martes, 1 de julio de 2008

Tributo a Héroes del Silencio - Confesionario/ fiesta jipireivera - DuBrasil

El cuerpo duele, punza, los brazos se sienten cansados, hay uno que otro golpecillo en la espalda, la parte trasera del cuello pesa horrores, bueno, pues... ¿qué carajos hice? Entonces vienen a mi mente mil imágenes cargadas con tanta energía en plena explosión. Ah, pues ¿cómo no?. Un concierto de rocanrol.

De la tardía aparición del grupo.
No sé por qué lo hacen en los bares, la verdad no entiendo la razón. Digo, igual y sea una estrategia de mercado o alguna de esas, pero no me explico bien a bien por qué cada vez el grupo que toca tiene que comenzar a tocar tan tarde. La cita al evento era a las nueve de la noche. Todos sabíamos que no iba a empezar a esa hora porque aquí en México tenemos la... no sé si mala o buena, pero definitivamente costumbre de llegar tarde, comenzar tarde y aplazar casi todo lo que hacemos. No voy a reparar en ese asunto, ya habrá su momento para hablar de ello después (hablando de aplazar cosas jajajajaja). Y uno dice: bueno, está bien que el plato principal del evento ocurra algo tarde, pero, pero, pues, es que, bueno, aquí les va mi opinión y propuesta: pongan algo más en qué entretenerse, un grupo telonero, por ejemplo.
No es que uno se aburra, uno puede ponerse a cotorrear y estar tomando cerveza tras cerveza hasta que den altas horas de la noche y comience a tocar la banda, pero hubo momentos en los que yo comenzaba a desesperarme. De buenas que habíamos agarrado una de las mesas que están afuera, al aire libre y donde hay espacio para moverse. Si desde el principio (creo que llegamos al Confesionario bien puntuales: nueve – nueve y diez, por ahí) hubiéramos estado adentro, donde toda la gente, en su gran mayoría vestida de negro, se acumula en montones y no hay espacio para moverse, tal vez hasta me hubiera dado un ataque de asma.

De la energía en explosión.
No me pareció extraño que después de unas cuántas chelas y cuando empecé a escuchar la “Apuesta por el rocanrol” sin pensarlo entré al bar y comencé con la brincadera-gritadera que se traían todos los metaleros.
Ni el calor ni los empujones ni el sobrecupo hizo que la banda se echara para atrás, ni los meseros. Un aplauso para éstos últimos ya que pasaban por entre todo el desmadre para seguir con su noble labor de llevar bebidas a los sedientos. Un aplauso también para el público que no se las hacía difícil, es más, si hasta les dábamos chance para que pasaran.
No es por menospreciar al grupo, tocaron bien, la verdad, pero debo decir que casi cualquier Tributo a Héroes del Silencio, si no es que los músicos la cagaran en serio y tocaran mal, la banda siempre está bien prendida. Son canciones que tienen un “algo”, ese algo que aparte de la letra, arreglo, interpretación, hace que la canción sea buena. Pues las canciones de Héroes tienen un algo bastante explosivo y energético. Se notó.

Del sudor y la cerveza que caía por todos lados
Llovía sudor, bastante, y también cerveza, cosa que hizo que pareciera como si acabáramos de salir de un partido de futbol. De hecho, mi vestimenta (bermudas y playera deportiva sin mangas) y lo mojado que estaba hizo que algunas personas me preguntaran, ya en la fiesta, que si venía de jugar basketball. A pesar de que uno estaba mojadísimo, no sentía frío. A cada rato a alguien se le ocurría agitar la cerveza como si fuera champán en la premiación de la Fórmula uno. En verdad, estábamos convertidos en bestias, probablemente irreconocibles. De esas que hasta las facciones de la cara te cambian.

De la fiesta jipiereivera.
De esa fiesta no tengo mucho qué decir. Se veía chida, mucha gente, vendían bebidas, hubo creo que cuatro grupos en vivo, bueno, tres grupos y un cuate con una máquina de sonidos (que conste que no me vi mamón y puse sonidos, no ruidos) Había una gran generalidad de gente, uno que otro cuate conocido. Pero, aunque me estaba divirtiendo, sentía que no era mi onda, como si fuera a un rodeo, o a un baile grupero, me puedo divertir, pero definitivamente no es mi onda.
El caso es que un cuate, que como en ese tipo de fiestas se quiería ver muy “cool” sacó sus cadenitas con fuego y empezó a hacer eso que se conoce como “performance”. En una de las vueltas, el fuego agarró la camisa y se comenzó a prender. Parecía como que el chavo no se daba cuenta, hasta que le echaron un líquido y el fuego se apagó. La cosa no pasó a mayores.

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