Esta es la intrépida y fabulosa historia del gran luchador clandestino conocido como “El Frijolito Salvaje”.
Su madre lo quería, no cabía duda, pero ese cariño no le incluía los veinte pesos para papitas, sincronizadas, chescos o alguna otra fritura barata que tanto se le antojaba a la hora de recreo. En cambio, su madre le recetaba un yogurt, una manzana y un emparedado de jamón con mayonesa. No era que supiera feo, de hecho, el Frijolito había encontrado diversas formas de comerse su emparedado de jamón con mayonesa para generar distintas sensaciones al saborearlo y no aburrirse de siempre lo mismo. Estaba la forma tradicional, o primero comiéndose la orilla; desmembrándolo y comiendo parte por parte; mezclándolo con la manzana; hasta que no pudo contener sus ansias y quiso intercambiar su emparedado por unas papitas o chicharrones. No lo consiguió. Nadie le cambiaba nada.
El mundo había cambiado bastante desde que ingresó a la secundaria. Ahora era de los peques, los de segundo y tercero ya estaban más crecidos, muchos jugaban mejor al futbol, eran más fuertes y algunos pocos hasta les soltaban el coche. Con lo bajito de estatura que era el Frijolito, muchos pedales le quedaban fuera de alcance. Pero bueno, el año pasado le habían regalado una radiante y flamante bicicleta “Apache” con la que iba y venía a la escuela y a los partidos de fut que no quedaran a más de media hora de pedaleo de su casa. Si algo quedaba más lejos, su madre le daba aventón, su primo universitario lo llevaba en moto, o ya si no había nadie disponible, el Frijolito sabía andarse en combi.
Las chicas habían trepado varios peldaños en su escala de intereses. Directamente proporcional al ensanchamiento de caderas, inflamación del busto y trasero, y qué no decir de las constantes insinuaciones y tropiezos accidentales por parte de ellas en los que el embarramiento de esas partes tan soñadas por todo puberto despertaban muchísimo interés e inquietud, ya que, a pesar de ser morenito y chaparrito, el Frijolito Salvaje era poseedor de una actitud y forma de ser muy agradable para con las chicas.
Aunque no todo era hermoso con ellas, traían muchos problemas, y gastos. Unas más que otras. Los pleitos eran más frecuentes. Ya fuera por celos o como pleito territorial, los chavos se peleaban por ellas. Mucha testosterona acumulada y no sabían cómo expulsarla. Algunos porque la chava no aflojaba y para dedicarles todo su tiempo, se habían salido del fut, de sus bandas o de sus otras actividades recreativas.
En fin, no eran pocas las chicas que venían en el Frijolito Salvaje más que un buen amigo y compañero. Lástima, para ellas, que el Frijolito no estaba tan dispuesto, entonces, para complacer tales necesidades en ese bonche de chicas. Él tenía otras formas de diversión y entretenimiento, o al menos, eso creía él.
Probablemente fueron sus dos primos mayores quienes le inculcaron el amor a la lucha. Ninguno era luchador. El grande, de 23 años, entrenaba artes marciales y el otro, de 21, era futbolista. Eran muy allegados, los tres, por lo que trataban al Frijolito como su hermano menor y no como otro primo. Sus madres se juntaban a menudo y eso hacía que los chavos se juntaran más.
Fueron creciendo y lógicamente, las fiestas y cotorreos de los primos dejaban de ser buen lugar para un joven de 13-14 años, así que no siempre se veían, pero antes de ese desglose social, el Frijolito y sus primos se juntaban casi siempre. Hacían mucho ejercicio. Jugaban futbol y los primos le ponían “entrenamientos” al Frijolito para hacerlo más fuerte, ágil y astuto. Muchas veces jugaban luchitas. El primero en caer al suelo pierde. Esa era la regla. Claro que tampoco se valían golpes y puñetazos, así se mantenía el juego más apto para una mayor audiencia. Era un juego de equilibrio, agilidad y fuerza. Fue así como el Frijolito inició su carrera.
Un buen y soleado día, su madre le dio unos cuantos pesos, porque no había ido a comprar los ingredientes para el emparedado, o se les había hecho tarde en la mañana, vaya ustedes a saber cuál fue la razón, pero el caso es que el Frijolito traía dinero en la bolsa para su comida en recreo. Para desgracia de nuestro intrépido protagonista, lo que le dio su madre no le alcanzaba para nada. Los tiempos habían cambiado y con cinco pesos no se completaba ni un Frutsi.
A Benito, su amigo, se le hizo extraño que el Frijolito estuviera en la fila de la cafetería y en medio de la conversación, le preguntó.
- ¿Qué vas a comprar?
- No sé, lo que me alcance.
- ¿Cuánto traes?
El Frijolito saco unas cuantas monedas de su pantalón y se las mostró a Benito.
- N´ombre, con eso no te alcanza para nada.
- Ni modo. – dijo el Frijolito con una cara impregnada de tristeza.
- ¡Cuál ni modo! Vamos a las luchas para ver si le sacas más.
El Frijolito quería preguntar ¿cuáles luchas?, pero la mera idea de tener una oportunidad de incrementar su capital lo ilusionó tanto que sin vacilar, siguió a Benito.
Continuará...
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