
- No veo ninguna cámara prendida por aquí. Estamos solos.
La habían puesto a darle al artista un recorrido por el set mientras le platicaba de qué iba a tratar la entrevista y de su participación en el programa.
- Así que a pesar de ser en vivo, está planeado y actuado.
- Pues sí, ¿qué esperabas? A mi me toca ser la mujer dulce, buena y sensible, muy enamoradiza y dependiente de los hombres. ¿Cómo la ves?
- Irónico.
- ¿Y eso?
- Es irónico que te pongan a actuar tu verdadera forma de ser que pretendes ocultar.
Ella se sorprendió y actuó como si estuviera ofendida, indignada.
- Pues al parecer tú sabes más de mi que yo.
- Desde luego. A leguas se te nota lo desesperada que estás por querer tener un hombre. Entre más aparentas que no, más sé que sí.
Esta vez se indignó de a de veras y sintió nervios. Los poros de su piel se abrieron.
- ¿Y ese hombre eres tú, supongo?
- No por nada estoy aquí.
Ella comenzó a sentir calor. Mientras él miraba su entorno, ella lo escrutaba de pies a cabeza. Se le hizo agua la boca. Pero tenía que defenderse, tenía que contra-atacar. Quería llevárselo a su departamento, pero quería que él lo propusiera, tenía que cazarlo, que arrinconarlo. Esta nueva faceta de artista que presentaba era algo nuevo para ella, pero nada no manejable. Sabía ponerse en su lugar ante cualquier hombre.
Él, por su parte, se sentía más vulnerable que nunca. Tenía que apretar y estirar hacia atrás las rodillas para que no le temblaran, tenía sus manos en la espalda para que no se notara nervioso, sino relajado, tranquilo, por sobre y controlando la situación. Sabía que lo único que le faltaba en su vida era una chica, y qué mejor que la chica de la cual se había quedado con las ganas.
- No. Estás aquí para hablarnos de ti, de cómo le sacaste provecho a una anciana, tu difunta esposa.
Uuuu, golpe bajo. Ambos lo sintieron. El ambiente se puso tenso. Ambos sabían que eso no era lo que ella quería decir, que lo dijo en pos de defensa desesperada. Él guardó silencio por demasiado tiempo.
- Perdón... no quería... no me refería... no era mi intención.
Él la miró fijamente, pensando “te tengo, perrucha”.
- Descuida, no eres la primera persona en no pretender decir lo que dijo.
- Supongo. – dijo, con la cabeza agachada. En verdad estaba avergonzada.
¿Acaso esa era ella, una mujer que para sentirse cómoda tenía que hacer que los demás se sintieran mal o avergonzados?
- La diferencia es que a ti sí te creo.
- No, en serio, no quería...
- Ya sé, creo en tu arrepentimiento.
Ella lo miró, se sonrojó y sonrió tanto para sus adentros, que no pudo ocultar su contento.
- Has cambiado. – dijo ella con una sonrisa sincera.
Él la miró de pies a cabeza, parecía estar agradecida.
- Y tú estás... muy bien. Te ves muy bien.
- Es por las dietas y el ejercicio. No me dejan en paz los de producción. Aunque bueno, - hizo una pose sexy – tiene sus beneficios.
- Puedo verlo.
Ambas miradas coincidieron, así quedaron un rato. La fuerza de atracción se intensificaba. Esa mirada era inestable, a punto de explotar. Él se imaginó metiendo mano dentro de su falda. Ella lo imaginó desnudo, de pie, una luz tenue que marcaría ligeramente los músculos de su cuerpo, ella sentada en la cama, rendida, suplicando con su cuerpo que la hiciera suya, que la poseyera con ese fuerte semblante que ahora ya no aparentaba pero ella sabía que existía.
Ella dio un paso al frente, él la tomó por los brazos. Se sintió segura. ¿Segura? Dudó.
- Tengo que llevarte a dar todo el recorrido, o el productor me cuelga.
Retrocedió y se dio vuelta. Deseaba que él la hubiera apretado más, que no la dejara ir, pero lo hizo.
- Chin. – expresó él.
- Chin, ¿qué?
- Pensé que este era nuestro momento.
- ¿Nuestro momento... de qué? – ella sabía a qué se refería, pero quería escucharlo, más bien, quería saber cómo lo diría, qué palabras usaría, qué entonación emplearía.
- El momento en que el mundo desaparecería excepto nosotros dos, así no te quedara alternativa.
- ¿Alternativa? – la sacó de onda. Le gustó. - ¿Alternativa de qué?
- De rendirte.
Ufff. Gol. Anotación, canasta de tres puntos, jon-ron. Sólo le faltaba ir a recoger su premio, ella ya le pertenecía. Ahí se iba a quedar, temblando por dentro, esperando a escuchar los pasos de él al acercarse por detrás, tomarla, sentir su respiración recorrer su femenino y suave cuello, darle vuelta y besarla. Luego irían al programa. ¡El programa! ¿Qué demonios esperaba ese imbécil? Por qué no... se dio vuelta y lo miró, él miraba para todos lados excepto a ella. Tamaño imbécil.
- Vamos, tengo que...
- ¿Cuándo vas a dejar esos “tengos que” y cambiarlos por “quieros”?
- ¿Qué te pasa?, ¡yo siempre hago lo que quiero!
- Entonces, ¿por qué no me besas?
- Porque...
- Quieres hacerlo, de hecho, te mueres de ganas por hacerlo. Hacer eso y más.
- ¡Porque quiero que tú me beses a mí, idiota! – explotó.
Estuvo a punto de gritar algo más, pero de pronto lo sintió encima, sosteniendo su rostro y besándola. No fue un beso apasionado y salvaje. Fue un beso tierno, dulce, tranquilizante. Sin mucha presión, sin querer comerse la boca de ella, más bien, la estaba saboreando. Saboreando y tanteando. Ella se derritió. Lentamente, él se desprendió de ella, no sin dejar su sabor ahí.
- Espero y no hayan escuchado ese gritote.
Ella quiso reír, quería reír y más beso, quería volverlo a besar.
-¡Pendejo! Si no es cuando tú quieres. Yo tengo que... no, quiero darte este recorrido.
- O si no te cuelgan. ¿Y cómo van a saber que no lo hiciste? Ciertamente yo no diré nada.
- No. Te voy a dar el recorrido.
- Si quieres, puedo decir que me diste el mejor de los recorridos. – pensó en darle una nalgada y apretón, pero se contuvo prudentemente.
- Sígueme y cállate.

Y así siguió el recorrido. Empezó el programa, llamaron al artista invitado. Se sentaría en un sillón, a un lado de ella. Había otro invitado, un florista quien compartiría sillón con el otro conductor del programa. Todos estaban en su lugar excepto el artista. Lo presentaron y llamaron.
Pasó al escenario y se sentó donde le indicaron. En ningún momento quitó su mirada de ella. No dijo nada, no saludó, simple y sencillamente la miraba. Ella se puso incómoda. ¿Qué haces?, le susurró, el programa.
- Bueno, al parecer nuestro invitado no puede quitar ojos de nuestra conductora.
- Reconozco esa mirada. –apuntó el florista.
- ¿Cómo dices? – preguntó el conductor.
- Que reconozco esa mirada, la reconocería donde quiera que la mirara.
- ¿Qué mirada? – preguntó ella, haciendo su papel de conductora.
- Estoy enamorado. – anunció él.

El director se puso como loco, no sabía qué hacer. El papel que se estaba jugando en el set iba más allá de su control. Ordenó al conductor a mandar a comerciales.

- Bueno, quédense con nosotros para ver de quién está enamorado...
No pudo acabar de hablar porque mandaron a corte y el director explotó.
- ¡Corte! ¿Qué demonios es este drama meloso? ¡Se supone que es un programa de revista! Debemos hablar de otras mujeres de tu vida.
- ¿La tomo de la mano? Así pueden tener una mejor toma. Pueden hacerle un close-up y una figura de corazoncito, su rating subiría disparado, no cualquier día un música se enamora de la conductora.
- ¿Qué carajos haces? Me van a correr.
- Claro que no, algo va a suceder, espera.
- Sí, me van despedir. Esto tal vez te funcione para ti, los escándalos amorosos te podrían ayudar en tu carrera, pero para mí no. Yo tengo que seguir con el guión.
- Y dale con tus “tengo que”.
- Pues sí, tengo que seguir con mi vida.
- Entonces, ¿no “quieres” seguir con tu vida, sólo “tienes que”?
- Mira, para ti es muy fácil. A ti se te presentó un ángel en forma de viejita con enfermedad terminal, yo no tengo tanta suerte.
- A la viejita no le costó tanto trabajo convencerme.
Ella se quedó muda, ¿acaso él era su ángel que llegaba para liberarla del guión que otra persona escribía sobre su vida? Eso debía significar, no cabía lugar a dudas.
Él se levantó y extendió su mano.
- Vámonos.
Cuánto anhelaba tomar esa mano y largarse de ahí. No era que detestara su vida, pero irse con él era... bueno, era como el comienzo de un libro. No sabía si uno muy largo o uno corto, no sabía si podría releerlo una y otra vez o a la primera leída se aburriría y lo tiraría. ¡Demonios! Eso lo hacía más atractivo. Volteó a su alrededor, el otro locutor y el florista no perdían detalle. El locutor asintió, sonriendo. Dile que sí, aconsejó el florista.
En eso, entró un hombre de protección civil.
- Atención, solicitamos de su apoyo en la evacuación del edificio, tiene que ser ordenada e inmediatamente, hay amenaza de bomba.
- ¿Pero qué...?
- Hora de irse, muñeca. – dijo él, guiñándole un ojo.
Ella tomó su mano.