viernes, 6 de junio de 2008

Boletos para Café Tacuba/Misión Radio Gente

Es de saberse, que el mexicano tiene una característica muy ejemplar. La verdad no sé si en el resto del mundo se practique, pero aquí sí. Somos, muy a pesar de que no deberíamos, tendientes a dejar todo para última hora. Ayer, mi querido Malamen, alias Daniel Canepa, fue a comprar su boleto para el concierto de Café Tacuba. Hace un buen rato que salieron a la venta los boletos, y el concierto es mañana, sábado siete de junio. Como buen mexicano, desgraciadamente, dejó las cosas para último momento. No era que no supiera, yo le estuve diciendo, yo le presumí mi boleto. Pero bueno.
Total que ayer, antes del ensayo, en el cual, por cierto, llegó tarde el cabrón, nos dijo que lo acompañáramos a comprar su boleto. Fue buena la idea porque Lalo y yo nos habíamos tomado unas chelas y éstábamos entrando en un trance de hueva inmensa, así que la sacada a pasear nos alivianó. Llegamos al Teatro de la Ciudad, compramos los boletos y luego le dimos para Radio Gente, donde supuestamente estaban regalando boletos porque no se estaban vendiendo bien.
Entramos a Radio Gente y nos vinieron con un rollototote de tantas cuantas posibilidades para ganar boletos. Que si el locutor decía esto, que si decía aquello. Lo que querían decirnos era: escuchen los programas y pónganse al tiro cuando el locutor pida llamadas o diga que vengan a la estación. Nosotros no podemos darles boletos así como así.
Tan fácil que nos hubieran dicho que no nos los iban a dar para salirnos. Me fastidia sobremanera que nos quieran ver las caras de "vamos a aplicarles una de nuestras técnicas de publicidad" ¡Por favor! Esa basura no aplica con nosotros. No es que deteste los programas de la estación de radio, pero la verdad es que no me gustan y no es como para que diga: ya son las ocho, vamos a escuchar el programa. La verdad es que no tenemos cultura para eso, y menos cuando hay que ensayar, o hacer tantas otras actividades, tales como pendejear y cotorrear de la existencia o no existencia de las drogas en un mundo habido o necesitado de ellas (tal conversación, nunca llegó a nada).
Regresamos al Intrépido y Veloz Ka y comentamos lo desagradable que había sido el episodio en la estación, y la falta de glamour en el ambiente de trabajo.

Por otro lado, en un universo paralelo, nuestros queridos Clemente, Gaspar y Rigoberto llegaron también a Radio Gente, también a pedir sus boletos gratis, y también, como a nosotros, les dijeron pura basura. Puesto que Clemente, Gaspar y Rigoberto viven en un mundo enmascarado por el anonimato de la ficción, no se limitaron a platicar de lo chido que hubiera estado regresar y reclamarles que no tenían por qué decirles tanta basura, que con un simple: no les vamos a dar boletos bastaba. Digo, suficiente tienen con toda la inyección de publicidad que hay por todos lados. ¡Vivimos en un tremendo bombardeo de información basura! Y lo peor de todo es que la gente está conforme, y hasta hay premios y concursos por ver qué anuncio publicitario hace más pendeja a la gente. ¡Carajo! ¡Mierda! ¡No, ni madres, eso no se podía quedar así!
Fuera por el calor, las chelas, o que en verdad sentían ese llamado social para levantar la voz en contra de la basura de la publicidad, porque eso era lo que los del radio querían hacer, publicidad; les decían, escuchen la estación y tal vez puedan ganarse sus boletos. ¡Patrañas! ¡No más! Fuera por la razón que fuera, fueron.
Después de acordar el inicio del plan, ya que en acciones nacidas directamente de la tripa, no hay plan de salida ni plan "b", simplemente hay que ir construyendo según se van dando las cosas, los tres jóvenes salieron del coche y se encaminaron, puños cerrados y mandíbulas apretadas, hacia la estación de radio.
¡Pam! Un portonazo anunció su llegada.

- ¡Quiero los pinches boletos y los quiero ahora! - mandó Rigoberto con el rostro encolerizado.
- Cálmate, Rigoberto, no hay por qué gritar, todos te escuchamos. - convino Clemente, muy tranquilo.
Gaspar estaba entre que temblando y entre que echándose para atrás. Miraba con temor lo que Rigoberto tenía en las manos.
- ¿De dónde sacaste esa pistola? - preguntó con voz temblorosa.
- Ni que la fuera a usar contigo.
- No es que te tenga miedo, pero nos puedes meter en un pedote por andar sacando pistolas... ya convertiste nuestro justo movimiento en un vulgar asalto a mano armada. ¡¿Qué pedo?!
Rigoberto estaba al borde de una explosión interna. Se avalanzó sobre Gaspar y le apuntó la pistola a la cabeza.
- Ah, ¿no me tienes miedo?
- No seas estúpido güey, yo soy de tu equipo.
- ¡Orínate en los pantalones! ¡Orínate en los pantalones! ¡Orínate para que todos veamos que sí tienes miedo y que valoras tu vida. Güey, te juro que si no te orinas sólo puede significar dos cosas, y son dos cosas que más te vale saber antes de que te vuele los sesos, putito.
Para este punto, los trabajadores del radio estaban replegados en la pared, lo más lejos que pudieron ponerse del psicópata de Rigoberto. El ambiente tranquilo de la estación de radio se había convertido en todo un estruendo caótico.
- Uno - continuó Rigoberto. - Si no te orinas, me estás diciendo que no tienes miedo, y si no tienes miedo es que no aprecias tu vida, así que te mataré. Dos. Si no te orinas es porque no tienes miedo y eso es porque sabes que la pistola es falsa.
Clic, clic. Rigoberto había jalado del gatillo demostrando que la pistola era de juguete. Los tres jóvenes soltaron la carcajada mientras que los trabajadores de la estación se calmaban y se encolerizaban por el ridículo y terror que les acababan de hacer pasar. Uno de ellos dio un paso al frente.
- Les vamos a pedir que...
- No nos van a pedir ni madres. - interrumpió Rigoberto.
- Exigimos nuestros boletos. - agregó Clemente.
- Pero es que no tenemos. Los tienen los locutores. - reclamó una muchacha.
- ¿Y quién se los da a los locutores? No me digas que ellos los traen en cada momento, hasta cuando no están aquí en la estación porque me voy a encabronar, y no quieren verme encabronado. Esto que acabamos de hacer fue una broma para cortar el hielo, pero ahora las cosas ya van en serio. - dijo Gaspar.
La muchacha, alzó el teléfono para llamar a la policía.
- No te molestes, ya cortamos las líneas telefónicas. - dijo Clemente.
La muchacha ni se molestó en comprobar la mentira porque un trabajador hizo ademán de que sacaba su celular.
- Si haces eso, te voy a pegar. - amenazó Rigoberto.
- Chingada madre, cabrones, y dama. ¿Qué les cuesta abrir una cajita donde tienen los boletos que van a regalar y darnos uno a cada uno? ¿Qué les cuesta? ¿Es cosa de orgullo, de ver quién puede más, de ver quién se sale con la suya? Neta que me dan asco, pinches cerdos burócratas. - discutió Clemente.
Aunque más que discurso, era una clave para salir de ahí. Habían entrado con toda la intención de llevarse los boletos, pero no se veerían en una situación que los pudiera poner en peligro. Ya estaban bastante pasaditos de la raya con la broma de la pistola y, aunque Rigoberto ya había amenazado con recurrir al primitivo e impotente recurso de los golpes, no pensaban hacerlo. Las cosas estaba por salir de control y no había necesidad de llegar a eso. El episodio este podía pasar de ser "divertido" a "preocupante".
Los trabajadores se miraron entre sí. Lo que Clemente había dicho parecía estar surtiendo efecto, pero, seamos honestos, pesa más el orgullo que la cordialidad en muchas, muchas personas.
- De regalarnos los boletos a la primera, de buena gana, como les pinches corresponde porque es su chamba, hasta hubiéramos pensado en escuchar su programa, por buena onda, pero ahora... con el asco que les tenemos... ¡ni pensarlo siquiera!
Mientras Gaspar decía esto, se acercaba a la puerta de salida.
- Ya te dije que te voy a pegar, y pego muy, muy duro.
El trabajador no hizo caso y sacó su celular, comenzando a marcar. Los tres jóvenes salieron corriendo, muertos de risa y nervios, se subieron al Intrépido y Veloz Bocho y se largaron.
Ah, por cierto, el celular del hombre no tenía saldo, así que no pudo llamar a la policía, y para cuando acordaron en revisar las líneas telefónicas, ya había pasado suficiente tiempo como para que los jóvenes hubieran llegado a sus casas, lejos de los hechos.
Los trabajadores solicitaron cámaras de vigilancia en sus áreas de trabajo, pero ¡bendita burocracia! los trámites se perdieron entre hojas y hojas de papel.

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