martes, 26 de mayo de 2009

La tercera es la vencida (primera parte)

Es bien sabido que los dioses del rocanrol no se la ponen fácil a Clemente y a Rigo cuando van a rocanrolear a Monterrey. La primera vez los multaron, a unos doscientos cincuenta metros de la carretera federal. De haber acelerado a fondo, no los hubieran alcanzado los tránsitos de Santa Catarina. Pero eso no sucedió y les cayeron con la multa.
La segunda vez que los dioses les pusieron un obstáculo fue aquella vez que, saliendo de un concierto, el coche ya no estaba. Había sido llevado al corralón por la grúa. Tuvieron que pasar por toda una travesía de esperar, caminar, y dialogar con las autoridades para ver cómo tenían que sacar el coche... se tuvieron que regresar en camión.
Y esta tercera vez, parece que llegaron al colmo. Pudo haber sido peor... bueno, no adelantemos las cosas para arruinar la intriga de llegar al climax. Para empezar, en esta ocasión llevaban una compañera femenina, Diana. Diana había sido advertida de las malas pasadas que habían tenido Clemente y Rigo al ir a rocanrolear a Monterrey, pero eso no le inmutó, incluso, podría decirse que le emocionó más. No era una chica fácil de asustar ni se impresionaba con tan poco. Clemente no iba a perder esta oportunidad de ver a Andrés Calamaro y Rigo, aunque no se sabía ninguna canción del argentino, necesitaba una escapadita para desviar su atención a lo que verdaderamente importaba. Así que las cosas estaban puestas para ver qué sucedía ahora.
Ya estaban por llegar. No había pasado ningún pormenor en la carretera, no se habían perdido, no hubo tráfico, no los detuvieron los tamarindos de tránsito... todo iba bien. A punto de llegar al auditorio había una desviación, alguna reparación o reestructuración de la vialidad. Nada grave, nada grave hasta que un coche blanco salió disparado de quién sabe dónde, en dirección contraria al tráfico. Después de éste coche venía una camioneta, también, a toda velocidad. Coleó un poco al dar una vuelta y reanudó su carrera.
Chale, qué paletosos, pensaron nuestros tres amigos aventurrocanroleros. Estarán demostrando lo pudientes que son, o algo así. Clemente alcanzó a ver cómo una patrulla se atravesaba por la calle para impedirles el paso. Pobrecillos, pensó, ya los agarraron. Siguieron en su camino. No había mucho tiempo qué perder. El concierto empezaba dentro de poco. Subieron por una joroba, ya se podía ver el edificio al que iban. Estaba justo al otro lado del boulevard.
El primer tronido llegó aislado. Justo como para adjudicarlo a alguna falla en la joroba o algún desperfecto de las líneas de electricidad que colgaban por los aires. Luego siguieron dos tronidos más... la cosa se tornaba extraña. Los tronidos sonaron más cerca. Luego se soltó una lluvia de estruendos que hacían temblar todo el coche y detenían los latidos de los tres aventurrocanroleros que no se creían lo que estaba pasando.
Ninguno gritó ni dijo nada, no se la creían, esto era demasiado. ¡Estaban atrapados en medio de una persecución con todo y balazos! Rigo todavía tuvo el descaro de no creer, el típico engaño a uno mismo. ¡Esto no puede estar pasando! El muy iluso llegó a pensar, incluso, mientras la camioneta blanca los rebasaba, que estos pudientes paletosos iban jugando y disparando salvas para llamar la atención y crear pánico entre la gente... pero cuando vio que del coche blanco que les iba por detrás emergió un cuerno de chivo, no tuvo más remedio que tirarse al asiento.
Clemente también se agachó al escuchar la estruendosa ráfaga. En su vida, ninguno de los tres había escuchado disparar un arma de tan grueso calibre. Era impresionante el olor a pólvora que se soltó libre por el aire. Diana se sumergió en su asiento lo más que pudo cuando el vidrio de atrás se reventó para luego explotar en mil pedacitos.
Rigo se cubrió la cabeza, Clemente no sabía si frenar, acelerar, darse vuelta o seguir el camino como iba. Cada uno iba pensando tan rápido que no conseguían pensar en algo concreto y productivo para el momento tan crítico que sus vidas pasaban. ¿Acaso les habían disparado intencionalmente o simplemente había sido una ráfaga de balas que se cruzó en su camino? Rigo y Diana, entre que querían ver qué era lo que pasaba, dudaban entre quedarse agachados cubriéndose de los disparos o asomándose para ver lo que pasaba, se voltearon a ver un instante y supieron que los dos estaban pasando por la misma situación, el único que no tenía la oportunidad de dudar era el chofer, Clemente. Sentían mucha emoción, tremenda incertidumbre y algo de miedo que apenas comenzaba a cocinarse.
Los dos vehículos dándose de balazos se fueron por adelante. Clemente tuvo la certeza de aparcarse en una farmacia, quien sabe si pensó que sería un lugar oportuno para limpiar heridas o tomarse pastillas tranquilizantes para no quedar en shock; o si fue el primer lugar que se le antojó como seguro.

- That was very exiting. – exclamó Diana al recuperar su uso de palabra.
- Desde luego que no. Fue horrible. – Clemente no podía quitar sus manos del volante. Por primera vez en su vida pudo sentir que era como si su vida dependiera de ello.
- Miren los vidrios. – murmuró Rigo como si pasmado.
- Hay que revisar todo el coche.
Diana ya estaba afuera revisando si había algún agujero o algún desperfecto. Clemente logró quitar sus manos del volante para acariciarse la pelona y salir lentamente, meditándolo todo, contemplando todo su alrededor como si fuera la primera vez que viera cada cosa. Rigo, por su parte, salió arrastrándose del coche y pensó en besar el suelo, pero no lo hizo.
- Necesito un baño.
- Definitivamente. – concordó Clemente, como si fuera la mejor de las ideas.
- ¡Oh, crap! – gritó Diana.
- Sí, ahorita vamos. – Clemente parecía hablar consigo mismo y miraba asuntos que sólo eran visibles para él.
- Mierda la que hubiera quedado de nosotros si esas balas nos daban.
- No, miren. – llamó Diana levantando los boletos al aire para exponer un agujero.

Clemente y Rigo estuvieron mirando lo que quedaba de los boletos, pasmados, no había expresión en su rostro. Todo rastro de vida se había ido de ahí, era como si sus espíritus o almas o vayan ustedes a saber la energía que maneja el cuerpo humano de cada uno hubiera salido para encararse con los dioses del rocanrol y reclamarles.
- Entonces, ¿qué vamos a hacer? – preguntó Diana.
- Esto es demasiado.
- Fue mi culpa. – confesó Clemente. - Si no te los hubiera pasado...
- No, caon, como quiera les hubieran atinado a los boletos. Esto es un ultraje. ¡No se vale!
- ¿Se dan cuenta de qué tan cerca pasó una bala por mi mano? – decía Diana mirando su mano por todos los ángulos, como si no creyese que la tuviera todavía.
- Osea, ¿estás sugiriendo que todo esto fue planeado para destruir nuestros boletos?
- Mi mano... – balbuceaba Diana.
- Sí, o bueno, tal vez no, pero definitivamente aprovecharon la oportunidad para jodernos.
- Es tan linda, mi mano...
- Entonces, no vamos a entrar al concierto.
- Oh no, ¡claro que vamos a entrar! Esos culeretes no se saldrán con la suya.
- Wey, más respeto con los dioses del rocanrol.
- Me la pelan. Vas a ver que vamos a entrar a ese concierto a como de lugar.
- Tan blanca y fina...
- ¿Y cómo piensas entrar? ¿Les vamos a decir que estuvimos en una balacera y que un balazo pegó a los boletos? ¡¿Cómo vamos a entrar?! – Clemente tomó a Rigo por la camisa mientras lo estrujaba violentamente.
Rigo sabía que la bronca no era en contra suya, era una extrema señal de desesperación por la situación que se les presentaba.
- Calma, caon, calma. Por mis huevos que entramos. Vas a ver. – y soltándose, Rigo se encaminó al auditorio con una determinación digna de alguien que sabe lo que hace, claro que... no tenía idea de lo que iba a hacer. Clemente y Diana cruzaron una mirada de incertidumbre y decidieron, sin hablar, que lo mejor era acompañar de cerca de Rigo.

Y tenemos a nuestros tres aventurrocanroleros postrados frente al auditorio, contemplándolo con desdén.
- ¿Estás seguro que era aquí?
- ¿Era hoy?
- Bueno... sí, digo, creo que sí. – Clemente se quería zafar de ese incomodísimo interrogatorio que en cierto punto no merecía, pero por otro lado...
- Ya me hiciste esto una vez, caon, llegamos un día tarde al concierto.

Ah, sí, había olvidado que los dioses del rocanrol les habían jugado otra mala, aparte de la de la multa y de la del coche en el corralón, en una ocasión, llegaron un día tarde al concierto, porque la página de internet se había equivocado al publicar la fecha. Se hizo un desmadre, demandaron a la página, pero como quiera, no entraron al concierto.

- Dice que el concierto se pospuso por causas de fuerza mayor y ajenas al auditorio.
Habían mandado a Clemente a taquillas a preguntar, mientras Rigo ideaba una forma de abrir las puertas y comprobar con sus propios ojos que no había concierto adentro del recinto.
- Claro, no faltaba más...
- ¿Entonces – preguntaba Diana – qué hacemos?
- Bueno, siempre podemos ir a tomarnos unas cervezas y luego regresar a Saltillo.
- Me parece bien. Estoy ansiosa por ver qué más nos pasa.
- Ya no va a pasar nada, ya no hay nada qué perder. Ya no hubo concierto, ya no nos puede pasar nada malo. – gruñía Rigo con su amargura habitual.
- Esperemos que no. – añadió sabiamente Clemente, como si excusando a su amigo ante los dioses del rocanrol, que bien sabían los tres, aunque Rigo lo negara, aunque Diana se hiciera de la vista gorda, aunque Clemente deseara lo contrario; podían seguirles maltratando.

1 comentario:

El Malamen dijo...

Esperemos que los vencidos no sean nuestros buenos amigos Rigo y Clemente...