La primera impresión que él tuvo de ella fue un “qué buenas tetas”, y la de ella, “qué mirada tan profunda”. Si supiera tan sólo en lo que él profundizaba...
La primera reacción de él fue “ya sé en quién voy a pensar cuando me haga una chaqueta”, y la de ella, “desnuda mi alma con esa mirada”. Si supiera tan sólo que más que el alma, quería desnudar su cuerpo.
Se conocieron. Él, joven e ingenuo en espíritu, aun anhelaba en cambiar el mundo, hacerlo un lugar mejor. Tirar las máscaras y ser unos mismos, dejar de actuar.
Ella era actriz, de “buenos modales”, aunque más que modales, según él fue descubriendo, eran principios arraigados, arrastrados generación tras generación. No podía ocultarlo, a pesar de su apariencia de chica liberal y moderna, mujer del siglo XXI que trae con correa corta a todos los hombres de su vida, ella anhelaba estar abajo, anhelaba sucumbir, claudicar ante esas “miradas masculinas”, ante esos toques bruscos, voces graves.
Él era poeta, de la vieja guardia, según esto. A pesar de portar la bandera de la firmeza, de la rebeldía, de la torre que se para frente a la oleada de un mar alocado y por nada del mundo ceder terreno, era demasiado sensible. Ella, según lo fue conociendo, notó cuánto trabajo le costaba ocultar esa sensibilidad, todo a favor de la causa. Eso lo hace aún más fuerte de lo que aparenta ser, pensaba mientras se dormía, abrazando fuertemente su almohada, soplándole a la vela aromática, de esas que él vendía. Mientras que él, dejando la pluma y quitándose la ropa para dormir, pensaba que el deseo oculto de ella queriendo sentirse mujer de hombre lo traía como loco.
La química sexual era tremenda. No había discusión abierta en clase de la cual alguno no diera su punto de vista y el otro alzara la voz para debatirlo. Discutían acaloradamente. Sus miradas sacaban chispas cuando se encontraban, él optando por la postura pasiva y ella actuando como si fuera una fiera salvaje, indomable.
Fingían así porque era lo que les había funcionado a lo largo de sus cortas vidas. Era a lo que tenían acostumbrada a la gente. Era lo que tenían que hacer para llegar a ser lo que pensaban era lo predilecto para ellos. Cada uno por su lado.
Así fingían también cuando uno u otro estaba saliendo con alguna pareja. Él fingía no importarle, ella fingía que le importaba demasiado. Él se marchaba y por las noches se embriagaba con sus amigos, reía para no llorar. Ella lo seguía y frente a aquella chica usurpadora ante sus ojos, actuaba como si por su lado estuviera mejor que nunca.
A ninguno de los dos les funcionaba el disfraz. Cada uno, por su parte, sabía que el otro fingía. Primero fue un: así como yo finjo, él/ ella finge, pero luego cambió a un: finge porque le duele, y le duele porque me quiere.
Nunca fueron para hablar de aquello. Puras indirectas para dar pie, pero nadie se echaba el clavado. Querían creer que eran demasiado diferentes, querían creer que no podrían tolerar rendir cierta parte de sus personas para acoplarse y amoldarse al otro. Querían creer que así sería más duradero, menos frecuente, pero eterno. Amarse en secreto y memorarlo por siempre como el poeta que le escribió un cuento que nunca dejaría de leer, y él, memorarla por siempre como la actriz que las únicas veces que no actuaba era cuando le coqueteaba.
Se graduaron de la escuela y dejaron de verse. Cabe resaltar, que después de un tiempo, ninguno se recordaba o se contemplaba presente en la memoria del otro hasta que él admiraba y contemplaba hermosos senos, y ella, a su vez, se sentía desnuda ante alguna obra o alguna mirada. El tiempo pasó y ella obtuvo un papel como conductora de un programa de televisión. Programa de revista: reportajes y notas del medio artístico, artistas invitados, recetas de cocina, temas del mundo cotidiano.
Sucede la ocasión que un día, el artista invitado resulta ser ese chico poeta a quien recordaba de cuando en cuando, ese chico poeta que nunca fue a los reencuentros de generación. Nunca quiso preguntar a sus amigos por él, aunque no temía a la carrilla, no quería verse muy obvia, ¿pues cómo? Las chicas como ella eran objeto de las preguntas de los galanes. Pues resulta que este chico se fue del país, viajando sin rumbo, a ver hasta dónde llegaba. Vivía escribiendo cuentos y poemas, tocando canciones de bar en bar, de puerto en puerto. La suerte le sonrió cuando pensaba en regresarse con su gente, a sentirse entre los suyos. Justamente antes de partir, en la estación de camiones había conocido a una mujer, ya vieja, adinerada. Una mujer que tuvo fe en él, que tenía dinero y conocidos. Ella le pidió matrimonio sabiendo que tenía una enfermedad terminal y que no le quedaba más de un mes de vida. Estaba sola y quería morir así, hasta que un lluvioso día lo escuchó cantar una canción que la enterneció. Él aceptó. Se casaron y ella murió un mes después, como tenía planeado. Murió contenta y satisfecha, escuchando esa canción, en vivo y directo, a un costado de su lecho de muerte.
Murió no sin antes introducir a su compañero, o guía (como ella lo llamaba) de sus últimos días, al medio artístico y dejarle su fortuna. Él fructificó, sacó buen provecho y comenzó a escalar peldaños.
- Así que eres viudo.
- Preferiría que no sacaras ese tema en el aire.
- No veo ninguna cámara prendida por aquí. Estamos solos.
La habían puesto a darle al artista un recorrido por el set mientras le platicaba de qué iba a tratar la entrevista y de su participación en el programa.
- Así que a pesar de ser en vivo, está planeado y actuado.
- Pues sí, ¿qué esperabas? A mi me toca ser la mujer dulce, buena y sensible, muy enamoradiza y dependiente de los hombres. ¿Cómo la ves?
- Irónico.
- ¿Y eso?
- Es irónico que te pongan a actuar tu verdadera forma de ser que pretendes ocultar.
Ella se sorprendió y actuó como si estuviera ofendida, indignada.
- Pues al parecer tú sabes más de mi que yo.
- Desde luego. A leguas se te nota lo desesperada que estás por querer tener un hombre. Entre más aparentas que no, más sé que sí.
Esta vez se indignó de a de veras y sintió nervios. Los poros de su piel se abrieron.
- ¿Y ese hombre eres tú, supongo?
- No por nada estoy aquí.
Ella comenzó a sentir calor. Mientras él miraba su entorno, ella lo escrutaba de pies a cabeza. Se le hizo agua la boca. Pero tenía que defenderse, tenía que contra-atacar. Quería llevárselo a su departamento, pero quería que él lo propusiera, tenía que cazarlo, que arrinconarlo. Esta nueva faceta de artista que presentaba era algo nuevo para ella, pero nada no manejable. Sabía ponerse en su lugar ante cualquier hombre.
Él, por su parte, se sentía más vulnerable que nunca. Tenía que apretar y estirar hacia atrás las rodillas para que no le temblaran, tenía sus manos en la espalda para que no se notara nervioso, sino relajado, tranquilo, por sobre y controlando la situación. Sabía que lo único que le faltaba en su vida era una chica, y qué mejor que la chica de la cual se había quedado con las ganas.
- No. Estás aquí para hablarnos de ti, de cómo le sacaste provecho a una anciana, tu difunta esposa.
Uuuu, golpe bajo. Ambos lo sintieron. El ambiente se puso tenso. Ambos sabían que eso no era lo que ella quería decir, que lo dijo en pos de defensa desesperada. Él guardó silencio por demasiado tiempo.
- Perdón... no quería... no me refería... no era mi intención.
Él la miró fijamente, pensando “te tengo, perrucha”.
- Descuida, no eres la primera persona en no pretender decir lo que dijo.
- Supongo. – dijo, con la cabeza agachada. En verdad estaba avergonzada.
¿Acaso esa era ella, una mujer que para sentirse cómoda tenía que hacer que los demás se sintieran mal o avergonzados?
- La diferencia es que a ti sí te creo.
- No, en serio, no quería...
- Ya sé, creo en tu arrepentimiento.
Ella lo miró, se sonrojó y sonrió tanto para sus adentros, que no pudo ocultar su contento.
- Has cambiado. – dijo ella con una sonrisa sincera.
Él la miró de pies a cabeza, parecía estar agradecida.
- Y tú estás... muy bien. Te ves muy bien.
- Es por las dietas y el ejercicio. No me dejan en paz los de producción. Aunque bueno, - hizo una pose sexy – tiene sus beneficios.
- Puedo verlo.
Ambas miradas coincidieron, así quedaron un rato. La fuerza de atracción se intensificaba. Esa mirada era inestable, a punto de explotar. Él se imaginó metiendo mano dentro de su falda. Ella lo imaginó desnudo, de pie, una luz tenue que marcaría ligeramente los músculos de su cuerpo, ella sentada en la cama, rendida, suplicando con su cuerpo que la hiciera suya, que la poseyera con ese fuerte semblante que ahora ya no aparentaba pero ella sabía que existía.
Ella dio un paso al frente, él la tomó por los brazos. Se sintió segura. ¿Segura? Dudó.
- Tengo que llevarte a dar todo el recorrido, o el productor me cuelga.
Retrocedió y se dio vuelta. Deseaba que él la hubiera apretado más, que no la dejara ir, pero lo hizo.
- Chin. – expresó él.
- Chin, ¿qué?
- Pensé que este era nuestro momento.
- ¿Nuestro momento... de qué? – ella sabía a qué se refería, pero quería escucharlo, más bien, quería saber cómo lo diría, qué palabras usaría, qué entonación emplearía.
- El momento en que el mundo desaparecería excepto nosotros dos, así no te quedara alternativa.
- ¿Alternativa? – la sacó de onda. Le gustó. - ¿Alternativa de qué?
- De rendirte.
Ufff. Gol. Anotación, canasta de tres puntos, jon-ron. Sólo le faltaba ir a recoger su premio, ella ya le pertenecía. Ahí se iba a quedar, temblando por dentro, esperando a escuchar los pasos de él al acercarse por detrás, tomarla, sentir su respiración recorrer su femenino y suave cuello, darle vuelta y besarla. Luego irían al programa. ¡El programa! ¿Qué demonios esperaba ese imbécil? Por qué no... se dio vuelta y lo miró, él miraba para todos lados excepto a ella. Tamaño imbécil.
- Vamos, tengo que...
- ¿Cuándo vas a dejar esos “tengos que” y cambiarlos por “quieros”?
- ¿Qué te pasa?, ¡yo siempre hago lo que quiero!
- Entonces, ¿por qué no me besas?
- Porque...
- Quieres hacerlo, de hecho, te mueres de ganas por hacerlo. Hacer eso y más.
- ¡Porque quiero que tú me beses a mí, idiota! – explotó.
Estuvo a punto de gritar algo más, pero de pronto lo sintió encima, sosteniendo su rostro y besándola. No fue un beso apasionado y salvaje. Fue un beso tierno, dulce, tranquilizante. Sin mucha presión, sin querer comerse la boca de ella, más bien, la estaba saboreando. Saboreando y tanteando. Ella se derritió. Lentamente, él se desprendió de ella, no sin dejar su sabor ahí.
- Espero y no hayan escuchado ese gritote.
Ella quiso reír, quería reír y más beso, quería volverlo a besar.
-¡Pendejo! Si no es cuando tú quieres. Yo tengo que... no, quiero darte este recorrido.
- O si no te cuelgan. ¿Y cómo van a saber que no lo hiciste? Ciertamente yo no diré nada.
- No. Te voy a dar el recorrido.
- Si quieres, puedo decir que me diste el mejor de los recorridos. – pensó en darle una nalgada y apretón, pero se contuvo prudentemente.
- Sígueme y cállate.
Y así siguió el recorrido. Empezó el programa, llamaron al artista invitado. Se sentaría en un sillón, a un lado de ella. Había otro invitado, un florista quien compartiría sillón con el otro conductor del programa. Todos estaban en su lugar excepto el artista. Lo presentaron y llamaron.
Pasó al escenario y se sentó donde le indicaron. En ningún momento quitó su mirada de ella. No dijo nada, no saludó, simple y sencillamente la miraba. Ella se puso incómoda. ¿Qué haces?, le susurró, el programa.
- Bueno, al parecer nuestro invitado no puede quitar ojos de nuestra conductora.
- Reconozco esa mirada. –apuntó el florista.
- ¿Cómo dices? – preguntó el conductor.
- Que reconozco esa mirada, la reconocería donde quiera que la mirara.
- ¿Qué mirada? – preguntó ella, haciendo su papel de conductora.
- Estoy enamorado. – anunció él.
El director se puso como loco, no sabía qué hacer. El papel que se estaba jugando en el set iba más allá de su control. Ordenó al conductor a mandar a comerciales.
- Bueno, quédense con nosotros para ver de quién está enamorado...
No pudo acabar de hablar porque mandaron a corte y el director explotó.
- ¡Corte! ¿Qué demonios es este drama meloso? ¡Se supone que es un programa de revista! Debemos hablar de otras mujeres de tu vida.
- ¿La tomo de la mano? Así pueden tener una mejor toma. Pueden hacerle un close-up y una figura de corazoncito, su rating subiría disparado, no cualquier día un música se enamora de la conductora.
- ¿Qué carajos haces? Me van a correr.
- Claro que no, algo va a suceder, espera.
- Sí, me van despedir. Esto tal vez te funcione para ti, los escándalos amorosos te podrían ayudar en tu carrera, pero para mí no. Yo tengo que seguir con el guión.
- Y dale con tus “tengo que”.
- Pues sí, tengo que seguir con mi vida.
- Entonces, ¿no “quieres” seguir con tu vida, sólo “tienes que”?
- Mira, para ti es muy fácil. A ti se te presentó un ángel en forma de viejita con enfermedad terminal, yo no tengo tanta suerte.
- A la viejita no le costó tanto trabajo convencerme.
Ella se quedó muda, ¿acaso él era su ángel que llegaba para liberarla del guión que otra persona escribía sobre su vida? Eso debía significar, no cabía lugar a dudas.
Él se levantó y extendió su mano.
- Vámonos.
Cuánto anhelaba tomar esa mano y largarse de ahí. No era que detestara su vida, pero irse con él era... bueno, era como el comienzo de un libro. No sabía si uno muy largo o uno corto, no sabía si podría releerlo una y otra vez o a la primera leída se aburriría y lo tiraría. ¡Demonios! Eso lo hacía más atractivo. Volteó a su alrededor, el otro locutor y el florista no perdían detalle. El locutor asintió, sonriendo. Dile que sí, aconsejó el florista.
En eso, entró un hombre de protección civil.
- Atención, solicitamos de su apoyo en la evacuación del edificio, tiene que ser ordenada e inmediatamente, hay amenaza de bomba.
- ¿Pero qué...?
- Hora de irse, muñeca. – dijo él, guiñándole un ojo.
Ella tomó su mano.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario