martes, 13 de octubre de 2009

Alfombra mágica

Ya me estaban dando ganas de no hablarle. ¡Maldita sea! ¿Por qué me dan estos nervios sólo con la chica que me gusta? Me pongo nervioso y ando hable y hable, diciendo puras tarugadas, mareando a las chavas con toda una onda de no sé qué, que no puedo decir directa y abiertamente, pero tampoco puedo reprimir bajo el sello del silencio, así que hablo y hablo y hablo insensateces, dejándome a sus ojos como un merolico sin mucho sentido.
Desgraciadamente, eso no pasaría si la chica que me causara esos nervios agarrara la onda de mi comportamiento y comprendiera por qué actúo de manera tan disparatada. ¿Qué tan difícil es entender el hecho de que me pongo nervioso porque ella me gusta y me agrada y que lo que siento por ella es tan especial e incontrolable que no puedo mantenerme en mis sensatas casillas?
¡Diantres! Soy un muy buen tipo, un tipo bastante elocuente y simpático, atento y divertido, me atrevería a decir que algo inteligente… cuando no estoy nervioso. Cuando me pongo nervioso, todo se voltea y me convierto en un disparatado. No llego a la patanería, pero la neta hasta yo me saco de onda.
Ps total que entre que me decidía o no, ¡chingue su madre! ¿quieres verla y estar con ella? Sí ¿quieres conocerla un poco más para saber hasta dónde vas a quererla? Sí ¿quieres saber si ese querer puede llegar a ser el infinito que tanto buscas? Ps sí ¿quieres ver esa película del cine que tanto has estado esperando? Definitivamente sí. Entonces háblale y déjate de mariconadas.
Y ps que le hablo, y ps sí, claro que iba a ir por ella. Que no iba a llegar, eso me dijo. Que no iba a dar con su casa. Pedí indicaciones pero mi cabeza ya estaba propuesta a perderme en el camino. Ella dijo que yo no iba a llegar, ps yo no iba a llegar. Los primeros tres puntos de las indicaciones para llegar a su casa los entendí, pero siguieron otros 7, creo, y ni les hice caso. ¿Vamos bien? Sí, ¿no te has perdido? Sí ¿vas a saber cómo llegar? Claro que sí. Mono macho dominante ¡mentiroso!
¿Por qué no aceptar que no tenemos idea de cómo llegar? ¿Quedamos tan mal al aceptar que no sabemos seguir indicaciones? ¿Perdemos nuestra hombría al aceptar que no comprendemos lo que nos dicen? Tal vez recurrimos a ese inocente engaño porque no queremos resbalar cualquier esbozo de la verdad, cual es que en lugar de prestar atención a las indicaciones per-se, nos imaginamos el brillo que entinta su boca al hablar, la fluidez con que sus dulces labios se mueven, nos deleitamos en lo atractivo que es escucharla al oído, nos encariñamos de ese acento que sólo ella posee y que sólo puedes denotar cuando prestas suficiente atención a los detalles. Atención que nunca es demasiada; cuando sabes que ya la puedes escuchar aunque ella no esté presente, cuando sabes cómo se mueve su boca para sonar cada letra, cuando reconoces las expresiones de su rostro y sabes lo que quiere decir aunque no suelte ninguna palabra… bueno, crees que sabes, quisieras creer que sabes. Lo único que sabes a ciencia cierta es que te estás enamorando si no es que ya estás del otro lado y todo (digo, todo) lo ves más bonito y todo a tu favor.
Al salir de la casa y encender mi moto, descubrí que sería mejor cambiar de chamarra, la ligera por la más gruesa, me iba a dar frío. Al andar por la tercera o cuarta cuadra descubrí que ya se había oscurecido, que no tenía idea de a dónde me dirigía (sólo sabía que quería llegar a ella), que no sabía dónde estaban los topes ni los baches de la calle, y para colmo de males, parecía haber tormenta allá rumbo adonde mi instinto me indicaba que debía seguir.
Todo el paraje se tornaba tan hostil que el miedo me invadió tan fuerte que no encontré salida más que pararme en una gasolinera, hablarle por teléfono e inventarle una mala excusa (todas las excusas no pedidas son malas). Pensé en hablarle y decirle que me había quedado sin gasolina y que no llevaba dinero para cargar el tanque. Claro que esa mentira sería descubierta luego luego ya que era ilógico salir a una cita sin dinero. Quedaría yo como un mal mentiroso, un bruto que no sabe mentir y un patán que no sabe cumplir. No, tenía que inventar algo mejor.
Entonces me imaginé todo el escenario, yo marcando a su teléfono, ella apurándose por contestar, tal vez interrumpida en su proceso de “arreglarse” (que a mí me encanta llamar “poniéndose chula”), osea que estaría contestando el teléfono, algo emocionada y a medio arreglar, para que yo le diga “algo” y la onda acabe en que siempre no vamos a salir. Me la figuré tal vez triste, tal vez enojada, tal vez decepcionada… no, no, no. No podría vivir con eso, con esa culpa de cobardía. La apuesta por el rocanrol era muy clara. “Ya no tiene sentido abandonar… no sé si nací para correr, pero quizás sí que nacía para apostar”. Cuando poco después de retomar el camino rumbo a ella, reforcé mi ímpetu con la esperanza de que cuando llegara a verla, iba a estar chulísima.
No iba a retirarme y bajar banderas hasta haber hecho mi último esfuerzo por llegar con ella. Seguí el camino a conciencia de que me estaba metiendo cada vez más en territorio hostil, el miedo no me había abandonado pero ya lo tenía bajo correa.
La correa comenzó a desmembrarse, cada vez que pasaba cerca de una patrulla de policía el miedo parecía liberarse y amenazaba con apoderarse de la situación, especialmente cuando las patrullas se movían para tomar el mismo curso que yo tenía. En verdad, todo parecía puesto en mi contra. Ni modo, chato, es la prueba del caballero para llegar a la doncella y poder verla más chula que nunca ¿apoco creías que esa belleza se regala?
Empecé a pedir direcciones, no había qué rendirse tan rápido, yo sabía que acabaría llamándola por teléfono y decir: estoy perdido, pero mínimo hacer el intento de llegar lo más cercano posible. Ring, ring. Estoy perdido. (risas) ¿Dónde mero estás? En la esquina de las calles tal y tal. Ah, bueno, regrésate por dónde venías y cuando veas una tiendita vas a dar vuelta a la… Lo sentimos, el saldo de tu amigo se ha agotado bla bla bla. ¡Mierda madre!
Bueno, ni modo, el intento se hizo. Ya iba de regreso a mi casa y recibí un mensaje, era ella. ¡Me había mandado un mensaje! Ella tampoco estaba dispuesta a que uno que otro desafortunado contratiempo nos arruinara la cita. “Quédate donde estás, voy por ti.” Regresé como de rayo al lugar donde le había llamado dispuesto a esperarla. Me llamó por teléfono y me dijo más o menos dónde estaba ella y me dio algo así como direcciones. Estoy en una tiendita junto a un puesto callejero de tacos. Por alguna razón, sentí que ya había pasado por ahí. Seguí el instinto del colmillo y di con ella.
Bien, ¡lo había logrado! Sí, se veía chulísima.
De entre lo que sucedió en la cita cabe resaltar una línea que me eché, bien ligadora, de esas que hasta parecen ensayadas en casa, usadas por los galanes baratos como recurso tramposo. Pero a mí, honestamente, me salió del alma, vi la oportunidad y la tomé.
Estábamos compartiendo un helado y ella comenzó su cucharadas en la parte de arriba, yo, viendo que la parte de abajo se iba a caer, comencé mis cucharadas ahí, abajo.
- Chécate la simbología de lo que acaba de ocurrir. Tú empezaste a comerte el helado desde arriba y yo empecé desde abajo. ¿Eso significa que los hombres van debajo y las mujeres van arriba, que los hombres somos sus… tapetes?
Entre risas, ella contestó.
- Sí, claro, como debe de ser.
- Pues, en ese caso, yo soy una alfombra mágica, ¿estás dispuesta a tomar el paseo?

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