Me voy siendo el Ñerix, pero volveré siendo la última evolución del Nackeri. Esta travesía a los desiertos de Real de Catorce marcará una hoja de mi vida. El fin de una era para iniciar una nueva. Elegí una canción que cargaré como himno en la nueva etapa que llevaré. La elegí porque se lo merece, francamente. Es una canción muy fuerte. Genial. La letra es de una poética sublime, me cae de recontrasmadres. Es de esas canciones tan inteligentes, tan esperanzadoras, tan alegre, totalmente compatible para borrachera... excelente. Y comparto lo que se dice en ella, y quiero que en mi nueva etapa de vida, esa canción sea como la luz que ilumine mi camino.
Trata de vivir, la canción, y de vivir bien. De vivir y disfrutar de la vida. No es necesario que explique la letra o diga de qué trata ya que se explica sola. Lo mejor... me encantan las bodas. Si la buscan, salió en el disco “19 días y 500 noches”. El disco mejor logrado según el mismo autor, ya que se dejaron de conceptos muy elaborados y le rascaron el hueso a la guitarra y la genialidad de sus letras. Está bastante acústico, el disco. Fue el último que sacó antes del marichalazo, como nombró a su incidente que lo llevó al hospital y lo sacó de los escenarios por un buen rato, que lo sacó de la música, que lo sumergió en una gruesa depresión (al punto de no salir de su casa y no aceptar visitar por un buen rato), y que desde cierto punto de vista hizo que le cayera el veinte. ¿Cuál veinte? No sé, ps alguno, supongo.
Noches de Boda, de Joaquín Sabina.
Que el maquillaje no apague tu risa,
que el equipaje no lastre tus alas,
que el calendario no venga con prisas,
que el diccionario detenga las balas.
Que las persianas corrijan la aurora,
que gane el quiero la guerra del puedo,
que los que esperan no cuenten las horas,
que los que matan se mueran de miedo.
Que el fin del mundo te pille bailando,
que el escenario me tiña las canas,
que nunca sepas ni cómo, ni cuándo,
ni ciento volando, ni ayer ni mañana.
Que el corazón no se pase de moda,
que los otoños te doren la piel,
que cada noche sea noche de bodas,
que no se ponga la luna de miel.
Que todas las noches sean noches de boda,
que todas las lunas sean lunas de miel.
Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te den la razón los espejos,
que te aproveche mirar lo que miras.
Que no se ocupe de ti el desamparo,
que cada cena sea tu última cena,
que ser valiente no salga tan caro,
que ser cobarde no valga la pena.
Que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina.
No me sé la historia de esta canción, no sé por qué, ni cómo, ni cuándo, ni dónde la escribió el Sabina. Repito, se explica por sí sola. La voy a convertir en mi himno, me cae de recontrasmadres que sí. Sería una vida muy interesante y chidísima. Claro que, como himno no me refiero a que sólo pueda hacer cosas que se contengan en la canción, porque en la vida hay más, mucho más...
Bah,
ya,
harto de escribir.
Tengo mucha hambre.
Más vale que el ayuno valga la pena.
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario