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martes, 26 de mayo de 2009

La tercera es la vencida (primera parte)

Es bien sabido que los dioses del rocanrol no se la ponen fácil a Clemente y a Rigo cuando van a rocanrolear a Monterrey. La primera vez los multaron, a unos doscientos cincuenta metros de la carretera federal. De haber acelerado a fondo, no los hubieran alcanzado los tránsitos de Santa Catarina. Pero eso no sucedió y les cayeron con la multa.
La segunda vez que los dioses les pusieron un obstáculo fue aquella vez que, saliendo de un concierto, el coche ya no estaba. Había sido llevado al corralón por la grúa. Tuvieron que pasar por toda una travesía de esperar, caminar, y dialogar con las autoridades para ver cómo tenían que sacar el coche... se tuvieron que regresar en camión.
Y esta tercera vez, parece que llegaron al colmo. Pudo haber sido peor... bueno, no adelantemos las cosas para arruinar la intriga de llegar al climax. Para empezar, en esta ocasión llevaban una compañera femenina, Diana. Diana había sido advertida de las malas pasadas que habían tenido Clemente y Rigo al ir a rocanrolear a Monterrey, pero eso no le inmutó, incluso, podría decirse que le emocionó más. No era una chica fácil de asustar ni se impresionaba con tan poco. Clemente no iba a perder esta oportunidad de ver a Andrés Calamaro y Rigo, aunque no se sabía ninguna canción del argentino, necesitaba una escapadita para desviar su atención a lo que verdaderamente importaba. Así que las cosas estaban puestas para ver qué sucedía ahora.
Ya estaban por llegar. No había pasado ningún pormenor en la carretera, no se habían perdido, no hubo tráfico, no los detuvieron los tamarindos de tránsito... todo iba bien. A punto de llegar al auditorio había una desviación, alguna reparación o reestructuración de la vialidad. Nada grave, nada grave hasta que un coche blanco salió disparado de quién sabe dónde, en dirección contraria al tráfico. Después de éste coche venía una camioneta, también, a toda velocidad. Coleó un poco al dar una vuelta y reanudó su carrera.
Chale, qué paletosos, pensaron nuestros tres amigos aventurrocanroleros. Estarán demostrando lo pudientes que son, o algo así. Clemente alcanzó a ver cómo una patrulla se atravesaba por la calle para impedirles el paso. Pobrecillos, pensó, ya los agarraron. Siguieron en su camino. No había mucho tiempo qué perder. El concierto empezaba dentro de poco. Subieron por una joroba, ya se podía ver el edificio al que iban. Estaba justo al otro lado del boulevard.
El primer tronido llegó aislado. Justo como para adjudicarlo a alguna falla en la joroba o algún desperfecto de las líneas de electricidad que colgaban por los aires. Luego siguieron dos tronidos más... la cosa se tornaba extraña. Los tronidos sonaron más cerca. Luego se soltó una lluvia de estruendos que hacían temblar todo el coche y detenían los latidos de los tres aventurrocanroleros que no se creían lo que estaba pasando.
Ninguno gritó ni dijo nada, no se la creían, esto era demasiado. ¡Estaban atrapados en medio de una persecución con todo y balazos! Rigo todavía tuvo el descaro de no creer, el típico engaño a uno mismo. ¡Esto no puede estar pasando! El muy iluso llegó a pensar, incluso, mientras la camioneta blanca los rebasaba, que estos pudientes paletosos iban jugando y disparando salvas para llamar la atención y crear pánico entre la gente... pero cuando vio que del coche blanco que les iba por detrás emergió un cuerno de chivo, no tuvo más remedio que tirarse al asiento.
Clemente también se agachó al escuchar la estruendosa ráfaga. En su vida, ninguno de los tres había escuchado disparar un arma de tan grueso calibre. Era impresionante el olor a pólvora que se soltó libre por el aire. Diana se sumergió en su asiento lo más que pudo cuando el vidrio de atrás se reventó para luego explotar en mil pedacitos.
Rigo se cubrió la cabeza, Clemente no sabía si frenar, acelerar, darse vuelta o seguir el camino como iba. Cada uno iba pensando tan rápido que no conseguían pensar en algo concreto y productivo para el momento tan crítico que sus vidas pasaban. ¿Acaso les habían disparado intencionalmente o simplemente había sido una ráfaga de balas que se cruzó en su camino? Rigo y Diana, entre que querían ver qué era lo que pasaba, dudaban entre quedarse agachados cubriéndose de los disparos o asomándose para ver lo que pasaba, se voltearon a ver un instante y supieron que los dos estaban pasando por la misma situación, el único que no tenía la oportunidad de dudar era el chofer, Clemente. Sentían mucha emoción, tremenda incertidumbre y algo de miedo que apenas comenzaba a cocinarse.
Los dos vehículos dándose de balazos se fueron por adelante. Clemente tuvo la certeza de aparcarse en una farmacia, quien sabe si pensó que sería un lugar oportuno para limpiar heridas o tomarse pastillas tranquilizantes para no quedar en shock; o si fue el primer lugar que se le antojó como seguro.

- That was very exiting. – exclamó Diana al recuperar su uso de palabra.
- Desde luego que no. Fue horrible. – Clemente no podía quitar sus manos del volante. Por primera vez en su vida pudo sentir que era como si su vida dependiera de ello.
- Miren los vidrios. – murmuró Rigo como si pasmado.
- Hay que revisar todo el coche.
Diana ya estaba afuera revisando si había algún agujero o algún desperfecto. Clemente logró quitar sus manos del volante para acariciarse la pelona y salir lentamente, meditándolo todo, contemplando todo su alrededor como si fuera la primera vez que viera cada cosa. Rigo, por su parte, salió arrastrándose del coche y pensó en besar el suelo, pero no lo hizo.
- Necesito un baño.
- Definitivamente. – concordó Clemente, como si fuera la mejor de las ideas.
- ¡Oh, crap! – gritó Diana.
- Sí, ahorita vamos. – Clemente parecía hablar consigo mismo y miraba asuntos que sólo eran visibles para él.
- Mierda la que hubiera quedado de nosotros si esas balas nos daban.
- No, miren. – llamó Diana levantando los boletos al aire para exponer un agujero.

Clemente y Rigo estuvieron mirando lo que quedaba de los boletos, pasmados, no había expresión en su rostro. Todo rastro de vida se había ido de ahí, era como si sus espíritus o almas o vayan ustedes a saber la energía que maneja el cuerpo humano de cada uno hubiera salido para encararse con los dioses del rocanrol y reclamarles.
- Entonces, ¿qué vamos a hacer? – preguntó Diana.
- Esto es demasiado.
- Fue mi culpa. – confesó Clemente. - Si no te los hubiera pasado...
- No, caon, como quiera les hubieran atinado a los boletos. Esto es un ultraje. ¡No se vale!
- ¿Se dan cuenta de qué tan cerca pasó una bala por mi mano? – decía Diana mirando su mano por todos los ángulos, como si no creyese que la tuviera todavía.
- Osea, ¿estás sugiriendo que todo esto fue planeado para destruir nuestros boletos?
- Mi mano... – balbuceaba Diana.
- Sí, o bueno, tal vez no, pero definitivamente aprovecharon la oportunidad para jodernos.
- Es tan linda, mi mano...
- Entonces, no vamos a entrar al concierto.
- Oh no, ¡claro que vamos a entrar! Esos culeretes no se saldrán con la suya.
- Wey, más respeto con los dioses del rocanrol.
- Me la pelan. Vas a ver que vamos a entrar a ese concierto a como de lugar.
- Tan blanca y fina...
- ¿Y cómo piensas entrar? ¿Les vamos a decir que estuvimos en una balacera y que un balazo pegó a los boletos? ¡¿Cómo vamos a entrar?! – Clemente tomó a Rigo por la camisa mientras lo estrujaba violentamente.
Rigo sabía que la bronca no era en contra suya, era una extrema señal de desesperación por la situación que se les presentaba.
- Calma, caon, calma. Por mis huevos que entramos. Vas a ver. – y soltándose, Rigo se encaminó al auditorio con una determinación digna de alguien que sabe lo que hace, claro que... no tenía idea de lo que iba a hacer. Clemente y Diana cruzaron una mirada de incertidumbre y decidieron, sin hablar, que lo mejor era acompañar de cerca de Rigo.

Y tenemos a nuestros tres aventurrocanroleros postrados frente al auditorio, contemplándolo con desdén.
- ¿Estás seguro que era aquí?
- ¿Era hoy?
- Bueno... sí, digo, creo que sí. – Clemente se quería zafar de ese incomodísimo interrogatorio que en cierto punto no merecía, pero por otro lado...
- Ya me hiciste esto una vez, caon, llegamos un día tarde al concierto.

Ah, sí, había olvidado que los dioses del rocanrol les habían jugado otra mala, aparte de la de la multa y de la del coche en el corralón, en una ocasión, llegaron un día tarde al concierto, porque la página de internet se había equivocado al publicar la fecha. Se hizo un desmadre, demandaron a la página, pero como quiera, no entraron al concierto.

- Dice que el concierto se pospuso por causas de fuerza mayor y ajenas al auditorio.
Habían mandado a Clemente a taquillas a preguntar, mientras Rigo ideaba una forma de abrir las puertas y comprobar con sus propios ojos que no había concierto adentro del recinto.
- Claro, no faltaba más...
- ¿Entonces – preguntaba Diana – qué hacemos?
- Bueno, siempre podemos ir a tomarnos unas cervezas y luego regresar a Saltillo.
- Me parece bien. Estoy ansiosa por ver qué más nos pasa.
- Ya no va a pasar nada, ya no hay nada qué perder. Ya no hubo concierto, ya no nos puede pasar nada malo. – gruñía Rigo con su amargura habitual.
- Esperemos que no. – añadió sabiamente Clemente, como si excusando a su amigo ante los dioses del rocanrol, que bien sabían los tres, aunque Rigo lo negara, aunque Diana se hiciera de la vista gorda, aunque Clemente deseara lo contrario; podían seguirles maltratando.

viernes, 27 de marzo de 2009

María me salvó aquel día

Hubo una ocasión, en una fiesta de quién sabe quién, en quién sabe dónde, que una chica me estaba acosando, bueno, no tanto, pero ya andaba en ese cotorreo de la coquetería borracha donde “sin querer” te embarran las bubs y se arriman a tus partes nobles y se te acerca mucho a la boca y te susurra al oído y te mira con esos ojos y te otorga esa sonrisa, o bueno, al menos eso era lo que creía ella, porque muy a menudo eructaba en toda mi jetota y me echaba el humo del cigarro y ps la onda no se ponía nada chida, aparte de que la chica esta no me latia ni un poquito.
La verdad no recuerdo cómo fue que me puse a platicar con ella, cómo había empezado esa tediosa conversación, pero sí recuerdo que tuve que aplicar dos tres técnicas para rechazarla sin que se sintiera rechazada... ¡menuda faena! Porque, a pesar de que ya estaba harto de esta chica, no podía portarme mamón, digo, no está chido y no tenía ganas.
Total, que mi primer intento consistió en fingir ser todo un fanfarrón peleonero, de esos que las pueden de todas, todas; que se dan mucho al Mandrake; que sólo sus chicharrones truenan, que qué pancho pistolas ni qué mis tanates... cosas así. Le conté que en una ocasión diez güeyes se la hicieron de pedo a un amigo mío por andar muy ebrio. Que yo me encabroné y fui a hacérselas de tos (cosa que nunca haría por las muy obvias razones de que me caga darme de trompadas y más aún si ellos son diez y nosotros dos, aunque mi amigo no contaba porque más que caminar, se arrastraba).
Ps le ando contando esa situación peculiar, pensando que la chica esta iba a darme por un fanfarrón peleonero y que, por lógica, eso no es lo que quieren las mujeres (¿quién me dio permiso de imaginarme la lógica de las mujeres?... pobre iluso), ah, porque la cosa no acaba en que fui a hacérselas de tos. Todavía, para hacerla más panchosa, le dije que llegué bien campante, casi, casi dando tiros al aire y que con mi pura presencia los güeyes casi acaban por pedirle perdón a mi amigo.
No maaaaaaaaaanchs, si alguien me cuenta una de esas, primero veo su tamaño y si no es una bestia sobrehumana, le digo: disculpa, amigo, voy a cagar. Y no regreso, a menos que quiera que me cuenten otra de vaqueros.
Ps íngale, que acabo mi historia fanfarrona y mamona, hasta adopté una postura impregnada en soberbia arrogante, todo para que esta chica pensara que soy un pendejo y ahí nos vemos... pero cuáaaaaal. Los ojitos le brillaban como nunca antes los vi brillar. ¡Qué valiente!, decía. Esos son hombres y no chingaderas.
Puuuuuta madre, a esta morra le gusta que la toreen y que le vean cara de pendeja. Chingada, pero bueno, mi cabeza trabajó al máximo para zafármela de encima y dije: okei, le gustan los hombrezotes, ps deja salgo con esta otra historia, y que empiezo a contarle que lo que yo quiero es hacer música y me vale madre todo lo demás y la fregada y la tostada. Estaba creando el ambiente para llegar a la parte cúspide, al bum que definitivamente debería alejar a esta chica de mi, que ya casi casi andaba babeándome mi chaleco rocanrolero del Tri y toqueteándome las nachas.
Tenía que actuar rápido porque ya me andaban oliendo el cuello y creo que se había quitado el brasierre por debajo de la blusa y las cosas se iban a tornar a un punto que me daría mucha pena ajena con esa chica, aparte, yo he estado en una posición con el corazón bien abierto pa que me rechacen, tons puedo agarrar la onda, así que había que tronar por otros medios más sutiles.
Sí, y como te decía, yo lo que quiero es la música y bla bla bla... es más, si algún día llega un productor y me dice que me da un contrato a cambio de mis nalgas, ps chíngue su madre, se las doy.
Yo pensaba que con ese comentario la chava iba a pensar que había algo de homosexual en mí y que ya no iba a querer nada. En un principio se quedó callada, perpleja. Me miró fijamente con sus ojos que ya decían: de esto no me acuerdo mañana; y dijo algo así como “me encantas porque harías hasta lo imposible por seguir tus sueños”, se inclinó hacia mí y apunto estuvo de besarme de no ser porque le vino una flema asquerosa, tal vez era vomitada, pero se la aguantó. Cerró la boca y eructó girando un poco. Pta, yo no me aguantaba el asco. Una sonrisa asomó a mi boca, sonrisa nerviosa, qué chingaos. Ya nada iba a funcionar para quitarme a esa morra de encima de una forma no tan directa y culera...
Se recuperó de su eructo y volvió a la carga ¡¡¡Qué descaro!!! Reaxiona, cabrón, reaxiona, di algo, CORRE. No, espera, le dije, interponiendo mi mano en su boca. Tengo novia. Ella retrocedió... casi se le salen las lágrimas. Ya, cabrón, lo lograste, heriste su corazón... justamente lo que no quería hacer, pero, de nueva cuenta me equivocaba. Yo pensaba que eran lágrimas de tristeza o algo por el estilo, de frustración, pero no, era de la pura emoción.
Entonces eres prohibido... mmmmmm, lo prohibido sabe más rico. No maaaaaaaaames, ora sí que no mames. Esta vieja estaba loca, loca y pedisisísima. Pero... las buenas manos de María acudieron a mi salvación.
¡Eh, Ñero!, ¿quieres? Me llamó un cuate mostrando un cigarrillo en su mano. ¿Qué es?, le pregunté. ¿Cómo que qué es buey? Contestó poniendo cara como si mi pregunta hubiera sido de las más torpes y necias. ¡Ps aguelita de batman, carnal!, ahorita voy, respondí. Que volteo con la chica y me mira con su jetota de enojada. ¿Le haces a ese pedo? me preguntó. Uuuuuuuu, dije, de aquí soy. Ps claaaaaro que le hago, soy bieeeeeeen locototote. ¿qué tú no? No, yo no, respondió ella.
María me salvó aquel día.

martes, 20 de enero de 2009

El goce de un metalero

Ringo y Esthar se tomaban unas chelas en el Confesionario, platicaban de que no eran muy exigentes con las chicas, desde cierto punto e vista. Sólo quiero que pueda venir conmigo aquí, y pasársela bien. Eso es todo. Bla bla bla bla. Sí cómo no. Pobres incomprendidos. Lo que querían era una chica alivianada, de otra ciudad, según ellos. No me molestan las vaqueritas, decía Rigo, de hecho, me atraen y me antojan bastante. Es el medio del vaquerismo que no me late. Siempre se pelean, caon, siempre, y se pelean retegacho. No es que sea un cobarde gallina, que lo soy, pero qué hueva tener que andar siempre presto porque un cabrón te quiere pegar por cualquier pendejada. Pobre banda reprimida. Tienen demasiado coraje reprimido. ¿De dónde vendrá? Ps quien sabe, ¿qué me importa? Ps total...

Total que en esas andaban. Tomando chelas, pensando en la mujer que quisieran tener a su lado, pensando en la bebida que estaría tomando, pensando en qué estaría pensando, pensando en cómo sería besarla, pensando en cómo sería tocarla, pensando en cómo sería abrazarla, pensando en cómo sería acariciarla, pensando en cómo sería despedirse de ella, pensando en qué estarían platicando, pensando en cómo estaría vestida, pensando en qué contestaría a tal comentario.
Entre que se hacían sus chaquetas mentales, no evitaban voltear a ver el televisor. Videos de metaleros, claro. Conciertos masivos donde greñudos tocaban en el escenario y prendían a la banda de tal manera. Ringo se perdió en esa cadena de ideas. Ringo, el metalero frustrado porque tocar metal en la guitarra era demasiado rápido y él no alcanzaba, y cantarlo era muy agudo. Pero en la prepa bien que era metalero. Disfrutaba de las rolas, de la energía de la distorsión, de mover parriba y pabajo el greñerío abundante.

- De entre todas las tribus urbanas que existen, creo que nadie goza tanto y con tanta energía como un metalero en un concierto. – comentó Ringo, como si sus palabras fueran perlas de sabiduría.
- ¿Tu crees?
- Sí, güey, me cae. Fíjate. Un fresa no disfruta tanto en un antro, tomando Bacardí. Un vaquero no disfruta tanto cuando monta un toro o caballo. Un futbolista no disfruta tanto cuando mete un gol, por más chingón que sea el gol. Es más, no creo que un marihuano disfrute tanto cuando fuma mota.
- Aaaaaaa, ¿te cae?
- Me cae, caon. Se disfruta bastante, pero no tanto como los metaleros en un concierto, ese desmadre es de otro nivel.
- No ps ta cabrón.
- Ta cabrón. Es más, caon, así te la pongo. Un metalero disfruta más en un concierto que un satánico sacándole el corazón a una persona en uno de sus ritos oscuros.
- ¡No mames! Eso está cabrón.
- No me imagino nada más cabrón... o bueno, ¡cámara! Esta se la mata a todas. Un metalero disfruta más un concierto que un padrecito violándose a un niño.
- No mames, güey, eso está cabronsísimo.
- Fuerte, ¿no?
- Pasado de lanza. Están cabrones los metaleros.

Ringo y Esthar patean traseros

Esthar pasó por Ringo, a casa de éste para salir de reventón el primer jueves después de la graduación. El jueves es sagrado. El jueves tiene nombre de rock. El jueves brindo por la cruda del mañana y pido otra cerveza más, ps chinque su madre, ¿qué más da?
El jueves que presenta promociones de licor por todos lados y que aloja grupos en vivo por doquier. Sagrada y digna debe ser siempre la cruda del viernes. Los deambulares de un zombie fumigado que vaga buscando calor, la estela del reventón que se difumina en una ola de responsabilidades y vida madura. El que la hace, la paga, no hay de otra. Lo que queda es reventarse de lo lindo para que a la hora de cobrar, cobren bien.

- Espera. – alertó Esthar. – No enciendas. Hay una patrulla detrás de nosotros.
- Yo ya estoy bien. – dijo Ringo.
La patrulla los rebasó sin pos de conflicto. Ringo y Esthar se relajaron.
- No hay lugar más seguro que detrás de una patrulla.
- Bueno, pues, uno más y quedo bienavenvionado.

Los tacos que masticaban eran deliciosos. Tortillas de maíz, así se sentían más chavos banda, como que las prietitas de maíz se la cotorreaban mejor que las paliduchas (también deliciosas) de harina. Las de maíz representaban su pasado, su lugar, esa popularidad que los intermezclaba con el medio al que querían pertenecer, al menos esa noche. Las de harina eran más exclusivas, menos aceite y menos resbalosas.
El queso era una añadidura especial. Duplicaba el tamaño del taco, evitaba que la tortilla cerrara. Era el oro blanco para el paladar hambriento y antojado. El limbo del pecado sagrado. ¡Benditas sean mis ofensas!
Las salsas los miraban en su apacible estado licuoso. Verde, guacamole, chipotle y de árbol. Había que probarlas todas. ¡Una orden de tacos por cada salsa! Cinco tacos la orden. Veinte tacos a tragar.
Las barrigas se desplomaban. Veinte tacos y un chesco. ¡Qué delicia! La cuenta, por favor, para alcanzar el horario del dos por uno en chelas en el Confesionario, la embajada del metal en el centro.

- ´Nche cena bastarda, caon.
- ¿Bastarda!
- No tuvo madre. – dijo Ringo sobándose su crecidita barriga. – Tes güinápuri, mano.
- Bueno, pues salgamos de este changarro o se nos va a pegar la onda de la plaza esta de los viejitos... – Esthar volteó hacia ambos lados, como si precaviendo no revelar un misterio. - ...huevones.
- ¿Y por qué tanto misterio?
- Porque a los viejitos no les gusta que les digan huevones.
- Ahh chinga chinga. Pus que demuestren lo contrario.

Justo iban saliendo del changarro cuando se topan con una espesa fila de millares de viejitos que les impedían el paso. Se veían como en cualquier otro día, con sus sombreros, bastones, lentes, calvas, dentaduras postizas, ropa de pana, sudadera de campesino, jorongos, cocoles, camisas de cuadros, suéteres de rombos... etc, etc, etc. Sólo que en esta ocasión, todos los viejitos habían tomado sus posturas de pelea.
Los había de todas las clases. Karate, Judo, Taekwondo, Kung-Fu, Samuráis, Esgrimistas, Caballeros medievales, Bárbaros medievales, Guerreros Águila, Guerreros Jaguar, peleadores callejeros, de Capoeira haciendo sus danzas y brincos extravagantes; cargaban espadas largas y cortas, katanas, cuchillos, chacos, bastones, escudos, mazos de obsidiana, cimitarras, cadenas, bates, navajas y mucho tanto otro tipo de armas blancas.
Había viejitos haciendo formas de combate, tirando patadas voladoras imposibles, quebrando bloques de cemento con la cabeza (ese viejito murió en el intento, al momento de que su cabeza tocó el bloque), incluso, había un viejito sentado en posición de flor de loto, como si meditara, ¡levitando a un metro del suelo!
Ringo y Esthar se miraron mutuamente. Se encogieron de hombros como si no les quedara de otra pues así era. Los viejitos no otorgaban cuartel, no tomaban prisioneros y vomitaban la clemencia. ¡En guardia y al ataque!
Ambos bandos brincaron hacia sus contrincantes, dando como resultado un choque de fuerzas en pleno aire. Una nube de golpes rodeó la trifulca por lo cual lo único que podía verse era cuando los viejitos salía disparados de la nube. Unos salían y otros entraban, como haciendo relevos.
Los viejitos se fueron acabando y la nube de golpes disminuía su dimensión gradualmente hasta que sólo quedaron Ringo y Esthar. Aterrizaron agitados, pero airosos. Habían vencido a la horda de viejitos... o al menos eso habían creído hasta que uno les saltó encima, luego otro, y otro, y otro más.
Miles de viejitos habían llegado de todas partes del mundo para defender su honra y su nombre. Ringo y Esthar quedaron sepultados bajo una montaña de viejitos. Medía por lo menos tres metros. Pesaba alrededor de quinientos kilos entre tanto hueso y cartílago. El hedor era insoportable. Menuda tumba. Los encabezados de los diarios dirían: mueren chavos sepultados bajo viejitos revoltosos.
Afortunadamente para fanáticos, amantes y simpatizantes de Ringo y Esthar, ese no sería su fatídico final. No. La montaña de viejitos comenzó a temblar y ¡puf! Todos los viejitos salieron disparados.
Todos los metiches que observaban los hechos se quedaron maravillados y cuando se acercaron a Ringo y Esthar, lo único que éstos dijeron fue: es que comimos en “El pastor tacos”.

jueves, 15 de enero de 2009

lapsus brotus (segunda, y última, parte)

Rigo. Rigo. ¿Qué pedo, caon? Con un chasquido de los dedos de Leo, Rigo despertó de su trance.
- ¿Qué tranza, dónde estamos? ¿Dónde está la morra?
- ¿Qué morra?
- Precisamente, ¿qué morra? ¿Quién era esa que me salvó?
Leo asintió como si entendiera la situación a la perfección.
- ¿Otro de tus trances?
- Me temo que sí. – dijo Rigo, volteando hacia Leo con la mirada más seria.
- Bueno, ya llegamos, bájate.

Salieron del vehículo y se encaminaron al bar donde las chicas, amigas de Leo, los esperaban.
Llegaron al bar después de pasarse por otro lugar donde estaban tocando una muy buena rola de Stevie Ray Vaughn. A pesar de la insistencia de Leo de ir con las chicas ya que los estaban esperando y... eran chicas, no pudo negarle a Rigo quedarse a escuchar la rola.
Hubiera sido como quitarle un dulce a un niño y mirar esos ojitos llorosos que no comprenden por qué se les quitan las cosas que más desean en la vida, al menos en ese momento. Con todo y que Leo sabía que Rigo callaría estoicamente y que lo acompañaría al bar con las chicas, se quedaron a escuchar la canción. Digo, ¿qué más da una canción? Aparte ya se está acabando, decía Rigo en pos de su defensa. Y el bar está aquí a la vuelta, culminaba.
La rola acabó como en quince segundos y, ahora sí, procedieron a su cita con las chicas. Estas estaban ubicadas en la esquina de un bar tranquilo del centro de la ciudad, a donde acudían a menudo los “intelectuales” y los pousers” que se la pasaban hablando de la nueva novela de Gabriel García Márquez y de lo grande que era tal filosofía de Nietzche, cosa que en este relato no importa pa pura madre.
Eran suficientes como para tener que juntar tres mesas para caber todas en un solo sitio y poder convivir juntas sin sentir esa separación que proponen las mesas alejadas. Rigo pasó a saludar a las chicas, presentarse y tomó asiento en un extremo de la mesa. Leo hizo lo propio y se sentó en el otro extremo de la mesa.
Ahora sí, los amigos separados por las mujeres tenían sólo su elocuencia y galantería para sobrevivir en ese salvaje, incongruente (para millares de hombres) y maravilloso mundo de las mujeres saliendo a parrandear.
Después de comenzar a platicar con una chica, otras dos llegaron a sentarse.
- Pues mira, Rigo, Ofelia también es escritora, ustedes se llevarían bien. – presentó una de las chicas a la recién llegada.
Rigo, presentando su mejor sonrisa se levantó y estrechó la mano de Ofelia.
- Tanto gusto, yo soy Rigoberto.
- Ofelia.
- Ya me dijeron que te gusta escribir. ¿Qué escribes?
- Bueno... tú sabes, pendejadas. – contestó, haciéndose la importante.
- Claro. ¿Qué no lo hacemos todos?
- No soy tanto escritora, pero me vivo entre un círculo de escritores, poetas, músicos, artistas, tú sabes...
- Órale, ¡qué chido! Pues puedes añadir a una persona más a tu círculo de músicos poetas y locos.
- ¿A quién?
Oh, rayos, pensó Rigo, aquí espero y no sea una de “estas”. De estas que se toman todo este rollo de la artisteada tan en serio, exclusivo y pomposo que acaban por darme tanta, pero tanta hueva, que ni pa´ qué hablaba, caray. Pero bueno, aquí vamos.
- Pues a mí, claro.
- Tú no eres un artista.
Chingas, pensó Rigo. Sí es de esas.
- Un artista no diría que lo es. Simplemente lo sería.
- Claro.
- Aparte, no puedo añadirte en mi círculo de amigos artistas hasta que vea alguna de tus obras. ¿Qué haces, escribes?
- Escribo. - contestó asintiendo, haciendo esmero por no poner la cola entre las patas.
- Bueno, pues hasta no ver lo que escribes es que podré decir si eres escritor o no.
- Mira nomás. Suena lógico. Nunca me habían pedido que escribiera algo para poder darme ese, tan anhelado, título.
- No todas somos unas facilotas, querido. – dijo, con la más arrogante de las expresiones.
- Afortunadamente existen mujeres como tú que nos hacen la vida imposible a pendejos como yo que creemos que con dos tres palabruchas y versos baratos podemos encandilar a cualquier chica.
- Ándale.

Por consiguiente, para no seguir con la sosa conversación, Rigo se levantó, se paró en su silla y declamó una fracción de “La vida es Sueño”, esa misma fracción que siempre declamaba en cotorreos, por lo que Leo ya casi se la sabía de memoria, así como muchos otros de sus amigos.

- ... y los sueños, sueños son.
Rigo se bajó y alzó su copa al llamado de Leo, quien desde el otro lado de la mesa seguía la declamación. ¡Salud!
- Eso no es tuyo. – recriminó Ofelia.
- Claro que no, pero ¿apoco no me salió bien chido?
- Pues... te diré.
- No hace falta, soy consciente de mi grandeza. – dijo y prosiguió a pellizcar del plato con aceitunas.
- No, pues eres todo un artista. – siguió Ofelia, como para tener la última palabra. – Como si el mundo fuera un espejo y tú fueras lo único que existe, y haces todo para ti. Narcisistas hasta la muerte.
Rigo estuvo a punto de entablar la plática de que Narciso no hubiera sido Narciso de no haber sido por su peculiar muerte, y que Narciso, de pobre o jodido no tiene nada. Murió mirando lo más hermoso que pudo haber mirado en el mundo, ¿qué hay de malo en eso?. Prudentemente, Rigo prefirió no seguir con esa conversación, encontró que las aceitunas eran más deleite.

- Hola. – saludó cortésmente una morenita de sonrisa sincera y permanente; cabello negro, quebrado y extendido hasta la mitad de su espalda; ojos de azabache con mirada inquieta; de finos rasgos, la mujer, aparentando menos de sus 22 años.
Rigo estaba empinándose su botella de cerveza. Miró a la recién llegada y sin dejar de tomar, levantó su mano derecha y agitola, contestando el saludo. Tras acabar el último trago, bajó la botella y suspiró, su mirada se perdió idolatrando a esa divina creación de la refrescante bebida de cebada.
- Hola. – ahora sí. – Yo soy un pendejo.
- ¿Un pendejo? – se sacó de onda.
- Según tu amiga. No me presentaría como tal, pero según ella, eso me hace ver más noble.
- Yo no dije eso. – interrumpió Ofelia.
- No hizo falta.
- Ash... como quieras – exclamó, pensando en lo pendejo que era Rigo.
- Gracias, entonces... – dirigiéndose a la morenita. - ¿Me veo más noble o más pendejo, todavía?
Ella sonrió. Buena señal, pensó Rigo.
- No te llames así, yo no creo que seas un pendejo.
- Gracias, - contestó, haciendo reverencia, según él muy galante. – pero no me conoces, y sólo estoy cotorreando, no es cosa seria.
- Bueno. – ella sonrió para pasar a otro tema. – Yo soy Lucille.
- Órale, ¡qué chido! ¿Es por...?
- Por la guitarra de B.B. King, mis padres son muy fans.
- ¿Y qué tal tú?
- Pues... me gusta, y me gusta su guitarra.
- Si, ps cómo no. Yo me llamo Rigoberto.
- Mucho gusto, Rigoberto.
- Igualmente, Lucille, - sonrió ampliamente. – me gusta tu nombre.
- Gracias, a mí también. ¿Quieres tomarte mi cerveza? Es que ya me está durmiendo.
- Bueno... pues... me sacas de onda. Se supone que yo soy el que tiene que invitarte un trago, pero bueno, claro que me la tomo. ¿Estás desvelada, o qué?
- No, es que la cerveza me duerme.
- Será que sólo tomas una, que no es ninguna. ¿Dos?, para la tos. ¿Tres?, de una vez y ya vas entrando en calor... diría Alex Lora.
- Pues si con una me ando durmiendo... imagínate con dos.
- Hasta que no te las tomes, seremos ignorantes en el asunto.
- Prefiero un tequila preparado, o vodka.
- Naturalmente.
Ella hizo otra sonrisa que Rigo ya identificaba como la pauta para otro tema.
- Está muy bonito el poema que declamaste.
- Sí, Calderón de la Barca era muy bueno.
- ¿Y tú, no escribes nada?
- Por ahora, nada, tengo la maldición del escritor bloqueado y la hoja prolongadamente blanca.
Se guardó un silencio contemplativo. Ella intentando descifrar algo de él mientras que él pensaba qué decir. Cada vez que Rigo pensaba en qué decir era porque la chica le intimidaba como le atraía. Desde cierta torcida sensiblería, le gustaban esos silencios que ellas se tomaban.

- Te voy a descubrir, ¿sabes? – rompió ella.
- No sabía que me ocultaba.
- Precisamente, voy a descubrir eso que hay detrás de esta apariencia que nos presentas.
- ¿Estas diciendo que no soy auténtico? – sonrió desafiante.
- No. Todos guardamos algo, y yo voy a descubrir lo tuyo.
- Suena... interesante – replicó sin saber lo que decía. - ¿Alguna razón en particular?
Su pregunta era similar a la confesión de quien se siente acorralado.
- Mera curiosidad.
- Órale. – dijo, desviando la mirada y asintiendo como si comprendiera una lección. Luego la volvió a mirar.
- ¿Qué? – preguntó ella.
- ¿Qué de qué?
- Me miraste como si me quisieras decir algo.
- Oh, querida Lucille, vaya que lo hice. Tendrás que aprender a interpretar mi mirada si quieres descubrirme.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El escape del loco

Clemente ya estaba muerto, tan cansados, tan cansados. Después de una noche de concierto tardío de sorpresa, de cabezas rodantes, de ambulancias que no se querían mandar, de música cabaretoza, de cerveza abundante, de clima bochornoso que a esas alturas ya ni se sentía y unas cuantas cosas más, era normal que Clemente estuviera muerto. No técnicamente muerto, pero sí muerto de borracho. Hay que aclarar que muerto de borracho viene antes del estado borrachesco conocido como “bulto”. Muerto es mejor que bulto, porque el muerto puede revivir, sólo hace falta una que otra estimulación, ya sea una sacudida, un cubetazo de agua fría, un ruido endemoniadamente extremo, o una simple presencia imponente.
Clemente estaba muerto, recargado como distinguidamente se recarga en las mesas cuando está muerto, recargado como cuando en Real de Catorce comieron peyote y luego tomaron galones de cerveza, añadiéndole un desmadre rocanrolero bien dado, en pleno bar, Clemente muerto, pero aquello fue entonces, hace ya unos cuantos meses, esto que les cuento fue de hace poco, y en esta ocasión, en cierto bar de Monterrey, ya entradas las horas de madrugada, ese bar en el que Rigoberto pretendía dar un concierto improvisado, estaba vacío.
Habían entrado ahí porque el lugar tenía un escenario abierto, con guitarra y micrófono. Rigoberto no detuvo la oportunidad para tocar. Definitivamente ya no estaba en estado para dar una buena presentación, o bueno, no de buena calidad, las buenas presentaciones no siempre implican una buena calidad. Pero a Rigoberto no le importaba, él simplemente quería tocar y dar su concierto improvisado.
Se pidieron una chela al entrar y ver el lugar vacío. Se sentaron en una mesa y procedieron, Clemente a morir y Rigoberto a colocarse en el escenario. Después de la primera rola, Rigoberto se dio cuenta de que no había gente que aplaudiera, pero como quiera pidió aplausos. Fue entonces, en esas tocaditas entre canción y canción que comprendió que el micro y la guitarra estaban apagados. Pidió que los prendieran y le dijeron que en eso estaban. Le tomaron fotos, hablaban en voz baja, se reían detrás de la barra. Luego fueron a tomarle fotos a Clemente, regresaron a reírse detrás de la barra.
Mira que gandallines tenemos aquí, pensó Rigoberto, pero no le importó. Mientras seguía dando su concierto desenchufado, iba planeando cómo voltearles la torta a esos payasitos. Digo, no es cosa rara que se la cotorrearan de un par de borrachines, pero esos cuates ya se estaban pasando de lanza.
Tras acabarse su cerveza y repertorio de rolas, Rigoberto se bajó del escenario, se acercó a Clemente, le sacudió el hombro para revivirlo. Clemente se levantó mecánicamente y miró a Rigoberto, quien lo miraba de vuelta con una mirada intensa, como si algo muy fuerte estuviera por pasar o acababa de acontecer. Levántate, sal del bar y corre. Así habló Rigoberto, con toda intención en sus palabras. Clemente se levantó, salió del bar y se echó a correr. Sin preguntas, sin previas averiguaciones, vayan ustedes a saber qué pasó por la cabeza de Clemente para obedecer tan sistemáticamente ese mandato. Tal vez no pasaba nada por su cabeza y por eso lo primero que oyó fue lo que dijo, qué flojera tener qué pensar en qué hacer, o en preguntar los típicos por qués. Parriba, pafuera y vámonos.
Entonces fue que Rigoberto empezó su actuación, cuando Clemente se echó a correr, Rigoberto se alarmó, le gritó que se detuviera, que lo esperara, que era peligroso. Salió del bar corriendo tras su amigo. Era absolutamente necesario que Clemente no escuchara a Rigoberto, porque los gritos podían hacer que Clemente se detuviera ahora sí para ver qué pasaba, y era imprescindible también, que el mesero y el hombre de la barra y el resto de los trabajadores del bar escucharan lo que Rigoberto gritaba.
Tras Rigoberto salió corriendo el mesero que los había atendido y el mamón que les había tomado fotos. Le gritaron a Rigoberto que se detuviera o que llamarían a la policía. Rigoberto volteó, se sobresaltó, regresó corriendo con sus perseguidores quienes se sacaron de onda. ¿Qué pasa, qué pasa?, preguntaba Rigoberto, ¡tengo que alcanzarlo! ¿Te estás haciendo el chistocito?, preguntó uno de los perseguidores, quien notablemente estaba sacado de onda pero tenía que preservar ese plan de altivo imponedor de su ley. ¿Quieres que llamemos a la policía? ¡La pinche cuenta, neta, perdón, ni pensé en ello! Es que no entienden, tengo que alcanzarlo. Está loquito y no puedo permitir que ellos lo encuentren antes de que yo lo haga. ¡Vamos, ¿cuánto es de las cervezas?!
El mesero ya estaba bien sacado de onda, como que quiso agarrar del hombro a Rigoberto y someterlo, pero éste se safó hábilmente. ¡No tengo tiempo para estas pendejadas! Ve y dime cuánto te debo para pagarte tu miserable dinero, este güey está loco y debo encontrarlo antes de que haga algo verdaderamente irreversible. El mesero no pudo sino entrar al bar para salir con la cuenta, Rigoberto ya había sacado la cartera bien dispuesto a pagar por lo que el mesero confió en él, pero tan pronto entró al bar, Rigoberto salió disparado, corriendo, cagado de la risa.
No sólo habían salido sin pagar dos chelas. Eran dos chelas, treinta pesos que sí tenían. No era algo tan malo lo que habían hecho, pero eso de escapárseles dos veces a los del bar no tuvo precio. Primero a la malagueña, a la de un dos tres y córrele, los meseros no los hubieran alcanzado, pero después, Rigoberto tuvo el descaro de regresar con sus perseguidores, tomarles el pelo y hacerlos quedar como unos verdaderos pendejos, y volver a huir, sin pagar la cuenta.

viernes, 15 de agosto de 2008

El Ataque del Perro

“¿Cómo empezar? ¿Cómo empezar? Caminando de regreso a casa, después de que la escuela nos hubiera hecho otra de sus uveemeadas, de esas típicas tonterías por fallas en el sistema y que nos hacen estar perdiendo el tiempo sentados esperando a que se arregle la situación, íbamos fatigados, hablando acerca de futuros proyectos cinematográficos cuando de pronto, casi casi de la nada, que nos sale un perro, caon. No era perro ordinario, no. Un perro ordinario nos hubiera ladrado y hasta ahí, nos hubiera advertido que no nos acercáramos a la puerta que cuidaba. Se hubiera levantado y mostrado colmillo. Pero este perro no era de esos, no era normal, era un perro, me cae que era entrenado.”

El reportero preguntó: ¿estás diciendo que hay perros entrenados a atacar a la gente que simplemente va pasando por la calle? Rigoberto no tomó esa insinuación como placentera, incluso, se hubiera ofendido de no ser porque tenía tantas ganas de contar la historia, que no podía tomar riesgos de enojarse, porque enojado perdía sus dotes de cuentacuentos.

No, respondió, lo que estoy diciendo es que ese perro nos atacó. Entrenado o no, esa es mi percepción y no es un hecho, pero de que nos atacó, nos atacó. Te digo, nos atacó, acá, bien sigiloso, nos cayó por un costado, hasta pareció que quiso flanquearnos, como si nos estuviera cazando. Lo escuchamos ladrar dos veces, pero ya venía corriendo, lo que más recuerdo fueron las pezuñas chocando con el asfalto, porque venía corriendo para atacarme. De buenas que se fue conmigo y no con Gaspar.

¿Preferiste que hubiera atacado a tu amigo Gaspar en lugar de a ti?, preguntó el reportero. No, claro que no. Desde luego que no. Varios razones. Uno, Gaspar no hubiera aguantado ni tres segundos contra el perro y si hubiera corrido, cosa que hizo, que prudentemente hizo... digo, si un perro te ataca, un perro grande e imponente, ps uno corre. ¿De qué te sirve quedarte muy machito a hacérsela de tos? N´ombre, puro tarugo se estaría quedando atrás, esas son tonterías machistas. Entonces, volviendo. Si hubiera atacado a Gaspar con todo y que corrió al primer síntoma de hostilidad, el perro lo hubiera agarrado a los tres pasos del otro, de Gaspar, pues. Y ponle que llegara yo y pateara al perro o que le diera de palazos o que le aventara piedras y al final lograra ahuyentarlo, como quiera Gaspar hubiera acabado herido.

¿Y tú te defiendes mejor que Gaspar?

Pues sí, francamente sí, pero en este caso no importa. O bueno, tal vez importa, pero muy poco, la principal razón por la que fue un golpe de suerte que me haya atacado a mi, era porque yo traía un palo.

¿Un palo?

Sí, un palo. Verás, no fue que haya percibido en el aire que por ahí nos hubiéramos encontrado a un perro que nos atacaría, pero cuando pasé y lo vi, andaba de muy buen humor. Cuando vi al palo. Era un palo, que parecía como si fuera una vara de mago hechicero, tan larga como yo, y de una forma remolinesca en la que la parte de arriba podía caber una piedra (la piedra de la cual yo, el mago hechicero, tomaría su poder para hacer mis conjuros). Y como andaba de muy buen humor, lo tomé y jugué a ser el maguito hechicero. Así que traía esa vara, mi báculo protector.

Dices que conservaron ese palo.

¡Claro que lo conservamos! Pero por supuesto que lo íbamos a conservar. Ese “palo” como tan despectivamente lo llamas tú. Yo lo llamo báculo protector me salvó el pellejo. Nos, perdón, nos salvó el pellejo. A Gaspar y a mi.

¿Sin ese “báculo protector” no te hubieras podido haber defendido?

¿Me vas a dejar contar la historia? Mira. Siempre, bueno, no siempre, pero de algún largo tiempo a acá, he dicho que no hay problema si me ataca un perro, es cosa de que lo vea venir, lo mido y le tiro un patadón a la mandíbula. Sin la idea de dejarlo fuera de combate de una sola patada, pero al menos destantearlo y luego correr. Pues bien, este perro gandalla no actuó como actúan los perros regulares...

El reportero estuvo a pocode apuntar que eso ya lo había mencionado al principio de la entrevista, pero optó por guardar silencio, prudentemente, para no interrumpir al joven.

... eso ya lo había dicho. Los perros regulares, no sé tú, pero en teoría, el conocimiento general enseña que un perro te ladra cuando te acercas, como en una advertencia. Si te sigues acercando te puede bloquear el camino pero sigue ladrando, ahí es donde una persona pues le saca la vuelta. Nosotros le hubiéramos sacado la vuelta, la verdad, pero ni nos dio chance. Este perro nos agarró de lado, venía corriendo, tiró dos ladridos y cuando volteo, ya lo tenía encima. No me dio tiempo de medirlo ni de tirarle una patada. Imagínate lo cerca que estaba como para que me haya cortado la distancia para tirar una patada.

“Sentí miedo, mucho miedo. Mi pierna más próxima me hormigueó, no sé por qué pensé que el perro iría tras mi pierna, si era un perro de ataque iría por mi cuello. ¡Mi cuello! Imagínate sus colmillos encajados en mi cuello. No manches. N´ombre, y pensar en tirar el báculo protector... por favor. El caso es que reaccioné inmediatamente, interpuse la punta del báculo entre el perro y yo. Ahora se había convertido en una lanza, como cuando los hombres prehistóricos mantenían a raya a una bestia feroz, yo mantuve a raya al perro ese con mi báculo protector.

El perro mordió la punta del báculo y lo estaba zangoloteando. Ahí fue donde supe que esta pelea iba para más, no era como que muéstrale el palo al perro y con eso se va, no, este perro no, este perro estaba obstinado en mordernos, en sacarnos las tripas y comérselas crudas. Supongo que se hubiera enfermado, pero bueno, de fortuna no pasó a eso.

Mientras tenía la punta del báculo estirada y el perro la zangoloteaba furiosamente con sus fauces asesinas, yo pensaba “ya valió madre, este perro no va a cansarse ni retirarse hasta que sienta como sus dientes se encajan en mi carne” ¡Fue terrorífico!, me cae. En verdad pensé que ya había valido madre. Entonces, de pronto, así tan de la nada como de la nada nos cayó el perro, en lugar de miedo, me invadió mi instinto de preservación de mi integridad física. Lo de “ya valió madre” cambió a un “si no te defiendes, pelas”. Y pues, de por sí me estaba defendiendo, pero luego me vino a la cabeza que no, que no me estaba defendiendo, simplemente estaba alargando el proceso de mi final, deseando que en ese patético intento, el perro optara por perdonarme. Comprendí que el perro no se iba a echar para atrás, que lo que yo estaba haciendo no iba a ser suficiente.

Entonces comencé a gritar...”

El reportero dio un saltito para atrás, se sobresaltó cuando Rigoberto hizo la representación fidedigna de lo que hizo entonces.

“¡AAAAARRRRGGGGG TUNGA MUTUNGA, BULUBURUAA! Cosas por el estilo. ¿Sabes? Me sentí como un aborigen de taparrabos, un ser primitivo salvaje que debía protegerse de la vida. Grité con todas mis fuerzas. Moví el báculo como loco, adelante y atrás, para picar al perro si seguía mordisqueándolo. Empecé a dar brinquitos y a azotar mis botines contra el asfalto, para intimidar, según esto. Me transformé por completo, ya ni hablaba español, le pude haber gritado ¡Atrás, monstruo infernal! O algo por el estilo, pero no, me puse a gritar cosas inentendibles, cosas sin significado. El mensaje era “tenme miedo porque grito más fuerte”. Y entre que los zapatazos, los gritos y los picotazos que se estaba llevando el perro, comenzó a retroceder.

Gaspar ya estaba como a media cuadra lejos. Como mencioné antes, se echó a correr sin pensarla dos veces. Sabía que el perro lo alcanzaría y le desmadraría un pie para tirarlo y luego seguir con el resto, pero como el perro no lo alcanzó, supuso que se había quedado conmigo. El muy cabrón ya andaba pensando que el perro iba a estar prensado de mi cuello, yo desangrándome a mitad de la calle mientras el monstruo ese se llevaba mi corazón en su hocico para comerlo en paz y fuera de la zona de ataque. Ahora, no sé por qué volteó, quiso saber qué pasaba detrás, porque entre que los gruñidos del perro y mis gritos, ps le entró la inquietud, supongo. Y cual fue su sorpresa cuando voltea y me ve en plena batalla, luchando por mi vida contra aquella bestia. Pues regresó. Tomó una piedrota que muy apenas y le cabía en la mano y regresó en mi auxilio.

La intensidad del combate ya había bajado. Tanto el perro como yo, o bueno, no sé el perro, pero yo ya estaba muy cansado y el perro ya no andaba tan bravo, como que ya la pensaba más. Retrocedió un poco y me ladraba. Cuando Gaspar se acerca, el perro se va contra él. La piedra no le sirvió para nada. Yo corrí tras el perro, gritando otra vez y dando zapatazos, con el báculo delante de mi, y el perro dio vuelta. Gaspar andaba asustadísimo, creo que incluso más que yo. Y lo comprendo, porque él no traía báculo.

Total, que le digo a Gaspar que pase por detrás de mi, que le íbamos a dar la vuelta a la cuadra, chingue su madre, más vale. Y sí, pasó por atrás de mi y yo retrocedí sin darle la espalda al perro. Nos desentendimos y seguimos con nuestro camino.”

¿Y qué pasó después? ¿Qué ibas pensando cuando ya te supiste fuera de peligro?

Jaja, eso fue muy cotorro. Gaspar estaba indignado, decía que debíamos volver y partirle su madre al perro, darle unos tiros, demandar al dueño, cosas de esas, y yo iba muerto de risa, pero muerto de risa, cayéndome, casi casi. Si de por sí ya estaba cansado por la caminata y por la pelea.

¿Y por qué te ibas riendo? Se dice que las personas solemos reír a carcajadas cuando estamos ante una situación que no podemos tolerar, que no tenemos poder alguno sobre nosotros y el único remedio es reír, así como los locos.

Jajaja, ay güey, nomas de acordarme me río. No, bueno, no andaba loco, bueno, andaba loco pero se me había bajado con el susto, bueno, no sé si me entendiste, no importa. No me andaba riendo porque estaba perdiendo los estribos. Me reía porque vi las cosas en retrospectiva, me vi luchando contra el perro, con mi camisa de uniforme de trabajador de gobierno, según esto bien civilizado, y andaba gritando y brincando y haciendo cosas que sólo un salvaje haría... ¿si me agarras la onda? Digo, me quité la máscara, no, ni me la quité, se me cayó y salió el verdadero yo. Imaginé cómo se hubiera visto desde alguna otra calle, o si alguna persona se haya asomado por la ventana y me viera así, igual y se asusta al principio, pero me cae que al final se hubiera reído tanto, tanto. Hacemos parecer que somos bien civilizados y que las podemos de todas todas y que yo muy muy y no sé qué, pero cuando la naturaleza llama, la naturaleza llama.”

jueves, 3 de julio de 2008

Ana Mailovic

Había nacido exclusivamente para tocar Blues en los intermedios de los recitales de la mujer a la que amaba, que, por fortuna para él, ella lo amaba de vuelta, más que nada en toda su vida, incluso, más que tocar la guitarra clásica. Y estamos hablando de algo cañón, eh. Esta mujer no era cualquier guitarrista clásica. ¡Imagínense! Desde los cuatro años ya tocaba la guitarra, a los siete ya había dado su primer concierto y a los once ya andaba en giras internacionales por gran parte de Europa. Toda su vida estudiando guitarra. Era lo mejor que le había pasado hasta que conoció a Bruno.
Él andaba en Europa, uno de esos viajes de mochilazo, porque no llevaba muchas cosas, sólo su guitarra ropa, y la tarjeta de crédito donde le depositaban sus padres, eso, claro, porque había cumplido con su promesa de no tronar ninguna materia en toda la preparatoria. Trabajo le costó, al güey, pero lo logró, y ahora lo disfrutaba. Como papi y mami eran bastante adinerados, Bruno se la pasaba de lujo en ese viaje.
No era muy ostentoso, simplemente se daba sus buenas tres comidas al día, dormía en lugares decentes y viajaba. En un recital de Ana Mailovic, aunque no era gran conocedor ni amante de la guitarra clásica, no había lugar a dudas para ponerle peros al virtuosismo de Ana, y sólo hacían falta ojos y un noble corazón para notar su belleza. Bruno lo notó.
Salió del concierto y en las faldas del teatro se puso a tocar un bluesecito algo prendidón, ya que el concierto lo puso en humor porque lo que Ana tocaba no era muy prendido. Por supuesto que no, pensaba Bruno, yo no vine aquí a escuchar algo prendidón, pero ahora que tengo ganas, puedo tocarlo. Y así la gente se reunía alrededor de él, porque no era malo, el Bruno, era bastante bueno. Tons la banda se reunía alrededor, unos le aplaudían y otros, ya saben, los beatos-apretados-clásicos-aburridos ponían cara de fuchi, algunos hasta lo insultaban porque creían que con esa música chafa denigraban lo que Ana acababa de hacer.
Entonces sucedió lo inesperado. Ana Mailovic salió por la misma puerta por la que salía el público y escuchó lo que tocaba Bruno... chan chan chaaaaan. Como es una historia de amor, se puede anticipar que se iba a enamorar de Bruno por el blues tan machín chicharrín que tocaba, pero no. Ana no era tan beata-apretada-clásica-aburrida, pero definitivamente aborrecía el Blues. No se sabe por qué fue a ver a Bruno tocando Blues, ya que ella lo aborrecía. Azares del destino, dirán. Crueldades de la vida y del amor, oh, porque aparte del amor que se profesan, había una gran cantidad de crueldad en su relación. Cuando vayamos al recital verán por qué.
Ahora, vámonos ya, que llegamos tarde.

Salieron de casa de Gaspar y se subieron al bocho de Clemente, iban algo apurados. Tan pronto entraron al bocho y cerraron las puertas, Clemente expresó su ansia.

- No, ahora nos cuentas.
- Se arruina la sorpresa.
- ¡Cuenta!, Rigoberto, no seas ojeis. – ladró Gaspar.
- Bueno, lo que me dijo el Minols es que a Ana le caga el Blues, y pues, imagínense cómo se pone cuando Bruno sale a tocar en el intermedio. Lo natural es que se ponga tan furiosa, y llame a los de seguridad para que se lleven a Bruno tan pronto se ponga a tocar ¿no? Pero sucede que Bruno se la trae acá, cortita, que la morra está tan enamorada de él que sólo se enoja y se va, y dice que ya no va a salir. Osea, siempre anda esperando que Bruno la deje tocar todo el recital sin hacer su desmadre, como si fuera una prueba de amor, aunque amor no les falta a ninguno de los dos.
“El caso es que Ana les dice al staff y al equipo de seguridad que es posible que Bruno haga de las suyas, pero que no intervengan, que eso es entre ella y él.”
- A chinga.
- En serio.
- Esas son viejas. – admiró Gaspar. – Viejas de a de veras.
- Así es. Pero por ser una vieja de a de veras le va medio mal. Resulta que en cada concierto, Gaspar sale a tocar su Bluecesito en plena presentación, ni siquiera le deja acabar una rola. Pero hasta eso, buena onda, sale como acompañando la melodía que toca Ana, la acompaña con Blues, claro. Le pone uno que otro arreglo por aquí y por allá. Luego se vuelve como un duelo de guitarras. Ana quiere callarlo y demostrar su supremacía, pero entre más toca cosas acá, de puro virtuosismo, el Bruno contesta suave, gandallón. Ana se encabrona, pone jeta se va y dice que ya no va a salir a tocar la segunda parte, que mejor la toque Bruno, pero luego Bruno entra en razón y cuando los beatos-clásicos-aburridos-apretados a quienes les caga el Blues y ven el espectáculo intermedio de Bruno como un insulto, le gritan de cosas, chiflan y la fregada. Entonces el Bruno les dice, calma, banda, no hay tos, ahorita voy por mi vieja y por ésta que acaba de tocar el concierto.
“Todos se quedan acá, de las de: ah cabrón. Pero Bruno, efectivamente, sale del escenario va por Ana, le grita de chingaderas, que acabes con lo que comienzas, pinche vieja amarguetas, que esto no se le hace al público, que no sea mamona, ¿a, que te me pones muy al tiro? Pus toma. Le pega un moquetazo, se la besanguea y Ana sale a tocar otra vez. A veces, se nota el maquillaje para cubrir moretones.”
- No seas mamón, pinche Rigoberto. – dijo Clemente, entre carcajadas.
- Es verdad, güey. Ella misma me lo contó.
Los otros dos no paraban de reírse.
- Bueno, vamos a creerte, pero si no, ¿nos invitas la cena? – apostó Gaspar.
- Va.
- Ps va.

Clemente manejaba el bocho a toda velocidad, con todo y que ir con prisas era algo de lo que más le disgustaba en la vida. Rigoberto, de copiloto iba tarareando rolas de Iron Maiden y Gaspar iba atrás, molestando y escuchando su mp3.

- ¿Para qué traes los audífonos, mamón? – regañó Clemente.
- Por si me aburro.
- Ay... no mames, pinche Gaspar.
- Güey, creeme que vale la pena escuchar toditito el concierto, aunque te aburras de momentos. – agregó Rigoberto.
- ¿Por lo del tal Bruno? – inquirió Clemente.
- Sí, por lo de Bruno.
- Y, ¿estás seguro de que va a salir?
- Casi seguro, es de esas leyendas urbanas que suenan tan, pero tan mamonas, que deben ser ciertas. Ahora, si es que nos aburrimos porque somos de gustos nada refinados y en verdad somos unos incultos en cuanto a la música clásica, eso último lo doy casi por hecho, lo del aburrimiento quién sabe. Pero en caso de aburrirnos, van a ver que el Bruno nos va a alivianar. Nomás que tienes que apurarte para no llegar tarde y escuchar todo el concierto.

Ya iban llegando pero faltaban escasos dos minutos para estacionarse. Había un espacio allá enfrente, justo pasando el semáforo. El lugar era excelente pues estaba cerquísima del Museo de las Aves (ahí se iba a dar el concierto). La desgracia cayó en ellos, pues justo cuando estaban por pasar el semáforo, éste se puso en verde.

- Mierda. – dijo Clemente.
- No, qué mierda ni qué madres. Tendrás que hacer una chilangada. – ladeó Rigoberto.
- ¿Qué?
- Dale en reversa por esta calle.
- No mames, pinche Rigoberto. – tronó Gaspar. – No le hagas caso, güey, hay una caseta de policías justo en esta esquina.
- No, Rigoberto, ora si que te pasaste, no se puede.
- ¿Cómo no, cabrón? Sí se logra. Si te sale un coche, te vas por la banqueta.

Ahora. Nadie sabe por qué lo hizo, aún no tiene respuesta para la pregunta ¿por qué lo hiciste? No se atreve a decir siquiera, que se le hizo fácil, porque fácil no fue, eso asegura. Las razones permanecen un misterio, pero los hechos hablan. Clemente aceleró, quemando llanta y le dio en sentido contrario por la calle que corre a un lado de la Iglesia que tiene en frente el Museo de las Aves.
El policía salió corriendo de la caseta. Gaspar gritó desesperado. Clemente se puso nervioso. Rigoberto andaba eufórico. El policía gritó algo. Los tres jóvenes voltearon a ver al poli. ¡Chingas! Chocaron.
- ¿Están bien? – preguntó Clemente.
- No mams, qué mal pedo. – se quejó Gaspar, como pensando en voz alta.
- No hay tiempo de averiguarlo, corran al museo no nos agarra el poli.

Rigoberto ya estaba afuera para cuando había dicho esas palabras. Clemente se bajó por su lado, mirando con preocupación al poli corriendo, de buenas que está gordo, así no nos alcanza. Rigoberto detenía la puerta para que Gaspar saliera sin más problemas. Estando los tres afuera, echaron a correr a pesar de que el poli les gritaba que se detengan. Cuando el poli llegó al bocho, los chavos ya estaban dándole la vuelta a la cuadra, no había posibilidades de alcanzarlos, en lugar de seguir con la persecución se quedó a arreglar el asunto del coche chocado, a bloquear la calle y llamar a la grúa.
Después de perder al poli, los tres entraron al Museo de las Aves y se perdieron entre el público, llegaron justo a tiempo para ver el comienzo.

Gaspar se estaba durmiendo, Rigoberto buscaba con qué entretenerse y Clemente, por más que intentaba no encontraba ese filin que le provocaba cierta música que le gustaba en todo el virtuosismo desplegado por Ana Mailovic. Acabó la primera parte, ahora seguía el intermedio. El sonido local anunció la primera llamada. Ana salía del escenario entre aplausos. Comenzaron a subir de volumen los murmuros de la gente. Los tres jóvenes locuaces andaban bien atentos, prestos a cualquier sonidito. De pronto escucharon un tiriliririlirirlinnnnnn, eran cadenas arrastrándose a compás de unos pasos. ¿Podría ser?
Entonces se escuchó un pequeño “pac” como cuando el metal truena. Luego se escuchó otro sonido de metal, un “trrrriiiiuuuunnnngggg” sonido característico de una guitarra, tejana, cuerdas de metal, el sonido de cuando la rasguean hacia arriba. Entonces salió Bruno. Caminaba muy lento, cabizbajo, con una guitarra tejana, azul, preciosa, melancólica. Ya estaba tocando, tenía un ritmo muy suave, muchos bends y notas largas. Clemente luego, luego identificó ese sentimiento de añorar algo, cada quien pensaba en sus pasados memorables, cada quien. Mucha gente se apuró en salir del recinto, otros tomaron asiento. Hubo una viejita, que sacó un pañuelo para enjuagar sus lágrimas. Denso.
Un remolino distante que va tomando forma frente a ti, en las esquirlas que levantan la arena se ve el reflejo de una luna que no sonríe, que alimenta al mar y su inmensidad. Una vez más se burlan de tu pequeñez, pero no es tanto una burla, es simplemente un hecho, una aclaración lógica de una verdad irremediable, irrebatible. Caminas como si embrujado, la música te llama, el paso del oleaje que se lleva tantas cositas pequeñas que encuentra en la arena, quieres que te lleve junto con ellas. No promete nada, lo disuelve todo, el mundo queda atrás y entonces te das cuenta que caminas sobre las estrellas, a cada paso, una onda se expande a tu alrededor, las ondas comienzan a chocar unas con otras y entre choques sacan destellos de luz, vivos colores se enlazan en un tremendo baile. El ritmo sube, el viento sopla más fuerte, la melancolía se convierte en una cascada fugaz de emoción. Prende tu mente.
Acaba la canción.
- Wow. – exclamó Rigoberto.
- Me dejé ir, me llevó la rola. – dijo Gaspar.
- ¿Y a dónde llegaste? – preguntó Clemente.
- Sepa. – obtuvo por respuesta.
- Yo también. – añadió.
- Tú también ¿qué? – preguntó Gaspar.
- Fui a Sepa.

Bruno acabó su canción y se retiró, nadie aplaudió, nadie dijo nada. Unos estaban enojados, otros estaban pasmados, otros como que no agarraban la onda, no se la esperaban. Volvió a salir Ana Mailovic. Entre aplausos se sentó, colocó su guitarra. Todos esperaban que dijera algo de lo que acababa de pasar, que quién era ese, o por qué lo dejaban tocar asi, pero Ana simplemente dijo las piezas que seguirían en su repertorio.
Y el concierto siguió como siguen los pájaros volando hacia clima más agradable, dejando el frío del desconcierto atrás, sin haber sentido el cambio del ambiente. Simplemente siguió sin más. A pesar de que Ana no manejaba el escenario como artistas modernos suelen manejarlo: brincan, corren, interactúan, voltean payá, voltean pacá; Ana tenía el control absoluto.

Se acabó el concierto entre un mar de aplausos. Pero nadie se atrevió a mencionar algo de Bruno. Acabado el concierto, Clemente, Gaspar y Rigoberto morían de hambre, detrás del Museo de las Aves había un puestecito de hamburguesas y hot-dogs. Fueron a comer. Cual fue su tremendísima sorpresa cuando vieron que se acercaban Bruno y Ana, tomados de la mano, mirándose a los ojos como un par e tortolitos, dándose besos coquetos, en fin, mucho amor estudiantil, como si fueran dos pelados que acabaran de enamorarse por primera vez.
- ¿Nos podemos sentar? – preguntó Bruno.
- ¡No mames! – explotó Rigoberto, visiblemente nervioso. – De entre las cinco mesas, vinieron aquí.
Gaspar y Clemente lo voltearon a ver, extrañadísimos.
- Con un simple “no” bastaba. – dijo Bruno.
- No, perdón. Es que... no manches... ustedes son los... – hizo un ademán de tocar la guitarra con sus brazos.
Bruno y Ana sonrieron.
- ... y están aquí, entre los simples mortales. – concluyó Rigoberto.
- Qué chido, men. Adelante. – invitó Clemente.
- Buenas nouches. – saludó Ana con una ligera reverencia y amplia sonrisa.
- We can speak in english if you like. – dijo Gaspar, aplicando la mayor cortesía de la que le era posible.
- Oh, yes, please. – accedió Ana.
La conversación se tornó al inglés. Hablaron de sus vidas, de sus gustos musicales y de aventuras que habían tenido. Luego les contaron a los guitarristas el episodio que pasaron para llegar a tiempo al concierto, lo de la chilangada de meterse en sentido contrario, el choque y la corrida que se aventaron para que no los agarrara la policía.
A Ana le pareció una historia muy tierna, a Bruno muy chingona, y ambos optaron por ayudarlos a sacar el coche del corralón donde estuviese, les dieron un aventón a cada uno en la camioneta que Gobierno les habían prestado y así fue la noche. Para la tarde del día siguiente, el bocho de Clemente ya estaba en el taller, con los gastos pagados, arreglándose y listo para salir en dos días.

jueves, 19 de junio de 2008

Noche Sublime

Sublime: adjetivo. Excelso, eminente, de elevación extraordinaria. U. m. en sent. fig. apl. a cosas morales o intelectuales. Se dice especialmente de las concepciones mentales y de las producciones literarias y artísticas o de lo que en ellas tiene por caracteres distintivos grandeza y sencillez admirables. Se aplica también a las personas. Orador, escritor, pintor sublime.
Si van a cierto expendio de licor, encontrarán que “Sublime” es también una marca de tequila. Y puts, menudo tequila, ese. Siempre he pensado que las malas marcas son las que sacan cada nombrecito, digo, desde que vi la botella pensé, n´ombre, éste tequila ha de estar matón, de esos que dejan ciego y con una cruda espantosa, y luego vi el precio ¡setenta pesos, nomás!, de a litro la botella. No, infame.
TOMA 1:
Un joven va caminando por la Alameda con su chica, ya es noche, alrededor de las 10:20 y de pronto escucha un cling, cling, cling. No, no es un duelo de espadas. Voltea a la acera y ve a un cuate vestido como sacado de un concierto de Jimmy Hendrix, cargando un cartón de cervezas y corriendo a toda velocidad. “Qué rara es la gente”, pensó.
TOMA 2:
El Malamen maneja el intrépido y veloz K con una única misión: comprar cervezas antes de que expida el tiempo permitido por la ridícula ley de alcoholes de Saltillo. Como copiloto va el Ñerix, y como pasajero va el Hendrix. Frente al Oxxo hay un gran camión que impide que se estacione. Aquí me bajo, gritó Ñerix, y salió hecho un rayo para alcanzar a que le vendieran un cartón de chelas. Me estaciono unas cuadras adelante, dijo el Malamen, pero Ñerix pareció no escuchar, ya estaba entrando al Oxxo.
El Malamen se detiene tres cocheras más adelante y de pronto se escucha un “toc, cling, toc, cling” Cuando voltean a ver de qué se trataba, pasa zumbando a un lado del coche el Ñerix, cargando el cartón y corriendo a toda velocidad. Creo que ya no le vendieron cerveza, dijo el Malamen. ¿Y a dónde va?, preguntó Hendrix. Ps al otro Oxxo, supongo, igual y ahí sí le venden.
TOMA 3:
Ñerix entra a un Oxxo, trae cargado un cartón de cervezas y viste de forma muy extraña. El que atiende advierte sus intenciones por la cara que trae el Ñerix y le dice que ahí no venden cervezas. ¡Pero si todavía no son diez-veinte! No, es por la escuela, no podemos vender cerveza porque estamos frente a una escuela, ve al otro Oxxo, igual y si llegas, dijo el que atendía echando una mirada a su reloj.
Ñerix salió echó la fregada, cargando el cartón de cervezas y corrió sin reparar en el cansancio o en los obstáculos que se le presentaban. Casi lo atropella un coche que iba saliendo de estacionarse.
Por fortuna para todos, lograron comprar las chelas.
FIN
El Dexter anduvo paleteando toda la noche ya que pensaba que el “Sublime” no le iba a bastar para ponerse mal, pero fue el que acabó peor. Yo admito que me acobardé con el Sublime. Cuando vi que no había con qué mezclarlo y que le estaban dando Lalo y Dexter directo de la botella, yo me eché patrás.
El plan original era ir a la fiesta del Hendrix para festejar su victoria en las urnas para Consejero Político Municipal, tomar chelas y luego ir a una fiesta setentera. Compramos el Sublime y una Sangrita para la fiesta setentera y habíamos quedado en pasar a un “Oxxo” o a un “Seven” para comprar una fresca, pero entre que la cantada en el coche, la perdida que nos dimos y las chelas que ya no tenían bien refrescados, no pasamos por la “fresca”.
A Lalo y a Dexter no les importó y tomaron directo de la botella, pero yo me eché patrás, como ya mencioné. De por sí ya andaba de vivaracho lengua suelta y sin atinar los dedos cuando tocaba la guitarra, no quería ponerme peor y convertirme en el típico malacopa que si bien lo fui y soy algunas veces, pretendo mantenerlo a raya.
El Dexter, como era evidente por su forma salvaje de beber, acabó muerto, vomitando y revolcándose en su vómito. El Malamen perdió sus discos, Lalo no dio mucho de qué hablar excepto por su atuendo setentero (Lalo y yo eramos los únicos disfrazados de los setentas) Así que, ya saben, cuando vean licor barato, con nombre de algo muy bueno, digno o que aparente supuesta supremacía; allá ustedes.

viernes, 6 de junio de 2008

Boletos para Café Tacuba/Misión Radio Gente

Es de saberse, que el mexicano tiene una característica muy ejemplar. La verdad no sé si en el resto del mundo se practique, pero aquí sí. Somos, muy a pesar de que no deberíamos, tendientes a dejar todo para última hora. Ayer, mi querido Malamen, alias Daniel Canepa, fue a comprar su boleto para el concierto de Café Tacuba. Hace un buen rato que salieron a la venta los boletos, y el concierto es mañana, sábado siete de junio. Como buen mexicano, desgraciadamente, dejó las cosas para último momento. No era que no supiera, yo le estuve diciendo, yo le presumí mi boleto. Pero bueno.
Total que ayer, antes del ensayo, en el cual, por cierto, llegó tarde el cabrón, nos dijo que lo acompañáramos a comprar su boleto. Fue buena la idea porque Lalo y yo nos habíamos tomado unas chelas y éstábamos entrando en un trance de hueva inmensa, así que la sacada a pasear nos alivianó. Llegamos al Teatro de la Ciudad, compramos los boletos y luego le dimos para Radio Gente, donde supuestamente estaban regalando boletos porque no se estaban vendiendo bien.
Entramos a Radio Gente y nos vinieron con un rollototote de tantas cuantas posibilidades para ganar boletos. Que si el locutor decía esto, que si decía aquello. Lo que querían decirnos era: escuchen los programas y pónganse al tiro cuando el locutor pida llamadas o diga que vengan a la estación. Nosotros no podemos darles boletos así como así.
Tan fácil que nos hubieran dicho que no nos los iban a dar para salirnos. Me fastidia sobremanera que nos quieran ver las caras de "vamos a aplicarles una de nuestras técnicas de publicidad" ¡Por favor! Esa basura no aplica con nosotros. No es que deteste los programas de la estación de radio, pero la verdad es que no me gustan y no es como para que diga: ya son las ocho, vamos a escuchar el programa. La verdad es que no tenemos cultura para eso, y menos cuando hay que ensayar, o hacer tantas otras actividades, tales como pendejear y cotorrear de la existencia o no existencia de las drogas en un mundo habido o necesitado de ellas (tal conversación, nunca llegó a nada).
Regresamos al Intrépido y Veloz Ka y comentamos lo desagradable que había sido el episodio en la estación, y la falta de glamour en el ambiente de trabajo.

Por otro lado, en un universo paralelo, nuestros queridos Clemente, Gaspar y Rigoberto llegaron también a Radio Gente, también a pedir sus boletos gratis, y también, como a nosotros, les dijeron pura basura. Puesto que Clemente, Gaspar y Rigoberto viven en un mundo enmascarado por el anonimato de la ficción, no se limitaron a platicar de lo chido que hubiera estado regresar y reclamarles que no tenían por qué decirles tanta basura, que con un simple: no les vamos a dar boletos bastaba. Digo, suficiente tienen con toda la inyección de publicidad que hay por todos lados. ¡Vivimos en un tremendo bombardeo de información basura! Y lo peor de todo es que la gente está conforme, y hasta hay premios y concursos por ver qué anuncio publicitario hace más pendeja a la gente. ¡Carajo! ¡Mierda! ¡No, ni madres, eso no se podía quedar así!
Fuera por el calor, las chelas, o que en verdad sentían ese llamado social para levantar la voz en contra de la basura de la publicidad, porque eso era lo que los del radio querían hacer, publicidad; les decían, escuchen la estación y tal vez puedan ganarse sus boletos. ¡Patrañas! ¡No más! Fuera por la razón que fuera, fueron.
Después de acordar el inicio del plan, ya que en acciones nacidas directamente de la tripa, no hay plan de salida ni plan "b", simplemente hay que ir construyendo según se van dando las cosas, los tres jóvenes salieron del coche y se encaminaron, puños cerrados y mandíbulas apretadas, hacia la estación de radio.
¡Pam! Un portonazo anunció su llegada.

- ¡Quiero los pinches boletos y los quiero ahora! - mandó Rigoberto con el rostro encolerizado.
- Cálmate, Rigoberto, no hay por qué gritar, todos te escuchamos. - convino Clemente, muy tranquilo.
Gaspar estaba entre que temblando y entre que echándose para atrás. Miraba con temor lo que Rigoberto tenía en las manos.
- ¿De dónde sacaste esa pistola? - preguntó con voz temblorosa.
- Ni que la fuera a usar contigo.
- No es que te tenga miedo, pero nos puedes meter en un pedote por andar sacando pistolas... ya convertiste nuestro justo movimiento en un vulgar asalto a mano armada. ¡¿Qué pedo?!
Rigoberto estaba al borde de una explosión interna. Se avalanzó sobre Gaspar y le apuntó la pistola a la cabeza.
- Ah, ¿no me tienes miedo?
- No seas estúpido güey, yo soy de tu equipo.
- ¡Orínate en los pantalones! ¡Orínate en los pantalones! ¡Orínate para que todos veamos que sí tienes miedo y que valoras tu vida. Güey, te juro que si no te orinas sólo puede significar dos cosas, y son dos cosas que más te vale saber antes de que te vuele los sesos, putito.
Para este punto, los trabajadores del radio estaban replegados en la pared, lo más lejos que pudieron ponerse del psicópata de Rigoberto. El ambiente tranquilo de la estación de radio se había convertido en todo un estruendo caótico.
- Uno - continuó Rigoberto. - Si no te orinas, me estás diciendo que no tienes miedo, y si no tienes miedo es que no aprecias tu vida, así que te mataré. Dos. Si no te orinas es porque no tienes miedo y eso es porque sabes que la pistola es falsa.
Clic, clic. Rigoberto había jalado del gatillo demostrando que la pistola era de juguete. Los tres jóvenes soltaron la carcajada mientras que los trabajadores de la estación se calmaban y se encolerizaban por el ridículo y terror que les acababan de hacer pasar. Uno de ellos dio un paso al frente.
- Les vamos a pedir que...
- No nos van a pedir ni madres. - interrumpió Rigoberto.
- Exigimos nuestros boletos. - agregó Clemente.
- Pero es que no tenemos. Los tienen los locutores. - reclamó una muchacha.
- ¿Y quién se los da a los locutores? No me digas que ellos los traen en cada momento, hasta cuando no están aquí en la estación porque me voy a encabronar, y no quieren verme encabronado. Esto que acabamos de hacer fue una broma para cortar el hielo, pero ahora las cosas ya van en serio. - dijo Gaspar.
La muchacha, alzó el teléfono para llamar a la policía.
- No te molestes, ya cortamos las líneas telefónicas. - dijo Clemente.
La muchacha ni se molestó en comprobar la mentira porque un trabajador hizo ademán de que sacaba su celular.
- Si haces eso, te voy a pegar. - amenazó Rigoberto.
- Chingada madre, cabrones, y dama. ¿Qué les cuesta abrir una cajita donde tienen los boletos que van a regalar y darnos uno a cada uno? ¿Qué les cuesta? ¿Es cosa de orgullo, de ver quién puede más, de ver quién se sale con la suya? Neta que me dan asco, pinches cerdos burócratas. - discutió Clemente.
Aunque más que discurso, era una clave para salir de ahí. Habían entrado con toda la intención de llevarse los boletos, pero no se veerían en una situación que los pudiera poner en peligro. Ya estaban bastante pasaditos de la raya con la broma de la pistola y, aunque Rigoberto ya había amenazado con recurrir al primitivo e impotente recurso de los golpes, no pensaban hacerlo. Las cosas estaba por salir de control y no había necesidad de llegar a eso. El episodio este podía pasar de ser "divertido" a "preocupante".
Los trabajadores se miraron entre sí. Lo que Clemente había dicho parecía estar surtiendo efecto, pero, seamos honestos, pesa más el orgullo que la cordialidad en muchas, muchas personas.
- De regalarnos los boletos a la primera, de buena gana, como les pinches corresponde porque es su chamba, hasta hubiéramos pensado en escuchar su programa, por buena onda, pero ahora... con el asco que les tenemos... ¡ni pensarlo siquiera!
Mientras Gaspar decía esto, se acercaba a la puerta de salida.
- Ya te dije que te voy a pegar, y pego muy, muy duro.
El trabajador no hizo caso y sacó su celular, comenzando a marcar. Los tres jóvenes salieron corriendo, muertos de risa y nervios, se subieron al Intrépido y Veloz Bocho y se largaron.
Ah, por cierto, el celular del hombre no tenía saldo, así que no pudo llamar a la policía, y para cuando acordaron en revisar las líneas telefónicas, ya había pasado suficiente tiempo como para que los jóvenes hubieran llegado a sus casas, lejos de los hechos.
Los trabajadores solicitaron cámaras de vigilancia en sus áreas de trabajo, pero ¡bendita burocracia! los trámites se perdieron entre hojas y hojas de papel.

lunes, 26 de mayo de 2008

Ely Guerra en concierto

Bastaría una palabra para describir las muchas emociones que se sienten al escuchar ese “boleto en mano” que se dice en las filas de los conciertos.
Es en parte, algo de lo que recuerdo del concierto. No era muy fan de Ely Guerra, de hecho, no sabía ni qué cantaba, pero como tengo que apoyar el creciente movimiento de rocanrol, tenía todas las ganas de ir. Aparte, no suceden muchas cosas así en Saltillo, así que no pensaba desperdiciar la oportunidad. Así que al escuchar el son del “boleto en mano” la gente comenzó a moverse.
No había sido difícil conseguir los boletos, digo, eran gratis. Pero por lo mismo se agotaron el primer día y mis amigos no habían conseguido. Yo tenía dos, uno para la Valkiria y otro para mí, así que no quedamos de acuerdo con nadie de la banda para llegar ahí. Aparte, Saltillo es lo suficientemente pequeño como para encontrarte a las personas que buscas en el lugar donde las buscas. Aquí nadie se pierde, hay pocos misterios... pero bueno, ese no es el caso de hoy.
Estábamos esperando que dieran las 7 para irnos, mientras nos chutábamos el partido de Cruz Azul – San Luis. Nos quedamos bien jetones, la Valkiria y yo. Por fortuna puse mi alarma del reloj para indicarnos la mera hora en que habíamos decidido para salir. Para no llegar y estar mucho tiempo formados y tampoco para llegar muy atrás a la fila. (No sé si me expliqué en el enunciado anterior, pero traigo tanta hueva que no lo voy a editar si no se entiende.)
Nos encontramos al ilustre Emperador Malamen, alias Daniel Canepa y nos quedmos en la fila junto con él.
Total, que entramos al concierto, hubo fallas técnicas por lo que se retrazó media hora, nada nuevo. Pero en cuanto a Ely Guerra... qué voz, qué bárbara. Por la forma en que cantaba me dio la impresión de que ella sería el tipo de mujer que anda a diestra y siniestra moviendo tapetes de hombres por doquier, porque a una mujer guapa y talentosa se le ponen pocos “peros”, pero a la mera hora ¡naranjas! Nada de nada.
Se prendía de poca madre, retorciéndose como lombriz cuando le cortas una parte del cuerpo, y dando zapatazos como si estuviera matando alacranes muy grandes. Se ponía roja roja y gritaba con un muy buen control de voz. Las sombras provocadas por tanto flachazo daban la impresión de que nos encontrábamos en una tormenta eléctrica y que Ely se movía de un lado a otro, por toda la pantalla, cambiando de tamaño y lugar.
Hubo una canción en la que cantó a capela. Se bajó del escenario y caminó por los pasillos del teatro, entre el público, ahí es donde entra otro de nuestros fabulosos

“Episodios Urbanos” El hurto de guitarras.
Todas las miradas se centraban en la figura de Aly Guerra quien se paseaba entre el público coqueteándole a uno que otro chavo. Las novias de los susodichos hervían de celos por dentro, aunque no lo hacían notar; y los chavos mismos ardían en deseos de ir más allá de un simple coqueteo con la talentosa y guapa cantante, pero sabían que aquello era parte del espectáculo, que pocas probabilidades tendrían si se tratara de un buen y formal coqueteo. Sepa cuántos se pararon de sus asientos cargando sus mini-cámaras pedorras (digitales o de celular) para tomarle fotos a Aly. Era el momento justo para actuar.
- Ahora es cuándo cabrón. – dijo Rigoberto.
- ¿Qué cosa? – preguntó Clemente.
- ¡Ir por las guitarras! Todos andan en la pendeja y nadie se daría cuenta.
- Tienes razón, ¡pinche lacra! Nadie hubiera pensado en eso más que tú.
- Y si vamos todos – añadió Elina -, de perdido uno sale.

Así que se pusieron de pie. Y caminaron al escenario. Tal cual había dicho Rigoberto, todos estaban en la pendeja.
- Saldremos por la puerta de atrás.
- Pero ya no vamos a poder seguir en el concierto. – dijo Elina.
- No importa, yo ya me estaba aburriendo.
- Lo mismo iba a decir.
- Lástima que no podremos ver el desmadre que vamos a ocasionar cuando regrese al escenario y vea que falta una guitarra. – susurró Clemente, iba acercándoseles por atrás.

Se subieron al escenario. Rigoberto le dijo a Elina que fuera a prender la camioneta para no perder tiempo, ya que si se armaba la persecución, ella no podía correr bien puesto a una reciente operación en el pie (había chocado a 180 kilómetros por hora en una carrera clandestina en el boulevard V. Carranza y tuvieron que reconstruirle un pie.). Elina no chistó y se movió rápidamente. Correr no era mucho lo suyo, correr a pie, al menos, detrás de un volante era otra cosa, estaba en su elemento.
Así que Clemente y Rigoberto se quedaron en el escenario, mirándose uno al otro.
- ¿Listo? – incitó Rigoberto, altamente emocionado.
- Espera. Hay que ver si alguien se acerca.
Nada.
- Vamos, no hay que perder tiempo. – insistía Rigoberto.
- Aun no.
- ¡Esto es demasiado sospechoso!
- ¡Ahora!
Clemente corrió a toda velocidad hacia la puerta trasera del teatro mientras que Rigoberto tomó la guitarra y corrió tras Clemente. Mientras éste forcejeaba con la puerta. Rigoberto lo alcanzó. A empujonazos y trompicones lograron salir. Buena cosa que Rigoberto no cayó al suelo porque se hubiera lastimado la guitarra.
En sus vientres el vértigo estaba a todo lo que daba. Al parecer nadie los había visto. Ya estaban en la calle. La Ranger-2008 estaba prendida y esperándolos. Corrieron y subieron a ella y escaparon sin que nadie los siguiera.

El silencio reinó en la camioneta en lo que todos agarraban aire.
- Que bajo hemos caído. – pensó Rigoberto en voz alta.
- Robar una guitarra a una artista. – agregó Clemente.
- No es que le falten guitarras, o dinero para comprarlas, pero... si nos vimos muy mal, ¿verdad? – terció Elina.
- Hay que regresarla.
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Bueno, ese fue el Episodio Urbano del evento. Total, debo admitir que estuvo bueno, aunque me aburrí un poco. Tal vez fue porque tenía mucha hambre y la cruda del viernes comenzaba a pegar, o porque de plano esa onda de música no es mucho mi tirada, igual y para un rato, pero sólo un rato. Ely Guerra no tiene que sentirse mal, ya que muchos güeyes y hasta chavas se la pasaban gritando piropos y "te amos" entre rola y rola.
Un saludo a toda la banda que fue al concierto, a la que se quedó afuera (creo que nadie) y a los que no fueron.

jueves, 22 de mayo de 2008

Episodios Urbanos

Rigoberto y Gaspar salieron de su examen de relaciones públicas bastante fastidiados. Ya los últimos días de clases causaban eso, una entera apatía por seguir asistiendo a la universidad. Era el último jalón del semestre, ¿qué les costaba echarle un poco de ganas? Así igual y acababan sacando una muy buena calificación, competitiva entre el alumnado, y posiblemente podrían acabar en el cuadro de “excelencia académica” de la universidad. Pero no. Estos cuates no eran de esos, no tenían sus miras puestas en logros como aquel. Ellos creían que habían encontrado lo que realmente querían hacer en la vida, y dicho sea, una vez que se encuentra lo que se quiere hacer, todo el resto es una pérdida de tiempo.
Salieron del edificio principal y caminaron a la cafetería, cual su costumbre, no para comer, sino para encontrarse a alguien y enfrascarse en una conversación sin sentido, para despabilarse y pensar en otras cosas.
Se detuvieron y mientras Rigoberto escaneaba el paisaje para encontrar a amigos, Gaspar sacó un cigarro y se lo llevó a la boca. Sacó una bocanada de humo que flotó y fue a dar al rostro de Rigoberto. Éste, sin inmutarse, sopló el humo lejos de sí, sirviéndose de su mano abanicó el humo que había quedado enfrente y se movió para no respirarlo. Le desagradaba el olor y el humo, pero no dijo nada a Gaspar. Era estúpido tener una de esas conversaciones con Gaspar, nunca llegaban a nada y Gaspar sacaba argumentos tan pendejos que sólo lograban enojar a Rigoberto, quien respondería con agresiones y la cosa nunca acabaría.
Estaban a tres pasos del área de fumar. La escuela estaba dada a la tarea de hacer que los alumnos y docentes fumaran menos o dejaran de fumar, pero claro que no servía. La gente fumaba donde quisiera sin que les llamaran la atención o los multaran. Como que nadie se tomó en serio eso de la nueva ley de no fumar. Ya era tan íntimo (lo de la fumadera) que no podían concebir que se los prohibieran.

- Si quieren que dejen de fumar, deben tomar medidas más drásticas – decía Rigoberto. – Nada de llamar su atención o mariconadas de esas. Deben multarlos o ponerlos a tomar sustancias que hagan que les de asco el cigarro, algo así como un licuado de parches para no fumar, qué se yo.
- Eso no sería muy ético – contestaba Gaspar.
- Me vale madres. Y no me hables tú de ética. El pedo es que si quieren que les funcione esto de que la gente no fume, deben imponerse, es lo que la gente se merece, que se le impongan. Ya vimos que no es posible llegar a la gente por medio de palabras.
- Triste, pero cierto.
- Vamos allá con Clemente y su imperio.

Clemente se había auto-nombrado Emperador, digo, si ya andábamos en esas, que cualquier ciudadano puede auto-nombrarse presidente legítimo del país, pues bueno, Clemente se auto-nombró emperador. Estaba con unos compañeros de su clase, discutiendo acerca de los cumplidos que les decimos los hombres a las mujeres que ellas pueden tomar como ofensas.
No les podemos decir culonas, tetonas, ni otras leperadas que no mencionaré (ya ustedes podrán imaginárselas). El caso es que nos dijeron que no podíamos hacer referencia a que tenían alguna parte del cuerpo grande. Por más que nos gusten los senos o los traseros grandes, decírselos es un error, porque ellas tienen una bronca en la cabeza que data desde la aparición del ser humano y no desaparecerá hasta su extinción. La bronca de la gordura.

Después de esa plática Rigoberto y Gaspar caminaban rumbo al edificio principal para lidiar con otra clase más. En su camino se toparon con una destacada alumna. Destacada, aparte de porque era una extranjera de intercambio, porque estaba muy, muy bien dotada de arriba, imposible no notarlo, e imposible para ella aparentarlo. Aunque, de pura vista, no parecería de esas que quisieran esconder sus atributos, sino más bien, presumirlos, sin caer en lo bajo de la perreada. Parecía de espíritu vivaracho y carnavalero. De esas latinas que bailan samba y saben moverse, de esas latinas de fuego que traen a los hombres babeando a sus pies.
La imaginación voló y mientras Gaspar pensaba en lo placentero que sería golosearse en aquello, Rigoberto pensaba en otra cosa.

- ¿Ya viste a esa ruca? – preguntó Rigoberto.
- ¿Cómo no verla?
- Güey... imagínate que llegaras con ella y le quisieras adular sus senos, por no decir otra palabra.
- ¿Qué tiene?
- Pues imagínate. Tú llegas y le dices: “que lindas bubis tienes”. Ella te contestaría, indignada: ¿Bubis?, ¡estas son tetas!

Bueno ese es uno de los Episodios Urbanos. Son historias de personas que viven en una ciudad muy parecida a la nuestra, donde suceden cosas muy parecidas a las que suceden aquí, con gente muy parecida a la de aquí. De hecho, es casi idéntico, pero están en un universo paralelo y NADA de lo que se cuente en estos Episodios Urbanos es cierto. Todo personaje que se asemeje a uno verdadero es mera coincidencia. NADA es real, todo está inventado.
Estos cuentos tienen un solo fin que es el entretenimiento. Punto y se acabó.