Mi jefecita santa cumplió años un domingo. Bendita maldita suerte de que haya cumplido precisamente ese domingo. Ese domingo para cuyo sábado no me desvelé tanto. Ese domingo en que me desperté muy temprano con mucha energía. Ese domingo, pues.
Bien temprano, por la mañana, desperté con muchas ganas de hacer algo, como si los sueños fueran un mundo turbio que había que dejar atrás para comenzar las actividades del día. En toda la semana no había ido a entrenar que por la gripe, que por la graduación, que por la cruda, en fin, no fui, me faltaba hacer algo de ejercicio. Pero no tan temprano que da hueva.
A eso de las 7:45 am, (sí, las 7:45 am) me puse a tocar la guitarra a un volumen muy bajo pa no despertar a mi madre. Ya saben, que sacando arreglos para esta rola, que practicando cual, que redescubriendo una que no recordaba había escrito, bla bla bla. Cuando de pronto recordé que ese día cumplía años mi jefa. ¡Ingas pilingas!
Su regalo ya se lo había dado, un título en licenciatura en ciencias de la comunicación (¿qué más puede pedir que cuatro años y medio jodiendome la cabeza y frustrando mis actividades por estudiar una carrera “seria”?), pero había que felicitarla, ¿qué mejor que una serenata a medias e improvisada? Toqué a su puerta, entré, me puse a brincar en su cama y entoné “las mañanitas” con mi armónica, o bueno, medio entoné.
Le di su abrazo y le pregunté qué íbamos a hacer. Ir a misa y comer en casa de tu tía, acompáñame a misa, no seas gacho. ¡Chingas! No siempre es justo poner a una persona en posiciones como aquella en la que yo estaba. Misa... ir a misa... pero, mi jefa. Pta madre (en sentido de la expresión, no el sentido literal).
Le dije que aguantara, que iba a salir a correr hasta casa de un cuate donde había dejado mi bici pa recogerla de una vez.
Total, que salí a correr con mis mancuernas, haciendo uno que otro ejercicio con ellas, bla bla bla, pasos por aquí y allá, la carretera, casa de mi cuate, recogí mi bici, a pedalear, las mancuernas se me encajaban en la espalda porque las traía en la mochila, pasé a casa de mi novia a entregarle un poema el cual dejé con mi suegra porque mi querida estaba dormida (tenía migraña) y a pedalear otro rato y al fin llego a mi casa.
Ps va, jefa, te acompaño a misa, pero yo no voy a ir a misa, yo me llevo mi guitarra y me pongo a tocar en la plaza. Ps va.
Y ahí estoy, tocando en la plaza de un pueblucho de rancheros sombrerrudos al que les gusta ir a mi madre y mi tía que porque el padre disque da misas bien padres, válgame la redundancia.
Todo iba bien, ya llevaba como 23 varos, ya me había puesto en contacto con los dioses risueños y de la buena onda y me estaba gustando mucho el sonido de la guitarra, el calorcito dominguero, el ambiente de plaza, de tianguis, de cruda y de hueva. Yo apostando por el rocanrol.
Cuando de repente, pinche juventud de ahora, pinches lepes sin quehacer, ¡¡¡pinche humanidad jodida de mierda!!! Unos malandrines me quisieron apañar.
Chingas, una piedra cae en el suelo. Chingas, otra me da en la cabeza. Para entonces ya sabía que me estaban atacando. Primera reacción: proteger la guitarra. Valían madre las punzadas y a sangre que escurría por mi cabeza... ¡la guitarra! ¡que nadie toque mi guitarra!
¡Nches, ojaldras! ¡No sean culeros!, gritaba yo mientras abrazaba a la Cascanueces (la guitarra) protegiéndola de todo mal. Las pedradas cesaron. Los chamacos se reían imponentes. No pasarían de 17 años, igual y alguno había de 14, no me importó, corrí tras ellos para ponerles en su madre. Escuincles de mierda, ¿quiénes se han creído? Intentando apañar a un “rocanrolero” con su guitarra. No, no manches, no se podía quedar así.
Y que me lanzó al zafarrancho. No sé cuántos pasos di y que volteo a ver a la Cascanueces... quien sabe de dónde diantres salieron otros malandrines y se acercaban amenazadoramente a la Casca.
Sepa cuántas imágenes se presentaron en mi cabeza de uno de los chavos reventando a la pobre e indefensa Casca en el suelo. Los gemidos de dolor de mi querida siendo destrozada taladraron mi cabeza. La sangre subió demasiado aprisa que perdí el control. ¡¡¡Nooooooo!!!, grité con todas mis fuerzas. Di dos saltos olímpicos para no flanquear otra banca y unos matorrales. Casi casi me teletransporté, la integridad física de la Casca estaba en juego.
Con todas mis fuerzas, estoy casi seguro de que me pasé de lanza, solté tremendo patín al costado del chavo que estaba reclinado en mi estuche, agarrando las monedas. El pobre soltó un gemido junto con el cual salió todo el aire de sus pulmones. Sofocado, se quedó en el suelo en posición fetal, batallando para respirar.
Yo estaba por pedirle disculpas, porque en verdad me sentía mal por haberlo pateado tan, pero tan macizo, pero no pude acabarme de sentir mal porque otros tres malandrines salieron de la nada y me apañaron.
Sumido en un baño de golpes y patadas, yo no sabía ni por dónde me daban hasta que agarré a uno y lo abracé. Intenté ponerlo como escudo y la técnica pareció funcionar porque los otros dos dejaron de golpear.
Aplicando una de mis técnicas más mortíferas de defensa personal, metí pata y usándola como palanca empujé en el pecho mi escudo humano que cayó como tabla, también, sofocado.
Ya nomás quedaban dos. Yo retrocedí sacadísimo de onda. Estaba bien mareado, bien madreado y la mera verdad ya nomás quería paz. La furia de mi cabeza desapareció al ver que los chavos no tenían intención de destruir mi guitarra, nomás iban por el dinero, el maldito dinero...
Uno de los dos que quedaban de pie ayudó a incorporarse al que había tumbado y el otro fue a auxiliar al que había pateado. Parecía que la bronca había llegado a su fin, o al menos eso era lo que yo más deseaba.
Me duele, me duele, decía al que había pateado mientras lo ayudaban a levantarse. Las lágrimas le resbalaban por sus mejillas rojas como tomates. Era el más pequeño de los cuatro, al que más duro me tupí. Una sensación tan desagradable pasó por mi estómago. Bajé mi guardia. Perdón, le dije, pensé que querías romper mi guitarra.
De sentirme mal conmigo mismo pasé a sentirme tan, pero tan pendejo. ¿Cómo que le pedía perdón a los que me quisieron apañar? Me agarraron a pedradas, me quisieron robar y ¿yo les pedía perdón? No, no manches, ¿en qué mundo vives, caon?
Los chavos se fueron. No pude ponerme a pensar si el intento de atraco había sido porque eran niños de la calle, de esos que le hacen al resistol para no sentir el hambre; o simplemente unos culeros sin quehacer, porque sucedió lo más insólito que jamás me ha sucedido. La gente alrededor me aplaudió. No, ya ni la chingan, me cae.
Un señor se me acercó. Muy bien, chavo, ya hacía falta que alguien los pusiera en su lugar a esos escuincles, siempre andan molestando a la gente. Pta madre, contesté, ¿¡si tanto les cagan, por qué nadie me ayudó?!
Recogí mis cosas y me fui.
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1 comentario:
Buena historia, muy buena...
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