domingo, 15 de noviembre de 2009

Mensajitos

Después de echarme un muy buen toque con mi tío, me fui a mi casa para recostarme en la cama y echarme una pestañita antes de salir a entrenar. Ahí estaba yo, acostado boca arriba, mirando el techo de mi cuarto y había algo que no me podía dejar conciliar el sueño, por más pequeño que este fuera. Había algo que me mantenía inquieto y no me dejaba reposar. Era una sensación semejante a aquella de no dejarse dormir hasta no acabar un capítulo de un libro que se puso interesante, hasta no ver la tan esperada lluvia de estrellas, hasta no sentir la cálida luz del alba cuando se opta por velar hasta el amanecer.
Además de para darnos un toque, mi tío me había invitado para charlar acerca de mi vida, glorias, alegrías, desventuras, pormenores y del tantas veces amorfo futuro. Entre todo lo que le conté (que no fue así que digamos: poco), quería contarle que había conocido a una chica que me interesaba. Aunque no era verdad, no había conocido a ninguna chica. La había conocido algunos años atrás pero todavía no nos habíamos descubierto. Supongo que ambos teníamos que pasar por ciertas cosas para aprender ciertos elementos que nos permitieran enfocar el uno con el otro. Por eso, porque no supe cómo empezar a contarle una historia que no podría resumir en el tiempo que teníamos disponible para cotorrear, no dije nada.
Así que, sumido en esos pensamientos, me levanté de mi cama. Ya estaba resignado a no echarme una pestañita. Entonces, ¿qué era lo que tenía que hacer, lo que quería hacer pero no sabía darle forma? Definitivamente mi inquietud tenía algo que ver con el asunto de la chica, por no decir que el asunto entero era una inquietud respecto a la chica. Tenía que salir de conjeturas para lograr pasar a terreno sólido y poder despegar.
A pesar de que mis conjeturas tenían sus buenas bases, no paraban de ser conjeturas. ¿Qué cuáles eran mis buenas bases? Pos… pos… pos, es algo muy claro, muy sencillo… es nomás cosa de saber ver… bueno, ps mira: Ella lo dijo. “yo no decidí enamorarme de ti, no sabía si sería algo bueno o malo, un acierto o error, simplemente caí en el juego que estábamos jugando y le seguí sin respetar las reglas”.
Nuestro juego era un juego de mentiras, en el que el tramposo era quien sucumbiera ante la verdad, quien se inquietara por tomar una mentira en serio pues se antojaba que no fuera mentira sino verdad. Dichas mentiras no eran empleadas como refugio de una verdad incómoda o dolorosa, sino como un único camino para acomodarse en la verdad acogedora.
Decidí mandarle un mensaje. Seguirle con el juego que ya sabíamos que habíamos perdido. Yo como quiera ya sabía que ella estaba interesada, nomás quería escucharlo, quería saberlo a ciencia cierta. Tomé mi celular y digité el mensaje.

Creo que me será fácil escribir por extrañarte para no estrangularte cuando te vuelva a ver.

No fue un mensaje sin premeditación. Era un mensaje bien planeado, que quería decir algo: que la extrañaba, que me inspiraba, que pensaba en ella cuando no estaba, que quería volver a verla. El mensaje también quería dejar algo inconcluso, pa que pensara: ¿por qué estrangularla, por qué lastimarla si lo que quería era darle afecto? ¿Por qué debía de haber esa dualidad chocante de algo denso y oscuro que hiciera contraparte con lo demás que podía interpretarse como un lindo detalle romántico?
Lógicamente el mensaje no acabaría ahí. Me esperaría un rato para que le llegara, para que lo leyera, para que pensara qué lindo y se sacara de onda al mismo tiempo. Para que le pensara un poco, para que intentara deducir la asistencia de esa palabra “estrangularte”. Para que se hiciera bolas y volviera a pedir que aclareciera las pistas del juego.
La respuesta, a mi sorpresa, vino pronto. El teléfono sonó, pero no era el timbre de “mensaje recibido” que esperaba, sino el timbre de “llamada entrante”. Con asombro y harta curiosidad tomé el teléfono, pensando por qué no había contestado con un mensaje, ¿qué hacía que esa llamada tuviera que ser llamada y no se limitara a un pequeño mensaje?
Pero la llamada no era de ella. Era mi tío que quería saber si había llegado bien a mi casa porque salí de la suya caminando medio chueco y con cara de dormido.
Poco después, cuando ya estaba pensando en mandar el segundo mensaje conteniendo la clave del primero, recibí la esperada respuesta.

: ( y por qué quieres estrangularme? Yo tanto que te quiero

Bingo. El plan había funcionado. Con eso, ella me daba ese “…tanto que te quiero” y se sacó de onda con lo de la estrangulación. Así que respondí.

Porque te abrazaría tan fuerte que no podrías respirar.

Qué buena respuesta, y no me limité a dejarla así, sino que le añadí algo más para que ella supiera que entre esas cursilerías no se perdía el toque divertido. Le añadí un cierre para exhortarla a que lo tomara con cariño y ternura.

Awwwww, qué lindo.

Con eso tenía yo suficiente como para salir de conjeturas y preparar el despegue, pero la cosa no acabó ahí. Yo tuve que irme a entrenar y ya no me di cuenta que me había llegado otro mensaje sino hasta que salí del gimnasio. Ese otro mensaje lo interpreté como si ella me estuviera empujando al trampolín para que me echara el clavadito que los dos ansiábamos.
Porque me di cuenta que la extrañaba. Yo me había quedado con las ganas de despedirme con un beso pero, llamémosle prudencia, llamémosle paciencia o llamémosle incertidumbre, no me aventé, pero después, con ese mensaje que me había llegado en el transcurso de mi entrenamiento, yo tenía toda la pista dispuesta.

Jajaja sonzo. ¿Te cuento un secreto? Tengo muchas ganas de abrazarte y darte un beso =$ jajaja

Al leer ese mensaje sentí una gloriosa alegría, como una victoria divertida. Su timidez hervía y el producto resultaba en una chica aventada. Tímida y aventada a la vez. Ni tan valemadrista como para ser una sinvergüenza ni tan contraída como para ser una apretada. Era uno de esos equilibrios que no se puede pasar por desapercibido y debería ser crimen dejarlo desperdiciar.
Yo tenía que contestar. El silencio sólo podría significar dos cosas: que se me acabó el saldo o que no me gustó la idea. No quería dejarla con esa incertidumbre y menos después de recibir otro mensaje todavía.

Querido, se me acabó la pila, ya no supe si te llegó mi mensaje =S

¿Qué más muestras de interés podía yo esperar? Bueno, en realidad sí podía esperar más, pero eso ya es para otro tipo de personas, yo soy aventado siempre y cuando me lata el asunto o ande de muy buen humor, nomás que con ella pretendía dejar menos margen para errores sin llegar al aburrido punto de la “seguridad emocional”. Tenía que responder para no dejarla así, con esa duda. Ya era tarde y la verdad lo que más quería era bañarme, cenar y dormir; algo debía poder responder para darle a entender que me agradaba su idea pero que ese no era buen momento. Para mi fortuna, la verdad llegó en mi auxilio.

Jaja, ps órale, nomás que te recomiendo que traigas un desodorante y toallas porque acabo de salir de entrenar y ps huelo a hombre sudado y ando todo mojado.

Me dirigí a mi casa y al llegar revisé mi celular. Sí, efectivamente, un mensaje recibido.

Aaaaaay Felipe jajaja matas todo mi romance jajaja

La inclusión de mi nombre y no mi apodo o el clásico “querido” que tanto usa conmigo y al que ya me encariñé le brindó un atinado arreglo a la frase. Opté por dejarle la última palabra y acabar con la sesión de mensajes por celular, así que me fui a la cama con la intención de encontrarla en mis sueños.

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