Existe la magia, yo lo confirmo. Cuando me encuentro en cierto estado melancólico, extrañando a alguien, deseando que ese alguien estuviera ahí conmigo, pero sabiendo que eso es muy improbable si no es que imposible; recurro a la magia de las cartas. Escribir cartas a las personas que no están. Es algo mágico, me cae. Las palabras se imprimen en la hoja y la persona se presenta ante el sentimiento e intelecto de uno. Como si despidiera una nube que diera forma de esas personas ausentes en las que uno piensa al escribir, y la nube lo abraza a uno, se aspira, se respira, se traga, se siente, se introduce, se engloba y se une.
Muy a menudo recurro a esa magia, ya que no siempre puedo estar con quien quiero estar. No sé si ustedes hagan uso de esta magia, se los recomiendo. Poniendo aparte la magia que envuelve a uno al escribirla, es el sentimiento de la otra persona al recibirla, al leerla. Entre esas dos personas hay una gran diferencia. Uno la escribe una vez, la entrega y se pierde. Ahí va con la carta parte del alma de esa persona que se sentó y dedicó a escribirla, ahí van partes suyas, no sólo está regalando unas simples hojas con palabras, expresión de sentimientos o lo que sea que se quiera transmitir en la carta, sino que va inmersa entre todas esas palabras, entre la materia misma de las hojas o del material en que se escriban, parte del alma de quien escribe. Ahí va y se pierde, se regala, uno sabe que cuando entrega la carta, esa parte no va a volver. Es un regalo maravilloso, muy menospreciado, tal vez menospreciado porque no se considera todo esto.
Ahora, volviendo a la diferencia entre quien escribe y quien recibe y lee, quien escribe puede leer la carta cuantas veces quiera antes de entregarla, pero nunca tendrá el mismo valor. Igual y se lee una vez después de escribirla, sólo por curiosidad, por limpiar y darle una pulidita, pero nada más, es como una leída técnica o de conocimiento. En cambio, la persona que recibe la carta la puede leer una, otra y otra vez, cuantas veces quiera. Es suya por siempre. Ha recibido un regalo eterno, que podrá disfrutar cuantas veces quiera. Recibió una parte de la persona que nunca volverá, aunque se devuelva, nunca volverá.
Si el escritor, a sabiendas de que sus cartas son buenas, conservara una copia para cualquier razón, ese valor de entregar una parte suya se desvanecería por completo. Igual y el receptor de la carta no se da cuenta, pero la entrega que hace quien la escribió no tiene el mismo valor. Valor sin precio que el escritor conserva, que sabe que su carta no va cargada con parte de sí, que sabe que no está entregando más que palabras acomodadas, ideas plasmadas, sentimientos hechos y plasmados.
Ahora bien, todo esto queriendo ser una mera introducción a una recopilación de cartas que me devolvieron, debo sacarlas de mi, aunque ya no me pertenecen, pero me las devolvieron, para romper esta horrible maldición hay que publicarlas. Nomás falta que las transcriba a la compu porque están escritas a mano, con mi puño y letra. Eso es todo por ahora.
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