jueves, 29 de enero de 2009

En la primera línea de fuego

En la primera línea de fuego
la tierra no se colma de sangre,
las suelas bien teñidas de rojo
echan raíces con cada paso.

En la primera línea de fuego
la tierra no se ablanda, es tan dura
como duro fue este corazón
para no llorar al despedirme.

Antes de la última marcha a carga,
antes de valerme como bestia,
antes de ser cazador y presa;
tus ojos parpadearon sonatas.

Antes fusilado y dado por muerto
que muerto por olvido enfundado.

Mirada tras cascada de amatista.
Tu sonrisa, un son en la marimba.
Mi pecho aprieta morada historia
de amor, de muerte, de libertad,
... nunca hubo lugar para la gloria.

Escribe y sella tus cartas con besos.
Mándalas aunque no llegue a leerlas.
Que se quemen, junto a todos los cuerpos,
junto a todos los cuerpos que cayeron
en la primera línea de fuego.

martes, 27 de enero de 2009

A lo pendejo

Los aspirantes al trabajo estaban ansiosos, sentados en los pupitres de un salón acomodado para presentar su examen de ingreso a la compañía. Era un sueldazo, no se lo podían perder. A juzgar por las apariencias de las personas, se les veía preparados, lógicamente habían varios que hablaban de más y presumían de sus mocos dorados y que no sé qué más patrañería.
Se abrió la puerta y entró el responsable de las entrevistas y su ayudante. El responsable, típico fanfarrón que parece que le ha ido de lujo en la vida. Corte de pelo bien moderno, su fragancia masculina cautivadora para mujeres que se fijan en eso, dos tres pulseras y adornos bien a la moda, traje impecable y cara de “yo me las sé de todas todas”. Se paró enfrente de los pupitres mientras el ayudante, el típico muchacho tímido jorobado y narizón de oficina, repartía, uno por uno, los papeles del examen.

- Hay tres formas de contestar este examen. – aclamó el fanfarrón. - Una. Lo más honestamente posible, eligiendo la respuesta sin tener que analizarla a fondo. Dos. Considerando qué es lo que la empresa espera de ustedes para entonces contestar eso que ustedes creen que nosotros queremos ver en sus exámenes. Y tres. Habiéndome escuchado, considerando las dos primeras formas y entonces eligiendo qué es lo más próspero para ustedes.
“Ahora, por favor, comiencen.”

No habían pasado ni cinco minutos cuando un joven se levantó de su asiento y se dirigió al responsable.

- No contesto dudas.
- Ya acabé. – contestó el muchacho, entregando su examen. – Te faltó una forma de cómo contestar el examen...
Después de entregar sus papeles, el joven se dirigió a la puerta, se puso sus lentes oscuros, echó una rapidísima mirada a los otros aspirantes, se volteó y encaminó afuera.
- ...a lo pendejo.
Y cerró la puerta a sus espaldas.

Como este es un cuento pendejísimo y mamón, debe tener un típico desenlace que puede arruinar todo el cuento, o por otro lado, darle un sentido bastante estúpido y pedante. El caso es que el joven que contestó su examen a lo pendejo obtuvo el trabajo. ¿Pero cómo? Pues sí, el chiste era contratar a alguien difícil de manipular. Háganme el mentado favor. Que disque para ser representante y vocero de la compañía en ciertos rubros de la política y comunicación.

lunes, 26 de enero de 2009

Surgirá un plan maestro

Ya no existen los míos conmigo
Yo no sé a dónde se han ido
Los desaparecieron del mapa
Yo no sé...
Yo no sé...
Yo no sé qué será de mi.

Ya no existen anhelos conmigo
¿dónde diablos se habrán metido?
Seguir, ¿qué chiste tiene?
¿para qué...
¿para qué...
¿para qué vivir así?

¡¡¡Nooooooooooo!!! No tesuicides.
Dios te tiene una misión – muy importante
Debes ir al cine – y ver la función de hoy
Surgirá un plan maestro
Surgirá un plan maestro.

Dios le dijo algo así, o al menos trataba de algo como esto:
- Ya estoy harto. Harto, harto. Pnchs humanos pendejs, caon. Está bien que me idolatren, digo, aunque no me hace falta. Yo ni se los pedí. Pero que se pongan de acuerdo, al menos. Tengo demasiadas formas con ellos, formas que ellos me inventan, pero en sí, en mí, soy uniforme. Aparte, qué flojera, hacen cada cosa en mi nombre... mi nombre por bandera. ¿Ps de qué se trata, me quieren echar la culpa su no les sale como querían que les saliera? Caray, eso no es correcto. Y si no hacen sus pendejadas, hacen cosas ridículas y que, francamente, me dan hueva, ¿a ti no? Y ps tampoco se trata de eso.
“ Tonses, mi amigo, quiero que vayas al mundo, hagas una revolución en mi nombre (te firmo lo que sea necesario, no pongas esa cara), y que esa revolución acabe, internamente (no quiero que usen su fuerza bruta), con todas las organizaciones y agrupamientos que creen que yo los respaldo, los castigo y agradezco sus alabanzas, porque no lo hago. Quiero que la revolución acabe con su falsa fé.
“Pierden su tiempo, así nunca van a llegar a mí. Eso es uno. Y dos, ya me tienen harto.
“Tonses, ¿estamos?”

martes, 20 de enero de 2009

El goce de un metalero

Ringo y Esthar se tomaban unas chelas en el Confesionario, platicaban de que no eran muy exigentes con las chicas, desde cierto punto e vista. Sólo quiero que pueda venir conmigo aquí, y pasársela bien. Eso es todo. Bla bla bla bla. Sí cómo no. Pobres incomprendidos. Lo que querían era una chica alivianada, de otra ciudad, según ellos. No me molestan las vaqueritas, decía Rigo, de hecho, me atraen y me antojan bastante. Es el medio del vaquerismo que no me late. Siempre se pelean, caon, siempre, y se pelean retegacho. No es que sea un cobarde gallina, que lo soy, pero qué hueva tener que andar siempre presto porque un cabrón te quiere pegar por cualquier pendejada. Pobre banda reprimida. Tienen demasiado coraje reprimido. ¿De dónde vendrá? Ps quien sabe, ¿qué me importa? Ps total...

Total que en esas andaban. Tomando chelas, pensando en la mujer que quisieran tener a su lado, pensando en la bebida que estaría tomando, pensando en qué estaría pensando, pensando en cómo sería besarla, pensando en cómo sería tocarla, pensando en cómo sería abrazarla, pensando en cómo sería acariciarla, pensando en cómo sería despedirse de ella, pensando en qué estarían platicando, pensando en cómo estaría vestida, pensando en qué contestaría a tal comentario.
Entre que se hacían sus chaquetas mentales, no evitaban voltear a ver el televisor. Videos de metaleros, claro. Conciertos masivos donde greñudos tocaban en el escenario y prendían a la banda de tal manera. Ringo se perdió en esa cadena de ideas. Ringo, el metalero frustrado porque tocar metal en la guitarra era demasiado rápido y él no alcanzaba, y cantarlo era muy agudo. Pero en la prepa bien que era metalero. Disfrutaba de las rolas, de la energía de la distorsión, de mover parriba y pabajo el greñerío abundante.

- De entre todas las tribus urbanas que existen, creo que nadie goza tanto y con tanta energía como un metalero en un concierto. – comentó Ringo, como si sus palabras fueran perlas de sabiduría.
- ¿Tu crees?
- Sí, güey, me cae. Fíjate. Un fresa no disfruta tanto en un antro, tomando Bacardí. Un vaquero no disfruta tanto cuando monta un toro o caballo. Un futbolista no disfruta tanto cuando mete un gol, por más chingón que sea el gol. Es más, no creo que un marihuano disfrute tanto cuando fuma mota.
- Aaaaaaa, ¿te cae?
- Me cae, caon. Se disfruta bastante, pero no tanto como los metaleros en un concierto, ese desmadre es de otro nivel.
- No ps ta cabrón.
- Ta cabrón. Es más, caon, así te la pongo. Un metalero disfruta más en un concierto que un satánico sacándole el corazón a una persona en uno de sus ritos oscuros.
- ¡No mames! Eso está cabrón.
- No me imagino nada más cabrón... o bueno, ¡cámara! Esta se la mata a todas. Un metalero disfruta más un concierto que un padrecito violándose a un niño.
- No mames, güey, eso está cabronsísimo.
- Fuerte, ¿no?
- Pasado de lanza. Están cabrones los metaleros.

Ringo y Esthar patean traseros

Esthar pasó por Ringo, a casa de éste para salir de reventón el primer jueves después de la graduación. El jueves es sagrado. El jueves tiene nombre de rock. El jueves brindo por la cruda del mañana y pido otra cerveza más, ps chinque su madre, ¿qué más da?
El jueves que presenta promociones de licor por todos lados y que aloja grupos en vivo por doquier. Sagrada y digna debe ser siempre la cruda del viernes. Los deambulares de un zombie fumigado que vaga buscando calor, la estela del reventón que se difumina en una ola de responsabilidades y vida madura. El que la hace, la paga, no hay de otra. Lo que queda es reventarse de lo lindo para que a la hora de cobrar, cobren bien.

- Espera. – alertó Esthar. – No enciendas. Hay una patrulla detrás de nosotros.
- Yo ya estoy bien. – dijo Ringo.
La patrulla los rebasó sin pos de conflicto. Ringo y Esthar se relajaron.
- No hay lugar más seguro que detrás de una patrulla.
- Bueno, pues, uno más y quedo bienavenvionado.

Los tacos que masticaban eran deliciosos. Tortillas de maíz, así se sentían más chavos banda, como que las prietitas de maíz se la cotorreaban mejor que las paliduchas (también deliciosas) de harina. Las de maíz representaban su pasado, su lugar, esa popularidad que los intermezclaba con el medio al que querían pertenecer, al menos esa noche. Las de harina eran más exclusivas, menos aceite y menos resbalosas.
El queso era una añadidura especial. Duplicaba el tamaño del taco, evitaba que la tortilla cerrara. Era el oro blanco para el paladar hambriento y antojado. El limbo del pecado sagrado. ¡Benditas sean mis ofensas!
Las salsas los miraban en su apacible estado licuoso. Verde, guacamole, chipotle y de árbol. Había que probarlas todas. ¡Una orden de tacos por cada salsa! Cinco tacos la orden. Veinte tacos a tragar.
Las barrigas se desplomaban. Veinte tacos y un chesco. ¡Qué delicia! La cuenta, por favor, para alcanzar el horario del dos por uno en chelas en el Confesionario, la embajada del metal en el centro.

- ´Nche cena bastarda, caon.
- ¿Bastarda!
- No tuvo madre. – dijo Ringo sobándose su crecidita barriga. – Tes güinápuri, mano.
- Bueno, pues salgamos de este changarro o se nos va a pegar la onda de la plaza esta de los viejitos... – Esthar volteó hacia ambos lados, como si precaviendo no revelar un misterio. - ...huevones.
- ¿Y por qué tanto misterio?
- Porque a los viejitos no les gusta que les digan huevones.
- Ahh chinga chinga. Pus que demuestren lo contrario.

Justo iban saliendo del changarro cuando se topan con una espesa fila de millares de viejitos que les impedían el paso. Se veían como en cualquier otro día, con sus sombreros, bastones, lentes, calvas, dentaduras postizas, ropa de pana, sudadera de campesino, jorongos, cocoles, camisas de cuadros, suéteres de rombos... etc, etc, etc. Sólo que en esta ocasión, todos los viejitos habían tomado sus posturas de pelea.
Los había de todas las clases. Karate, Judo, Taekwondo, Kung-Fu, Samuráis, Esgrimistas, Caballeros medievales, Bárbaros medievales, Guerreros Águila, Guerreros Jaguar, peleadores callejeros, de Capoeira haciendo sus danzas y brincos extravagantes; cargaban espadas largas y cortas, katanas, cuchillos, chacos, bastones, escudos, mazos de obsidiana, cimitarras, cadenas, bates, navajas y mucho tanto otro tipo de armas blancas.
Había viejitos haciendo formas de combate, tirando patadas voladoras imposibles, quebrando bloques de cemento con la cabeza (ese viejito murió en el intento, al momento de que su cabeza tocó el bloque), incluso, había un viejito sentado en posición de flor de loto, como si meditara, ¡levitando a un metro del suelo!
Ringo y Esthar se miraron mutuamente. Se encogieron de hombros como si no les quedara de otra pues así era. Los viejitos no otorgaban cuartel, no tomaban prisioneros y vomitaban la clemencia. ¡En guardia y al ataque!
Ambos bandos brincaron hacia sus contrincantes, dando como resultado un choque de fuerzas en pleno aire. Una nube de golpes rodeó la trifulca por lo cual lo único que podía verse era cuando los viejitos salía disparados de la nube. Unos salían y otros entraban, como haciendo relevos.
Los viejitos se fueron acabando y la nube de golpes disminuía su dimensión gradualmente hasta que sólo quedaron Ringo y Esthar. Aterrizaron agitados, pero airosos. Habían vencido a la horda de viejitos... o al menos eso habían creído hasta que uno les saltó encima, luego otro, y otro, y otro más.
Miles de viejitos habían llegado de todas partes del mundo para defender su honra y su nombre. Ringo y Esthar quedaron sepultados bajo una montaña de viejitos. Medía por lo menos tres metros. Pesaba alrededor de quinientos kilos entre tanto hueso y cartílago. El hedor era insoportable. Menuda tumba. Los encabezados de los diarios dirían: mueren chavos sepultados bajo viejitos revoltosos.
Afortunadamente para fanáticos, amantes y simpatizantes de Ringo y Esthar, ese no sería su fatídico final. No. La montaña de viejitos comenzó a temblar y ¡puf! Todos los viejitos salieron disparados.
Todos los metiches que observaban los hechos se quedaron maravillados y cuando se acercaron a Ringo y Esthar, lo único que éstos dijeron fue: es que comimos en “El pastor tacos”.

Ondas desas

Ondas desas arrancaron
en fulgor de medio tiempo.
Ondas desas acamparon
sobre la luna, en el mar.
Ondas desas, claro clero.
Sus túnicas desnudaron.
Sus fármacos recetaron
al ya dormido pueblo.
Ondas desas las quemamos
y la mala energía se va.

Ondas desas no me ocultas
pues pequeño ya no soy.
Ondas desas, las excusas
los misterios del amor.
Ondas desas, tu perfume
calidad que me escruta.
Me llama a la gruta,
me llama y me huye.
Ondas desas que malusas
como dormido fulgor.

viernes, 16 de enero de 2009

Credo

Creo en el amor (soy un idiota romántico) y en la carcajada de la inocencia, en el mágico poder curativo de la risa.
Creo en el valemadrismo como medio de vida de los privilegiados, que la riqueza no se mide en bienes, ni en poder, ni en años.
Creo en mí tanto como en todo lo que me lastima, y lo que me levanta que me tiende a mirar más allá, más adentro.
Creo en la fantasía y en el mundo de los cuentos, aunque la realidad prefiera no contarlos, aunque la madurez progresista considere óptimo olvidarlos.
Creo en las palabras de los libros quemados cuyas cenizas carga el viento en susurros.
Creo en el atractivo descomunal por descubrir un secreto y en el impasible afán por inventarlos. Creo en las consecuencias como obra de las causas y en su interminable red de efectos.
Creo en los pasos que acompasan mis latidos y en la mirada imperante de quien aterriza y se apropia de mi corazón.
Creo en el amor y en su confusión por los restos que quedan. Melancólica tristeza en música suave y chillante.
Creo en las pautas y en las señales, en la majestuosidad de las mujeres y sus deliciosas curvas.
Creo en el olvido y en sus lagunas espirales donde se pierden los recuerdos para quedar rezagados en una vieja montaña de memoria.
Creo que mucho de lo que creo puede dejar de ser creencia mañana, y que mañana creeré en cosas nuevas.
Creo que los nuncas no son para siempre, sino fuertes arranques de ocasión.

Los recuerdos más vívidos

El recuerdo más vívido que tengo de mi abuelo, que, por cierto, es de mis pocos recuerdos que tengo de él ya que murió cuando yo era niño y no tengo muchas memorias de mi niñez, era en esas ocasiones, los domingos, allá en el defe, en el departamento de la Colonia Estandón, que se ponía a ver el box.
Se sentaba en un sillón, se servía un caballito de tequila, en un plato ponía un limón partido y un salero. A tomárselo rico mientras veía cómo se daban de moquetazos dos chavos. Esa era una de sus tradiciones. Tranquila y agradable, se la llevaba.
Pues resulta que nazco yo, el primero de los nietos, y pues era toda una sensación y un consentido, por supuesto. El abuelo me llamaba a con él cuando se ponía a ver el box, yo tendría unos cuatro o cinco años. Me sentaba en su regazo y me ponía a ver el box con él mientras me explicaba que esto o aquello.
Bueno, pues en esas andábamos, el abuelo y yo, y me daba permiso de meter mi dedo en el caballito de tequila y luego sacarlo y chuparlo. Me sabía agradable, en verdad, lo afirmo porque es un recuerdo muy vívido que tengo. Tons ahí nos tenían, a mi abuelo y a mi, pisteando tequila viendo el box de los domingos, en el departamento de la colonia Escandón.

Yo tengo una abuela que siempre me ofrecía de comer. Pero siempre, y de todo tipo de comida. Que si no quería de esto, tenía de esto otro, o de esto, o del otro, o de aquello. Siempre me ofrecía mucha variedad de comida y pues al final acababa por acceder para darle gusto. A veces, después de haberme acabado el plato, pues ya es vieja, mi abuela, se le va la onda, entonces después de haberme comido ya un plato sólo por complacerla, me ofrecía más y más, olvidando que ya me había dado de comer.

¡Mi abuelo, siempre nos decía que nos iba a tronar los dedos, y para hacerlo nos los estiraba y les daba de karatazos!

Otro abuelo nos saludaba diciéndonos: véngase mijito prieto. Nos abrazaba y luego nos decía, ahora vete antes de que se me pegue lo feo.

jueves, 15 de enero de 2009

lapsus brotus (segunda, y última, parte)

Rigo. Rigo. ¿Qué pedo, caon? Con un chasquido de los dedos de Leo, Rigo despertó de su trance.
- ¿Qué tranza, dónde estamos? ¿Dónde está la morra?
- ¿Qué morra?
- Precisamente, ¿qué morra? ¿Quién era esa que me salvó?
Leo asintió como si entendiera la situación a la perfección.
- ¿Otro de tus trances?
- Me temo que sí. – dijo Rigo, volteando hacia Leo con la mirada más seria.
- Bueno, ya llegamos, bájate.

Salieron del vehículo y se encaminaron al bar donde las chicas, amigas de Leo, los esperaban.
Llegaron al bar después de pasarse por otro lugar donde estaban tocando una muy buena rola de Stevie Ray Vaughn. A pesar de la insistencia de Leo de ir con las chicas ya que los estaban esperando y... eran chicas, no pudo negarle a Rigo quedarse a escuchar la rola.
Hubiera sido como quitarle un dulce a un niño y mirar esos ojitos llorosos que no comprenden por qué se les quitan las cosas que más desean en la vida, al menos en ese momento. Con todo y que Leo sabía que Rigo callaría estoicamente y que lo acompañaría al bar con las chicas, se quedaron a escuchar la canción. Digo, ¿qué más da una canción? Aparte ya se está acabando, decía Rigo en pos de su defensa. Y el bar está aquí a la vuelta, culminaba.
La rola acabó como en quince segundos y, ahora sí, procedieron a su cita con las chicas. Estas estaban ubicadas en la esquina de un bar tranquilo del centro de la ciudad, a donde acudían a menudo los “intelectuales” y los pousers” que se la pasaban hablando de la nueva novela de Gabriel García Márquez y de lo grande que era tal filosofía de Nietzche, cosa que en este relato no importa pa pura madre.
Eran suficientes como para tener que juntar tres mesas para caber todas en un solo sitio y poder convivir juntas sin sentir esa separación que proponen las mesas alejadas. Rigo pasó a saludar a las chicas, presentarse y tomó asiento en un extremo de la mesa. Leo hizo lo propio y se sentó en el otro extremo de la mesa.
Ahora sí, los amigos separados por las mujeres tenían sólo su elocuencia y galantería para sobrevivir en ese salvaje, incongruente (para millares de hombres) y maravilloso mundo de las mujeres saliendo a parrandear.
Después de comenzar a platicar con una chica, otras dos llegaron a sentarse.
- Pues mira, Rigo, Ofelia también es escritora, ustedes se llevarían bien. – presentó una de las chicas a la recién llegada.
Rigo, presentando su mejor sonrisa se levantó y estrechó la mano de Ofelia.
- Tanto gusto, yo soy Rigoberto.
- Ofelia.
- Ya me dijeron que te gusta escribir. ¿Qué escribes?
- Bueno... tú sabes, pendejadas. – contestó, haciéndose la importante.
- Claro. ¿Qué no lo hacemos todos?
- No soy tanto escritora, pero me vivo entre un círculo de escritores, poetas, músicos, artistas, tú sabes...
- Órale, ¡qué chido! Pues puedes añadir a una persona más a tu círculo de músicos poetas y locos.
- ¿A quién?
Oh, rayos, pensó Rigo, aquí espero y no sea una de “estas”. De estas que se toman todo este rollo de la artisteada tan en serio, exclusivo y pomposo que acaban por darme tanta, pero tanta hueva, que ni pa´ qué hablaba, caray. Pero bueno, aquí vamos.
- Pues a mí, claro.
- Tú no eres un artista.
Chingas, pensó Rigo. Sí es de esas.
- Un artista no diría que lo es. Simplemente lo sería.
- Claro.
- Aparte, no puedo añadirte en mi círculo de amigos artistas hasta que vea alguna de tus obras. ¿Qué haces, escribes?
- Escribo. - contestó asintiendo, haciendo esmero por no poner la cola entre las patas.
- Bueno, pues hasta no ver lo que escribes es que podré decir si eres escritor o no.
- Mira nomás. Suena lógico. Nunca me habían pedido que escribiera algo para poder darme ese, tan anhelado, título.
- No todas somos unas facilotas, querido. – dijo, con la más arrogante de las expresiones.
- Afortunadamente existen mujeres como tú que nos hacen la vida imposible a pendejos como yo que creemos que con dos tres palabruchas y versos baratos podemos encandilar a cualquier chica.
- Ándale.

Por consiguiente, para no seguir con la sosa conversación, Rigo se levantó, se paró en su silla y declamó una fracción de “La vida es Sueño”, esa misma fracción que siempre declamaba en cotorreos, por lo que Leo ya casi se la sabía de memoria, así como muchos otros de sus amigos.

- ... y los sueños, sueños son.
Rigo se bajó y alzó su copa al llamado de Leo, quien desde el otro lado de la mesa seguía la declamación. ¡Salud!
- Eso no es tuyo. – recriminó Ofelia.
- Claro que no, pero ¿apoco no me salió bien chido?
- Pues... te diré.
- No hace falta, soy consciente de mi grandeza. – dijo y prosiguió a pellizcar del plato con aceitunas.
- No, pues eres todo un artista. – siguió Ofelia, como para tener la última palabra. – Como si el mundo fuera un espejo y tú fueras lo único que existe, y haces todo para ti. Narcisistas hasta la muerte.
Rigo estuvo a punto de entablar la plática de que Narciso no hubiera sido Narciso de no haber sido por su peculiar muerte, y que Narciso, de pobre o jodido no tiene nada. Murió mirando lo más hermoso que pudo haber mirado en el mundo, ¿qué hay de malo en eso?. Prudentemente, Rigo prefirió no seguir con esa conversación, encontró que las aceitunas eran más deleite.

- Hola. – saludó cortésmente una morenita de sonrisa sincera y permanente; cabello negro, quebrado y extendido hasta la mitad de su espalda; ojos de azabache con mirada inquieta; de finos rasgos, la mujer, aparentando menos de sus 22 años.
Rigo estaba empinándose su botella de cerveza. Miró a la recién llegada y sin dejar de tomar, levantó su mano derecha y agitola, contestando el saludo. Tras acabar el último trago, bajó la botella y suspiró, su mirada se perdió idolatrando a esa divina creación de la refrescante bebida de cebada.
- Hola. – ahora sí. – Yo soy un pendejo.
- ¿Un pendejo? – se sacó de onda.
- Según tu amiga. No me presentaría como tal, pero según ella, eso me hace ver más noble.
- Yo no dije eso. – interrumpió Ofelia.
- No hizo falta.
- Ash... como quieras – exclamó, pensando en lo pendejo que era Rigo.
- Gracias, entonces... – dirigiéndose a la morenita. - ¿Me veo más noble o más pendejo, todavía?
Ella sonrió. Buena señal, pensó Rigo.
- No te llames así, yo no creo que seas un pendejo.
- Gracias, - contestó, haciendo reverencia, según él muy galante. – pero no me conoces, y sólo estoy cotorreando, no es cosa seria.
- Bueno. – ella sonrió para pasar a otro tema. – Yo soy Lucille.
- Órale, ¡qué chido! ¿Es por...?
- Por la guitarra de B.B. King, mis padres son muy fans.
- ¿Y qué tal tú?
- Pues... me gusta, y me gusta su guitarra.
- Si, ps cómo no. Yo me llamo Rigoberto.
- Mucho gusto, Rigoberto.
- Igualmente, Lucille, - sonrió ampliamente. – me gusta tu nombre.
- Gracias, a mí también. ¿Quieres tomarte mi cerveza? Es que ya me está durmiendo.
- Bueno... pues... me sacas de onda. Se supone que yo soy el que tiene que invitarte un trago, pero bueno, claro que me la tomo. ¿Estás desvelada, o qué?
- No, es que la cerveza me duerme.
- Será que sólo tomas una, que no es ninguna. ¿Dos?, para la tos. ¿Tres?, de una vez y ya vas entrando en calor... diría Alex Lora.
- Pues si con una me ando durmiendo... imagínate con dos.
- Hasta que no te las tomes, seremos ignorantes en el asunto.
- Prefiero un tequila preparado, o vodka.
- Naturalmente.
Ella hizo otra sonrisa que Rigo ya identificaba como la pauta para otro tema.
- Está muy bonito el poema que declamaste.
- Sí, Calderón de la Barca era muy bueno.
- ¿Y tú, no escribes nada?
- Por ahora, nada, tengo la maldición del escritor bloqueado y la hoja prolongadamente blanca.
Se guardó un silencio contemplativo. Ella intentando descifrar algo de él mientras que él pensaba qué decir. Cada vez que Rigo pensaba en qué decir era porque la chica le intimidaba como le atraía. Desde cierta torcida sensiblería, le gustaban esos silencios que ellas se tomaban.

- Te voy a descubrir, ¿sabes? – rompió ella.
- No sabía que me ocultaba.
- Precisamente, voy a descubrir eso que hay detrás de esta apariencia que nos presentas.
- ¿Estas diciendo que no soy auténtico? – sonrió desafiante.
- No. Todos guardamos algo, y yo voy a descubrir lo tuyo.
- Suena... interesante – replicó sin saber lo que decía. - ¿Alguna razón en particular?
Su pregunta era similar a la confesión de quien se siente acorralado.
- Mera curiosidad.
- Órale. – dijo, desviando la mirada y asintiendo como si comprendiera una lección. Luego la volvió a mirar.
- ¿Qué? – preguntó ella.
- ¿Qué de qué?
- Me miraste como si me quisieras decir algo.
- Oh, querida Lucille, vaya que lo hice. Tendrás que aprender a interpretar mi mirada si quieres descubrirme.

lunes, 12 de enero de 2009

Existe un sentimiento

Existe un sentimiento que escapa de mi razón,
diluido en facetas espirales.
No me preguntes lo que ni siquiera entiendo yo.
Yo, que abrazo deseos irreales.
Sin pintura soy tan capaz de colorear tus ojos,
y a un todo añadirle algo más.
Sin tu ternura, en cambio,
un cerrojo está de sobra.
Las más finas memorias me mandan a volar.
Las memorias, que son más como grilletes
de una vida que añora libertad.

Existe un sentimiento que no va por mi cuenta.
Remolino inhóspito para un mandato.
Te arrasa y te abarca, te deserta y te completa.
Sólo carece de fin, el relato.
Una carencia que no requiere de socorros.
Sin pros ni contras navega y cabalga,
sin rumbo ni gloria,
sin pena ni camino.
Dice con miradas lo que las palabras callan.
Habla con silencios cuando las palabras sobran.
Ni por ti ni por mi, por nosotros sin mañana.

viernes, 9 de enero de 2009

Lapsus brutus (primera parte)

Querida, ¿me prestas tu baño? Pidió Rigo después de saludar a la anfitriona de la fiesta.
- Claro, está por allá.
Excelente. Medio retiradón de la gente, y no precisamente para que no escucharan el concierto del pedorreo o el chorrito indiscreto, sino por el distinguido aroma que dejaría después de hacer su ritual herbáceo.
Vientos, hasta velas aromáticas, pensó, y después de hacer lo suyo, prendió las velas y salió del baño, ahora sí, envuelto en todos los aires de la buena onda, a la pachanga.
¿Hacía cuánto tiempo que no tenía que esconderse en el baño para darse un toque? Desde la prepa, me cae, y ahora, recién graduado de la universidad donde las responsabilidades se hacían más pesadas y paulatinamente, al tanto de cumplir con ellas, su descaro por el consumo de estupefacientes era más vivaz, volvía a reservar uno que otro comentario, actitudes y acciones. Aunque todos supieran qué se traía, o al menos lo sospecharan, no tenían problemas con ello o eran buenos disimulándolo, o ya de plano cayendo en ese típico y divertidísimo juego de hacerse pendejos. Ah, de lo lindo.
Al salir del baño se topó con una mesa de futbolito y los recuerdos salieron a flote. ¿Cuántas veces no se iban de pinta de la escuela y llegaban al estanquillo de tacos y chescos de Don Mario, donde las retas de futbolito eran casi obligatorias? Dos contra dos, hombre y mujer por equipo, no valía equipo de un solo sexo, el chiste era la pareja para que, al meter gol, el hombre se ganaba un beso, al recibir gol, la mujer le daba una nalgada. Qué lindos días aquellos...
No faltaron las retas en el futbolito, aunque la regla del beso y la nalgada no se la aceptaron a Rigo. Alcanzó a rescatar un beso en la mejilla y evitar cachetada por castigo.
Después de un rato el futbolito cansó. Rigo y Leo procedieron a la fiesta. Platicaditas por aquí, platicaditas por allá. Contar chistes, hacer pendejadas, hablarle como diosas a las damas nomás para hacerlas sentir bien, no por que lo sean en verdad, lo cual le da más mérito a uno. Cenar tamales, partir rosca y pum. Leo tenía otro compromiso y así acabó aquello.
El compromiso era con unas chicas guapetonas, amigas de Leo que lo habían citado en el centro, en algún bar. Para allá dirigieron la nave. Rigo iba en su propio viaje, intentando afinar la nueva y reluciente guitarra de Leo, hecha a mano por el tío de éste último, nada más y nasa menos que en Paracho Michoacán.
Bonita, ligera y de buena acústica, había juzgado Rigo con su limitado conocimiento de guitarras. Estaba teniendo problemas para afinarla, otra de sus tantas maldiciones. Ahora ya contaba activas: la maldición de la afinada, el bloqueo de escritor y la siempre presente, víctima de sus emociones y sentimientos.
Pues en esas andaba el buen Rigo, aflojando y tensando cuerdas, afinando su oído y poniendo por excusa que era guitarra nueva y no acababa de afinar las primeras cuerdas cuando ya se habían desafinado las últimas. Cuando de pronto y con tono de alarma...
- ¡La poli! – dice Leo.
- No mames. – exclama Rigo dándose un topetón en el techo por el susto. – ¿Qué vamos a hacer? – preguntó sobándose la choya.
- Usar nuestros poderes para que no nos detengan.
- No mames.
- Tu estate quiero y no hagas nada estúpido.
- Pta madre... ta cabrón, pero lo intentaré.
Leo estiró su mano hacia la patrulla que tenían por delante. Aléjate, dijo, aléjate de nosotros. Rigo, en su intento sobrehumano por no entrar en pánico ya sudaba frío y comenzaba a temblar.
Aléjate, aléjate, repetía Leo en su afán por repeler la patrulla sin ningún resultado aparente.
- Ya valió madre. – sentenció Rigo.
- Estate quieto. – ordenaba Leo.
La tensión aumentaba segundo a segundo. Rigo estaba perdiendo los estribos. No lograba contenerse. No podía quedarse así nomás, sentado sin hacer nada más que esperar. No podía resignarse a la contemplación de su vida. No en ese cenit de emociones que tenía. No en ese estado. No así. No, señor. No, ni madres.
- ¡Da vuelta aquí! – gritó.
Agarrando el volante, tiró de él para que el coche girara a la derecha. Leo perdió el control y antes de poder frenar ya se habían estampado con un poste de luz.
- ¡Eres un pendejo! – gritó.
Las cosas se salieron de control, la tensión salió disparada e inundó la cabina. El vértigo hizo acto de presencia y avisó su llegada con un escalofrío que recorrió la columna de arriba abajo concentrándose en el estómago. Era hora de la acción.
Los polis, al oir el choque, se bajaron de la patrulla y apuraron hacia el coche de Leo.
- Luego me pendejeas. – indicó Rigo quitándose el cinturón de seguridad. – Ahora hay que huir, ¡vamos! – y salió disparado del coche, corriendo a toda velocidad por la avenida.
- Me lleva la mierda. – exclamó Leo y salió corriendo a su vez.
Después de cinco pasos, Rigo volteó para esperar a Leo. ¡Ya no estaba! No lo habían agarrado porque los dos polis que ya corrían a por él estaban aun lejos y además, de haberlo agarrado, Rigo se hubiera dado cuenta. Había desaparecido sin dejar rastro alguno.
No había tiempo para hacer más averiguaciones, los polis se acercaban. Bueno, mi Leo, pensó Rigo, cada quien para su santo, caon, y echó a correr de nueva cuenta.
Era imprescindible salir de la calle de Allende, era grande y bien iluminada, territorio enemigo, la idea era agarrar callecitas para perderse entre la oscuridad y las vueltas y esperar no toparse con un callejón sin salida. ¡Mierda!, pensó Rigo jadeando, un callejón sin salida. Echó un fugaz vistazo para cerciorarse si podía saltarse alguna barda o escapar por algún agujero. Nada. Dio vuelta para salir del callejón esperando que los polis no lo hubieran alcanzado, apenas emprendió su carrera cuando una puerta se abrió de súbito y se estrelló con ella, cayendo al piso y quedando medio noqueado.
Intentó incorporarse y seguir corriendo pero el mundo daba vueltas. No podía dar más de tres pasos sin tropezar consigo mismo o tambalearse.
- Por aquí. – dijo una voz extrañamente familiar.
Rigo volteó en dirección de donde venía el sonido de la voz, el calor de un escondite o resguardo. Su vista estaba muy nublada y no pudo distinguir a quien le pertenecía esa silueta con voz.
- ¿Quién eres? – balbuceó, y se fue de bruces a caer en los brazos de su salvación.
Dedujo que era una mujer por su cálido tacto naturalmente maternal que todas las mujeres poseen, o deberían poseer. Por eso y por su perfume. La mujer lo encaminó a una recámara y lo sentó en un sillón. Lo examinó de arriba abajo prestando atención a su cabeza verificando si tenía heridas de gravedad. Nada, sólo había sido el golpe.
- Te voy a dar un masaje, para que te relajes. Descuida, aquí estás a salvo.
- ¿Quién eres? ¿Qué pasó con Leo?
- tu amigo está bien, al cuidado de una de mis amigas.
A Rigo ya se le pandeaba la cabeza por el delicioso masaje que le estaban dando. Cerró los ojos para dejarse llevar. ¿Acaso importaba saber qué pasaba o quién era ella si la estaba pasando tan bien? ¿Acaso es necesario interrogar las delicias, o es mejor aceptarlas como vengan? Estaba a punto de quedarse dormido.
- ¿Quién eres? – balbuceó... bendita-maldita curiosidad.
Ella se acercó sin dejar de relajarle hombros y brazos. Rigo pudo sentir su aliento y calor corporal en la nuca. Le corrió un placentero escalofrío por la espalda.
- Ya lo verás. – le susurró ella a su oído. – Nos vemos pronto.

jueves, 8 de enero de 2009

El cuento que nunca dejaría de leer

La primera impresión que él tuvo de ella fue un “qué buenas tetas”, y la de ella, “qué mirada tan profunda”. Si supiera tan sólo en lo que él profundizaba...
La primera reacción de él fue “ya sé en quién voy a pensar cuando me haga una chaqueta”, y la de ella, “desnuda mi alma con esa mirada”. Si supiera tan sólo que más que el alma, quería desnudar su cuerpo.
Se conocieron. Él, joven e ingenuo en espíritu, aun anhelaba en cambiar el mundo, hacerlo un lugar mejor. Tirar las máscaras y ser unos mismos, dejar de actuar.
Ella era actriz, de “buenos modales”, aunque más que modales, según él fue descubriendo, eran principios arraigados, arrastrados generación tras generación. No podía ocultarlo, a pesar de su apariencia de chica liberal y moderna, mujer del siglo XXI que trae con correa corta a todos los hombres de su vida, ella anhelaba estar abajo, anhelaba sucumbir, claudicar ante esas “miradas masculinas”, ante esos toques bruscos, voces graves.
Él era poeta, de la vieja guardia, según esto. A pesar de portar la bandera de la firmeza, de la rebeldía, de la torre que se para frente a la oleada de un mar alocado y por nada del mundo ceder terreno, era demasiado sensible. Ella, según lo fue conociendo, notó cuánto trabajo le costaba ocultar esa sensibilidad, todo a favor de la causa. Eso lo hace aún más fuerte de lo que aparenta ser, pensaba mientras se dormía, abrazando fuertemente su almohada, soplándole a la vela aromática, de esas que él vendía. Mientras que él, dejando la pluma y quitándose la ropa para dormir, pensaba que el deseo oculto de ella queriendo sentirse mujer de hombre lo traía como loco.
La química sexual era tremenda. No había discusión abierta en clase de la cual alguno no diera su punto de vista y el otro alzara la voz para debatirlo. Discutían acaloradamente. Sus miradas sacaban chispas cuando se encontraban, él optando por la postura pasiva y ella actuando como si fuera una fiera salvaje, indomable.
Fingían así porque era lo que les había funcionado a lo largo de sus cortas vidas. Era a lo que tenían acostumbrada a la gente. Era lo que tenían que hacer para llegar a ser lo que pensaban era lo predilecto para ellos. Cada uno por su lado.
Así fingían también cuando uno u otro estaba saliendo con alguna pareja. Él fingía no importarle, ella fingía que le importaba demasiado. Él se marchaba y por las noches se embriagaba con sus amigos, reía para no llorar. Ella lo seguía y frente a aquella chica usurpadora ante sus ojos, actuaba como si por su lado estuviera mejor que nunca.
A ninguno de los dos les funcionaba el disfraz. Cada uno, por su parte, sabía que el otro fingía. Primero fue un: así como yo finjo, él/ ella finge, pero luego cambió a un: finge porque le duele, y le duele porque me quiere.
Nunca fueron para hablar de aquello. Puras indirectas para dar pie, pero nadie se echaba el clavado. Querían creer que eran demasiado diferentes, querían creer que no podrían tolerar rendir cierta parte de sus personas para acoplarse y amoldarse al otro. Querían creer que así sería más duradero, menos frecuente, pero eterno. Amarse en secreto y memorarlo por siempre como el poeta que le escribió un cuento que nunca dejaría de leer, y él, memorarla por siempre como la actriz que las únicas veces que no actuaba era cuando le coqueteaba.
Se graduaron de la escuela y dejaron de verse. Cabe resaltar, que después de un tiempo, ninguno se recordaba o se contemplaba presente en la memoria del otro hasta que él admiraba y contemplaba hermosos senos, y ella, a su vez, se sentía desnuda ante alguna obra o alguna mirada. El tiempo pasó y ella obtuvo un papel como conductora de un programa de televisión. Programa de revista: reportajes y notas del medio artístico, artistas invitados, recetas de cocina, temas del mundo cotidiano.
Sucede la ocasión que un día, el artista invitado resulta ser ese chico poeta a quien recordaba de cuando en cuando, ese chico poeta que nunca fue a los reencuentros de generación. Nunca quiso preguntar a sus amigos por él, aunque no temía a la carrilla, no quería verse muy obvia, ¿pues cómo? Las chicas como ella eran objeto de las preguntas de los galanes. Pues resulta que este chico se fue del país, viajando sin rumbo, a ver hasta dónde llegaba. Vivía escribiendo cuentos y poemas, tocando canciones de bar en bar, de puerto en puerto. La suerte le sonrió cuando pensaba en regresarse con su gente, a sentirse entre los suyos. Justamente antes de partir, en la estación de camiones había conocido a una mujer, ya vieja, adinerada. Una mujer que tuvo fe en él, que tenía dinero y conocidos. Ella le pidió matrimonio sabiendo que tenía una enfermedad terminal y que no le quedaba más de un mes de vida. Estaba sola y quería morir así, hasta que un lluvioso día lo escuchó cantar una canción que la enterneció. Él aceptó. Se casaron y ella murió un mes después, como tenía planeado. Murió contenta y satisfecha, escuchando esa canción, en vivo y directo, a un costado de su lecho de muerte.
Murió no sin antes introducir a su compañero, o guía (como ella lo llamaba) de sus últimos días, al medio artístico y dejarle su fortuna. Él fructificó, sacó buen provecho y comenzó a escalar peldaños.

- Así que eres viudo.
- Preferiría que no sacaras ese tema en el aire.
- No veo ninguna cámara prendida por aquí. Estamos solos.
La habían puesto a darle al artista un recorrido por el set mientras le platicaba de qué iba a tratar la entrevista y de su participación en el programa.
- Así que a pesar de ser en vivo, está planeado y actuado.
- Pues sí, ¿qué esperabas? A mi me toca ser la mujer dulce, buena y sensible, muy enamoradiza y dependiente de los hombres. ¿Cómo la ves?
- Irónico.
- ¿Y eso?
- Es irónico que te pongan a actuar tu verdadera forma de ser que pretendes ocultar.
Ella se sorprendió y actuó como si estuviera ofendida, indignada.
- Pues al parecer tú sabes más de mi que yo.
- Desde luego. A leguas se te nota lo desesperada que estás por querer tener un hombre. Entre más aparentas que no, más sé que sí.
Esta vez se indignó de a de veras y sintió nervios. Los poros de su piel se abrieron.
- ¿Y ese hombre eres tú, supongo?
- No por nada estoy aquí.
Ella comenzó a sentir calor. Mientras él miraba su entorno, ella lo escrutaba de pies a cabeza. Se le hizo agua la boca. Pero tenía que defenderse, tenía que contra-atacar. Quería llevárselo a su departamento, pero quería que él lo propusiera, tenía que cazarlo, que arrinconarlo. Esta nueva faceta de artista que presentaba era algo nuevo para ella, pero nada no manejable. Sabía ponerse en su lugar ante cualquier hombre.
Él, por su parte, se sentía más vulnerable que nunca. Tenía que apretar y estirar hacia atrás las rodillas para que no le temblaran, tenía sus manos en la espalda para que no se notara nervioso, sino relajado, tranquilo, por sobre y controlando la situación. Sabía que lo único que le faltaba en su vida era una chica, y qué mejor que la chica de la cual se había quedado con las ganas.
- No. Estás aquí para hablarnos de ti, de cómo le sacaste provecho a una anciana, tu difunta esposa.
Uuuu, golpe bajo. Ambos lo sintieron. El ambiente se puso tenso. Ambos sabían que eso no era lo que ella quería decir, que lo dijo en pos de defensa desesperada. Él guardó silencio por demasiado tiempo.
- Perdón... no quería... no me refería... no era mi intención.
Él la miró fijamente, pensando “te tengo, perrucha”.
- Descuida, no eres la primera persona en no pretender decir lo que dijo.
- Supongo. – dijo, con la cabeza agachada. En verdad estaba avergonzada.
¿Acaso esa era ella, una mujer que para sentirse cómoda tenía que hacer que los demás se sintieran mal o avergonzados?
- La diferencia es que a ti sí te creo.
- No, en serio, no quería...
- Ya sé, creo en tu arrepentimiento.
Ella lo miró, se sonrojó y sonrió tanto para sus adentros, que no pudo ocultar su contento.
- Has cambiado. – dijo ella con una sonrisa sincera.
Él la miró de pies a cabeza, parecía estar agradecida.
- Y tú estás... muy bien. Te ves muy bien.
- Es por las dietas y el ejercicio. No me dejan en paz los de producción. Aunque bueno, - hizo una pose sexy – tiene sus beneficios.
- Puedo verlo.
Ambas miradas coincidieron, así quedaron un rato. La fuerza de atracción se intensificaba. Esa mirada era inestable, a punto de explotar. Él se imaginó metiendo mano dentro de su falda. Ella lo imaginó desnudo, de pie, una luz tenue que marcaría ligeramente los músculos de su cuerpo, ella sentada en la cama, rendida, suplicando con su cuerpo que la hiciera suya, que la poseyera con ese fuerte semblante que ahora ya no aparentaba pero ella sabía que existía.
Ella dio un paso al frente, él la tomó por los brazos. Se sintió segura. ¿Segura? Dudó.
- Tengo que llevarte a dar todo el recorrido, o el productor me cuelga.
Retrocedió y se dio vuelta. Deseaba que él la hubiera apretado más, que no la dejara ir, pero lo hizo.
- Chin. – expresó él.
- Chin, ¿qué?
- Pensé que este era nuestro momento.
- ¿Nuestro momento... de qué? – ella sabía a qué se refería, pero quería escucharlo, más bien, quería saber cómo lo diría, qué palabras usaría, qué entonación emplearía.
- El momento en que el mundo desaparecería excepto nosotros dos, así no te quedara alternativa.
- ¿Alternativa? – la sacó de onda. Le gustó. - ¿Alternativa de qué?
- De rendirte.
Ufff. Gol. Anotación, canasta de tres puntos, jon-ron. Sólo le faltaba ir a recoger su premio, ella ya le pertenecía. Ahí se iba a quedar, temblando por dentro, esperando a escuchar los pasos de él al acercarse por detrás, tomarla, sentir su respiración recorrer su femenino y suave cuello, darle vuelta y besarla. Luego irían al programa. ¡El programa! ¿Qué demonios esperaba ese imbécil? Por qué no... se dio vuelta y lo miró, él miraba para todos lados excepto a ella. Tamaño imbécil.
- Vamos, tengo que...
- ¿Cuándo vas a dejar esos “tengos que” y cambiarlos por “quieros”?
- ¿Qué te pasa?, ¡yo siempre hago lo que quiero!
- Entonces, ¿por qué no me besas?
- Porque...
- Quieres hacerlo, de hecho, te mueres de ganas por hacerlo. Hacer eso y más.
- ¡Porque quiero que tú me beses a mí, idiota! – explotó.
Estuvo a punto de gritar algo más, pero de pronto lo sintió encima, sosteniendo su rostro y besándola. No fue un beso apasionado y salvaje. Fue un beso tierno, dulce, tranquilizante. Sin mucha presión, sin querer comerse la boca de ella, más bien, la estaba saboreando. Saboreando y tanteando. Ella se derritió. Lentamente, él se desprendió de ella, no sin dejar su sabor ahí.
- Espero y no hayan escuchado ese gritote.
Ella quiso reír, quería reír y más beso, quería volverlo a besar.
-¡Pendejo! Si no es cuando tú quieres. Yo tengo que... no, quiero darte este recorrido.
- O si no te cuelgan. ¿Y cómo van a saber que no lo hiciste? Ciertamente yo no diré nada.
- No. Te voy a dar el recorrido.
- Si quieres, puedo decir que me diste el mejor de los recorridos. – pensó en darle una nalgada y apretón, pero se contuvo prudentemente.
- Sígueme y cállate.

Y así siguió el recorrido. Empezó el programa, llamaron al artista invitado. Se sentaría en un sillón, a un lado de ella. Había otro invitado, un florista quien compartiría sillón con el otro conductor del programa. Todos estaban en su lugar excepto el artista. Lo presentaron y llamaron.
Pasó al escenario y se sentó donde le indicaron. En ningún momento quitó su mirada de ella. No dijo nada, no saludó, simple y sencillamente la miraba. Ella se puso incómoda. ¿Qué haces?, le susurró, el programa.
- Bueno, al parecer nuestro invitado no puede quitar ojos de nuestra conductora.
- Reconozco esa mirada. –apuntó el florista.
- ¿Cómo dices? – preguntó el conductor.
- Que reconozco esa mirada, la reconocería donde quiera que la mirara.
- ¿Qué mirada? – preguntó ella, haciendo su papel de conductora.
- Estoy enamorado. – anunció él.

El director se puso como loco, no sabía qué hacer. El papel que se estaba jugando en el set iba más allá de su control. Ordenó al conductor a mandar a comerciales.

- Bueno, quédense con nosotros para ver de quién está enamorado...
No pudo acabar de hablar porque mandaron a corte y el director explotó.
- ¡Corte! ¿Qué demonios es este drama meloso? ¡Se supone que es un programa de revista! Debemos hablar de otras mujeres de tu vida.
- ¿La tomo de la mano? Así pueden tener una mejor toma. Pueden hacerle un close-up y una figura de corazoncito, su rating subiría disparado, no cualquier día un música se enamora de la conductora.
- ¿Qué carajos haces? Me van a correr.
- Claro que no, algo va a suceder, espera.
- Sí, me van despedir. Esto tal vez te funcione para ti, los escándalos amorosos te podrían ayudar en tu carrera, pero para mí no. Yo tengo que seguir con el guión.
- Y dale con tus “tengo que”.
- Pues sí, tengo que seguir con mi vida.
- Entonces, ¿no “quieres” seguir con tu vida, sólo “tienes que”?
- Mira, para ti es muy fácil. A ti se te presentó un ángel en forma de viejita con enfermedad terminal, yo no tengo tanta suerte.
- A la viejita no le costó tanto trabajo convencerme.
Ella se quedó muda, ¿acaso él era su ángel que llegaba para liberarla del guión que otra persona escribía sobre su vida? Eso debía significar, no cabía lugar a dudas.
Él se levantó y extendió su mano.
- Vámonos.
Cuánto anhelaba tomar esa mano y largarse de ahí. No era que detestara su vida, pero irse con él era... bueno, era como el comienzo de un libro. No sabía si uno muy largo o uno corto, no sabía si podría releerlo una y otra vez o a la primera leída se aburriría y lo tiraría. ¡Demonios! Eso lo hacía más atractivo. Volteó a su alrededor, el otro locutor y el florista no perdían detalle. El locutor asintió, sonriendo. Dile que sí, aconsejó el florista.
En eso, entró un hombre de protección civil.
- Atención, solicitamos de su apoyo en la evacuación del edificio, tiene que ser ordenada e inmediatamente, hay amenaza de bomba.
- ¿Pero qué...?
- Hora de irse, muñeca. – dijo él, guiñándole un ojo.
Ella tomó su mano.