jueves, 17 de julio de 2008

Ni a nosotros nos pasa (primera parte)

Después del típico ritual de los viernes por la tarde: un rato con la guitarrita, un rato grabando su patético programa televisivo en el cual se quejan y se quejan y se quejan mientras se emborrachan, otro rato rindiéndole culto a los dioses risueños, o , será sólo un dios, pero bueno, si es uno, ps es el uno, si son más, son de los mismos; también hay ratos en los que planean; ratos en los que involucran gente en su vida, gente que no se encuentra en su vida (de momento, según ellos), principalmente mujeres hermosas, guapas, inteligentes, nobles, modestas, carismáticas y con toneladas de otros atributos, pocos defectos. Bueno, después de todo eso, viendo un dvd de quién sabe qué grupo, se quedaron dormidos. Ahora, no es que el dvd hubiera estado aburrido, o que el grupo fuera malo. Nada de eso. Se quedaron dormidos porque desde tempranas horas de la tarde comenzaron a pistear y a atizarse... el trabajo, la presión social, las frustraciones, las desveladas, fueron factor para que el cuerpo dijera “ya párale, maestro, que hasta aquí llegamos”. Los ronquidos se escuchaban hasta afuera de la casa.
Ay güey, ¿qué pedo?. Se levantó uno de ellos. Los ojos se negaban a abrirse por completo, tenía que hacer un esfuerzo para enfocar la vista. Botellas de chela por aquí y por allá. Chingado, creo que estoy crudo. Sin darse cuenta, el cuerpo trabajaba en automático, se dirigió al baño, desabrochó su pantalón, bajó la bragueta y comenzó a orinar. Es extraño como a veces el cuerpo sabe perfectamente cómo hacer ciertas cosas para las que se necesita cierta precisión, como atinarle al hoyito donde va la llave de la casa, atinarle al escusado y no salpicar, trepar a un árbol sin caerse, tirar de la pistola con buen tino (la de balines, porque a menudo jugaban a los gangsters). Nota, no me refiero a cuando andan borrachos, porque borrachos, bien sabían estos güeyes que todas esas cosas y tantas otras, las hacían pésimamente mal, pero en esos momentos no andaban borrachos, era de esas crudas tempraneras que te tienes que sacudir porque la noche aun no llega a su cúspide, aun falta camino por recorrer, y quedarse a descansarla sería una grave ofensa.
Pues sí, ofendieron. No era cosa rara. Una de sus grandes costumbres era quedar mal, decir que sí iban pero no llegar, hacer planes que ni empezaban, cosas por el estilo. Total, que se quedaron en la casa tomándose bebidas que disque alivianarían la cruda venidera. Entonces fue que surgió el plan de hacer un círculo literario. Escribir cuentos, poemas, novelas, llevarlos a la reunión y criticarlos. Sonaba a una buena idea.
Llevaban una semana y ya había empezado la reclutación... ¿reclutación?, no mames... reclutamiento, cabrón, reclutamiento de gente. Como era de esperarse, Lidoro tenía la idea de invitar chicas guapas para tirárselas, enamorarse por tres días, máximo una semana y luego darlas por bien habidas. El Frijolito Salvaje, conocido luchador amateur no invitaba a mucha gente pues a quienes les comentaba no les interesaba la lectura ni escritura y/o tenían otras actividades. El primer recluta interesante fue un conocido de un amigo del Grutas.
El Grutas tenía la oportunidad de conocer mucha gente pues trabajaba en el departamento de ventas de un periódico. Odiaba su trabajo, el Grutas. Fue una mujer la que lo llevó a cometer la decisión de entrarle a esa chamba. Primero porque quería verla más y hacerse de una oportunidad con ella, ah, olvidé mencionarlo, ella también trabajaba en el departamento de ventas. Pero al caerle el veinte de que no tenía oportunidades, entonces se quedó en la chamba para destruirla, para ganarle los clientes y acabar con esa vida perfecta que aparentan llevar las chicas fresas buenotas vacías del coco. La conoció en un curso de liderazgo que tuvo que llevar por azares del destino. Los únicos alumnos eran ella y él. Rescatamos una fracción del cuaderno del Grutas. Los apuntes de su primer día en el curso.
“Apestosa clase de liderazgo, aunque mi única compañera es Samalia y vaya que gozará más de mi atención que la profe.
Tacón alto que combina con la blusa coqueta. Morado, atractivo, aunque atrae más lo que esconde ¡vaya curvas! Esos jeans apretados... sus piernas largas, bien formadas... pero uuuf, me voy a ver muy vulgar (qué raro) pero tiene un culo... ¡señor culo! Desde la prepa se le veía un hermosísimo culo.
*Nota, tarea: consultar tres biografías de líderes y traer tres puntos que lo hayan hecho un líder. ¡Qué hueva, chingadísima madre!
Volvamos con ese culo, por favor. Wow, del rostro sigue estando chula. Nariz respingada, boca algo delgada y alargada, barbilla de conito, ojos claros dos-tres llamativos; bonita sonrisa. Se ve que cuida su cuerpo, nada de llantitas o parecidos... pero ahora, en ese escote morado asoman un par de senos preciosos, el color y el difuminado de la luz en ellos, creo que ya se dio cuenta de que se asoman mucho, igual y sintió una brisa que le causó un escalofrío y se tapó. Aunque pue´que me haya visto mirándola, pero lo dudo porque ella está mirando a la profe. Lo sé porque yo la veo a ella.
No ha hablado aun, la profe se está echando un discurso de paradigmas y modelos y sepa qué mas cosas.
Las uñas de los dedos de esta diva están pintadas de rosa... chinga si tan sólo no fuera fresa y cargara con esa pose de “inalcanzable” que yo me trago por completo, agradezcamos eso a mi timidez con ciertas chicas.
*Otra tarea, puta madre: traer características de muchos líderes.
¡Trabaja en ventas! No sé qué me dice eso, pero es un susurro que grita. Chica que se mueve, que conoce gente, acostumbrada a darles por su lado sin dejar de ver el propio, bla, bla, bla. ¿Y qué me dice eso?
*No jodas, ¿más tarea? Análisis fode, o foda, como mierdas se llame (fuerzas y debilidades).”

Se nota, no tanto la atracción, sino la obsesión que se iba formando en el Grutas en ese primer día de clases. Pero bueno, así fue cómo entró a chambear en el departamento de ventas de un reconocido periódico de la ciudad.
Habían pasado dos semanas de interesantes lecturas pero seguían siendo los mismos Lidoro, el Frijolito Salvaje y el Grutas. No había nuevos integrantes en el grupo, hasta que llegó Donatello, conocido de un amigo del Grutas que había sido su cliente (de los que le robó a Samalia). El hombre, ya entrado en edad, entró a la habitación donde leían, como Juan por su casa, Lidoro fue el primero en verlo y por poco y le da un paro en el corazón. Era un vejetrefe muy alto, vestía una gabardina como que gris, bastante oscura, llevaba un bastón con apoyadera del globo terráqueo y sombrero de copa. Lidoro pensó que se le había aparecido la muerte.
- ¡Puta madre! – exclamó con el rostro pálido y el corazón latiéndole a seiscientos sesenta y seis mil por hora.
Los otros dos voltearon y vieron al señor. El Frijolito Salvaje se levantó de su asiento inmediatamente, aquel señor imponía. El Grutas lo miró fijamente, como si lo conociera de algún lugar.
- Buenas tardes. – saludó el Grutas.
Más que saludo, era un: ¿qué pedo con usted, qué se le ofrece? El señor miró al Grutas pero no respondió. Expedía un aire de seguridad arrogante, cosa que intimidó a Lidoro, enfureció al Frijolito Salvaje e intrigó al Grutas.
- Mira, mira, bien campante, el ñor. – gruñó el Frijolito Salvaje.
- Campante vuela el ave, ser libre por naturaleza, feliz de este cruel mundo no ser su presa.
- Eso te lo fusilaste de algún lado. – dijo el Frijolito.
- ¿De dónde sería eso? – preguntó el señor.
- No me acuerdo, pero lo he escuchado antes.
- Pues cuando sepas quien, me avisas.
- Creo que de Gustavo Adolfo Bécquer, o Pablo Neruda, o José Martí. Uno de esos.
- Cuando tengas la certeza, me avisas.

Mira que mamoncín, nos salió el ñor, pensó el Frijolito Salvaje. No le había agradado para nada.
- ¿Quién es usted, y qué quiere aquí? – preguntó Lidoro, aunque más que pregunta, era una demanda. Algo así como: esta es mi casa y no lo conozco.
Volteó a con sus compañeros para que lo respaldaran en esto, pero no decían nada, sólo miraban al señor que observaba detenidamente la habitación. Ropa tirada, colillas de cigarros, hojas sueltas con garabatos por todos lados, iluminación baja, amplificadores, guitarras y bajos eléctricos, envases vacíos de Coca-Cola. Parecía agradarle al señor, pues sonreía y asentía con la cabeza.
- Entonces... – incitó el Grutas.
- Me llamo Donatello, pero pueden decirme Don.
El Frijolito salvaje soltó una carcajada con matices burlones, pero aceptando la broma.
- Estuvo buena esa, Don, ¿qué lo trae por aquí?
- Vengo a asistir al club literario.

El Don entró al club literario, pero no duró mucho, a la tercera semana los chavos se dieron cuenta de que el Don no salía de su escritura del género de superación personal, al que los chavos criticaban duramente, a veces hasta se ponían crueles, pero al Don no parecía importarle. Él estaba casado con esa corriente de escritura y sabía que podía progresar en eso.

Una chica llegó un día, en medio de una acalorada discusión entre Lidoro y sus escenas eróticas contra el Don y sus escenas hiperpendejas, según catalogaba el Frijolito Salvaje. Semejante al Don, la chica entró directamente a la casa, puesto que la puerta permanecía abierta, pero al escuchar el volumen y entonación de las voces, se detuvo y esperó en la sala. El Grutas salió de la habitación para ir al baño y se topó con la chica, la saludó y preguntó si iba para el club de literatura, ella contestó afirmativamente y comenzaron a platicar. Elena, se llamaba, Elena Limantour, aristócrata por apariencia, rebelde (según ella) por devoción. El Grutas se presentó y explicó que las discusiones con el Don eran bastante normales, que a ninguno de los integrantes les gustaba lo que el Don escribía, no era que tuviera mala técnica, era que no les latía la onda de la superación personal.
- ¡Es que eso no es siquiera literatura! – gritó Lidoro.

El Don se ofendió en extremo, retó a los chavos. Se demostraría quién era mejor sacando un libro a mercado que tuviera la aceptación del público. El que más ventas tuviera para el final del año sería el ganador. Misma editorial, mismo precio, para que no hubiera cabida a dudas. Lidoro aceptó, convencido. El Frijolito también aceptó, pero era más por compromiso que por otra cosa. No creí que un libro suyo se vendiera bien, tampoco alguno del Don, pero en el oscuro mundo de los literatos, las puñaladas y las tranzas eran de lo más común. El Frijolito no quería meterse en una bronca con el Don, siempre supo que ese viejo podría ser un excelente villano, por rencoroso, malicioso, pendejo y manipulador. Peligrosa combinación.
El Don pactó con Lidoro mediante una sacudida de manos y se dispuso a salir de ese estúpido e inmaduro agujero hasta que salió a la sala.
- ¡Elena! – gritó sorprendido el Don.
Elena se levantó de un brinco, alarmada.
- Oh, ¿se conocen? – preguntó el Grutas.
- Es mi hija.
A huevo, pensó el Grutas, algo malo debía tener.
- ¿Esa es tu hija? – preguntó Lidoro, impresionado.
El Frijolito Salvaje también quedó impactado con aquella preciosura que por azares del destino fue a parar al club de lectura, y que en esos precisos momentos se veía algo molesta.
- ¡No soy tu hija! – gritó ella.
Uuuuta, pensó el Grutas, pedos familiares, no puedo lidiar con esto.
- Es adoptada. – confesó el Don.
- Entonces, Don, ya te ibas. – apuró Lidoro.
- Me voy, junto con ella. – dijo, anticipando las intenciones de Lidoro.
- No, Dona, yo me quedo.
- No me llames así.
- ¿Dona? – rió el Frijolito Salvaje. – Esa está aún mejor.
- Bueno... entonces, yo me quedo también. – concluyó el Don.
Esto va a ser muy estresante, pensó el Grutas.
Esto va a ser interesante, pensó el Frijolito Salvaje.
Me la tengo que coger, está buenísima y así me chingo al viejo, pensó Lidoro.

No fue tan estresante para el Grutas, ya que tanto Elena como el Don parecían portarse a la altura de la situación, dejando atrás las ondas incómodas de papi y su hijita, y aparte, en la tercera sesión a la que Elena asistió, se acabó besando con el Grutas. Para el Frijolito Salvaje, sí fue interesante, ya que pudo ver todo el proceso de “enamoramiento” entre Elena y el Grutas, ya que éste último le comentaba de las conversaciones y los encuentros que tenían, como aquella vez que se toparon en un bar y charlaron y bebieron y ni supieron cómo se despidieron. Para Lidoro fue frustrante porque Elena nunca se fijó en él, de hecho, lo tachó de sucio, depravado, obsesivo, pito-chico; pero bueno, al menos se chingaron al Don en ese punto.

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