martes, 31 de marzo de 2009

Coplas de vino

Coplas de vino y tiento
este dulce sabor amargo,
el colmo de ir creciendo
quebrado ante tus encantos.

Coplas de vino y tiento
sin sufrir de mis pecados.
Pormenores que no trato,
que no calzo ni padezco.

Ante la duda, avanzo.
Tantos rumbos tan inciertos.
Con un corazón descalzo,
con un manantial sediento.

En el filo de la luna
al toro por los cuernos
que no sabe lo que dice hasta que lo escucha,
es un sordo al que sólo le queda una lucha.

Flamante diluvio entre tanta gala
debajo de una herida que no se acuerda..
Lagunas mentales en un oasis,
divinas razones que nunca aciertan.
Descanso.
Entre la paz y la nada, me aburro.
Desierto.
Es un misterio que aterriza sin conjuro,
es un insulto para no descifrar,
es quien debe llegar sin anuncio;
es quien quiere que me tome de su mano,
que cierre los ojos y me ponga a caminar.


Coplas de vino a ciegas,
las que se toman sin molestia,
las que se sirven con disimulo,
las que se pasan sin dar las gracias.
La trampa va detrás del saludo,
si no llega solo, se delata.
Entre todo el ruido puede tomar siestas.

Coplas guardadas para las bodas
de sangre, no queda de otra.
Coplas de sangre en copas de vino:
odas de arrastre.
El timonel, una dulce memoria.
Primera obra, ópera prima.
Tan escondida que fue post-mortem,
tan halagada como un buen escote,
tanta palabra para una idea tan pobre.

viernes, 27 de marzo de 2009

María me salvó aquel día

Hubo una ocasión, en una fiesta de quién sabe quién, en quién sabe dónde, que una chica me estaba acosando, bueno, no tanto, pero ya andaba en ese cotorreo de la coquetería borracha donde “sin querer” te embarran las bubs y se arriman a tus partes nobles y se te acerca mucho a la boca y te susurra al oído y te mira con esos ojos y te otorga esa sonrisa, o bueno, al menos eso era lo que creía ella, porque muy a menudo eructaba en toda mi jetota y me echaba el humo del cigarro y ps la onda no se ponía nada chida, aparte de que la chica esta no me latia ni un poquito.
La verdad no recuerdo cómo fue que me puse a platicar con ella, cómo había empezado esa tediosa conversación, pero sí recuerdo que tuve que aplicar dos tres técnicas para rechazarla sin que se sintiera rechazada... ¡menuda faena! Porque, a pesar de que ya estaba harto de esta chica, no podía portarme mamón, digo, no está chido y no tenía ganas.
Total, que mi primer intento consistió en fingir ser todo un fanfarrón peleonero, de esos que las pueden de todas, todas; que se dan mucho al Mandrake; que sólo sus chicharrones truenan, que qué pancho pistolas ni qué mis tanates... cosas así. Le conté que en una ocasión diez güeyes se la hicieron de pedo a un amigo mío por andar muy ebrio. Que yo me encabroné y fui a hacérselas de tos (cosa que nunca haría por las muy obvias razones de que me caga darme de trompadas y más aún si ellos son diez y nosotros dos, aunque mi amigo no contaba porque más que caminar, se arrastraba).
Ps le ando contando esa situación peculiar, pensando que la chica esta iba a darme por un fanfarrón peleonero y que, por lógica, eso no es lo que quieren las mujeres (¿quién me dio permiso de imaginarme la lógica de las mujeres?... pobre iluso), ah, porque la cosa no acaba en que fui a hacérselas de tos. Todavía, para hacerla más panchosa, le dije que llegué bien campante, casi, casi dando tiros al aire y que con mi pura presencia los güeyes casi acaban por pedirle perdón a mi amigo.
No maaaaaaaaaanchs, si alguien me cuenta una de esas, primero veo su tamaño y si no es una bestia sobrehumana, le digo: disculpa, amigo, voy a cagar. Y no regreso, a menos que quiera que me cuenten otra de vaqueros.
Ps íngale, que acabo mi historia fanfarrona y mamona, hasta adopté una postura impregnada en soberbia arrogante, todo para que esta chica pensara que soy un pendejo y ahí nos vemos... pero cuáaaaaal. Los ojitos le brillaban como nunca antes los vi brillar. ¡Qué valiente!, decía. Esos son hombres y no chingaderas.
Puuuuuta madre, a esta morra le gusta que la toreen y que le vean cara de pendeja. Chingada, pero bueno, mi cabeza trabajó al máximo para zafármela de encima y dije: okei, le gustan los hombrezotes, ps deja salgo con esta otra historia, y que empiezo a contarle que lo que yo quiero es hacer música y me vale madre todo lo demás y la fregada y la tostada. Estaba creando el ambiente para llegar a la parte cúspide, al bum que definitivamente debería alejar a esta chica de mi, que ya casi casi andaba babeándome mi chaleco rocanrolero del Tri y toqueteándome las nachas.
Tenía que actuar rápido porque ya me andaban oliendo el cuello y creo que se había quitado el brasierre por debajo de la blusa y las cosas se iban a tornar a un punto que me daría mucha pena ajena con esa chica, aparte, yo he estado en una posición con el corazón bien abierto pa que me rechacen, tons puedo agarrar la onda, así que había que tronar por otros medios más sutiles.
Sí, y como te decía, yo lo que quiero es la música y bla bla bla... es más, si algún día llega un productor y me dice que me da un contrato a cambio de mis nalgas, ps chíngue su madre, se las doy.
Yo pensaba que con ese comentario la chava iba a pensar que había algo de homosexual en mí y que ya no iba a querer nada. En un principio se quedó callada, perpleja. Me miró fijamente con sus ojos que ya decían: de esto no me acuerdo mañana; y dijo algo así como “me encantas porque harías hasta lo imposible por seguir tus sueños”, se inclinó hacia mí y apunto estuvo de besarme de no ser porque le vino una flema asquerosa, tal vez era vomitada, pero se la aguantó. Cerró la boca y eructó girando un poco. Pta, yo no me aguantaba el asco. Una sonrisa asomó a mi boca, sonrisa nerviosa, qué chingaos. Ya nada iba a funcionar para quitarme a esa morra de encima de una forma no tan directa y culera...
Se recuperó de su eructo y volvió a la carga ¡¡¡Qué descaro!!! Reaxiona, cabrón, reaxiona, di algo, CORRE. No, espera, le dije, interponiendo mi mano en su boca. Tengo novia. Ella retrocedió... casi se le salen las lágrimas. Ya, cabrón, lo lograste, heriste su corazón... justamente lo que no quería hacer, pero, de nueva cuenta me equivocaba. Yo pensaba que eran lágrimas de tristeza o algo por el estilo, de frustración, pero no, era de la pura emoción.
Entonces eres prohibido... mmmmmm, lo prohibido sabe más rico. No maaaaaaaaames, ora sí que no mames. Esta vieja estaba loca, loca y pedisisísima. Pero... las buenas manos de María acudieron a mi salvación.
¡Eh, Ñero!, ¿quieres? Me llamó un cuate mostrando un cigarrillo en su mano. ¿Qué es?, le pregunté. ¿Cómo que qué es buey? Contestó poniendo cara como si mi pregunta hubiera sido de las más torpes y necias. ¡Ps aguelita de batman, carnal!, ahorita voy, respondí. Que volteo con la chica y me mira con su jetota de enojada. ¿Le haces a ese pedo? me preguntó. Uuuuuuuu, dije, de aquí soy. Ps claaaaaro que le hago, soy bieeeeeeen locototote. ¿qué tú no? No, yo no, respondió ella.
María me salvó aquel día.

martes, 17 de marzo de 2009

De cuando me mandaron matar a un dios

De la serie “A más mamón no poder”.

De cuando me mandaron matar a un dios

La gigantesca puerta de la antesala se abrió. Todos sabían de quien se trataba la llegada por el lento rotar de la puerta metálica. El crujir de la madera mientras la puerta la pisaba era un sonido al que ya estaban acostumbrados los monjes genéricos que tomaban apuntes de todo cuanto sucedía en esa sala. Pobres cuates, pensé, pa´ mí que sufren más que la banda que viene a sufrir. Qué hueva ser un contador numérico. Sumar, restar, siempre apurados porque las cuentas “no dan”. Pero bueno, si a ellos les gustaba, presentare esos prolongadísimos aburridísimos reportes al patrón, el que pos su gusto es buey... No como los periodistas, ellos no estaban tan cerrados, tenían más libertad que los otros. Las palabras siempre han sido menos opresoras que los números.
Pero bueno, el caso es que aquellos diminutos seres sabían que yo iba a pasar por aquella puerta, no porque el patrón les hubiera avisado, sino por la forma en que la gigantesca puerta metálica se abría. Al patrón le gustaban las sorpresas, hacerla de emoción. Apenas iba cruzando el umbral y ya escuchaba los golpes, aleteos y zumbidos tanto de contadores como periodistas quienes se peleaban para acompañarme a mi chamba. Cuando puse pie en la sala la contemplé. Un largo y angosto pasillo empedrado; en ambos costados, los mismos ríos de agua negra, petróleo, le llaman los humanos. A los costados de los ríos de agua negra estaban las butacas donde reposaban contadores y periodistas, al fondo, en un trono de barro, adornado con flores de loto, garigoleados y otra tanta chuchería barroca, estaba el patrón. Bien derechito, sombrero de copa, una mano postrada en el muslo de su pierna y la otra mano descansando en su bastón. En esta ocasión, la cabeza del bastón tenía la forma de una guitarra de caja grande, estilo texana, dorado, el color.
El patrón estaba atento, inamovible, sereno como estatua. Yo me quise poner a su nivel y di un paso, bien derechito, haciendo sonar mis botas. Cuando escuché el gorgoteo supe que no la iba a pasar bien.
Guru-guru-glo-glo-glo... ¡Splash! Dos bolas de fuego salieron por ambos costados del pasillo, de entre el agua negra. Se levantaron haciendo un arco por encima de mí y al llegar al punto álgido, descendieron como proyectiles queriendo quemarme. Me eché un clavado al frente y salvé mi hermoso trasero de ser calcinado.
Los diminutos contadores y periodistas dejaron de pelear. Uno que otro cayó al agua negra. Se quedaron mudos ante el espectáculo que el patrón nos había preparado. Me incorporé sacudiendo pecho y pantalones por la mugre que se me había pegado. El patrón se carcajeaba. Aquello había sido una sorpresa, pero me impactó más el encargo que me dejaba.

- No. – reclamé. - ¿Por qué a él? Ni máis-palomas. Es más, no se puede, es inmortal, hizo un pacto.
- ¿Y qué?
- ¿Cómo que y qué? Hizo un pacto, no puede morir, no puedo matarlo.
- Claro que puedes. Si tienes mi consentimiento, puedes.
- ¿Entonces no es inmortal?
- El pacto no te vuelve inmortal, - explicó el patrón, acomodándose en su trono – el pacto simplemente te pone bajo mi protección. Protección de la cual tu nuevo encargo ya no goza.
Creo que me quedé boquiabierto. No sabía qué decir. Clamar injusticia sería ridículo ante el patrón. No quería mirarlo directo a los ojos, intimidarlo estaba fuera de mis posibilidades, y tampoco quería hacerme notar indignado cual estaba ya de sobra.
Decidí darme vuelta y retirarme, antes de que me jugara otra gacha.
- Espera.
¡Diantres! Aquí vamos...
- ¿No quieres saber por qué te elegí a ti para esta encomienda tan delicada?
Me di vuelta para encararlo. Puse la sonrisa más esplendorosa que me fue posible.
- La verdad, siendo tan sincero como puedo serlo, no quisiera saber, pero como tú eres el patrón y me lo quieres decir, adelante.
- No, en serio, si no quieres saberlo, puedes irte.
- Claro, ¿para que un monstruo marino salga por esas aguas e intente decapitarme? No, yo paso. Suficiente tengo con matar humanos.
- Sin trucos, Tiroliro. Es más – extendió su bastón ofreciéndolo – ten, pa´ que veas que mi palabra es ley.
- Tu bastón es ley, no tu palabra.
- ¡Bueno, pues ya, ¿no?! – explotó. – Deja de hacerla tanto de tos.
- ¿Cómo no hacerla de tos después de que me mandas matar a Keith Richards?
- ¿Cuál es el problema?
- Que Keith no debe morir, al menos, no ahora.
- Ah, mira qué canijo me saliste. – fingió indignación – Ahora resulta que tú dices quién se queda, quién se va y quién se viene.
Bien predije que lo que me deparaba entonces sería lamentable
- Ya parece que me quieres tumbar la chamba, Tiroliro. ¿Ps qué pasó, mano? Si yo siempre te he tratado a todísimo dar.
Por la cara que puse, anticipó mi comentario.
- Bueno... al menos puedes presumir que eres de mis consentidos. ¿Tons qué, me quieres tumbar la chamba?
- Claro que no.
- Eso es justamente lo que diría un culpable.
Lo siguiente fue pura rutina. El techo se prendió en llamas. Los guarros orangutanes del patrón bajaron en sus cuerdas. Pude haber puesto resistencia, matar a uno que otro, hacer que los contadores y periodistas tuvieran algo interesante qué contar, pero qué hueva. Era una pelea que no podría ganar.
Los guarros me sometieron y comenzaron a arrastrarme afuera, ya ni ganas de caminar tenía.
- ¡Alto! – gritó el patrón. – Ustedes, insectos, escriban: he encontrado al conspirador que quiere destronarme. Lo sentencio a la tortura de siempre. A ver si después se decide a obedecer mi mandato.
Un milenio de tortura y el patrón me volvió a llamar. Directito del agujero, me presenté en la misma sala, con los mismos periodistas y contadores genéricos, el mismo pasillo de piedra, las mismas aguas negras. El tiempo no pasó para ellos, sólo para mí. Ni oportunidad de darme una lavadita, ni de checar qué tal iban las cosas en la Tierra.

- ¿Cómo te fue, Tiroliro? – preguntó el patrón, poniendo su cara de chistocito.
Lo pude haber mandado por un tubo, pero qué mala onda sería otro milenio de tortura, no era que no aguantara, era que ya quería moverme, tener algo de acción, despertar.
- Con un milenio basta, patrón.
- Bien, así me gusta, Tiroliro. Por eso me caes re-bien, fíjate. Sabes qué es lo que te conviene.
- Me esfuerzo bastante. – seguí con su juego, aunque, más bien, los dos sabíamos que aquello era un juego para resaltar mi torpeza.
- Sí, el esfuerzo, te lo admito, Tiroliro.
Hubo un silencio prolongado, hasta las aguas negras cesaron su movimiento de remolino para escuchar. Como el patrón no decía nada, apuré mi retirada.
- Espera, Tiroliro, ahora debo decirte por qué vas a ir a matar a Keith Richards después de toda su vida y tras ese milenio que le regalaste.
Extrañamente me estremecí y sentí un verdadero orgullo por eso último. El patrón continuó hablando.
- En todo este tiempo, ¿pensaste en alguna razón para que te mandara a ti en esta encomienda, Tiroliro?
- Porque soy el mero-mero petatero de los matones.
El patrón se carcajeó, seguido por los monjes genéricos. Los periodistas reían para sus adentros.
- Buen sentido del humor, pero esa no es la razón. Tampoco es razón eso de que eres el mero-mero petatero. Hay de dos a cinco mejores matones que tú.
- en gustos se rompen géneros. – me defendí.
- “Tuché” – admitió el patrón. – Esa te la doy. Pero bueno, ya para no regalarle más tiempo de vida al señor Richards, te elegí a ti porque sabía que serías a quien más le disgustaría la idea.
- Gracias. Me largo. Permiso. – solicité mediante una reverencia.
- Propio.

* Primer paso: tomar la combi.
Ya en la Tierra, mandé al periodista a investigar a Keith para que me trajera un reporte de sus quehaceres, así yo supiera por dónde y cómo atacar. Al contador lo mandé a la morgue, a la estación de policía, y a un periódico local, para darme una idea de cómo se cometían los asesinatos en esa época, qué accidentes eran los más mortales y conocer una que otra actividad para envolverme en el medio social.
En lo que ellos hicieron aquello, yo no me quedé esperando en el hotelucho como en todas las asignaturas se hacía. Tenía que matar a alguien antes de matar a Keith. Una estúpida apuesta que hice con Tiroloco, otro matón del patrón. No había objeto como premio, ni deuda para el que perdiera la apuesta, simplemente era un juego para mantenernos entretenidos. Mi gallo era Keith, el de Tiroloco era Madonna. La eternamente joven reina del poco contra el viejo pirata del rock.
Ese tipo de agencias se hacían a menudo en la agencia. Un matón ponía su gallo contra el gallo de otro matón. No era considerado trampa matar al gallo del contrincante. La bronca se sucitaba en que al ser enviado a matar a alguien, había que formular un plan, ese plan se entregaba al patrón y había que seguirlo al pie de la letra, así que uno tenía que ingeniárselas para matar al gallo del contrincante como un medio necesario o encaminado a matar a quien te habían enviado a matar.
La pelota estaba en el aire. Descubrí, no sólo que Madonna seguía con vida, sino que era la cabecilla de una organización muy poderosa, era algo así como la reina de Maragaracay. Keith seguía tocando con sus satánicas majestades, los Rolling Stones.
Para colmo de males, aunque podía servirme, la organización de Madonna era amo y señor de todas las disqueras, se habían proclamado los Dioses del Rock y cualquier grupo que tocara blues, folk o el rock de antaño y sus principales ramificaciones era considerado un criminal. Así que Keith y los otros Rolling Stones eran unos forajidos, los últimos forajidos, según había descubierto, eran los últimos rucos que se atrevían a tocar los géneros prohibidos.
El monje periodista me llevó el reporte de Keith, para llegar a él, había que tomar la combi.

* Segundo paso: someter al chofer.
- Hazme el favor de pasar atrás y dejarme el volante.
Había hablado con toda decencia y educación, ni siquiera había sacado una pistola. El chofer dudó lo que su mente había escuchado. No daba crédito a sus oídos.
- ¿Quieres secuestrar este camión? – preguntó dubitativo, en tono de broma.
Algo no estaba bien.
- ¿Sabes quienes vienen en este camión? – volvió a preguntar, sin dejar de mirar la calle.
- Sólo me interesa un pasajero.
Entonces sentí que una enorme mano rodeaba mi cuello y apretaba para sofocarme.
- ¿Acaso seré yo, señor? – dijo el monigote mientras me levantaba del suelo.
Obviamente, los monjes que me acompañaban nada tenían qué hacer. Uno había adoptado forma de mosca y el otro e grillo, así los vería toda la misión. Siempre me han desagradado los hombres bestiales como aquel, son torpes y lentos, pero si logran pescarte como aquel bruto me tenía, podía darme por triturado.
Ya había comenzado con los siete pasos, así que debía tomar control de esa combi a como diera lugar. La cosa es que esa no era una combi ordinaria, era un camión de pasajeros donde viajaba un equipo de gladiadores. Keith iba como polizón, haciéndose el dormido en el maletero.
Después de la tremendísima madrina que me recetaron los gladiadores, me mandaron al maletero, donde, para seguirla fregando, descubrieron a Keith. Estaban dispuestos a darle una golpiza semejante a la que me dieron a mí, pero, sin los favores del patrón, Keith no acabaría sin un ojo, tres costillas rotas, boca totalmente floreada, un brazo completamente disclocado, tres dedos arrancados a mordidas y un pie chueco; como me dejaron a mí. Keith acabaría muerto. No era tanto porque iba a perder la apuesta, sino porque no podía dejar que le hicieran eso a Keith Richards, el viejo pirata del rock, su satánica majestad, ¡Keith Richards!, con un demonio.
No tengo que decir que Keith se iba a dejar matar así como así, pero sus desesperados intentos por derribar a uno de esos monigotes eran más probables de llevarlo a un paro cardiaco que a su salvación, así que, herido como estaba, tuve que entrar en acción. Para cuando acabé con todos, Keith ya se había desplomado por el cansancio.

* Tercer paso: estrellarme contra el edificio de Madonna
Tenía el control de la combi y a Keith dormido en los asientos de atrás, las cosas iban saliendo bien. Después de reforzar y blindar la combi con unos ingeniebrios mecánicos chuecos, pasamos como bólidos, hechos la raya por la reja que daba al estacionamiento del magno edificio. Los de seguridad de la caseta se enojaron por nuestra maniobra y dieron la alarma. Comenzó a llover balas.
El blindaje estaba funcionando, la reforzada logró pasar la reja, pero el motor ya era viejo y ante tanto alboroto comenzó a despedir humo negro u tronó. Los de seguridad no se cansaban de disparadnos, pero los del blindaje se la habían rifado a todo dar y las balas parecían gotas de agua. El asunto se complicaría cuando sacaran bazukas y explosivos.

- Muy bien, Keith, es hora de actuar.
Lo sacudí para que despertara y lo logré, pero andaba tan ido que decir amodorrado es minúsculamente poco.
- Yeshei amol irnasco beeelez.
No entendí palabra de lo que dijo, apenas y abría la boca. Creo que ni movía la lengua.
- Noc fiiiilllln fan.
Parecía que le costaba mucho trabajo hablar y que hacía un extraordinario esfuerzo para levantar su rostro. Sus ojos dementes estaban muy cerrados y su boca no dejaba de sonreir. No sufría, se la estaba pasando bien. ¡Bum! Nos echaron un proyectil. De buenas que el artillero tenía pésimo tino y no nos pegó directamente. El impacto pegó en el suelo donde la combi creía haber encontrado su último descanso. Salimos catapultados a una altura y velocidad increíbles, y, parece broma, con dirección al quinto piso del edificio. Woa, que montaña rusa ni qué ocho cuartos.
Aterrizamos dentro del edificio. Me encomendé a Lord Minols, héroe de la clase trabajdora de Tepenmequelmaquenpaque, quien me había enseñado a usar el látigo láser (cual ya tenía en mi mano). Grité mi famoso alarido de guerra y salí rumbo al último piso, donde, según mis poco confiables fuentes, estaba Madonna.

* Cuarto paso: la “mediconcentración”
A pesar de tener mi arma en mano, haber sido agredido, haber soltado el alarido de guerra y estar en territorio enemigo, rodeado de matones con ganas de despedazarme, no me podía lanzar al zafarrancho todavía. Encomendarme a Lord Minols, mi más acérrimo rival en alguna época era obra tardada.
Me escondí debajo de un escritorio, junto con Keith. Me coloqué en posición sentada-flor de loto y salí de mi cuerpo. Pasé por las montañas más picudas para llegar al océano donde nació Lord Minols, o más bien, donde Finolis Mulins se convirtió en Lord Minols. Encontré la ballena que usó como medio de transporte y di picada. Me mezclé entre sus jugos gástricos que me brindarían protección y ahí me estuve un rato, en calma.
Había llevado a Keith Richards a una muerte casi segura, pero tenía que volver para matar a Madonna. Viajé de regreso a mi cuerpo, listo para el zafarrancho.
Abrí los ojos, esperando estar rodeado de enemigos a quienes destruiría sin problemas, pero no, nada de ello. El lugar estaba vacío. No había gritos, explosiones ni nada por el estilo.

* Quinto paso: Encontrar a Madonna
... y a Keith, o lo que quedaba de él. Cuando salí de mi escondite vi una calidad de desmadre... ¿cómo ponerlo? Puro, absoluto, épico, caótico, indescriptible. Era como si una ola de Keith Richards en plan carnavalero hubiera pasado por ahí, pero sin señales de su satánica majestad.
Recorrí los pisos superiores uno a uno. Todos presentaban la misma apariencia, como si despertando junto con el alba, después de una noche donde nadie quedó en pie. Qué calidad de desmadre. Seguí escalando pisos hasta llegar a la azotea. Ahí se rompía el silencio. Si Keith, Madonna y todos los demás no estaban ahí, me podía dar por perdido. Tenía ante mi la puerta que daba al aire libre. La puerta donde se leía el número cien. Noventa y nueve pisos abajo y todo hecho un tiradero vacío, pasando esa puerta estaba la clave del asunto.
Estiré mi brazo para abrir la puerta y justo en ese instante sentí el resonar de una guitarra. Las ondas sonoras eran tan fuertes y sólidas que me pegaron con su magno poder y caí rodando, piso tras piso, hasta la planta baja. Qué, mala, onda. Ahora a subir de nuevo. Afortunadamente, escuché el sonido del elevador y me introduje en él para evitar los mil cuatrocientos ochenta y cinco escalones.

* Sexto paso: perder el control
Al abrirse la puerta del asensor directo en la azotea, vi que se había armado un escenario enorme. La gente estaba congregada alrededor y en unas gradas improvisadas. En el escenario, Keith afinaba su guitarra, Madonna estaba ahí también. Encadenada como si se le fuera a ofrecer como tributo a King Kong.
Cuando Keith estuvo listo comenzó a tocar. Madonna se retorcía, el público gritaba, yo fui afectado por todo ello y, vuelto un demente poseído por la música, entré al gentío brincando, gritando y buscando llegar hasta adelante. El “eslam” era sofocante, el cansancio agobiante, una tormenta eléctrica comenzó a armarse en el cielo y descendía con furia sobre la tierra. Nadie en la azotea buscó refugio. Tener tanto aparato electrónico en medio de una tormenta eléctrica era pésima idea, y más siendo que todos estábamos empapados de lluvia y sudor, y el agua que caía se había encharcado debajo de nosotros. Un rayo bastaba para freírnos a todos.

* Séptimo y último paso: Hacer sonar la guitarra de Keith
Como espectáculo de intermedio, Keith metió a una enloquecida Madonna a un amplificador grandísimo, de paredes transparente para poder ver su interior. Keith se acercó y bajó el volumen del ampli. ¿Quién nos iba a hacer los honores de hacer sonar la guitarra para explotar a Madonna?
Keith estiró su mano con el dedo índice en alto para señalar a alguien. Me eligió a mi. Subí al escenario. Cuando Keith me pasó su guitarra me sentí más poderoso que nunca. Tan poderoso como para encarar al patrón. Keith subió el volumen a todo lo que daba. Con mi mano izquierda puse el acorde de Sol, tomando cuidado de no hacer sonar la guitarra. Levanté mi brazo derecho, púa en mano. Pegué un brinco y al aterrizar rasgué la guitarra con todas mis fuerzas.
Para cuando salí de mi éxtasis, Madonna se había convertido en miles de manchas espesas, rojizas, embarradas en las paredes de dentro de un amplificador.

miércoles, 11 de marzo de 2009

Begoño Naleri

Mi historia empieza con el crack de mi guitarra texana desmadrándose en la cabeza de un albañil gandalla. Mi guitarra texana, mi más preciado tesoro, mi único tesoro, de hecho, aunque a partir de ese momento, mi tesoro pasó a ser otra cosa. Una prenda de vestir, ¿quién iba a pensarlo? Yo, el último en ponerse a la moda, el extraño que vestía que parecía que quería verse raro, ridículo o incluso mal. Pero bueno, les cuento de eso luego, primero mi guitarra.
Pinche albañil mamón, yo sólo iba pasando. No quise darme toda la vuelta a la cuadra y por eso entré en la obra negra de una que sería casona de esas chingonas chingonas. Digo, ¿qué de malo tenía eso?, cruzar por dentro de la obra en construcción. Pero el albañil se la tomó muy mal, igual y andaba crudo, o despechado, o algo traía, o tal vez nomás se quiso pasar de lanza conmigo, como me vio flaquito y de su vuelo, se quiso desquitar de algo que le había pasado en su vida y de lo cual yo no tenía ninguna chingada culpa. Pero bueno, que se me deja venir armándola de tos como todo un gallito de pelea. Sólo le faltó cacarear.
Ahora, mi respuesta en cualquier otro día hubiera sido correr, hacerme a un lado y esquivarlo para luego correr, o poner la guitarra a un lado y agarrarme a trompadas con el albañil, lo que hubiera acabado en una derrota mía por lo que hubiera aplicado las técnicas prohibidas de arañar, morder, jalar pelo y ps chíngue su madre, retorcer testículos, contra esa ni el más macho. Pero no, ese día andaba yo con mi aire de buena onda, con mi escudo protector del: nada malo te va a pasar y hasta cuando te vaya mal te irá bien. No era que hubiera fumado hierba o anduviera en esas crudas tempraneras, cuando la cruda no molesta sino es una especie de energía ahorrada de la noche anterior y uno despierta con tanta pila que no se puede quedar quieto. Nada de eso, era que llevaba el saco, mi otro recuerdo material que me había dejado mi cuatazo de pantalones bien puestos, aquel desgraciado que su más grande bendición había sido tenerme por amigo, me cae recontrascae de a madre que sí.
En cuanto a mi reacción. Sabía que mi único medio para ganarme la vida y seguir con mi sueño era por medio de la guitarra, de esa texana negra que me había dejado aquel wey, de esa guitarra que puso en una casa de empeño y que yo a escondidas compré, de esa guitarra que con todas mis fuerzas reventaba en la cabeza del albañil que me atacaba. Santo ranazo que se ha de haber llevado. No me importó romper la guitarra, como andaba dentro de mi capa de protección de la buena onda, sabía que otra guitarra conseguiría, o que de alguna otra forma iba a seguir tocando música, no había problema con eso.
No había problema porque traía mi saco de pana, ahora sí, mi único recuerdo de mi cuatazo de pantalones bien puestos, ese caballero andante cobarde que sacó lo valiente en aquella ocasión que no la debió de haber sacado, cuando yo no andaba ahí para defenderlo, cuando nadie andaba ahí para defenderlo, ni para hacer bola, siquiera, pero había que defender a su chica, y le salió lo valiente, y por valiente le dieron en su madre y por eso se largó del país.
Claro que si le preguntábamos por qué se quería ir, no nos iba a decir que fue por eso, sino que nos sacaba una de sus historias de que él era como Syd Barret, que nos había puesto el camino musical para que nosotros le siguiéramos y nos hiciéramos ricos y famosos ya sin él, que ya le tocaba salir del escenario que nunca llegamos a compartir para llevar una vida más relajada, viviendo como rey en tierra de campesinos, una vida de campo lejos del ajetreo coloquial, de las noches bohemias de visitar todos los bares del centro y entrar a algunos con la única meta de que nos sacaran por desmadrosos, por aferrarnos a tocar alguna rola, por querer brindar y declamar poesía parado sobre la barra o sobre una mesa, o por agarrarles las nalgas a la chica más chichona, y las chichis a la más nalgona, o por quedarnos dormidos. El caso es que se fue.
Yo me había quedado con su saco gris de pana, o algún material que se le parecía, yo no sé de telas. Cuándo él se lo ponía, se veía galán, cuando yo me lo ponía, en cambio, me veía teporocho… qué cosas más raras, ¿no?
Ese cabrón, aunque se oiga muy afeminado de mi parte (que no lo es), pero es la puritita verdad de la pura percepción mía, le daba color a mi vida. Ocurrente y muy divertido, ya al final, hasta regañarlo me divertía, aunque en el momento me sentía decepcionado y frustrado, pinche, incluso, pero pasaba un día y yo no podía seguir con el mismo encabronamiento que traía, lo que pasa, pasa y sólo queda seguir adelante. El wey siempre dijo que se iba a dar un rol por el mundo con su guitarra a cuestas, que ese iba a ser el viaje de su vida, quizás el último de su vida, quizás porque no lo quería sobrevivir, o porque no pensaba acabarlo nunca, ni en el día de su muerte. Eh ahí una más de esas ocasiones tantísimas en las que hablamos y hablamos de más, que decimos puritita pendejada, a veces ni nosotros nos la creemos, pero bueno, hay gente que se nutre de sus propias chaquetas mentales, nosotros somos de esos, por eso a veces no se nos cierra el pico.
Yo sentía cierta culpa. No lo debí de haber dejado salir sólo, no en esos días en que la banda en general andaba bien tensa, que en todos lados se agarraban a golpes, que todos se querían pasar de lanza con todos. Aunque era una cita entre él y su novia y ps yo no tenía pareja para acompañarlos así que yo me fui por otro lado. Igual y puedo pensar en eso para no culparme, pero como quiera me culpo, ni modo, así soy y por más que me repita que yo no tuve nada que ver, que igual y si yo hubiera andado ahí nos hubiera ido peor… total.
Total que como sentía cierta culpa decidí hacer ese viaje que él haría para su bien morir, aunque yo no lo iba a hacer con esa intención, yo quería hacer el viaje para vivir de verdad y ya luego seguir muriendo, por eso no me preocupaba romperle la guitarra al albañil, ni me preocupaba que salieran otros y que me rompieran mi madre, no me preocupaba no tener dónde dormir ni qué comer, ya se presentaría algo o alguien. Mis recursos eran amplios y había muchas cosas que yo podía hacer por dinero, por una supervivencia digna de un viajero con su guitarra a cuestas que acaba de tronar la guitarra en la cabeza del hostil y feo albañil ese.
Salí corriendo carcajeándome. No tenía miedo. No salí corriendo por temor a que alguien me persiguiera y alcanzara, no salí corriendo porque temía ver cómo había dejado a ese albañil después de reventarle la guitarra y darle dos que tres patadas mientras caía al suelo. Corría a toda velocidad, no queriendo escapar de algo, sino persiguiendo algo, persiguiendo mi sueño. No me iba a pasar nada, y lo malo que me pasara no era malo en verdad, era bueno con un disfraz. No era un engaño como los que yo solía aplicar para que la gente pensara, no era una mala jugada del destino, era una pequeña broma, así nada más.
Salí corriendo carcajeándome, entre más corría y más reía, menos aire sostenía en mis pulmones, más trabajo me costaba respirar y tuve que detenerme, pero al detenerme salía corriendo todavía más. Aquello se había convertido en una carrera de mí contra mí. Mi cuerpo que decía pérate mano, y mi terquedad que decía no, ni madres. A descansar cuando me muera o los domingos, decían las filosofías del rocanrol, primer proyecto de tantos que dejamos inconclusos.
Las filosofías del rocanrol. Esas filosofías incluían la buena onda que yo sentía, que me protegía, que emanaba de mi saco que había pertenecido a mi cuatazo de pantalones bien puestos. Así de pegaditos éramos. Podíamos dormir en la misma cama, pero con los pantalones bien puestos, lo nuestro sólo era cuestión de practicidad para combatir el frío. Cada quien en su ladito y cuidadito si te pasabas de la raya, pero como sabíamos a qué nos exponíamos en esas noches, ni nos movíamos, me cae. Cada quien en su lado, bajo las sábanas, inmóvil, acurrucado, con los pantalones bien puestos.
Salí corriendo y salí de la futura casa como un loco desesperado, alcanzando nubes, subiéndome en el aire para flotar alto, alto, a lo inalcanzable, igual y desde las alturas podía ver a mi cuatazo de pantalones bien puestos, igual y le mandaba un saludo desde ahí arriba, pero para poder subir había que correr a toda velocidad, gritar como desesperado, aletear con los brazos y dar brazadas con las alas que poco a poco salían a relucir, un par de hermosas y resplandecientes alas de humo anaranjado, morado y verde. Los ojos bien cerrados, mis pies eran suficientemente hábiles para no tirarme al piso, mi equilibrio andaba intachable, ni por dónde verle fallas hasta entonces. Ni tropezones ni pasos falsos. Parecía que patinaba, hasta el tiempo se detenía para observar. Sentí que el suelo cambiaba de elemento, abrí los ojos. Estaba en el negro río de asfalto. Un ruido ensordecedor acompañado de otro chillante taladraron mis oídos. Abrí los ojos para ver lo inconcluso, lo borroso de las sepa cuántas vueltas y vueltas, la pérdida de la vertical por una línea que fluye como el humo que el corazón de la tierra fuma escapando por entre sus poros, sus diminutos agujeros por donde sale la magia que la gente con prisa ha olvidado, ha perdido, ha matado.
No me iba a dejar llevar por la fuerza del impacto, era necesario mantener despiertos y prestos los sentimientos que pudiera para luego contar la historia con lujo de detalle, y en especial, lo que hacía de mis historias más interesantes y únicas: mi percepción de lo que iba pasando conmigo. Pude oler el miedo de la viejita cuanto se bajaba del auto. Ni se paró a ver cómo había quedado su Mustang, fue directito conmigo. No sé por qué comencé a reír. Sabía que la muerte no andaba cerca, así que no había por qué ponernos solemnes. Sentía todas las partes de mi cuerpo, pasé un escanner sensorial y luego me toqué para asegurarme.
Para cuando llegó la ambulancia, yo estaba dejando de escuchar ese zumbido intenso dentro de mi cabeza, estaba perfectamente bien excepto por una mugrosa herida que tenía en la cabeza. Lo primero que hice al notar la sangre fue quitarme el saco de pana gris para que no se manchara. ¿Qué pasó?, preguntaron los paramédicos. Ayúdenla a ella, creo que le dio un paro cardiaco. Me atropelló y se desmayó, igual y fue por ver tanta sangre. ¿Esa es tu sangre? Supongo. Es demasiada, deberías estar recostado, no te vayas a desmayar también. No, les digo que yo estoy bien, me levanté para insistir en que ayudaran a la ancianita. Ayuden a la anciana, miren, yo estoy bien, ella…
Desperté en la ambulancia, compartiéndola con la ancianita rumbo al hospital.

martes, 3 de marzo de 2009

Golpe de suerte

Esa pereza que envuelve hasta al más osado
Esa movida que atrae al afortunado
Esa ráfaga que escapa a la racha de suerte
Esa balada que baja la luz del ambiente.

Ese tiro que falló, aunque siempre dio en el clavo
Esa güera heredera de un imperio lejano
Esa ausencia desviada que aclama un presente.
Ese ímpetu joven que quiere ser rebelde

Ese golpe de suerte,
ese tiro de gracia
Ese presta y no alcanza a inclinar la balanza

Ese tramo pendiente
Esa brecha mojada
El sudor te delata

Esa carta que nunca dejaste de leer
Ese ídolo inmortal que cuelga de tu pared
Ese mandatario que ha quedado sin tropa
Ese beso que manda a volar a la ropa

Esa huida de siempre y siempre acabó ayer.
Ese tesoro que se guarda a tu merced.
Ese avión de papel que vive en ciudad airosa.
Esa cava de vino que aguarda gota a gota.

Pequeñeces que dan gran vida a lo inerte
Enfoques de un lado que dan ritmo a otro
El cierre de campaña en guerra de lodo
Es rico aquel que, sobre todo, divierte.

Ese golpe de suerte,
ese tiro de gracia
Ese presta y no alcanza a inclinar la balanza

Ese tramo pendiente
Esa brecha mojada
El sudor te delata