viernes, 27 de junio de 2008

Fans

Hay momentos en la vida tan simples pero que uno toma con tanta importancia que se vuelven grandísimos. Son como etapas insignificantes vistas desde fuera pero un valor tan grande si lo vemos por dentro.
Hubo una época en la que agarraba mi guitarra, mi sombrero, michalequito jipioso o del Tri y me lanzaba al centro a tocar. Una que otra vez en la combi, en la alameda, en la plaza de armas. Pues ahí andaba yo, tocando sin que nadie me escuchara, tocando simplemente por amor al arte. Era como una práctica de campo, era un esperar a ver qué me eparaba la vida. Sé que es más fácil que algo te pase si uno está afuera, haciendo lo suyo, a que si nos quedamos en casa viendo tele o pendejeando en la computadora. Aunque a veces esos momentos de ocio son placenteros, pero bueno, el caso es que yo me andaba en plaza de armas tocando la guitarra.
No tocaba para pedir lana, de hecho, no me impresionaba que nadie pasara y me dejara una moneda. No es que no se tenga esa costumbre aquí, porque se tiene. En las combis muchos guitarristas piden chance para subirse, tocar dos que tres rolas populares y pedir una lana pa equis o ye situación. También están los músicos que van por ahí, que se meten a las cantinas y piden su lana después de tocar una rola. Ofrecen complacencias y si cumplen, piden su lanita. También hay quienes se ponen en un lugar fijo y ahí se ponen a tocar, con una latita o un sombrero pidiendo que les dejes una monedita.
Pues yo no era de esos, yo tocaba porque quería, para hacer algo que me gustaba y esperar algo de la vida, para no aburrirme, para mirar el acontecer diario y así inspirarme para escribir lo mío, o no sé, para conocer a alguien, o simplemente para nada. Pero ahí andaba tocando.
Uno de los últimos días en los que me iba a tocar, un cuate, flaquillo se me acercó. Estaba yo en plaza de armas en una banquita, disfrutando del rocío de la fuente, viendo las palomas, escuchando el acontecer diario de los niños corriendo, los aleteos, los coches, las campanadas de la Catedral, y yo me les unía tocando mis rolas. Pues que se me acerca este chavo.
Ya varias veces se me habían acercado, a veces oían una rola, me saludaban y se iban, hubo una vez que un güey me tomó fotos. Estudiante de fotografía y lo habían mandado a una tarea, creo que a tomar cosas “raras”, le agradecí el cumplido y se quedó ahí platicando un rato en lo que me tomaba fotos por varios ángulos. Yo no iba sólo esa vez, iba con la Valquiria, y como ella es bien platicadora, pues ahí se estuvieron platicando.
En fin, volviendo al cuate flaco este que se me acercó. Hay veces en que las cosas nomás se dan, pues ese día varias decisiones se dieron para que pasara lo que pasó. Se me unió este cuate, el flaquillo, ahí se quedó conmigo. Noté que habían varios niños corriendo por toda la plaza, era obvio que venían de una escuela. Como que les agradó mi onda y llegaron primero dos, y me soltaron unas monedas. Les agradecí (una cosa es que no toques por dinero y otra que no lo aceptes cuando te lo ofrecen) y seguí tocando, intentando no inmutarme.
Luego llegaron otros chavos más y luego llegó todo el montón. Me empezaron a caer monedas a lo buey. No es mentira, saqué alrededor de ciento treinta pesos, ¡para mi era una mina de oro! Los chavos estuvieron haciendo desmadre, me pidieron que me tomara fotos con ellos, primero las chicas y luego toda la bola. Yo la verdad me cohibí bastante pero ps siempre les seguí el juego. Posé junto con todo el grupo en la fuente de plaza de armas mientras las maestras tomaban las fotos. Ya luego me dijeron que eran de Torreón y estaban de viaje. Ps chido.
Cuando se fueron, el chavo flaco, que se veía un poco mayor a los demás, pero que por su estatura y delgadez aparenta menos edad, se quedó conmigo. Yo le pregunté que si no venía con los demás y me dijo que no, que él vivía ahí, que acababa de empezar la carrera y vivía sólo. Que no conocía a nadie y que le gustaba escuchar buena música. Yo le di la bienvenida y se quedó ahí pendejeando mientras yo pendejeaba también y aparte tocaba la guitarra y cantaba.
Ahora, no sé si fue porque le contagió el hecho de que todos los otros chavillos me hubieran soltado una buena lana o qué pasó por su cabeza, pero sacó unos quince pesos, dijo que era todo lo que le quedaba de ahí a que sus padres le depositaran, y faltaban como tres o cuatro días para la quincena. No manches, le dije, ps toma lana pa que comas, no hay pedo, yo como quiera tengo mi chamba y vivo aquí con mi jefa y tengo qué comer. Pero el cuate este me dijo que no, que me lo había ganado.
No discutí más.

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