jueves, 22 de mayo de 2008

Episodios Urbanos

Rigoberto y Gaspar salieron de su examen de relaciones públicas bastante fastidiados. Ya los últimos días de clases causaban eso, una entera apatía por seguir asistiendo a la universidad. Era el último jalón del semestre, ¿qué les costaba echarle un poco de ganas? Así igual y acababan sacando una muy buena calificación, competitiva entre el alumnado, y posiblemente podrían acabar en el cuadro de “excelencia académica” de la universidad. Pero no. Estos cuates no eran de esos, no tenían sus miras puestas en logros como aquel. Ellos creían que habían encontrado lo que realmente querían hacer en la vida, y dicho sea, una vez que se encuentra lo que se quiere hacer, todo el resto es una pérdida de tiempo.
Salieron del edificio principal y caminaron a la cafetería, cual su costumbre, no para comer, sino para encontrarse a alguien y enfrascarse en una conversación sin sentido, para despabilarse y pensar en otras cosas.
Se detuvieron y mientras Rigoberto escaneaba el paisaje para encontrar a amigos, Gaspar sacó un cigarro y se lo llevó a la boca. Sacó una bocanada de humo que flotó y fue a dar al rostro de Rigoberto. Éste, sin inmutarse, sopló el humo lejos de sí, sirviéndose de su mano abanicó el humo que había quedado enfrente y se movió para no respirarlo. Le desagradaba el olor y el humo, pero no dijo nada a Gaspar. Era estúpido tener una de esas conversaciones con Gaspar, nunca llegaban a nada y Gaspar sacaba argumentos tan pendejos que sólo lograban enojar a Rigoberto, quien respondería con agresiones y la cosa nunca acabaría.
Estaban a tres pasos del área de fumar. La escuela estaba dada a la tarea de hacer que los alumnos y docentes fumaran menos o dejaran de fumar, pero claro que no servía. La gente fumaba donde quisiera sin que les llamaran la atención o los multaran. Como que nadie se tomó en serio eso de la nueva ley de no fumar. Ya era tan íntimo (lo de la fumadera) que no podían concebir que se los prohibieran.

- Si quieren que dejen de fumar, deben tomar medidas más drásticas – decía Rigoberto. – Nada de llamar su atención o mariconadas de esas. Deben multarlos o ponerlos a tomar sustancias que hagan que les de asco el cigarro, algo así como un licuado de parches para no fumar, qué se yo.
- Eso no sería muy ético – contestaba Gaspar.
- Me vale madres. Y no me hables tú de ética. El pedo es que si quieren que les funcione esto de que la gente no fume, deben imponerse, es lo que la gente se merece, que se le impongan. Ya vimos que no es posible llegar a la gente por medio de palabras.
- Triste, pero cierto.
- Vamos allá con Clemente y su imperio.

Clemente se había auto-nombrado Emperador, digo, si ya andábamos en esas, que cualquier ciudadano puede auto-nombrarse presidente legítimo del país, pues bueno, Clemente se auto-nombró emperador. Estaba con unos compañeros de su clase, discutiendo acerca de los cumplidos que les decimos los hombres a las mujeres que ellas pueden tomar como ofensas.
No les podemos decir culonas, tetonas, ni otras leperadas que no mencionaré (ya ustedes podrán imaginárselas). El caso es que nos dijeron que no podíamos hacer referencia a que tenían alguna parte del cuerpo grande. Por más que nos gusten los senos o los traseros grandes, decírselos es un error, porque ellas tienen una bronca en la cabeza que data desde la aparición del ser humano y no desaparecerá hasta su extinción. La bronca de la gordura.

Después de esa plática Rigoberto y Gaspar caminaban rumbo al edificio principal para lidiar con otra clase más. En su camino se toparon con una destacada alumna. Destacada, aparte de porque era una extranjera de intercambio, porque estaba muy, muy bien dotada de arriba, imposible no notarlo, e imposible para ella aparentarlo. Aunque, de pura vista, no parecería de esas que quisieran esconder sus atributos, sino más bien, presumirlos, sin caer en lo bajo de la perreada. Parecía de espíritu vivaracho y carnavalero. De esas latinas que bailan samba y saben moverse, de esas latinas de fuego que traen a los hombres babeando a sus pies.
La imaginación voló y mientras Gaspar pensaba en lo placentero que sería golosearse en aquello, Rigoberto pensaba en otra cosa.

- ¿Ya viste a esa ruca? – preguntó Rigoberto.
- ¿Cómo no verla?
- Güey... imagínate que llegaras con ella y le quisieras adular sus senos, por no decir otra palabra.
- ¿Qué tiene?
- Pues imagínate. Tú llegas y le dices: “que lindas bubis tienes”. Ella te contestaría, indignada: ¿Bubis?, ¡estas son tetas!

Bueno ese es uno de los Episodios Urbanos. Son historias de personas que viven en una ciudad muy parecida a la nuestra, donde suceden cosas muy parecidas a las que suceden aquí, con gente muy parecida a la de aquí. De hecho, es casi idéntico, pero están en un universo paralelo y NADA de lo que se cuente en estos Episodios Urbanos es cierto. Todo personaje que se asemeje a uno verdadero es mera coincidencia. NADA es real, todo está inventado.
Estos cuentos tienen un solo fin que es el entretenimiento. Punto y se acabó.

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