viernes, 13 de febrero de 2009

Qué importa

Sí, caon. Órale, aquí te espero.
Puf... no manches, ¿qué se traerá este güey? Espero y no haya hablado en serio. Na, de seguro ha de ser otra de sus historias que intenta llevar a su vida para darle disque más realismo viendo cómo reaccionarían las otras personas.
Pta, pero... no, no manches. ¿Y si hablaba en serio? Me cae que sí es capaz de hacer una de esas locuras. Ay güey... y me habló luego-luego pa´ que le tirara un paro. Es bien chido ese cuate, carnalazo de los que no dejan morir solos aún sabiendo que a él también le va a tocar una joda si se queda, pero se queda. Cuando uno de esos carnales te pide una mano, te contempla en esta clase de locuras que sabe uno que no tienen vuelta pa´tras... debe de confiar un chingo en mí, un chingo.
No lo puedo defraudar. Y ni que pidiera mucho, el güey, no por las acciones por hacer, sino por el énfasis que pones al hacerlo. Con que le pongas huevos, suele decir, no importa si no la hacemos y si perdemos si sabemos que le pusimos todo lo que pudimos. No lo puedo defraudar. Aunque, tal vez, en esta ocasión sí se haya pasado de lanza.
Chale, no es que sea culo, pero, estas cosas se hacen con un plan, no a lo pendejo y al chíngue su madre. Nos van a agarrar, estoy casi seguro de que nos van a agarrar. No hace falta que uno sepa moverse o mantenga la calma, hace falta conocer gente, ese tipo de gente, gente que se encarga de situaciones como ésta, y no tenemos esos contactos.
Pta, qué chingón está éste solo de guitarra. Sí, a huevo, no manches, hay que largarnos. Es la oportunidad que esperaba. Igual y es una oportunidad bien, pero bien locochona y arriesgada, pero si así se presentan las cosas, ¡tómala y dale! A huevo... uuuuu, qué buen sólo. ¿De quién es la canción? A huevo, Pink Floyd. Bueno, voy a alistar todo pa cuando llegue este güey y no perder tiempo.

- ¿Qué pedo, va en serio ésta onda?
- Tan en serio como que no puedo quedarme quieto. Órale, órale.
- ¿Te vienen siguiendo?
- No sé, espero que no o habrá que darnos un buen tiro, porque si nos agarran ya valimos madres.
- No mames, cabrón, ps qué hiciste.
- Ya te dije güey, fue algo impulsivo y que no pude controlar. Movidito, cabrón, movidito.

Nos subimos al coche, arranqué y nos largamos a toda velocidad.
Mira, caon, chécate esto. Abrió su mochila...
- No mames, es... nunca había visto una. ¿Cómo sabes que sí es?
- ¿Qué no la sientes? Hasta se puede respirar. Es otra onda este pedo.
- A ver, cuéntame bien, pues, ¿cómo le hiciste para atraparla?
Se quitó los lentes oscuros...
- Güeeeeey, estás bien pálido. Te ves bien demacrado, como si naufrago en alta mar.
- Ps es esta onda que me absorbe. Hay que canjearla de volón pimpón.
- Estás de buenas, ¿verdad?
- Pues claro, güey. Este tipo de cosas no se hacen todos los días, y no se puede hacer estando de malas. O te avientas de lleno o mejor ni le hagas al loco, porque no la haces, no la cuentas. Imagínate si la libramos... pta, ¡vamos a ser leyendas!

Chin, no había pensado en qué sucedería si no la libramos... olvidados de la faz de la tierra, de todo recuerdo y de todo momento. Desterrados al vacío sin desaparecer por completo. Ya no nos volveríamos estrellas, no brillaríamos en el firmamento, no reviviríamos cada que alguien nos recordase porque dejaríamos de tener un sentido. Nos convertiríamos en una nada privada. En nada. No somos nadie.
- ¡Eh! Al tiro, mano, andas en el avión. Te necesito concentrado. No te azotes con malas ideas. El momento, caon, el momento es el que vale.
Dos chasquidos de dedos y un aplauso me hicieron regresar de ese terreno turbio y fangoso de las ideas oscuras. Era verdad, se podía sentir. Aquello ya me estaba queriendo manipular y yo ni siquiera había estado en contacto con ella. ¿Cómo estaría mi cuate, quien la atrapó?
No manches... qué chingón y qué miedo tener ese alumbramiento para poder ver una y sin pensarlo ir tras ella. El alma de una estrella en su eterno resplandor.
- Perdón, caon. Ps es que... ya sabes, está cañón este pedo.
- Ps claro que sé, por eso te hablé a ti, no a cualquier pendejo.
- A huevo, maestro.
No pude ocultar una sonrisota de oreja a oreja. Me estremecí, creo que hasta suspiré. Qué chingón que te contemplen. Qué chingón que te contemplen para algo tan cabrón. Qué chingón que ni chistéen para contemplarte en algo tan cabrón, como si fuera una reacción, un instinto; sin pensarlo, sin dudarlo, confianza plena y total, mente en blanco excepto la idea principal. Qué chingón formar parte de la mente en blanco de alguien. Te conviertes en una huella indeleble... bueno, a menos que fracasemos, entonces no seremos nada... no seremos nadie... no tendremos sentido... el vacío, tan largo, tengo frío, me rompo, tan nunca. ¡Ya, cabrón!, agarra la onda.

- Tenemos que llegar a un santuario para dejar esto, y rápido, que me desfallezco.
- No, no mames, no te duermas, que te vas y nunca vuelves.
- Y desaparezco.
- ¡Está brillando ese pedo!

Llegué de rodillas al santuario, con mi amigo en brazos, desfallecido de hacía un buen rato. Yo comenzaba a sufrir de escalofríos prolongados que no cesaban, no cesaban en su empeño. No hacía falta demostrar que yo no soy más que un humano, un simple ser humano. No hacía falta comprobarme que hay poderes más allá de mi entendimiento y comprensión, y que me estaba metiendo con uno de esos poderes. Faltándole al respeto que un subyugado tiene ante un superior. No hacía falta que me lo comprobara, pero como quiera lo hacía.
¡Santuario!
Se abrieron las puertas y ya no supe ni qué pasó. Todo fue tan confuso. Comenzaba a perder mis sentidos. Me desfallecí. Qué si lo logramos o no, ¿qué importa?

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