martes, 14 de octubre de 2008

Las ratas nutren y engordan

PORTERO: ¿Qué crees que encuentres detrás de esta puerta?
SOLDADO: No creo en nada.
PORTERO: Que aburrido. Entonces, ¿por qué vienes armado?
SOLDADO: Es mi uniforme.
PORTERO: ¿Militar, no es algo extravagante?, parece que quieres llamar la atención en lugar de pasar desapercibido. ¿Y luego esos pelos?, pareces personaje sacado de caricatura japonesa.
SOLDADO: ¿Y a usted qué?
PORTERO: Mira muchacho, no te me pongas en ese plan, no hay forma de que pases por esta puerta a menos que yo te la abra, así que muestra un poco de modales. Carajo, pareciera que los que llegan a este punto creen que ya lo han visto todo. ¿Cómo es que quieres ver lo que hay detrás de la puerta si te comportas así, eh, sabiondo?

El SOLDADO saca una cajetilla de cigarros.

SOLDADO: ¿Gusta un cigarro?
PORTERO: ¿Conque en esas andamos, eh?... ¿De qué son?... Bueno, disculpa, no pongas esa cara. Caray, en verdad te crees todo un sabelotodo, ¿eh? Ps aquí te topas, no conmigo, con la puerta.
SOLDADO: ¿A qué hora me va a dejar pasar?
PORTERO: No lo sé, cuando me aburra de ti, supongo. Sabes, esta chambita no es muy entretenida que digamos. Son pocos los que llegan a este punto. Tantos intervalos de soledad, hay demasiado tiempo para pensar, demasiado. Suficiente como para entender el delirio y encarar el abstracto orden del Caos.
SOLDADO: ¿Ha visto directo a los ojos del Caos?
PORTERO: Ey, no te pases, chico, no te pases. ¿Sabes? A pesar de ser tan joven no eres el más pequeño que ha pasado por aquí.
SOLDADO: No me interesa, simplemente pienso pasar por aquí.
PORTERO: Bien, bueno, así las cosas. Sigues con tu uniforme puesto.
SOLDADO: ¿Tengo que quitármelo?
PORTERO: Si no vas a luchar, no es necesario llevar armas.
SOLDADO: Bien, me desarmo, si es necesario.
PORTERO: ¿Lo es?
SOLDADO: Pues tú lo estás diciendo.
PORTERO: Con que ya me tuteas... Yo digo muchas cosas. Tú pareces decir pocas.
SOLDADO: Nunca hablo por hablar.
PORTERO: No, por supuesto que no. ¿Qué dices de las gafas, será necesario llevarlas también?
SOLDADO: Estoy bastante ciego sin ellas.
PORTERO: ¿Quién dijo que vas a usar esos ojillos de chocolate? No te ves tan dulce como aparentas, o como quisieras aparentar.
SOLDADO: ¿Dulce, dices?
PORTERO: Sí, dulce. ¿De qué color crees que es el Caos?
SOLDADO: No creo en nada.
PORTERO: Ah, cierto, lo había olvidado. No es un requisito, ¿sabes?, hay mucha gente que ha pasad por aquí con creencias. Una de mis pláticas favoritas es la de la creencia del color del Caos.
SOLDADO: ¿Qué se dice?
PORTERO: A ver, primero pásame uno de esos cigarros… Bien… sabe buena… fresca. Dicen que, a estas alturas, la hierba que uno fuma es intrínseca a la piel de uno. Extraño, ¿no? Pero algunas veces, no sé si todas pues no lo recuerdo cada vez que veo a alguien fumar, ya sabes, con tanto tiempo que tengo aquí, las ideas van y vienen sin cuidado, sin que yo me de cuenta; pero, algunas veces, ese dicho tiene razón.
SOLDADO: Algunas veces.
PORTERO: Sí, algunas, puesto que no me he fijado en todas.
SOLDADO: ¿Qué tal ahora?
PORTERO: Ahora, me place en decir que sí, esta hierba se asemeja a tu piel… La piel habla mucho de uno ¿sabes? Con chambas como ésta se aprende a ver a la gente. ¿Tú sabes ver a la gente? Supongo que sí. Pero sólo es la apariencia, no es el sabor, si te fumara a ti, o te comiera, la sensación no sería la misma, una cálida y fresca mañana, veraniega, que deja un sabor dulce cuando se apaga. Pero, te digo, no eres dulce como aparentas.
SOLDADO: Yo no quiero…
PORTERO: No es que quieras, así es, y punto.
SOLDADO: ¿Como la impresión?
PORTERO: Como el arte. Muchas cosas se hacen sin saber, sin evaluar, ya después se les da su valía. La impresión es parecida. Cuando uno cree que ha visto demasiado, comienza a perder esa capacidad, ya nada lo asombra.
SOLDADO: Pero el arte, también puede hacerse con toda la intención de lograr lo que se quiere lograr.
PORTERO: O al menos, eso se cree. Hay que ser muy picudo para plasmar mediante técnicas lo que se piensa o siente.
SOLDADO: Muchos lo han logrado.
PORTERO: O al menos, así lo creen.
SOLDADO: Es básico. Pensar en absolutos es ir cuesta abajo.
PORTERO: Y lo que quieres lograr pasando esta puerta es precisamente eso, pensar, o no, no pensar, más bien quieres lograr el absoluto.
SOLDADO: Ahí te equivocas. Si quisiera absolutos no tendría que haber venido hasta acá, en cualquier lugar puedo encontrar un absoluto, si me lo creo. Pero ya no puedo engañarme, he perdido esa capacidad.
PORTERO: ¿Y si la capacidad de impresión fuera de la mano con la capacidad de engañarse a sí mismo?
SOLDADO: Puede ser.
PORTERO: ¿Por qué somos como para complicarnos lo que se presenta tan simple?
SOLDADO: Para no aburrirse. ¿Por qué me tienes aquí hablando contigo, complicando tu aburrida existencia, si lo único que tienes que hacer es abrirme la puerta?
PORTERO: Nunca he tenido una respuesta para eso.
SOLDADO: Yo creo que sí, pero te niegas a darla, como te niegas a reducirte al nivel de hacer tu trabajo sin variantes, sin luces y sombras, sin color. Te aburres.
PORTERO: Triste aburrimiento.
SOLDADO: Entonces, ¿será la capacidad de impresión un arma contra el aburrimiento, un invento del hombre y no un sentimiento natural? Como si no pudiéramos impresionarnos antes de experimentar el aburrimiento. ¿Eso es lo que pasa?
PORTERO: Me la pones difícil, chavo, yo sólo soy el portero. Pero bien, te diré más o menos lo que vas a encontrar pasando este umbral. Verás una reja, y en ella, un hombre, el prisionero. Ojeroso, desnutrido, cabisbajo, siniestro, loco, tu sabes, todo el chow.
SOLDADO: ¿Y qué con él?
PORTERO: Lo típico: tiene la ropa desgarrada por los perros que llegan a husmear, las ratas que llegan a mordisquear, magulladuras por todos lados, cicatrices que no dejan de sangrar, la piel percudidísima por estar siempre expuesta al sol, ni un momento de sombra.
SOLDADO: ¿Qué no puede ni moverse?
PORTERO: Se mueve, pero no más de lo que sus cadenas le permiten.
SOLDADO: ¿Y por eso deja que las ratas lo mordisquen?
PORTERO: No, lo que hace es dejar que la rata se acerque y tome la suficiente confianza como para que el prisionero suelte una mordida y se la coma a ella.
SOLDADO: ¿Cruda?
PORTERO: No, güey, la cocina usando la saliva como lupa y el sol como fuente de calor.
SOLDADO: No me lo quiero imaginar.
PORTERO: No hace falta, lo vas a ver. Anda, pásale.

El portero abrió la puerta. Le costó bastante trabajo. La puerta había estado en desuso durante mucho tiempo. Óxido, hierbas, tierra, mugre impregnada y haciendo una especie de capa que impedía todo movimiento. Hubo que escarbar, antes de escombrar, antes de barrer, antes de jalar la inmensa e imponente puerta negra, metálica. El joven soldado no veía nada más que una completa y absoluta oscuridad.

PORTERO: Anda, por el pasillo, no se ve, pero está ahí. Tú confía, camina derecho, no hay pierde.

Paso tras paso, el soldado vacilaba, nunca había caminado a la nada. No había nada más que él, sus pensamientos y él. Era todo. Era todo lo que le hacía falta, desde algún tiempo atrás sabía que con lo único que podía contar, lo único real sin sujeto a ser relativo o falso era él mismo.
Eso era aquello. Era un simbolismo, una imagen precisamente de esa idea, de que no había nada real o cierto más que él mismo. Él era un todo, no, no un todo, pero sí lo único válido y prevaleciente de SU vida. Todo (ahora sí) se desvanecería, absolutamente todo, excepto él mismo.
Así caminaba, paso a paso, un pensamiento por cada paso sin sonido que daba. Era extraño caminar sin escuchar las pisadas de uno. Eso fue lo primero que sintió con aguda extrañeza, luego vino el sentimiento de aislamiento, luego vino el darse cuenta de que no sentía nada, no había aire, no había piel, no había luz ni sonido, nada. Ya sabía que no había nada, pero hasta después de percatarse de que no escuchaba el sonido de sus pasos fue que se percató conscientemente de ello. Como si su mente tuviera que enfocarse en ello.
Cerró los ojos, daba lo mismo, pensó. Y así se fue, un paso tras otro. Intentó correr, lo hizo, así se fue, corrió a toda velocidad, no sentía nada. Era lo mismo, caminar y correr. Cuando se cansó se detuvo, jadeante, abrió los ojos y ahora había un completo de luz. No había nada alrededor excepto una reja y un hombre encadenado a ella. Tenía grilletes en las muñecas y las cadenas seguían hasta la reja. El soldado lo miró con detenimiento. Luego se acercó.

PRISIONERO: ¿Qué, no era lo que esperabas?
SOLDADO: No según me dijeron.
PRISIONERO: Es extraño, pero siempre le creen al portero. ¿Por qué nunca se hacen la idea de que pueden encontrar a un gordito, chapeadito, bonachón, pulcramente vestido, de lentes y bombín; encadenado a una reja? ¿Por qué se van siempre con la típica imagen clásica?
SOLDADO: Más que clásica, la regular.
PRISIONERO: Pero no estamos aquí para ver algo regular, ¿o si?... ¿Qué, sigues sin poder hacerte la idea de ver a un prisionero arreglado?
SOLDADO: No es sencillo.
PRISIONERO: No importa si es sencillo o no, lo importante es que lo es y ya. Lo que pasa aquí, pasa, no hay que buscarle ni indagar ni investigar, no hay dónde, no hay con qué.
SOLDADO: ¿Qué me dices de la mente de uno?
PRISIONERO: Uf... No queremos meternos ahí. Es un mar más turbulento que mis tripas recién comido... ¿Qué, por qué el asco, has visto tus tripas cuando comes?, no creo que sean menos asquerosas que las mías.
SOLDADO: No quiero saberlo.
PRISIONERO: ¿Te doy asco? Yo que me arreglé para recibirte, precisamente para no darte asco y poder charlar con mayor soltura. Los que llegan a ver al prisionero desnutrido y pobre se sienten, no sé, incómodos.
SOLDADO: No es tu apariencia la que me da asco, es más la idea que tengo de cómo llegaste a esa apariencia.
PRISIONERO: Apariencias... imaginación, esas ataduras no te sueltan, ¿verdad?
SOLDADO: Soy soldado, no puedo remeterme a estar atado.
PRISIONERO: Pero un soldado es una atadura, en sí.
SOLDADO: No soy ese tipo de soldado. No soy el que recibe órdenes y lucha por una patria, o por lo que sea, ¿un ideal? sin creen en ello.
PRISIONERO: Entonces, ¿qué tipo de soldado eres?
SOLDADO: Soy el soldado que no se obedece ni a sí mismo.
PRISIONERO: ¿Un desertor? Alguien que alguna vez tuvo una fuerte creencia y por tales o cuales razones, generalmente decepciones, se salió de carril. Un demonio.
SOLDADO: Algo así, pero yo no lo veo como haber salido de carril, más bien, me encarrilé. Nunca antes me había instruido con tal autosuficiencia, y me di cuenta de que era autosuficiente, que no había nada más ni nadie más que fuera real para mí, que yo mismo.
PRISIONERO: ¿Y quién dijo cuál era el carril y cuál era el descarrilamiento? ¿Quién pone esos estándares? Sólo un ser de extremo poder puede decidir qué lugar merece qué nombre.
SOLDADO: En mi vida, yo soy ese ser de extremo poder. Como ya dije, no hay nada real, nada absoluto, nada que quedará después de que yo me vaya, más que yo.
PRISIONERO: ¿A dónde piensas ir?
SOLDADO: No pienso -hago énfasis en el pienso- ir a ningún lado. Pero me voy a ir, es inevitable.
PRISIONERO: ¿Hablas de la muerte?
SOLDADO: Hablo de la verdad, la única verdad que no ha caído al fango de la incertidumbre, llámala como quieras. Es como lo que dices de aquí, así es y punto. No hay más.
PRISIONERO: Sin embargo, muchos buscan saber más acerca de ello, incluso, llegan a evitarla, o prevenirla, hasta anunciarla.
SOLDADO: Sólo la prolongan. Lo que no entiendo, ¿por qué temerle a la verdad, a la única verdad que no ha demostrado ser una farsa?
PRISIONERO: Pues es sencillo, le temen a la verdad. Eso es natural, como temerle a lo desconocido. Temerle a la emoción, temer ser impresionados pues no saben cómo reaccionarán, se sentirían sin tocar piso. Es sencillo, la gente, en general, no quiere saber la verdad, sería aceptar que son inferiores a ella, y aunque hay gente que sabe que el ser humano es un minúsculo ser comparado con la totalidad de la vida, se niegan a aceptar ese punto, como si vivos, pudieran hacerse los occisos, y ya muertos tuvieran que enfrentar esa realidad, verle los ojos al Caos.
SOLDADO: Entonces, ¿estoy muerto?
PRISIONERO: ¿Estuviste vivo, alguna vez?
SOLDADO: He optado por no divagar en preguntas tan ambiguas.
PRISIONERO: La ambigüedad no es más que una vaga idea que acaricia las membranas de la certeza absoluta. (ERUCTA) Oh, mis disculpas, comí poco antes de que llegaras. Concluyendo con la ambigüedad, es un buen principio... ¿Qué te pasa, te sientes bien?
SOLDADO: No, tengo nauseas.
PRISIONERO: ¿Fue demasiado impactante lo que dije? ¿Viste directamente a los ojos del Caos?
SOLDADO: No, es que volví a imaginar cuántas ratas tuviste que comer para engordar tanto.

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