Esthar pasó por Ringo, a casa de éste para salir de reventón el primer jueves después de la graduación. El jueves es sagrado. El jueves tiene nombre de rock. El jueves brindo por la cruda del mañana y pido otra cerveza más, ps chinque su madre, ¿qué más da?
El jueves que presenta promociones de licor por todos lados y que aloja grupos en vivo por doquier. Sagrada y digna debe ser siempre la cruda del viernes. Los deambulares de un zombie fumigado que vaga buscando calor, la estela del reventón que se difumina en una ola de responsabilidades y vida madura. El que la hace, la paga, no hay de otra. Lo que queda es reventarse de lo lindo para que a la hora de cobrar, cobren bien.
- Espera. – alertó Esthar. – No enciendas. Hay una patrulla detrás de nosotros.
- Yo ya estoy bien. – dijo Ringo.
La patrulla los rebasó sin pos de conflicto. Ringo y Esthar se relajaron.
- No hay lugar más seguro que detrás de una patrulla.
- Bueno, pues, uno más y quedo bienavenvionado.
Los tacos que masticaban eran deliciosos. Tortillas de maíz, así se sentían más chavos banda, como que las prietitas de maíz se la cotorreaban mejor que las paliduchas (también deliciosas) de harina. Las de maíz representaban su pasado, su lugar, esa popularidad que los intermezclaba con el medio al que querían pertenecer, al menos esa noche. Las de harina eran más exclusivas, menos aceite y menos resbalosas.
El queso era una añadidura especial. Duplicaba el tamaño del taco, evitaba que la tortilla cerrara. Era el oro blanco para el paladar hambriento y antojado. El limbo del pecado sagrado. ¡Benditas sean mis ofensas!
Las salsas los miraban en su apacible estado licuoso. Verde, guacamole, chipotle y de árbol. Había que probarlas todas. ¡Una orden de tacos por cada salsa! Cinco tacos la orden. Veinte tacos a tragar.
Las barrigas se desplomaban. Veinte tacos y un chesco. ¡Qué delicia! La cuenta, por favor, para alcanzar el horario del dos por uno en chelas en el Confesionario, la embajada del metal en el centro.
- ´Nche cena bastarda, caon.
- ¿Bastarda!
- No tuvo madre. – dijo Ringo sobándose su crecidita barriga. – Tes güinápuri, mano.
- Bueno, pues salgamos de este changarro o se nos va a pegar la onda de la plaza esta de los viejitos... – Esthar volteó hacia ambos lados, como si precaviendo no revelar un misterio. - ...huevones.
- ¿Y por qué tanto misterio?
- Porque a los viejitos no les gusta que les digan huevones.
- Ahh chinga chinga. Pus que demuestren lo contrario.
Justo iban saliendo del changarro cuando se topan con una espesa fila de millares de viejitos que les impedían el paso. Se veían como en cualquier otro día, con sus sombreros, bastones, lentes, calvas, dentaduras postizas, ropa de pana, sudadera de campesino, jorongos, cocoles, camisas de cuadros, suéteres de rombos... etc, etc, etc. Sólo que en esta ocasión, todos los viejitos habían tomado sus posturas de pelea.
Los había de todas las clases. Karate, Judo, Taekwondo, Kung-Fu, Samuráis, Esgrimistas, Caballeros medievales, Bárbaros medievales, Guerreros Águila, Guerreros Jaguar, peleadores callejeros, de Capoeira haciendo sus danzas y brincos extravagantes; cargaban espadas largas y cortas, katanas, cuchillos, chacos, bastones, escudos, mazos de obsidiana, cimitarras, cadenas, bates, navajas y mucho tanto otro tipo de armas blancas.
Había viejitos haciendo formas de combate, tirando patadas voladoras imposibles, quebrando bloques de cemento con la cabeza (ese viejito murió en el intento, al momento de que su cabeza tocó el bloque), incluso, había un viejito sentado en posición de flor de loto, como si meditara, ¡levitando a un metro del suelo!
Ringo y Esthar se miraron mutuamente. Se encogieron de hombros como si no les quedara de otra pues así era. Los viejitos no otorgaban cuartel, no tomaban prisioneros y vomitaban la clemencia. ¡En guardia y al ataque!
Ambos bandos brincaron hacia sus contrincantes, dando como resultado un choque de fuerzas en pleno aire. Una nube de golpes rodeó la trifulca por lo cual lo único que podía verse era cuando los viejitos salía disparados de la nube. Unos salían y otros entraban, como haciendo relevos.
Los viejitos se fueron acabando y la nube de golpes disminuía su dimensión gradualmente hasta que sólo quedaron Ringo y Esthar. Aterrizaron agitados, pero airosos. Habían vencido a la horda de viejitos... o al menos eso habían creído hasta que uno les saltó encima, luego otro, y otro, y otro más.
Miles de viejitos habían llegado de todas partes del mundo para defender su honra y su nombre. Ringo y Esthar quedaron sepultados bajo una montaña de viejitos. Medía por lo menos tres metros. Pesaba alrededor de quinientos kilos entre tanto hueso y cartílago. El hedor era insoportable. Menuda tumba. Los encabezados de los diarios dirían: mueren chavos sepultados bajo viejitos revoltosos.
Afortunadamente para fanáticos, amantes y simpatizantes de Ringo y Esthar, ese no sería su fatídico final. No. La montaña de viejitos comenzó a temblar y ¡puf! Todos los viejitos salieron disparados.
Todos los metiches que observaban los hechos se quedaron maravillados y cuando se acercaron a Ringo y Esthar, lo único que éstos dijeron fue: es que comimos en “El pastor tacos”.
martes, 20 de enero de 2009
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario