viernes, 15 de agosto de 2008

El Ataque del Perro

“¿Cómo empezar? ¿Cómo empezar? Caminando de regreso a casa, después de que la escuela nos hubiera hecho otra de sus uveemeadas, de esas típicas tonterías por fallas en el sistema y que nos hacen estar perdiendo el tiempo sentados esperando a que se arregle la situación, íbamos fatigados, hablando acerca de futuros proyectos cinematográficos cuando de pronto, casi casi de la nada, que nos sale un perro, caon. No era perro ordinario, no. Un perro ordinario nos hubiera ladrado y hasta ahí, nos hubiera advertido que no nos acercáramos a la puerta que cuidaba. Se hubiera levantado y mostrado colmillo. Pero este perro no era de esos, no era normal, era un perro, me cae que era entrenado.”

El reportero preguntó: ¿estás diciendo que hay perros entrenados a atacar a la gente que simplemente va pasando por la calle? Rigoberto no tomó esa insinuación como placentera, incluso, se hubiera ofendido de no ser porque tenía tantas ganas de contar la historia, que no podía tomar riesgos de enojarse, porque enojado perdía sus dotes de cuentacuentos.

No, respondió, lo que estoy diciendo es que ese perro nos atacó. Entrenado o no, esa es mi percepción y no es un hecho, pero de que nos atacó, nos atacó. Te digo, nos atacó, acá, bien sigiloso, nos cayó por un costado, hasta pareció que quiso flanquearnos, como si nos estuviera cazando. Lo escuchamos ladrar dos veces, pero ya venía corriendo, lo que más recuerdo fueron las pezuñas chocando con el asfalto, porque venía corriendo para atacarme. De buenas que se fue conmigo y no con Gaspar.

¿Preferiste que hubiera atacado a tu amigo Gaspar en lugar de a ti?, preguntó el reportero. No, claro que no. Desde luego que no. Varios razones. Uno, Gaspar no hubiera aguantado ni tres segundos contra el perro y si hubiera corrido, cosa que hizo, que prudentemente hizo... digo, si un perro te ataca, un perro grande e imponente, ps uno corre. ¿De qué te sirve quedarte muy machito a hacérsela de tos? N´ombre, puro tarugo se estaría quedando atrás, esas son tonterías machistas. Entonces, volviendo. Si hubiera atacado a Gaspar con todo y que corrió al primer síntoma de hostilidad, el perro lo hubiera agarrado a los tres pasos del otro, de Gaspar, pues. Y ponle que llegara yo y pateara al perro o que le diera de palazos o que le aventara piedras y al final lograra ahuyentarlo, como quiera Gaspar hubiera acabado herido.

¿Y tú te defiendes mejor que Gaspar?

Pues sí, francamente sí, pero en este caso no importa. O bueno, tal vez importa, pero muy poco, la principal razón por la que fue un golpe de suerte que me haya atacado a mi, era porque yo traía un palo.

¿Un palo?

Sí, un palo. Verás, no fue que haya percibido en el aire que por ahí nos hubiéramos encontrado a un perro que nos atacaría, pero cuando pasé y lo vi, andaba de muy buen humor. Cuando vi al palo. Era un palo, que parecía como si fuera una vara de mago hechicero, tan larga como yo, y de una forma remolinesca en la que la parte de arriba podía caber una piedra (la piedra de la cual yo, el mago hechicero, tomaría su poder para hacer mis conjuros). Y como andaba de muy buen humor, lo tomé y jugué a ser el maguito hechicero. Así que traía esa vara, mi báculo protector.

Dices que conservaron ese palo.

¡Claro que lo conservamos! Pero por supuesto que lo íbamos a conservar. Ese “palo” como tan despectivamente lo llamas tú. Yo lo llamo báculo protector me salvó el pellejo. Nos, perdón, nos salvó el pellejo. A Gaspar y a mi.

¿Sin ese “báculo protector” no te hubieras podido haber defendido?

¿Me vas a dejar contar la historia? Mira. Siempre, bueno, no siempre, pero de algún largo tiempo a acá, he dicho que no hay problema si me ataca un perro, es cosa de que lo vea venir, lo mido y le tiro un patadón a la mandíbula. Sin la idea de dejarlo fuera de combate de una sola patada, pero al menos destantearlo y luego correr. Pues bien, este perro gandalla no actuó como actúan los perros regulares...

El reportero estuvo a pocode apuntar que eso ya lo había mencionado al principio de la entrevista, pero optó por guardar silencio, prudentemente, para no interrumpir al joven.

... eso ya lo había dicho. Los perros regulares, no sé tú, pero en teoría, el conocimiento general enseña que un perro te ladra cuando te acercas, como en una advertencia. Si te sigues acercando te puede bloquear el camino pero sigue ladrando, ahí es donde una persona pues le saca la vuelta. Nosotros le hubiéramos sacado la vuelta, la verdad, pero ni nos dio chance. Este perro nos agarró de lado, venía corriendo, tiró dos ladridos y cuando volteo, ya lo tenía encima. No me dio tiempo de medirlo ni de tirarle una patada. Imagínate lo cerca que estaba como para que me haya cortado la distancia para tirar una patada.

“Sentí miedo, mucho miedo. Mi pierna más próxima me hormigueó, no sé por qué pensé que el perro iría tras mi pierna, si era un perro de ataque iría por mi cuello. ¡Mi cuello! Imagínate sus colmillos encajados en mi cuello. No manches. N´ombre, y pensar en tirar el báculo protector... por favor. El caso es que reaccioné inmediatamente, interpuse la punta del báculo entre el perro y yo. Ahora se había convertido en una lanza, como cuando los hombres prehistóricos mantenían a raya a una bestia feroz, yo mantuve a raya al perro ese con mi báculo protector.

El perro mordió la punta del báculo y lo estaba zangoloteando. Ahí fue donde supe que esta pelea iba para más, no era como que muéstrale el palo al perro y con eso se va, no, este perro no, este perro estaba obstinado en mordernos, en sacarnos las tripas y comérselas crudas. Supongo que se hubiera enfermado, pero bueno, de fortuna no pasó a eso.

Mientras tenía la punta del báculo estirada y el perro la zangoloteaba furiosamente con sus fauces asesinas, yo pensaba “ya valió madre, este perro no va a cansarse ni retirarse hasta que sienta como sus dientes se encajan en mi carne” ¡Fue terrorífico!, me cae. En verdad pensé que ya había valido madre. Entonces, de pronto, así tan de la nada como de la nada nos cayó el perro, en lugar de miedo, me invadió mi instinto de preservación de mi integridad física. Lo de “ya valió madre” cambió a un “si no te defiendes, pelas”. Y pues, de por sí me estaba defendiendo, pero luego me vino a la cabeza que no, que no me estaba defendiendo, simplemente estaba alargando el proceso de mi final, deseando que en ese patético intento, el perro optara por perdonarme. Comprendí que el perro no se iba a echar para atrás, que lo que yo estaba haciendo no iba a ser suficiente.

Entonces comencé a gritar...”

El reportero dio un saltito para atrás, se sobresaltó cuando Rigoberto hizo la representación fidedigna de lo que hizo entonces.

“¡AAAAARRRRGGGGG TUNGA MUTUNGA, BULUBURUAA! Cosas por el estilo. ¿Sabes? Me sentí como un aborigen de taparrabos, un ser primitivo salvaje que debía protegerse de la vida. Grité con todas mis fuerzas. Moví el báculo como loco, adelante y atrás, para picar al perro si seguía mordisqueándolo. Empecé a dar brinquitos y a azotar mis botines contra el asfalto, para intimidar, según esto. Me transformé por completo, ya ni hablaba español, le pude haber gritado ¡Atrás, monstruo infernal! O algo por el estilo, pero no, me puse a gritar cosas inentendibles, cosas sin significado. El mensaje era “tenme miedo porque grito más fuerte”. Y entre que los zapatazos, los gritos y los picotazos que se estaba llevando el perro, comenzó a retroceder.

Gaspar ya estaba como a media cuadra lejos. Como mencioné antes, se echó a correr sin pensarla dos veces. Sabía que el perro lo alcanzaría y le desmadraría un pie para tirarlo y luego seguir con el resto, pero como el perro no lo alcanzó, supuso que se había quedado conmigo. El muy cabrón ya andaba pensando que el perro iba a estar prensado de mi cuello, yo desangrándome a mitad de la calle mientras el monstruo ese se llevaba mi corazón en su hocico para comerlo en paz y fuera de la zona de ataque. Ahora, no sé por qué volteó, quiso saber qué pasaba detrás, porque entre que los gruñidos del perro y mis gritos, ps le entró la inquietud, supongo. Y cual fue su sorpresa cuando voltea y me ve en plena batalla, luchando por mi vida contra aquella bestia. Pues regresó. Tomó una piedrota que muy apenas y le cabía en la mano y regresó en mi auxilio.

La intensidad del combate ya había bajado. Tanto el perro como yo, o bueno, no sé el perro, pero yo ya estaba muy cansado y el perro ya no andaba tan bravo, como que ya la pensaba más. Retrocedió un poco y me ladraba. Cuando Gaspar se acerca, el perro se va contra él. La piedra no le sirvió para nada. Yo corrí tras el perro, gritando otra vez y dando zapatazos, con el báculo delante de mi, y el perro dio vuelta. Gaspar andaba asustadísimo, creo que incluso más que yo. Y lo comprendo, porque él no traía báculo.

Total, que le digo a Gaspar que pase por detrás de mi, que le íbamos a dar la vuelta a la cuadra, chingue su madre, más vale. Y sí, pasó por atrás de mi y yo retrocedí sin darle la espalda al perro. Nos desentendimos y seguimos con nuestro camino.”

¿Y qué pasó después? ¿Qué ibas pensando cuando ya te supiste fuera de peligro?

Jaja, eso fue muy cotorro. Gaspar estaba indignado, decía que debíamos volver y partirle su madre al perro, darle unos tiros, demandar al dueño, cosas de esas, y yo iba muerto de risa, pero muerto de risa, cayéndome, casi casi. Si de por sí ya estaba cansado por la caminata y por la pelea.

¿Y por qué te ibas riendo? Se dice que las personas solemos reír a carcajadas cuando estamos ante una situación que no podemos tolerar, que no tenemos poder alguno sobre nosotros y el único remedio es reír, así como los locos.

Jajaja, ay güey, nomas de acordarme me río. No, bueno, no andaba loco, bueno, andaba loco pero se me había bajado con el susto, bueno, no sé si me entendiste, no importa. No me andaba riendo porque estaba perdiendo los estribos. Me reía porque vi las cosas en retrospectiva, me vi luchando contra el perro, con mi camisa de uniforme de trabajador de gobierno, según esto bien civilizado, y andaba gritando y brincando y haciendo cosas que sólo un salvaje haría... ¿si me agarras la onda? Digo, me quité la máscara, no, ni me la quité, se me cayó y salió el verdadero yo. Imaginé cómo se hubiera visto desde alguna otra calle, o si alguna persona se haya asomado por la ventana y me viera así, igual y se asusta al principio, pero me cae que al final se hubiera reído tanto, tanto. Hacemos parecer que somos bien civilizados y que las podemos de todas todas y que yo muy muy y no sé qué, pero cuando la naturaleza llama, la naturaleza llama.”

1 comentario:

SERVICIO FORD dijo...

que onda ñerix
leia tu episodio urbano y no pude evitar vivirlo... jajajajajajaja.. realmente es gracioso.
sabes eres un buen escritor, quiza no sea muy culta pero la lectura es algo que me gusta. y me gusta mucho porque por medio de ella puedes viajar y llegar hasta todos esos lugares tan reconditos de tu ser que jamas exploras.