jueves, 25 de septiembre de 2008

La vieja Guardia / Recuerdos Palpables

Esos cuates que siendo tan distintos
siguen siendo tan puramente iguales,
dispuestos y compuestos por banales
fantasías bailables en un limbo.

Esa banda que en el cortejo mismo
se presta de cristal en ventanales,
luz de color persiguen los chavales
pronto hombres, mortales, prestos y listos.

Descubro la laguna del recuerdo
al tener frente a mí un llano vacío,
su memoria recorrerá mis versos.
Sólo me los quitaría el delirio.

No me despido, conmigo los llevo;
debajo de mi sombrero
y junto a mi corazón encendido.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El escape del loco

Clemente ya estaba muerto, tan cansados, tan cansados. Después de una noche de concierto tardío de sorpresa, de cabezas rodantes, de ambulancias que no se querían mandar, de música cabaretoza, de cerveza abundante, de clima bochornoso que a esas alturas ya ni se sentía y unas cuantas cosas más, era normal que Clemente estuviera muerto. No técnicamente muerto, pero sí muerto de borracho. Hay que aclarar que muerto de borracho viene antes del estado borrachesco conocido como “bulto”. Muerto es mejor que bulto, porque el muerto puede revivir, sólo hace falta una que otra estimulación, ya sea una sacudida, un cubetazo de agua fría, un ruido endemoniadamente extremo, o una simple presencia imponente.
Clemente estaba muerto, recargado como distinguidamente se recarga en las mesas cuando está muerto, recargado como cuando en Real de Catorce comieron peyote y luego tomaron galones de cerveza, añadiéndole un desmadre rocanrolero bien dado, en pleno bar, Clemente muerto, pero aquello fue entonces, hace ya unos cuantos meses, esto que les cuento fue de hace poco, y en esta ocasión, en cierto bar de Monterrey, ya entradas las horas de madrugada, ese bar en el que Rigoberto pretendía dar un concierto improvisado, estaba vacío.
Habían entrado ahí porque el lugar tenía un escenario abierto, con guitarra y micrófono. Rigoberto no detuvo la oportunidad para tocar. Definitivamente ya no estaba en estado para dar una buena presentación, o bueno, no de buena calidad, las buenas presentaciones no siempre implican una buena calidad. Pero a Rigoberto no le importaba, él simplemente quería tocar y dar su concierto improvisado.
Se pidieron una chela al entrar y ver el lugar vacío. Se sentaron en una mesa y procedieron, Clemente a morir y Rigoberto a colocarse en el escenario. Después de la primera rola, Rigoberto se dio cuenta de que no había gente que aplaudiera, pero como quiera pidió aplausos. Fue entonces, en esas tocaditas entre canción y canción que comprendió que el micro y la guitarra estaban apagados. Pidió que los prendieran y le dijeron que en eso estaban. Le tomaron fotos, hablaban en voz baja, se reían detrás de la barra. Luego fueron a tomarle fotos a Clemente, regresaron a reírse detrás de la barra.
Mira que gandallines tenemos aquí, pensó Rigoberto, pero no le importó. Mientras seguía dando su concierto desenchufado, iba planeando cómo voltearles la torta a esos payasitos. Digo, no es cosa rara que se la cotorrearan de un par de borrachines, pero esos cuates ya se estaban pasando de lanza.
Tras acabarse su cerveza y repertorio de rolas, Rigoberto se bajó del escenario, se acercó a Clemente, le sacudió el hombro para revivirlo. Clemente se levantó mecánicamente y miró a Rigoberto, quien lo miraba de vuelta con una mirada intensa, como si algo muy fuerte estuviera por pasar o acababa de acontecer. Levántate, sal del bar y corre. Así habló Rigoberto, con toda intención en sus palabras. Clemente se levantó, salió del bar y se echó a correr. Sin preguntas, sin previas averiguaciones, vayan ustedes a saber qué pasó por la cabeza de Clemente para obedecer tan sistemáticamente ese mandato. Tal vez no pasaba nada por su cabeza y por eso lo primero que oyó fue lo que dijo, qué flojera tener qué pensar en qué hacer, o en preguntar los típicos por qués. Parriba, pafuera y vámonos.
Entonces fue que Rigoberto empezó su actuación, cuando Clemente se echó a correr, Rigoberto se alarmó, le gritó que se detuviera, que lo esperara, que era peligroso. Salió del bar corriendo tras su amigo. Era absolutamente necesario que Clemente no escuchara a Rigoberto, porque los gritos podían hacer que Clemente se detuviera ahora sí para ver qué pasaba, y era imprescindible también, que el mesero y el hombre de la barra y el resto de los trabajadores del bar escucharan lo que Rigoberto gritaba.
Tras Rigoberto salió corriendo el mesero que los había atendido y el mamón que les había tomado fotos. Le gritaron a Rigoberto que se detuviera o que llamarían a la policía. Rigoberto volteó, se sobresaltó, regresó corriendo con sus perseguidores quienes se sacaron de onda. ¿Qué pasa, qué pasa?, preguntaba Rigoberto, ¡tengo que alcanzarlo! ¿Te estás haciendo el chistocito?, preguntó uno de los perseguidores, quien notablemente estaba sacado de onda pero tenía que preservar ese plan de altivo imponedor de su ley. ¿Quieres que llamemos a la policía? ¡La pinche cuenta, neta, perdón, ni pensé en ello! Es que no entienden, tengo que alcanzarlo. Está loquito y no puedo permitir que ellos lo encuentren antes de que yo lo haga. ¡Vamos, ¿cuánto es de las cervezas?!
El mesero ya estaba bien sacado de onda, como que quiso agarrar del hombro a Rigoberto y someterlo, pero éste se safó hábilmente. ¡No tengo tiempo para estas pendejadas! Ve y dime cuánto te debo para pagarte tu miserable dinero, este güey está loco y debo encontrarlo antes de que haga algo verdaderamente irreversible. El mesero no pudo sino entrar al bar para salir con la cuenta, Rigoberto ya había sacado la cartera bien dispuesto a pagar por lo que el mesero confió en él, pero tan pronto entró al bar, Rigoberto salió disparado, corriendo, cagado de la risa.
No sólo habían salido sin pagar dos chelas. Eran dos chelas, treinta pesos que sí tenían. No era algo tan malo lo que habían hecho, pero eso de escapárseles dos veces a los del bar no tuvo precio. Primero a la malagueña, a la de un dos tres y córrele, los meseros no los hubieran alcanzado, pero después, Rigoberto tuvo el descaro de regresar con sus perseguidores, tomarles el pelo y hacerlos quedar como unos verdaderos pendejos, y volver a huir, sin pagar la cuenta.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Qué fácil fue dejar de ser difícil

¿Cómo negarme a los brazos abiertos
de demonio condenado y siniestro,
a quien yo, ciego soñador amante
veía como la más hermosa ángel?

¿Cómo darle la espalda a esa fulana
enferma de muerte como sólo ella estaba,
siendo yo la mejor cura viviente,
siendo ella un disfraz que engañó a este inconsciente?

¿Cómo cerrar los ojos al desastre
tan seguro que ni propuse embate,
mientras aseguraba que aquello era
la más prodigiosa y brillante estrella?

¿Cómo ponerle peros, este amargo
poema, a la hiel servida a lo largo
de la más corta caricia de miel,
la única sobre mi tostada piel?

¿Cómo prevenirme de tal veneno
si a cada sorbo mi corazón sincero
latía con prisa por más elixir?
Qué fácil fue dejar de ser difícil.

tierna resignación

Recostado en su cama, dejándose llevar por la música. Nunca había visto a nadie bailar acostado. Los movimientos eran lentos, fluidos, sin interrupciones, como si recordara cuando era feto y se la pasaba de lo mejor dentro del vientre de su madre. Pink Floyd sonaba en el aparato reproductor de música, por supuesto. Comfortably numb, para acabarla, quienes no hayan escuchado esa rola, escúchenla y pónganle atención a la letra, así se acercarán a comprender de lo que hablo.
Total, que nuestro sujeto bailaba, dejándose llevar por la música. A veces estiraba los pies y las manos como si intentando alcanzar algo que estaba frente a él, encima de él , a sus costados, en todas partes excepto dentro suyo, o tal vez al contrario, estaba tan dentro suyo, innegable naturaleza, se expandía haciendo que sus movimientos fueran respuesta a esa expansión de la materia, del misticismo, de su humanidad, de su más interno núcleo elemental.
Su madre, parada al umbral de la puerta de la habitación, miraba con detenimiento a su querido hijo. No lo estudiaba, ya sabía que estas cosas iban más allá de su poder. Quién sabe qué estaría pensando esa hermosa mujer, madre por quinta ocasión cuando tuvo a Gelacio, una hija llegó tras él. Así que en esa ocasión miraba a nuestro sujeto, Gelacio, bailando recostado en su cama. Su madre lo miraba detenidamente.
Al acabarse la canción, Gelacio dejó de moverse y quedó plano en su cama, recostado boca arriba. Su madre simplemente dijo “ay, Gelacio”, con toda la resignación tierna que una madre puede tener al ver que su hijo es lo que es, que no esconde, que no se oculta tras máscaras, muy a pesar de una familia algo tradicionalista, ese sujeto obedecía a su propia naturaleza. No se le podía regañar por disfrutar de lo que hacía puesto que lo hacía de puro corazón. Sean hierbas, sea rocanrol, sea desmadre, sean bebidas, sea música sicodélica; fuera todo aquello embutido en un entendimiento tan pleno del cual nuestro Gelacio gozaba. Así que su madre suspiró dejando escapar un “ay, Gelacio” con toda esa tierna resignación que sólo una madre puede tener al mirar a su hijo en ese estado. No era malo lo que hacía, simplemente era diferente, y su madre, lo entendía así, sabía que no había forma de cambiarlo, que había que resignarse a esa forma de ser tan pura, tan íntegra, que a pesar de cierta formación que se le había dado, había cosas que no se le podrían “moldear” por así decirlo, moldear a la forma que uno quisiera, moldear para que su entrada a la sociedad fuera más sencilla, más práctica, mejor, o lo que sea que hagan los padres amorosos con sus hijos. Pero existen ocasiones, como ésta, en que una madre o un padre tiene que resignarse con tanta ternura para poder seguir amando a su hijo por sobre ellos mismos.
“Ay, Gelacio”.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Sueños traicioneros

Todo el día de ayer anduve con una extraña sensación de olvido, considero que es de mis mayores miedos, si no es que el mayor. Ser olvidado por la gente a la que verdaderamente estimo. Ser olvidado como últimamente he estado haciendo con este blog, o al menos en apariencia. No es que lo haya olvidado, es que ocurren cosas en la vida que frustran mis intentos por hacer algo, pero bueno... qué pinches emo me estoy viendo.
Todo culpa de mi maldito sueño. Durante el día varias cosas pasaron que frustraron intentos de querer crear, de querer explorar, simplemente de querer hacerlo. Pta madre, para cuando llegué a la casa, ni tomé la guitarra, ni hice los ejercicios nocturnos, nada de nada. Con toda el hambre que traía y la inmensa hueva, coraje y frustración que cargaba... voy volviendo a odiar a la gente.
Iba muy bien, chinga, iba bien. A todo dar, con tantas ganas de emprender, de partir, no de pinches quedarme estático, carajo!!!! Calma calma. Soñé que todas mis obras y todas mis canciones eran quemadas, que yo no existía, siendo esto no en cuestión de que yo haya muerto, sino que nunca hubiera existido, ya ni como un pedazo de metal oxidado, un coche viejo al que el anciano mira con ese brillo de la nostalgia, recordando todas sus aventuras en la máquina. No, yo soñé que no había absolutamente nada que llevara a mi recuerdo, nada que llevara a mi, nada de nada... uuuuuufffff, eso sí que da miedo. Aunque diga que lo que importa es el presente y que la chingada y que tú las traes... ¡pamplinas!, al menos yo sí me ocupo para el futuro, en especial para el futuro que habrá cuando yo ya no viva.
Ya no quiero seguir con estas ideas. Cambio de cassete.
Ya estuvo, el panorama cambió con un viajecito para dejar a una compañera de trabajo a x punto de la ciudad, una cantadita de regreso, porque los vehículos de la chamba no tienen estéreo, así que todo pinta un mejor color. Nomás es cosa de no clavarse, siempre lo hemos dicho. Pero bien, ¿qué sería de nuestras vidas si no nos claváramos en nada?
No, ya, este escrito apesta, apesta sobremanera, mejor los dejo con un poema para no tener un intento totalmente fallido por subir algo al blog. Por cierto, el 12 de septiembre empieza la feria del libro, asistan, compren, lean, instrúyanse, construyan. Va a cambiar de sede, ya no será en el Museo de las Aves sino en el Museo del Desierto, esto es bueno ya que implica que estará más grande, probablemente vendrán más editoriales, ya veremos. Los invito a que asistan, la entrada es gratis. Bueno, va, el poema.

En tus ojos perdería mi fama
para que no me distrajera,
y así, libre de enredos, pudiera
dedicarme, por entero, a mi amada.

De entre todos los días que nos quedan
sólo uno de ellos te pido.
Verás, que estando conmigo,
ese día valdrá tu vida entera.

Si tras meloso día, amanezco,
mi corazón prendido estuviere,
si bien no te conservo en mi lecho
te buscaré hasta el día que te entierren.

*Nótese que la amenaza del final puede arruinar el principio para aquellas chicas que pensaban que esto iba a ser algo muy meloso. Pero es tan simple como decir: si un día no funcionó, no quiero volver a intentarlo ya que no funcionará por siempre. Pero te amo tanto que nunca te olvidaré. Mi vida entera la pasaré esperando a que te mueras para ir a saludarte, así sea la muerte lo único que nos pudiera separar, contra la muerte no hay competencia, en cambio, si te fuera a visitar antes de que murieras, nos tendríamos que decir adiós por cosa nuestra.