Mi historia empieza con el crack de mi guitarra texana desmadrándose en la cabeza de un albañil gandalla. Mi guitarra texana, mi más preciado tesoro, mi único tesoro, de hecho, aunque a partir de ese momento, mi tesoro pasó a ser otra cosa. Una prenda de vestir, ¿quién iba a pensarlo? Yo, el último en ponerse a la moda, el extraño que vestía que parecía que quería verse raro, ridículo o incluso mal. Pero bueno, les cuento de eso luego, primero mi guitarra.
Pinche albañil mamón, yo sólo iba pasando. No quise darme toda la vuelta a la cuadra y por eso entré en la obra negra de una que sería casona de esas chingonas chingonas. Digo, ¿qué de malo tenía eso?, cruzar por dentro de la obra en construcción. Pero el albañil se la tomó muy mal, igual y andaba crudo, o despechado, o algo traía, o tal vez nomás se quiso pasar de lanza conmigo, como me vio flaquito y de su vuelo, se quiso desquitar de algo que le había pasado en su vida y de lo cual yo no tenía ninguna chingada culpa. Pero bueno, que se me deja venir armándola de tos como todo un gallito de pelea. Sólo le faltó cacarear.
Ahora, mi respuesta en cualquier otro día hubiera sido correr, hacerme a un lado y esquivarlo para luego correr, o poner la guitarra a un lado y agarrarme a trompadas con el albañil, lo que hubiera acabado en una derrota mía por lo que hubiera aplicado las técnicas prohibidas de arañar, morder, jalar pelo y ps chíngue su madre, retorcer testículos, contra esa ni el más macho. Pero no, ese día andaba yo con mi aire de buena onda, con mi escudo protector del: nada malo te va a pasar y hasta cuando te vaya mal te irá bien. No era que hubiera fumado hierba o anduviera en esas crudas tempraneras, cuando la cruda no molesta sino es una especie de energía ahorrada de la noche anterior y uno despierta con tanta pila que no se puede quedar quieto. Nada de eso, era que llevaba el saco, mi otro recuerdo material que me había dejado mi cuatazo de pantalones bien puestos, aquel desgraciado que su más grande bendición había sido tenerme por amigo, me cae recontrascae de a madre que sí.
En cuanto a mi reacción. Sabía que mi único medio para ganarme la vida y seguir con mi sueño era por medio de la guitarra, de esa texana negra que me había dejado aquel wey, de esa guitarra que puso en una casa de empeño y que yo a escondidas compré, de esa guitarra que con todas mis fuerzas reventaba en la cabeza del albañil que me atacaba. Santo ranazo que se ha de haber llevado. No me importó romper la guitarra, como andaba dentro de mi capa de protección de la buena onda, sabía que otra guitarra conseguiría, o que de alguna otra forma iba a seguir tocando música, no había problema con eso.
No había problema porque traía mi saco de pana, ahora sí, mi único recuerdo de mi cuatazo de pantalones bien puestos, ese caballero andante cobarde que sacó lo valiente en aquella ocasión que no la debió de haber sacado, cuando yo no andaba ahí para defenderlo, cuando nadie andaba ahí para defenderlo, ni para hacer bola, siquiera, pero había que defender a su chica, y le salió lo valiente, y por valiente le dieron en su madre y por eso se largó del país.
Claro que si le preguntábamos por qué se quería ir, no nos iba a decir que fue por eso, sino que nos sacaba una de sus historias de que él era como Syd Barret, que nos había puesto el camino musical para que nosotros le siguiéramos y nos hiciéramos ricos y famosos ya sin él, que ya le tocaba salir del escenario que nunca llegamos a compartir para llevar una vida más relajada, viviendo como rey en tierra de campesinos, una vida de campo lejos del ajetreo coloquial, de las noches bohemias de visitar todos los bares del centro y entrar a algunos con la única meta de que nos sacaran por desmadrosos, por aferrarnos a tocar alguna rola, por querer brindar y declamar poesía parado sobre la barra o sobre una mesa, o por agarrarles las nalgas a la chica más chichona, y las chichis a la más nalgona, o por quedarnos dormidos. El caso es que se fue.
Yo me había quedado con su saco gris de pana, o algún material que se le parecía, yo no sé de telas. Cuándo él se lo ponía, se veía galán, cuando yo me lo ponía, en cambio, me veía teporocho… qué cosas más raras, ¿no?
Ese cabrón, aunque se oiga muy afeminado de mi parte (que no lo es), pero es la puritita verdad de la pura percepción mía, le daba color a mi vida. Ocurrente y muy divertido, ya al final, hasta regañarlo me divertía, aunque en el momento me sentía decepcionado y frustrado, pinche, incluso, pero pasaba un día y yo no podía seguir con el mismo encabronamiento que traía, lo que pasa, pasa y sólo queda seguir adelante. El wey siempre dijo que se iba a dar un rol por el mundo con su guitarra a cuestas, que ese iba a ser el viaje de su vida, quizás el último de su vida, quizás porque no lo quería sobrevivir, o porque no pensaba acabarlo nunca, ni en el día de su muerte. Eh ahí una más de esas ocasiones tantísimas en las que hablamos y hablamos de más, que decimos puritita pendejada, a veces ni nosotros nos la creemos, pero bueno, hay gente que se nutre de sus propias chaquetas mentales, nosotros somos de esos, por eso a veces no se nos cierra el pico.
Yo sentía cierta culpa. No lo debí de haber dejado salir sólo, no en esos días en que la banda en general andaba bien tensa, que en todos lados se agarraban a golpes, que todos se querían pasar de lanza con todos. Aunque era una cita entre él y su novia y ps yo no tenía pareja para acompañarlos así que yo me fui por otro lado. Igual y puedo pensar en eso para no culparme, pero como quiera me culpo, ni modo, así soy y por más que me repita que yo no tuve nada que ver, que igual y si yo hubiera andado ahí nos hubiera ido peor… total.
Total que como sentía cierta culpa decidí hacer ese viaje que él haría para su bien morir, aunque yo no lo iba a hacer con esa intención, yo quería hacer el viaje para vivir de verdad y ya luego seguir muriendo, por eso no me preocupaba romperle la guitarra al albañil, ni me preocupaba que salieran otros y que me rompieran mi madre, no me preocupaba no tener dónde dormir ni qué comer, ya se presentaría algo o alguien. Mis recursos eran amplios y había muchas cosas que yo podía hacer por dinero, por una supervivencia digna de un viajero con su guitarra a cuestas que acaba de tronar la guitarra en la cabeza del hostil y feo albañil ese.
Salí corriendo carcajeándome. No tenía miedo. No salí corriendo por temor a que alguien me persiguiera y alcanzara, no salí corriendo porque temía ver cómo había dejado a ese albañil después de reventarle la guitarra y darle dos que tres patadas mientras caía al suelo. Corría a toda velocidad, no queriendo escapar de algo, sino persiguiendo algo, persiguiendo mi sueño. No me iba a pasar nada, y lo malo que me pasara no era malo en verdad, era bueno con un disfraz. No era un engaño como los que yo solía aplicar para que la gente pensara, no era una mala jugada del destino, era una pequeña broma, así nada más.
Salí corriendo carcajeándome, entre más corría y más reía, menos aire sostenía en mis pulmones, más trabajo me costaba respirar y tuve que detenerme, pero al detenerme salía corriendo todavía más. Aquello se había convertido en una carrera de mí contra mí. Mi cuerpo que decía pérate mano, y mi terquedad que decía no, ni madres. A descansar cuando me muera o los domingos, decían las filosofías del rocanrol, primer proyecto de tantos que dejamos inconclusos.
Las filosofías del rocanrol. Esas filosofías incluían la buena onda que yo sentía, que me protegía, que emanaba de mi saco que había pertenecido a mi cuatazo de pantalones bien puestos. Así de pegaditos éramos. Podíamos dormir en la misma cama, pero con los pantalones bien puestos, lo nuestro sólo era cuestión de practicidad para combatir el frío. Cada quien en su ladito y cuidadito si te pasabas de la raya, pero como sabíamos a qué nos exponíamos en esas noches, ni nos movíamos, me cae. Cada quien en su lado, bajo las sábanas, inmóvil, acurrucado, con los pantalones bien puestos.
Salí corriendo y salí de la futura casa como un loco desesperado, alcanzando nubes, subiéndome en el aire para flotar alto, alto, a lo inalcanzable, igual y desde las alturas podía ver a mi cuatazo de pantalones bien puestos, igual y le mandaba un saludo desde ahí arriba, pero para poder subir había que correr a toda velocidad, gritar como desesperado, aletear con los brazos y dar brazadas con las alas que poco a poco salían a relucir, un par de hermosas y resplandecientes alas de humo anaranjado, morado y verde. Los ojos bien cerrados, mis pies eran suficientemente hábiles para no tirarme al piso, mi equilibrio andaba intachable, ni por dónde verle fallas hasta entonces. Ni tropezones ni pasos falsos. Parecía que patinaba, hasta el tiempo se detenía para observar. Sentí que el suelo cambiaba de elemento, abrí los ojos. Estaba en el negro río de asfalto. Un ruido ensordecedor acompañado de otro chillante taladraron mis oídos. Abrí los ojos para ver lo inconcluso, lo borroso de las sepa cuántas vueltas y vueltas, la pérdida de la vertical por una línea que fluye como el humo que el corazón de la tierra fuma escapando por entre sus poros, sus diminutos agujeros por donde sale la magia que la gente con prisa ha olvidado, ha perdido, ha matado.
No me iba a dejar llevar por la fuerza del impacto, era necesario mantener despiertos y prestos los sentimientos que pudiera para luego contar la historia con lujo de detalle, y en especial, lo que hacía de mis historias más interesantes y únicas: mi percepción de lo que iba pasando conmigo. Pude oler el miedo de la viejita cuanto se bajaba del auto. Ni se paró a ver cómo había quedado su Mustang, fue directito conmigo. No sé por qué comencé a reír. Sabía que la muerte no andaba cerca, así que no había por qué ponernos solemnes. Sentía todas las partes de mi cuerpo, pasé un escanner sensorial y luego me toqué para asegurarme.
Para cuando llegó la ambulancia, yo estaba dejando de escuchar ese zumbido intenso dentro de mi cabeza, estaba perfectamente bien excepto por una mugrosa herida que tenía en la cabeza. Lo primero que hice al notar la sangre fue quitarme el saco de pana gris para que no se manchara. ¿Qué pasó?, preguntaron los paramédicos. Ayúdenla a ella, creo que le dio un paro cardiaco. Me atropelló y se desmayó, igual y fue por ver tanta sangre. ¿Esa es tu sangre? Supongo. Es demasiada, deberías estar recostado, no te vayas a desmayar también. No, les digo que yo estoy bien, me levanté para insistir en que ayudaran a la ancianita. Ayuden a la anciana, miren, yo estoy bien, ella…
Desperté en la ambulancia, compartiéndola con la ancianita rumbo al hospital.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario