Esperan para esperar y espera la espera. Cada estación a la que arribaban tenían que esperar. Era muy poco lo que iban a gozar, lo sabían. Muy poco lo que iban a gozar y mucho lo que iban a esperar, a sufrir, a soportar, a aguantar a pie firme, o ya sea acostados, sentados espalda con espalda para apoyarse uno a otro en el descanso, porque vaya que necesitarían descansar y guardar fuerzas para cuando llegara el evento.
El sol quemaba intensamente en ese octubre del 2007, ya eran épocas de frío, de vientos helados que se llevaban a las hojas de los árboles que habían decidido errar por aquí y por allá, en búsqueda de algo o en búsqueda de nada, eso no importaba. Pero a pesar de la época del año, y del viento que por las noches y por las mañanas enfriaba corazones, el canijo sol quemaba intensamente. ¿Sería tal vez por todo ese desmadre del calentamiento global, que las capas de ozono ya no nos cubrían de los intensos rayos del sol, o simplemente el infierno estaba ya a la vuelta de la esquina?
No lo sabían, y poco les importaba. Estaban ahí con un solo propósito bien en claro. Sabían por las que iban a pasar, o bueno, se las figuraban, sabían que no sería fácil. No cualquiera. Hace falta una gran resistencia y un gran sacrificio para hacer lo que ellos querían hacer.
Desde los taxistas careros hasta el conserje mierda, los polis que querían abusar de su poder y uno que otro gandalla por ahí. Había que soportarlo. Había que soportarlo porque si se enfrentaba cabía el riesgo de no lograr la meta que se proponían, que se habían propuesto meses atrás. Ocho largos meses de espera, más de ocho largas horas de viaje, más de ocho horas de fila bajo el sol. Un calor sofocante, que al refresco de unas chelas y un techo fabricado de improviso se hizo más tolerable, hasta agradable a cierto punto.
Un cielo que tristemente sí se veía algo más oscuro y no tan claro como en ciudades pequeñas. Un metro que acciona tan rápido que la gente no se da cuenta de quién existe o no, pero que bien a bien tienen en sus cabezas lo que quieren hacer, o de lo que van huyendo; eso dejárselo a cada cual. Uno que otro queriéndose ganar la vida, y otros, simplemente, esperando para esperar, esperando estaciones donde se va a esperar para volver a esperar. Pero así llegará (y vaya que llegó) la última espera, la más larga de todas (a mi gusto), en la que el tiempo parecía jugar una broma de lo más macabra y cruel, pero todo aquello para que el peldaño final alcanzara niveles extraordinarios de altura y el viento los refrescara tan plácidamente que una vez acabado el evento, se desplomaron para seguir disfrutando lo que seguía haciendo eco en su cabezas y sus corazones.
Los mejores momentos del evento:
- La plática en el camión acerca de la tocada en Guanajuato donde César nos invitaba a tocar. (Que a fin de cuentas nadie fue)
- La corrida desesperada que dimos René y yo para no llegar tarde al “Starbucks” donde nos esperaban César y Estéf para de ahí irnos a la central de camiones.
- La viejita que sin conocerme ni saber nada de mi adivinó que iba para el concierto de Héroes y que dijo que yo iba a morir ahí.
- La cara de César y Estéf cuando les contamos acerca de la viejita y lo que nos dijo.
- La cara de César y Estéf cuando les dijimos que había sido broma.
- Que César hubiera olvidado su boleto pal concierto en su mochila que guardó en un locker de la central de camiones.
- El viaje en metro.
- Los taquitos que nos echamos antes de hacer fila.
- Las gloriosas chelas que nos tomamos en la fila.
- La corrida desde la fila hasta la zona que nos tocaba en los conciertos.
- El hecho de que las botas de René le hubieran sacado ampollas y así tuvo que aguantarse en la carrera y en todo el concierto.
- La caída de César en la carrera a nuestros lugares. (Esa no sé si es cierta o quedó en mi memoria por otros hechos aislados)
- Las pláticas con la banda ya estando dentro del Foro Sol.
- El hecho de que a René le hubiera tocado una zona muy lejos y en gradas siendo que pagó un boleto más caro.
- El suéter volador que entregó a René mi boleto pa que se pasara a nuestra zona que estaba mejor.
- El comienzo del concierto con la escenografía y la rola de “El Estanque”.
- La playera que me encontré tirada entre toda la marea de gente. Playera que resultó ser una blusa que todos querían, pero que le regalé a mi chava.
- El bar al que quisimos ir, pero el cansancio nos condujo a dar la noche por terminada.
- Las tortas que cenamos en un lugarucho, pero más que eso, el wey de la mesa de al lado que estaba jetón con la boca abierta.
- El hecho de que le tuviera que hablar “cantadito” al taxista para que no nos cobrara como si no fuéramos del defe.
- Las larguísimas horas en la terminal de camiones, esperando a que el camión saliera para Saltillo.
“Descubrimos que la central de camiones está diseñada para que la gente no pueda dormir”.
- Los asientos incómodos y resbaladizos de la central.
- El conserje de mierda que cantaba a todo pulmón mientras trapeaba y no nos dejaba descansar en paz. Que aparte, nos sacaba la lengua cuando lo veíamos.
- Los culeros de seguridad que daban macanazos a los asientos de lámina que retumbaban cuando alguien se quería dormir.
- La dormida en el camión de regreso, que ya buena falta nos hacía.
Que les sea leve.
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