La historia comienza tomando una decisión. Muchos la consideraban una más de nuestras decisiones estúpidas y juveniles; para lucirse, para resaltar, para hacer algo inesperado, para sorprender, bla bla bla. Y sí, no puedo quejarme ni debatirles que creyeran eso de nosotros. Muchas de nuestras decisiones eran de semejante índole, pero esta, con la que empieza la historia, ésta no. Ésta era una decisión idealista, bien pensada. Más de una noche nos la pasamos considerando las posibilidades, las variantes de la situación, era una gran decisión.
Sabíamos que la propaganda presidencial del recién electo presidente era una gran farsa, mentiras y más mentiras, como tantas veces ha ocurrido ya. Lo extraño es que esta vez, los ciudadanos en verdad se las creían. Nuestra decisión fue tomada para comprobar que la propaganda era una mentira, y de las peores, porque, al incumplir lo que prometieron, vidas correrían peligro. Así fue.
Nos enrolamos al ejército. La guerra ya estaba más que comenzada. Era una de esas tantas guerras estúpidas, de esas que hacen que la gente hable y hable, de esas que son allá lejos, que nadie sabe en verdad lo que pasa, pero todos sacan sus teorías porque leyeron algo, escucharon algo, y siempre andan ahí en la chamba diciendo que ellos saben la neta y que todos los demás son víctimas de un fraude de gobierno. Está cabrón qué tanto sabe quien sabe poco.
Una de las propuestas por las que ganó el actual presidente era que nunca dejarían desamparados a los soldados de infantería que luchaban y morían heroicamente, allá lejos, donde nadie los veía ni sabía realmente lo que pasaba. Puras especulaciones. Las cartas, medallas e historias que les llegaban a los familiares de los tantos muertos en combate siempre eran inventos hollywoodenses que la oficina de publicidad e imagen presidencial se inventaba en sus tardes de creatividad pacheca. Ah sí, porque a ellos sí se les permitía “experimentar” con sustancias que les remolinaran su creatividad para que pudieran entregar algo.
Supe de una historia tan heroica que le contaron a los familiares de un pobre pendejo que murió intoxicado por la comida. Tenía tanto miedo y depresión que no paraba de comer. Entró de hurtadillas a la cocina del campamento del ejército para robar comida. El idiota se acabó toda una ración de papas echadas a perder y al día siguiente chupó faros. Claro que lo que les contaron a sus papás y novia fue que estaba en el frente, rodeado de enemigos, con pocas balas, socorriendo a sus compañeros para salvarlos, que más de cinco personas le debían la vida.
No, no, no, era realmente patético. Ps un cuate y yo nos enrolamos en el ejército, para conocer la neta y que nos chingaran cuando pretendiéramos divulgarla, y que inventaran una mafufísima historia de cómo fue que estiramos la pata en el frente, luchando por la soberanía de la nación… sí cómo no.
Todo mundo sabía que de heroísmo no teníamos nada. Pero no había bronca, ya que el presidente prometió nunca dejar desamparados a los que fueran a luchar, entonces, siempre estaríamos protegidos. Nunca caeríamos en emboscadas, porque las propuestas presidenciales decían que se invertiría muchísimo en “inteligencia y espionaje” para acabar con la guerra lo más pronto posible y “regresar a los muchachos a casa”.
Total, que los de inteligencia se equivocaron en algo y nos mandaron a una misión de reconocimiento en medio de territorio muy hostil. Rodeados por el enemigo, sin balas, yo estaba herido de una pierna… no había escapatoria. Me arrastré hasta donde estaba mi cuate. Es hora de morir heroicamente, me dijo. Nel, es hora de darnos un último toque. Tuve que arrastrarme hasta dónde está él porque a mí se me había acabado mi ración. Buena idea, concretó mientras prendía el último cigarrillo que íbamos a compartir en la vida.
Supongo que nuestros enemigos se sacaron de onda al escucharnos carcajeándonos en medio de una emboscada de la cual teníamos mínimas posibilidades de salir bien librados. Se acercaron a nosotros sigilosamente, con sus armas en alto, gritando algo, creo que era algo así como: ríndanse, basura mexicana. Luego, llegaron hasta donde estábamos, nos apuntaron con sus fusiles. Nos gritaron de cosas. Creo que querían llevarnos presos, que no hiciéramos movimientos en falso, que no intentáramos algo heroico.
Hicimos, con nuestras manos, la forma de pistolas, ¡Bang, Bang!, gritamos, y entre carcajadas morimos fusilados... sin haber logrado nada.
domingo, 9 de agosto de 2009
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